Mons. Fernando Ocáriz
¡Muy feliz Navidad a todos!
Son muy poquitos días los que faltan. Precisamente el día 24 comienza el año jubilar que el Papa dedica especialmente a algo tan importante para todos, que es la esperanza.
«La esperanza que no defrauda». Con esas palabras de san Pablo, comienza el documento con el que el Papa ha convocado este año jubilar: «La esperanza que no defrauda».
¿Pero qué esperanza es esta? Muchas esperanzas, lógicamente, en este mundo son buenas, pero luego no se cumplen. Pero la que no defrauda, lo sabemos bien, es la esperanza —como dice San Pablo en la epístola a los Colosenses-—, la esperanza que está en los cielos (cfr. Col 1,5)
Pero no es una esperanza en los cielos como algo lejano, sino los cielos que es «el Dios con nosotros», es la fuerza de Dios, el amor de Dios. Esa es la seguridad de nuestra esperanza. Una esperanza que efectivamente no defrauda. Podemos nosotros defraudar a Dios, pero Dios no nos defrauda nunca a nosotros.
Vemos ahora, en estos días cercanos a la Navidad, a Dios que se hace un niño por nosotros, que se nos entrega; que transforma— de alguna manera también para nuestra vida— el frío, la oscuridad, la pobreza de Belén en la gran riqueza del amor de Dios por nosotros, de la entrega que Él mismo hace de sí, hacia nosotros, a cada uno, a cada una de nosotros.
Por eso la Navidad es siempre un motivo de alegría, de fiesta. Y, a la vez, pensando en esa esperanza que el Señor pone en nosotros, vemos que a tantas personas les falta. Por eso nos mueve también al afán apostólico. No porque seamos mejores, sino porque hemos recibido, con la gracia de Dios, la fe, la esperanza, también para transmitirlas.
De tal manera que, viendo el mundo como está —con tantas dificultades, guerras, pobrezas, disensiones, pero a la vez, con tanta gente buena, como muchas veces lo consideramos— podemos ¡todos! colaborar a que esa bondad florezca más mirando especialmente al niño recién nacido, a la Virgen María, a San José. Esa entrega de Dios tan asombrosa, que es para cada uno de nosotros.
Pero necesitamos la fe. La fe en el Señor, la seguridad en su amor. Ahora me viene a la memoria esa oración que san Josemaría repetía mucho, y nos enseñaba a repetir dirigiéndose al Señor: «auméntanos la fe, la esperanza y la caridad» —el amor—.
Porque necesitamos el don de Dios para tener esperanza; y para poder darla también a los demás, unido al cariño, a la entrega, al servicio, que es lo que nos hace felices. Lo sabemos muy bien, lo decía san Josemaría: «lo que hace feliz no es una vida cómoda, sino una vida enamorada» (cfr. Surco, 795). Un enamoramiento que es darse, que es entrega. No es egoísmo, sino todo lo contrario.
Es también la Navidad —contemplando el misterio de ese Dios que se nos da de este modo tan total— una ocasión para que renovemos nuestro deseo de servicio, de entrega, que es lo que nos hace felices, lo que nos hace alegres y eficaces.
Yo rezo por todos vosotros, por todas vosotras. Os pido, lógicamente, que recéis por mis intenciones, por todos los trabajos que se están haciendo, también ahora por los estatutos de la Obra, por tantas intenciones apostólicas en el mundo entero, y sobre todo recemos mucho, siempre, por el Papa: por sus intenciones, por toda la Iglesia.
Muy feliz Navidad de nuevo. Confío mucho en la oración de todos vosotros también por mí y por mis intenciones, que Dios os bendiga.
Fuente: opusdei.org