El Papa en el Ángelus
¡Queridos hermanos y hermanas, buen domingo!
El Evangelio de la liturgia de hoy (Lc 21,25-28.34-36), primer domingo de Adviento, nos habla de trastornos cósmicos y de angustia y miedo en la humanidad. En este contexto Jesús dirige a sus discípulos una palabra de esperanza: «Tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación» (v. 28). La preocupación del Maestro es que sus corazones no se apesadumbren (cfr v. 34) y que esperen vigilantes la venida del Hijo del hombre.
La invitación de Jesús es esta: levantar la cabeza hacia lo alto y tener el corazón ligero y despierto.
En efecto, muchos contemporáneos de Jesús, ante los eventos catastróficos que ven acaecer a su alrededor – persecuciones, conflictos, calamidades naturales –, son embargados por la angustia y creen que está por llegar el fin del mundo. Tienen el corazón pesado por el temor. Pero Jesús quiere liberarlos de las angustias presentes y de las falsas convicciones, indicando cómo estar prevenidos en el corazón, como leer los eventos a partir del proyecto de Dios, que actúa la salvación también dentro de las circunstancias más dramáticas de la historia. Por esto les sugiere dirigir la mirada hacia el Cielo para entender las cosas de la tierra: «levántense y alcen la cabeza» (v. 28). Es bello… «levántense y alcen la cabeza».
Hermanos y hermanas también para nosotros es importante el consejo de Jesús: «Que sus corazones no se apesadumbren (v. 34). Todos nosotros, en tantos momentos de la vida, nos preguntamos: cómo hacer para tener un corazón “ligero”, ¿un corazón despierto, libre? ¿Un corazón que no se deja aplastar por la tristeza? La tristeza es fea… Es fea. De hecho, puede pasar que las ansias, los miedos y los afanes por nuestra vida personal o por todo lo que hoy acontece en el mundo, pesen como rocas sobre nosotros y nos empujen al desánimo. Si las preocupaciones cargan al corazón y nos inducen a encerrarnos en nosotros mismos, Jesús nos invita en cambio a levantar la cabeza, a confiar en su amor que nos quiere salvar y que se hace cercano en cada situación de nuestra existencia, a hacerle espacio para volver a encontrar la esperanza.
Y, entonces, preguntémonos: mi corazón está cargado por el miedo, por las preocupaciones, ¿por las ansias en el futuro? Sé observar los eventos cotidianos y las circunstancias de la historia con los ojos de Dios, en la oración, ¿con un horizonte más amplio? ¿O más bien me dejo tocar por el desánimo? Que este tiempo de Adviento sea una ocasión preciosa para levantar la mirada hacia Él, que aligera el corazón y nos sostiene en el camino.
Ahora invoquemos a la Virgen María, que también en los momentos de prueba ha estado lista a acoger el proyecto de Dios.
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Después del Ángelus
¡Queridos hermanos y hermanas!
En los días pasados se ha conmemorado el 40° aniversario del Tratado de Paz y Amistad entre Argentina y Chile. Con la mediación de la Santa Sede, ello puso fin a una disputa territorial que había llevado a la Argentina y a Chile al borde de la guerra. Esto demuestra que, cuando se renuncia al uso de las armas y se dialoga, se recorre un buen camino.
Me alegro por el cese-al-fuego alcanzado hace unos días en Líbano y auspicio que pueda ser respetado por todas las partes, permitiendo a las poblaciones de las regiones tocadas por el conflicto – sea libanesa que israelí – regresar a sus casas pronto y con seguridad, también con la preciosa ayuda del ejército libanés y de las fuerzas de paz de las Naciones Unidas. En esta situación, dirijo una invitación a todos los políticos libaneses, para que sea elegido inmediatamente el presidente de la Republica y las instituciones retomen su normal funcionamiento, para proceder a las reformas necesarias y asegurar al País su papel de ejemplo de convivencia pacífica entre las diferentes religiones. Es mi esperanza que la espiral de paz que se ha abierto pueda llevar al cese-el-fuego sobre todos los otros frentes, sobre todo en Gaza. Llevo en el corazón la liberación de los israelíes que aún son mantenidos como rehenes, y el acceso de la ayuda humanitaria a la exhausta población palestina. Recemos por Siria, donde lamentablemente se ha vuelto a encender la guerra causando muchas víctimas. Estoy muy cercano a la Iglesia en Siria. ¡Recemos!
Expreso mi preocupación, mi dolor, por el conflicto que sigue ensangrentando a la martirizada Ucrania. Asistimos desde hace tres años a una terrible secuencia de muertes, de heridos, de violencia, de destrucción… Los niños, las mujeres, los ancianos, las personas débiles, son las primeras víctimas. La guerra es un horror, la guerra ofende a Dios y a la humanidad, la guerra no ahorra a ninguno, la guerra es siempre una derrota, una derrota para la entera humanidad. Pensemos que el invierno está a la puerta, y amenaza con empeorar las condiciones de millones de desplazados. Serán meses muy duros para ellos. La concomitancia de guerra y frio es trágica. Dirijo, una vez más, mi llamamiento a la comunidad internacional, y a todo hombre y mujer de buena voluntad, para que se esfuercen en todas las formas para detener esta guerra, y para hacer prevalecer el dialogo, la fraternidad, la reconciliación. Que se multiplique a todo nivel un renovado empeño. Y mientras nos preparamos a la Navidad, mientras esperamos el nacimiento del Rey de la paz, se dé una esperanza concreta a estas poblaciones. La búsqueda de la paz es una responsabilidad no de pocos, sino de todos. Si prevalece la indiferencia a los horrores de la guerra, toda, toda la familia humana está derrotada. Toda la familia humana está derrotada. Queridos hermanos y hermanas, no nos cansemos de rezar por aquella población tan duramente probada y de implorar de Dios el don de la paz.
Saludo con afecto a todos ustedes, fieles de Roma y peregrinos venidos de Italia y de diversos países En particular, saludo a los grupos provenientes de Barcelona, Murcia y Valencia – pensemos en Valencia, cómo está sufriendo… - y de Gerovo en Croacia. Saludo a los fieles de Arco di Trento y a aquellos de Sciacca, y al grupo romano de la Gioventù Ardente Mariana. Y saludo a los chicos dell’Immacolata.
Deseo a todos un buen domingo y buen inicio de Adviento. y por favor no se olviden de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!.
Fuente: vatican.va