Jesús Ortiz López
Cuando nos encaminamos por fases y semifases hacia el final del confinamiento, estos meses de aislamiento quedarán grabados como una oportunidad de volver al buen sentido con mayor decisión para marcar las prioridades de la vida
Muchos millones esperan cada día con ilusión alguna de las Misas retransmitidas por televisión. Con la idea de que no se trata de ver una Misa sino de participar en ella, escuchando las lecturas como palabra de Dios, sobre todo las palabras y los gestos de Jesucristo que dan plenitud de sentido a las primeras lecturas.
Redescubrir el Pan y la Palabra
Muchas familias se reúnen bien arregladas en estas circunstancias y siguen las posturas propias de la Misa: así los más jóvenes comprenden mejor que otras veces el valor que tiene para los padres creyentes. También muchos adolescentes comprenden ahora que la Misa no es una obligación sino una necesidad para estar cerca de Jesucristo. Algunas personas han manifestado que se saltan las lágrimas a la hora de la Comunión por no poder participar sacramentalmente de la Eucaristía.
Hay mucha autenticidad en las familias que alimentan la fe también con las retrasmisiones en marzo desde Roma, como el acto impresionante del papa Francisco orando con gran devoción ante el Cristo del siglo XVI de la iglesia de san Marcelo, y luego bendiciendo a la urbe y al orbe con Jesús-Eucaristía. Lo mismo en las excelentes retransmisiones de la pasada Semana Santa como el Vía Crucis por una Plaza de san Pedro vacía. Y también en las retransmisiones del Jueves, Viernes, y Domingo de Resurrección. Para muchos ha sido la Semana Santa más intensa que recuerdan ya que nada distraída de las ceremonias estando en primera fila.
Qué prioridades
Cuando nos encaminamos por fases y semifases hacia el final del confinamiento −que ha limitado en exceso el derecho a la libertad de culto−, estos meses de aislamiento quedarán grabados como una oportunidad de volver al buen sentido con mayor decisión para marcar las prioridades de la vida. Por ejemplo, entre otros muchos, se me ocurren:
− la importancia capital del tiempo dedicado a la comunicación en la familia;
− la fe vivida con más voluntariedad y hondura;
− la necesidad de la Eucaristía recibida del ministro como un don y no como un autoservicio, y también la valoración de la Confesión sacramental como un regalo que la Iglesia ofrece a los fieles;
− participar con más generosidad en este tiempo de carestía al mantenimiento de la Iglesia a partir de la parroquia y de las instituciones que mueven la caridad, el apostolado y las vocaciones; son muchos los que están aumentado una suscripción para compensar la falta de aportaciones en las Misas;
− el peso específico de la amistad y la demostración práctica de la solidaridad privándonos de algo y del propio tiempo para ayudar a los más necesitados; en muchos supermercados, como bien sabemos, unos voluntarios recogen comida para tantas familias que se han quedado sin recursos; y parece que tendremos que seguir haciéndolo durante meses;
− comprobamos y damos ejemplos a los pequeños de austeridad pues se puede vivir mejor con menos ayudando a los pobres, y lanzando iniciativas para acompañar y vivir con sencillez y eficacia muchas obras de misericordia;
− y todo esto, dicho en cristiano, es la comunión de los santos como una realidad de gracia que nos une a los cercanos y a los que están lejos, a los enfermos y difuntos, y a las familias que han sufrido los peores efectos de la pandemia.
Seguiremos con esperanza renovada las palabras del Papa Francisco ante el Cristo de San Marcelo y la Virgen, Salus populi romani: «Nos llamas a tomar este tiempo de prueba como un momento de elección. No es el momento de tu juicio, sino de nuestro juicio: el tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es. Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás».