José María Sánchez Galera
«El cristianismo no es una doctrina para enseñar o aprender: es una Verdad que se hace Vida», explica el autor
El nombre de Kierkegaard (1813-1855) nos suena, pero es un autor al que no acabamos de ubicar. Pensamos que es uno de esos filósofos decimonónicos taciturnos e intensos del mundo germánico, de esos países sin sol y marcados por el fatalismo luterano, la angustia existencial. Cierto que era protestante y de lengua germana (era danés), pero lo demás convendría matizarlo, cuando menos. Por de pronto, fue un pensador con relevante influencia en su época y en el siglo XX, y por eso Mariano Fazio (vicario auxiliar de Opus Dei) le dedica este libro. Se trata de un volumen breve, de lectura muy asequible y fruto de la escucha o diálogo de Fazio con Kierkegaard. Inspecciona no sólo sus ensayos más conocidos, sino sus diarios y su correspondencia. Fazio se acerca al hombre y al filósofo, a su biografía y a su pensamiento. Y procura comprenderlo, sin pretender corregirlo ni idealizarlo. Lo acepta.
Esa aceptación incluye reflexiones y aprendizajes en torno a la fe cristiana, a la importancia del individuo y de la perspectiva subjetiva, la ética, el deber, el pecado o la imitación de Cristo. De manera que Fazio nos presenta luminosidad y profundidad serena, no exenta de la disputa entre la desesperación y la alegría, la fe y el riesgo. Frente a modelos que pretenden alcanzar certezas racionales en el acercamiento a Dios, el danés apunta a que el salto de la fe permite adentrarse en la verdad por medio de la subjetividad. Es decir; entrar en Dios desde la propia vida, desde la propia identidad y experiencia. Aquí cabe reflexionar sobre lo que pensaba Kierkegaard acerca de cómo se relacionan fe y razón, y sobre las dicotomías que en ocasiones emergen cuando abordamos estos misterios.
A la postre, la opción de Kierkegaard conduce al abandono en Dios. No se esfuerza en localizar pruebas de su existencia; cree en Él. Es un tema complejo: la resignación, la fe de Abraham, la paradoja. En este aspecto, resulta de interés que Fazio aluda a las citas de Kierkegaard que Ratzinger incluía en sus obras, como Introducción al cristianismo. En este libro, el bávaro se refiere al payaso que entró en un teatro para advertir que había fuego, pero el público, pensado que era una broma, se reía. Cuando mayor era el empeño del payaso por avisarles del peligro, más se divertían los espectadores.
Fazio distribuye con equilibrio cada epígrafe: nos habla de la relación de Kierkegaard con su padre, de su compromiso matrimonial y de cómo decidió romperlo, y también de la manera como se enfrenta al pensamiento de Hegel. Otro de los puntos destacados de este libro es el énfasis en distinguir entre el cristianismo y la cristiandad, o, para ser más precisos, el cristianismo cultural que parece quedarse en la superficie de la vida de las personas, y que no las conduce a un cambio en sus almas, conversión y compromiso religioso auténtico. Es algo que el propio Fazio ha explicado en El Debate: «En un mundo tan secularizado, los cristianos estamos llamados a vivir la unidad de vida, la coherencia entre lo que creemos y lo que vivimos, la imitación de Cristo. Y es la gran denuncia que hace Kierkegaard». Aquí estriba una de las claves del interés. No se trata sólo de darnos a conocer el pensamiento y los jalones biográficos del danés, sino de mostrarnos por qué su huella merece la pena observarse.
El modo como Fazio escucha y explica a Kierkegaard permite momentos de enorme claridad: «La fe no es una mera decisión humana: es también don de Dios. Todos los esfuerzos están destinados al fracaso sin la ayuda de la gracia. La intervención de Dios, que da el impulso decisivo y la convicción absoluta en el creer, configura lo que Kierkegaard llama ‘la condición’. El punto de partida para llegar a ser cristiano es recibir la condición, que remedia la debilidad de la conciencia histórica, siempre aproximada, y la debilidad del pecado». En otro pasaje leemos: «El cristianismo no es una doctrina para enseñar o aprender: es una Verdad que se hace Vida. No es la certeza objetiva de la especulación, sino la subjetivación en la propia existencia personal de una Vida que es una Persona: la de Cristo».
Fuente: eldebate.com