VII Domingo de Pascua
Hechos de los Apóstoles 1, 1-11: “Serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los últimos rincones de la tierra”.
Salmo 46: “Entre voces de júbilo, Dios asciende a su trono. Aleluya”.
Efesios 1, 17-23: “Lo hizo sentar a su derecha en el cielo”.
San Mateo 28, 16-20: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”.
“¿Ahora sí vas a restablecer la soberanía?”
¡Qué contrastes! Cristo ha resucitado y se ha manifestado a sus apóstoles, los ha llenado de paz y de nuevas esperanzas, pero ahora que está a punto de partir aflora esa secreta ambición que todavía les corroe el corazón: “Señor, ¿ahora sí vas a restablecer la soberanía de Israel?” Los Apóstoles no habían entendido de qué se trataba realmente. Por eso preguntan por la restauración de Israel, soñando todavía con un triunfo temporal y político. Jesús capta sus dificultades para comprenderlo por eso les cambia sus aspiraciones y primeramente los exhorta a que aguarden al Espíritu Santo. Tiempo de espera y de oración. Cuando llegue el Espíritu Santo, cuando descienda sobre sus personas, cuando los invada en su interior, entonces comprenderán que su Reino no es de este mundo, que es algo mucho más grande y trascendente, un Reino de paz y amor, un Reino sin fronteras de espacio ni de tiempo, que al final acabará destruyendo a la misma muerte y alcanzará un triunfo formidable y sin término. Pero un Reino que se construye desde los pequeños espacios y desde los reducidos tiempos que vamos viviendo.
Y hasta los últimos rincones
Y una vez con el Espíritu en su interior los envía -¡qué diferente a lo que ellos esperaban!- como sus testigos llenos de fortaleza, “a Jerusalén” (sí, la ciudad en la que lo persiguieron, lo atacaron y lo asesinaron colgándolo de la cruz); “a Samaria” (la región que una vez le cerró sus puertas); y “hasta los últimos rincones de la tierra”. Nosotros comprendemos muy bien lo que significan los rincones: lo que casi nadie ve, donde se arroja la basura, lo que se esconde y olvida, lo que queda oculto, los rincones… Y así, a ellos temerosos y cobardes, les confía una misión que se antoja descomunal pero que les llena el corazón de ilusión y de esperanza: “ser testigos de Jesús”, pero no ya desde el poder sino desde el servicio. Hoy hay muchos rincones donde no hay esperanza, hay rincones de violencia e inseguridad, hay rincones de discriminación y de hambre, hay rincones que no quisiéramos ni siquiera visitar, sin embargo hoy también Jesús nos llena de su Espíritu y nos convierte en sus testigos, precisamente en los últimos rincones. El discípulo de Jesús asume así una responsabilidad ante la sociedad y ante la historia frente a todas estas situaciones de frontera y marginales. No puede quedarse como espectador pasivo o indiferente, carente de propuestas a desarrollar, como si el nuevo mundo debiese ser construido por otros o se esperase a personajes ilustres que lo vengan a iluminar. No esperemos el reclamo por nuestra falta de propuestas y compromisos. No nos quedemos contemplando al Cristo que sube a las alturas. A los discípulos los apremiaban los ángeles al mirarlos absortos: “Galileos, ¿qué hacen allí parados mirando al cielo?” ¿Qué nos dirían hoy a nosotros?
“Yo estaré con ustedes”
El libro de Los Hechos de los Apóstoles al narrarnos la Ascensión del Señor, no se limita a contar un acontecimiento, sino que insiste en destacar los ejes centrales que fortalecerán la fe del discípulo, el Teófilo (“amigo de Dios”), de todos los tiempos. Nos muestra a Jesús glorificado, meta y fin de todo cristiano, y nos asegura su retorno definitivo. Tal como leemos en los escritos de los primeros siglos, fue precisamente esta confianza y esta seguridad de que el Señor volvería pronto lo que realmente mantuvo siempre vivo en los discípulos el entusiasmo y la fortaleza necesarias para seguir predicando en medio de tantas dificultades y persecuciones. Pero creo que si es cierto que esta esperanza de la segunda venida del Señor nos animará y fortalecerá, no debe ser una alienación ni una quimera, y para fortalecer nuestra esperanza está la insistencia que nos ofrece San Mateo sobre la certeza de que el Señor está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. Como Él se ha acercado a esos “últimos lugares” y los ha convertido en lugar de privilegio y de servicio; como Él los ha llenado de luz y de sentido; como Él los ha rescatado y dignificado, ahora en cada uno de sus discípulos, sus testigos, se hace presente para dar nuevas esperanzas. Y cada cristiano es testigo de Jesús. Por algo San Pablo les recuerda a los Efesios que cada discípulo ha sido llamado a la esperanza y que ha recibido la herencia rica y gloriosa que Dios da a los suyos.
Ascensión: meta y camino
Este domingo de la Ascensión no podemos quedarnos mirando al cielo ni más allá de las nubes, Cristo nos ordena que vayamos a los últimos rincones y que llevemos esperanza y alegría, que demos su Buena Nueva. Hoy debemos mirar al cielo como meta, pero poner muy firmes los pies en la tierra como nuestra realidad. No en vano se nos presenta la Ascensión en una cumbre pues hay que tener muy alta nuestra mira y aspirar a los bienes mejores. Pero el camino se hace paso a paso y se necesita poner mucha atención a cada rincón y a cada piedra para poder avanzar. ¡Ah! No olvidemos, Cristo promete: “y sepan que yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”. El significado de la nube, desde el antiguo testamento, es doble: por un lado significa la trascendencia, pero por otro significa la presencia de Dios que camina con su pueblo.
¿Cómo estamos viviendo nosotros nuestro camino? ¿Somos los hombres y mujeres que llevamos la esperanza a los últimos rincones? ¿Nos comprometemos en la lucha por la justicia y la igualdad, al mismo tiempo que miramos más allá de lo terreno?
Señor Jesús, en este día de tu Ascensión, te pedimos que no permitas que nos esclavicemos mirando nuestras realidades pero tampoco que nos olvidemos de luchar por la justicia y la verdad ignorando tu Reino. Concédenos que con una sana esperanza construyamos tu Reino aquí en la tierra, mirando siempre hacia el cielo donde Tú nos esperas. Amén.