Juan Luis Selma
Los tiranos no quieren educar al pueblo. Pan y circo para entretenerlo y poder manipularlo
Es curioso que todos reivindiquemos la libertad. Ahora dicen que son los de derechas los que gritan libertad, cuando ha sido la consigna de los revolucionarios, de las izquierdas, de los anti sistema. Ya se ve que la libertad no tiene color. Es algo propio de la persona, de la gente. La necesitamos tanto como el respirar; es más, es nuestro oxígeno. Parece que el covid-19 de marras afecta bastante al aparato respiratorio, llega un momento en que produce la asfixia. Es tan grave que el cuerpo necesita de un respirador artificial. Sin aire no podemos vivir, como tampoco sin libertad.
Hemos tenido unos días de confinamiento, encerrados y privados de las libertades más elementales: poder estar con los nuestros, trabajar, pasear, contemplar la naturaleza, ir de compras. Incluso uno de los derechos más primarios, como la libertad de culto ha sido conculcado. Hay que ser prudentes y no contribuir a la propagación del virus, pero como seres libres. La inactividad nos ha ayudado a pensar, hemos tenido tiempo para valorar lo importante, hemos recapacitado y valoramos más la libertad. Quizás por eso se levantan voces reclamándola.
Estos días celebramos el centenario del nacimiento de un coloso defensor de la libertad, Juan Pablo II el Magno. Vivió bajo el yugo de la tiranía del nazismo y del comunismo. La defensa de la libertad de su pueblo y de la Iglesia le valió varios atentados. Pero no cesó de luchar, también contra la trampa del capitalismo consumista. Enseñaba que la verdad es el presupuesto de la libertad, siguiendo a su Maestro que nos dice: “La verdad os hará libres”. La verdadera libertad rompe los grilletes del “padre de la mentira”, que nos engaña con la caricatura de que ser libre es hacer lo que nos venga en gana: la libertad sería poder absoluto sin norte, ni reglas. Todos hemos comprobado que esa ilusión de falsa libertad es en realidad anarquía que desestabiliza a la persona y a la sociedad.
Celebramos la Ascensión del Señor a los Cielos. Él se va, pero nos dice: ”sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos”. Cristo es quien nos ha liberado destruyendo nuestro pecado y venciendo al maligno. Para ser libres, lo necesitamos; Él lo sabe y por eso está con nosotros enseñándonos la verdad. En realidad, Él es la Verdad. No hay autonomía en el mundo de la mentira: las ataduras de la soberbia, del dominio; las dependencias del alcohol, droga, videojuegos, sexo, internet; la falta de educación; las ideologías… nos hacen soñar en paraísos de liberación que no son más que bancos de galera. Navegamos, pero encadenados y al ritmo del cómitre. No marcamos nosotros la meta, el ritmo, ni la compañía.
Libertad no es poder. Podemos hacer muchas cosas: maltratar, mentir, manipular, malgastar, dar mal ambiente en la familia con el mal carácter, abusar, empaparnos de pornografía, explotar, ser injustos…, pero sabemos que todo esto lejos de hacernos libres nos esclaviza. Libertad más que poder es saber, inteligencia, captar lo bueno, lo que me conviene, lo que me hace feliz. La ignorancia, la desinformación, permite la manipulación. Así, pues debemos comprometernos en la pelea de la libertad, que es sobre todo tarea de formación, de la buena educación en valores y virtudes, en conocimientos que hacen sabias a las personas y les posibilitan elegir bien.
Los tiranos no quieren educar al pueblo. Pan y circo para entretenerlo y poder manipularlo. Hay una gran diferencia entre la potestas y la autoritas. El poder es cosa de fuerza, de imposición, mientras que la autoridad emana de la persona, resplandece. Me fío porque sabe, va por delante y abre camino, vive lo que dice. Así deben ser los padres, los maestros, los líderes espirituales y sociales. Para ser útiles, para tener esa autoritas debemos formarnos bien, estudiar, conocer la historia del pensamiento, los principios éticos y morales; para los cristianos el Catecismo de la Iglesia muy actual e iluminador.
Hay una frase de los Hechos de los Apóstoles citada en la misa de la Ascensión que me llama la atención: “Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?”. Es una llamada a que estemos en las cosas de la tierra, de la vida. La fe debe hacerse cultura, vida. Los cristianos seremos sal y luz si tenemos los pies en la tierra, si somos humanos y muy divinos. Buenos profesionales que se toman en serio su trabajo, ciudadanos comprometidos con la marcha de la res publica, que impulsan el bien común, la buena educación y formación de los jóvenes; la defensa y cuidado de la familia y de la vida, de los más débiles. Todo lo contrario de un buen burgués que va a lo suyo o del que quiere imponer su ideología.
No podemos vivir sin libertad, sin esa energía que nos impulsa a lo que más nos conviene, a lo más humano, a lo que engrandece a la persona y nos hace felices. Sería una pena vivir asfixiados, sin aire, como pretende el covid-19.
Juan Luis Selma, en eldiadecordoba.es.