Juan Luis Selma
La presencia del bien en nosotros, la ilusión de un mundo mejor es el motivo de la alegría
La alegría es una manifestación de estar bien, puede ser una emoción, respuesta por experimentar algo grato o un sentimiento, cuando es más duradero, consciente y estable. Los motivos de la alegría son muy variados y, en ocasiones, circunstanciales y puntuales. También puede tener un fundamento racional, más allá del emocional o sentimental. Según santo Tomás, "el término alegría se usa solo para el placer que acompaña a la razón: por eso para los animales no se habla de alegría, sino de placer".
Cuando confundimos alegría con placer, que es lo habitual, estamos renunciando a la auténtica alegría y nos conformamos con el estar bien, con el disfrutar, con tener chutes de dopamina, con el estar satisfechos, pero esto no nos hace felices necesariamente. Un animal irracional puede estar bien cuidado, puede poner cara de felicidad y hacer carantoñas, pero no se puede decir que sea feliz. Ya sé que esto se puede malinterpretar, pero la felicidad es algo mucho más profundo, tiene que ver con la racionalidad y la espiritualidad.
Me comentaba un joven que quería mucho a su novia, pero que, al no guardar las distancias y el respeto, cuando se utilizaban, ya no podían mirarse a los ojos. Se puede tener mucho placer y satisfacción y a la vez tristeza. Podemos estar bien, saciados y profundamente tristes.
Volviendo a Tomás de Aquino, dice que la alegría no está dentro del catálogo propio de las virtudes: "no es una virtud distinta de la caridad, sino cierto acto y efecto de la misma". La verdadera alegría es fruto de la caridad, del amor, que siempre es divino. Nos dice san Pablo: "Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos".
Este tercer domingo de Adviento tiene como nombre Gaudete, así comienza el introito de la misa: ¡Alegraos! El color morado de penitencia deja paso al rosa –morado atenuado con el blanco–. Se busca animar al pueblo a continuar con la preparación para la Solemnidad de la Natividad del Señor. El motivo de la alegría es la cercanía de Jesús, la Navidad.
Nos regocijamos en la espera paciente de la Navidad. Es la expectación, la esperanza, lo que despierta en nosotros ese buen sentimiento. Lo que nos da la alegría es la esperanza, la cercanía del bien, no tanto como su disfrute. Ni el consumir mucho, ni el poder y el dinero sacian el corazón. Todo esto es artificial; las fuentes rápidas de placer, las emociones fuertes: drogas, alcohol, poder, orgasmos… son espejismos. Pienso que, en muchas ocasiones, la esperanza, la ilusión, es mucho más rica que la posesión. Cuando posemos la flor largamente soñada, parece que la agostamos, nuestras manos al aprisionarla le quitan lozanía, vida.
En el fondo, las dos grandes corrientes dominantes, comunismos materialistas y liberalismos consumistas, son lo mismo, se tocan y abrazan. Ambos son planos, rechazan la altura, la trascendencia, lo teologal: confianza, amor y espera. Lo quieren todo ya y ahora, no buscan lo mejor sino lo práctico, útil e inmediato. Son conformistas, nada revolucionarios. No sueñan ni esperan, han renunciado al Amor y se conforman con los amoríos.
Hoy, el protagonista del Evangelio es Juan el Bautista, quien prepara los caminos del Señor, el que va por delante abriendo camino. A él se acercan muchos preguntando qué deben hacer. Su respuesta es: "El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo… no exijáis más de lo establecido… no hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie con falsas denuncias, sino contentaos con la paga". Para acercarse al Salvador hay que convertirse, mejorar; al menos, intentarlo.
La presencia del bien en nosotros, la ilusión de un mundo mejor, de la mejora personal, la esperanza, es el motivo de la alegría. Muchos de mis parientes y amigos afectados por la Dana me han comentado lo que les ha ayudado la presencia desinteresada de miles de voluntarios. Aunque algunos lo habían perdido todo, y la ayuda haya sido insignificante, la cercanía, el cariño, la solidaridad les ha dado vida, ganas de recomenzar, esperanza y fuerza para rehacer sus hogares y sus vidas. No son los muchos bienes lo que nos hace bien, sino el mismo bien.
Queda poco tiempo de Adviento. No adelantemos los acontecimientos. Todavía no es Navidad. Si no sabemos esperar para festejar, si lo adelantamos todo ya, caeremos en la inmediatez, en lo instantáneo. Perderemos la esperanza. La espera es buena, sosiega, da paz, sostiene la ilusión. Nos hace mejorar. Despierta. Quien está saciado, atiborrado, duerme.
No es momento de consumir, de festejar, sino de preparar nuestro ánimo, nuestro corazón y nuestro hogar. Ocasión de limar egoísmos, manías y rarezas. De pedir perdón y de otorgarlo. De pensar en los demás. De hacer examen y revisión para recuperar la salud espiritual, anímica y familiar. Como el Bautista, preparemos los caminos del Señor, así esperaremos gozosos la Navidad.
FUENTE: eldiadecordoba.es