Rosa Pich-Aguilera y Álvaro Postigo
Hace unas semanas mi hijo Álvaro me mandó este texto sobre los últimos días que pasó con su padre. Me dijo que lo podía subir al blog, así que hoy, día en que mi marido cumpliría 60 años, lo comparto con vosotros. Espero que os guste tanto como a mí: Mi padre se encontraba siempre...
Mi padre se encontraba siempre fatal. A veces le decíamos que se lo estaba imaginando e incluso nos reíamos porque parecía un “pupas”. Los médicos le decían que los dolores eran debido al accidente que tuvo en su juventud, pero él seguía con dolores y sabía que tenía algo más. Delante de mí siempre estaba con una sonrisa, alegre y educándome día a día, como a todos mis hermanos. Yo sufría por sus dolores, pues siempre le dolía algo, siempre se encontraba mal. Pero a la vez intentaba a toda costa evitar que le viésemos sufriendo.
Cuando yo estaba en tercero de ESO mi padre ya no podía aguantar más. Estaba con dolores que le dejaron en cama unos cuantos días y los médicos decían que era debido a su columna vertebral (se la destrozó en el accidente de coche que tuvo). Al final se fue a un hospital para hacerse varias pruebas. Le fui a ver unos cuantos días, a hacerle compañía. Él me preguntaba por el colegio, por los amigos, por el club, etc. Parecía que el que estaba hospitalizado era yo y mi padre haciéndome preguntas para que no me preocupara. Tras unos cuántos días de pruebas, mi padre nos reunió a toda la familia en el pasillo del hospital, todos vestidos de colegio, y nos dijo “Dios es muy, muy, muy bueno. Primero se llevó al cielo a Javi y a Montsita, después a Carmineta y ahora Dios me ha dado un cáncer”. Mientras lo iba explicando, a mis hermanos se les caían las lágrimas y yo me aguanté por no hacer un ambiente de madalenas lloronas, pero yo estaba que no me lo creía. Justo coincidía con la Cuaresma y en la familia intentamos no tomar chocolate durante estos días, pero hicimos una excepción y tomamos todo tipo de dulces de la marca Farga. Ese día rompimos el sacrificio porque mi madre decía que era un día especial. Uno de mis hermanos preguntó algo como si era un cáncer mortal y mi padre respondió que podía ser. En esos momentos yo ya dejé de ser un hombre y me empezaron a caer todas las lágrimas.
Yo seguí haciendo vida normal, iba al colegio, al club, etc. Iba a ver con frecuencia a mi padre a ver cómo estaba, siempre sonriendo y con visitas. Más adelante mi padre se trasladó al hospital la Quirón, donde le dieron una habitación solo para él, con antesala y todo. Allí iba a verle cada día. Se le veía tranquilo y contento. Recuerdo ir a verle con mi amigo Santi y cómo bromeó con él cuando le vio. De un día para otro el cáncer se propagó por casi todo su cuerpo. Uno de mis hermanos mayores echó a toda la gente de la habitación (había siempre gente con él) y mi hermano Juampi me cogió del hombro y me dijo “Álvaro, los médicos dan días a papá, piensa las últimas palabras que quieres decirle”. Le dije a mi hermano que no sabía qué decirle y me dijo que le preguntase qué esperaba de mí. Cuando entré en la habitación estaba solo y mi padre en la cama estirado, muerto de dolor. Se me empezaron a caer las lágrimas de la cara poco a poco y me preguntó por qué lloraba. Yo le dije que se iba al cielo y me contestó diciendo que no dijera tonterías. Le pregunté qué esperaba de mí, me contestó que cuidase a mamá, que fuese a misa todos los días, que no fuese glotón, que cuidase a mis hermanos y a mis amigos. Al irme de la habitación con el alma hundida en lágrimas le pregunté por mi vocación y él me contestó que fuese muy fiel a lo que el Señor me pida. Ese mismo día me quedé a dormir en la habitación con Juampi. No sabía cuánto tiempo iba a seguir vivo y me dije a mí mismo que no pensaba dormir en casa, que yo acompañaría a mi padre esa noche.
La noche comenzó. Vi a mi hermano rezando las tres avemarías de la noche con mi padre, después se acostó en la cama, yo dormí en la antesala y mi hermano al lado suyo. Al cabo de media hora mi padre se había levantado de la cama porque tenía sed, se volvió a despertar porque tenía hambre, después decía que quería irse de este de sitio… en ese momento vi que mi padre cada vez estaba más en la otra vida que en esta. Al final llamamos a una enfermera y no me acuerdo qué hizo, pero yo me fui a la cama asustado porque mi padre ya no actuaba como siempre le había visto actuar, sonriendo y de forma educada. Al día siguiente me desperté y mi hermano me dijo que papá estaba durmiendo. Me fui al colegio y al volver por la tarde vi a mi padre completamente sedado. No podía ver esa imagen en mi cabeza. Toda la habitación llena de personas rezando y cantando y yo veía a mi padre con la boca abierta como si fuera un discapacitado al 100%. Me dijeron que podía escuchar todo, pero no podía moverse y que era muy difícil que saliera de esa. Entonces me fui al baño con mi hermana Anita que estaba llorando y me puse a llorar con ella. Empecé a decir que papá no podía morirse porque Rafa (el más pequeño de la familia) solo tenía 7 años. Mi hermano no se podía quedar sin padre a esa edad. Esa noche dejé un rosario de dedo en la mano de mi padre, que ya estaba llena de otros rosarios. Me dije a mí mismo que tenía que decir buenas noches a mi padre y le fui a decir adiós. Cuando estuve en la habitación conseguí estar solo con él y le dije llorando a su oreja que no se olvidara de mí cuando estuviese en el cielo. Se lo dije varias veces, en voz baja, pero en mi interior estaba gritando a voces. Cuando vi el rosario que había dejado antes, algo me dijo que lo cogiera y me lo colgué en mi escapulario. Me fui abajo a rezar a la capilla que había en el hospital y me puse a rezar llorando a Dios.
Al día siguiente teníamos atletismo antes de empezar el cole y todos mis hermanos fuimos. Al acabar vino el subdirector del colegio y me dijo que nos llevaba a todos mis hermanos a casa. Algo profundo se clavó en mi corazón y le pregunté qué había pasado. Me dijo que nada, pero yo sabía que esa respuesta no era verdad. Mientras me estaba duchando estuve pensando si mi padre se habría ido al cielo. Sabía que había pasado eso, pero una parte de mí no lo aceptaba y no me lo podía creer. Cuando estaba en el coche con mis 4 hermanos grité a mis amigos que me encontré diciéndoles que me iba a casa y que me saltaba colegio. Sabía que era por mi padre, pero empecé hacer gracietas y el tonto para distraer a mis hermanos. No sé si lo conseguí, nunca se lo he preguntado.
Al llegar a casa toda la familia estaba en casa y mi hermano mayor, Perico, nos dice que Dios es muy, muy, muy bueno. Primero se llevó al cielo a Javi y a Montsita, después a Carmineta y ahora a papá. Mis hermanos pequeños se derrumbaron al momento, yo me quedé helado y después me fui al cuarto de mi hermano mayor a llorar como un bebé. Me enfadé mucho, no entendía por qué nos pasaba esto a nuestra familia.
El velatorio fue durante dos noches. Fueron días muy duros. Yo intentaba trasmitir paz en casa y paz a todos mis hermanos y amigos que me venían a ver. Aún no me lo creía, parecía mentira lo que estaba pasando, no podía entrar en mi cabeza cómo Dios nos hacía esto. Las amigas de mi madre y familiares y amigos fueron muy buenos, nos hacían los desayunos, comidas y cenas. Les doy las gracias de todo corazón. En el velatorio rezábamos el rosario y cantábamos. Fueron días muy dolorosos y bonitos donde pude tocar el cielo.
El día del entierro llegamos tarde debido al tráfico. Entramos todos con una mano en el ataúd de mi padre acompañándolo hasta donde nos sentábamos nosotros. Recuerdo que tuve la cabeza inclinada todo el rato. Durante la misa estuve todo el rato llorando y sonándome la nariz. La misa más bonita de mi vida. No entendía por qué mi padre se había ido. Al salir de la iglesia me metí en el coche y fuimos a enterrarle. Cuando le enterramos y le ponían la losa de piedra, lloré las últimas lágrimas que tenía. Se me quedaron los ojos hinchados y el lagrimal seco porque mi padre ya no estaba.
Durante y después de la muerte de mi padre entendí, gracias a la fe que tengo, que no hay que tener miedo a nada en esta vida, ni siquiera a la muerte. Esta vida es el principio del final. Que después de la muerte está la vida eterna. Sé que mi padre y mis hermanos están allí y me están esperando y que cuando me muera estaré con ellos para toda la eternidad. Además, yo creo en la comunión de los santos. Eso se hace realidad en la santa Misa. Allí puedo hablar cada día con mi padre a solas y con mis hermanos. Sé que mi padre está en el cielo cuidándome y siempre está en la misa conmigo, a mi lado.
Papá, que sepas que te quiero, siempre fuiste un ejemplo para mí. Intentaré estar a la altura. Espero verte pronto. Tu hijo que te quiere con locura,
Álvaro
Fuente: https://comoserfelizconunodostreshijos.com/blog/