Mons. Fernando Ocáriz
Queridísimos: ¡que Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!
El próximo día 24 comenzará el Jubileo para toda la Iglesia. Precisamente los días de Navidad nos hablan del mensaje central que el Papa ha señalado para el Año jubilar: la esperanza.
A ojos humanos, aquella noche en Belén podría dar motivos para la desesperanza. Jesús nació rodeado de soledad, pobreza y frío; sin honores y sin comodidades: únicamente acogido por el cuidado amoroso de María y José, y el saludo de unos pastores. Sin embargo, Dios quiso entrar así en la historia humana. Y es en medio de esa fragilidad en donde se esconde la promesa de un futuro esperanzador. El nacimiento de Jesús transforma la oscuridad en luz, nos ofrece compañía y consuelo, nos indica dónde está la verdadera riqueza.
El Papa nos recuerda que la vida cristiana es un camino que «necesita momentos fuertes para alimentar y robustecer la esperanza, compañera insustituible que permite vislumbrar la meta: el encuentro con el Señor Jesús» (Spes non confundit, n. 5). El Jubileo puede ser uno de esos momentos fuertes, en los que quizá experimentemos de manera más clara una esperanza segura en la misericordia divina.
A veces, en la vida se pasan momentos complicados. Pero siempre podemos dirigir nuestra mirada a Jesús Niño para confiarle nuestras inquietudes y deseos. No estamos solos en ningún momento, porque Cristo quiere compartir con nosotros su paz; una paz que, como sucedió en Belén, no siempre significa ausencia de problemas, sino la certeza de la fe en el amor de Dios por cada uno. Este es el fundamento de nuestra esperanza.
Saber que Dios es el primer interesado en nuestra felicidad –tanto terrena como eterna– nos puede ayudar a dar sentido a las contrariedades que se presentan en la vida. «Omnia in bonum», «todo es para bien», solía repetir san Josemaría. Misteriosamente, todo puede contribuir a nuestro bien y al de los demás, porque el amor de Dios es más fuerte que el mal. No podemos suprimir por completo las dificultades, pero sí es posible recorrerlas junto a Jesús, compartiéndolas con él. «Lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito» (Benedicto XVI, Spe Salvi, n. 37). Procuremos ayudar en la medida de lo posible y, sobre todo, acompañar con la oración a las muchas personas que sufren actualmente las consecuencias de guerras y de desastres naturales.
Podemos pensar que la noche de Navidad fue un momento de emociones encontradas para la Virgen María y para san José: la pena de no poder ofrecer un lugar más digno a Jesús, junto a la alegría inmensa de tenerlo en sus brazos. A ellos les podemos pedir que el nacimiento del Señor sostenga siempre nuestra esperanza.
Con mi felicitación por la Santa Navidad y mi bendición más cariñosa
vuestro Padre
Roma, 16 de diciembre de 2024