Domingo de la 2.° semana de Adviento (Ciclo C)
“Voz del que clama en el desierto:
«Preparad el camino del Señor,
haced rectas sus sendas.
Todo valle será rellenado,
y todo monte y colina allanados;
los caminos torcidos serán rectos,
y los caminos escarpados serán llanos.
Y todo hombre verá la salvación de Dios»”.
Comentario al Evangelio
El interés de san Lucas por ofrecer datos tan exactos sobre el nacimiento de Jesús nos lleva fácilmente a una conclusión: estamos delante de un acontecimiento histórico. El Verbo se encarnó en un momento concreto, en un lugar concreto, en unas circunstancias concretas. Nada de esto es indiferente, porque aquí nos jugamos todo. De lo que está escrito en el Evangelio depende toda nuestra vida. De que Dios haya querido participar de la historia de la humanidad depende, por lo tanto, la configuración de nuestra existencia personal.
Además, en el caso de Cristo, se da una particularidad: Él es la realización de todos los anhelos humanos. Él es deseado de todas las naciones[1], como lo llama el profeta Ageo. De otro modo, no se entendería que a lo largo de tantas épocas encontremos vaticinios y profecías que nos hablen de la venida del Mesías, y que todos y cada uno hallen su realización en la Persona de Jesús.
Podríamos ir todavía más allá, porque la venida de Jesús requirió de un Precursor, Juan Bautista, pero también la venida del Precursor fue anunciada por Isaías. La plenitud de los tiempos[2], ese momento histórico en que Cristo puso su morada entre los hombres[3], era un momento tan crucial, que Dios decidió prepararlo con supremo cuidado: no solo enviando a un hombre para anunciarlo, sino también anunciando que vendría el anunciante. Como para que nadie tenga dudas ni diga que no le avisaron.
El papel de Juan Bautista es decisivo en este tiempo de Adviento, porque le pone rostro y nombre a la delicadeza con la que Dios nos propone su plan: porque nosotros estamos destinados a compartir la vida de Cristo, y por tanto el Señor también ha ido disponiendo y preparando las cosas para la realización de nuestro encuentro personal con Él. Es sorprendente, y la preparación para la Navidad apunta a eso: a que redescubramos con capacidad de asombro renovada que el deseado de todos los siglos está deseando habitar en nuestros corazones.
El anhelado nos anhela. Seguramente esa convicción movía el corazón del Bautista, y por eso desempeñó su tarea profética con tanto ardor: porque descubrir eso y abrirse a ese anuncio es el inicio de la salvación. Por eso, este tiempo de Adviento es muy propicio para tratar con frecuencia en nuestra oración a san Juan Bautista, y pedirle que nos consiga de Dios sus mismos deseos de preparar el alma para la llegada del Señor.
Pero para eso, deberemos acoger su mensaje de penitencia: es bueno no olvidar que estamos en un tiempo de conversión, que no implica hacer grandes cosas, sino quizás ofrecer con más cariño y alegría al Señor lo propio de nuestro día a día, como Juan ofrecería las incomodidades del desierto y José y María ofrecerían las molestias y contrariedades del camino hacia Belén.
Fuente: opusdei.org