10/28/13

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia

Luis Javier Moxó Soto 


El título de esta catequesis semanal está tomado del evangelio del próximo viernes, 1 de noviembre, solemnidad de todos los santos, porque también las lecturas del domingo 30º del Tiempo Ordinario, con las que abrimos la semana van referidas al tema de la justicia, que es la historia, el sentido de los acontecimientos, de Dios en el mundo. 
Dios no solo es justo, es la misma justicia, porque da a todo ser lo que su naturaleza exige, como señala santo Tomás de Aquino. Al ser no solo justo sino también misericordioso, explica el Doctor Angélico porque Su misericordia consiste en que da a cada ser más de lo que exige su naturaleza, y también en que recompensa a los justos más allá de sus méritos, y castiga a los malos con pena inferior a la que merecen.
En el número 1807 del Catecismo de la Iglesia Católica se nos dice que la justicia es la virtud moral que consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido. Estamos viendo cada día cómo nuestra justicia (que pensamos sagrada y tomamos por nuestra mano tantas veces) dista mucho de parecerse a la de Dios, que no desdeña la súplica del huérfano, ni a la viuda cuando se desahoga en su lamento (Eclo 35, 14-15). Sabemos de Dios, por boca del rey David, que aunque el justo sufra muchos males, de todos los libra el Señor; él cuida de todos sus huesos, y ni uno solo se quebrará. La maldad da muerte al malvado, los que odian al justo serán castigados (Sal 33, 20-22).
En el evangelio del pasado domingo se nos hablaba de un juez injusto que ni temía a Dios ni le importaban los hombres (Lc 18, 2). En éste, el Señor enseña la parábola del fariseo y el publicano a algunos que confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás (Lc 18, 9-14). En nuestra experiencia diaria tender a justificarnos con mentiras y exculpaciones falsas es propio de la mentalidad común. Eso de reconocer en nosotros la propia responsabilidad en la culpa, por acción u omisión del problema, malentendido o violencia que sea es lo último que se puede ocurrir pensar a la media de los mortales. El uso de la fuerza y tomar la justicia de la propia mano, usar instrumentos de muerte, es propio de esta cultura que no busca la paz sino la primacía del poder y de la razón en un conflicto familiar o internacional.
Nos podemos preguntar cada uno: ¿qué estoy haciendo yo en mi vida para que triunfe la verdad que conduce a la justicia y de la que puede surgir la paz? El camino que lleva a la verdadera paz es el de vernos capaces de ser educados y educar a nuestros jóvenes en la exigencia indomable de justicia y bondad que llevamos todos inscrita en nuestro corazón. Se trata de una estima verdadera por el hombre, en una justicia real, madurando nuestra vocación cristiana. Si renunciamos a esta tarea urgente quedaremos atrapados, como los demás, en el odio al enemigo, en la violencia que genera más violencia.
Se nos pide ejercer la caridad de verdad, amando a los enemigos y rogando por los que nos persiguen, aguardar con amor la manifestación del Señor, para que el Señor, juez justo, nos de la corona de la justicia (2 Tim 4,8). Por ello es importante saber que es evidente que en el ámbito de la ley nadie es justificado, pues el justo [solo] por la fe vivirá (Gál 3, 11). Sepamos que seremos juzgados como juzguemos y la medida que usemos la usarán con nosotros (Cf. Mt 7, 2). Por ello mismo, el que se crea seguro, ha de cuidarse de no caer (1 Cor 10, 12).
Jesucristo es la verdadera respuesta y la imagen ideal de la exigencia humana de justicia. Es el Justo, la víctima de propiciación por nuestros pecados, no solo por los nuestros, sino también por los del mundo entero (1 Jn 2,1-2). El mismo que manifestó: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados” (Mt 5, 6) también dijo:“No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan” (Lc 5, 32).


Jesús continúa rezando por nosotros ante el Padre

En Papa en la homilí­a de Santa Marta


El valor de la oración por nosotros y por los hermanos ha sido la idea sobre la que se ha centrado el santo padre en la homilía de esta mañana en Santa Marta. 
El papa Francisco ha comenzado reflexionando sobre el pasaje del evangelio de Lucas donde se narra la elección de los doce apóstoles por parte de Jesús. Es un día "un poco especial por la elección de los apóstoles", ha dicho el santo padre. Una elección - ha añadido - que sucede solo después de que Jesús ha rezado al Padre "Él solo". Así ha explicado Francisco que cuando Jesús reza al Padre está solo con Él. Después se encuentra junto a sus discípulos y elige a los doce a los que llama apóstoles. De este modo, el santo padre ha señalado tres momentos que caracterizan la jornada: Jesús que pasa "una noche entera rezando al Padre" en el monte; Jesús entre sus apóstoles; Jesús entre la gente.
Apoyándose en este fragmento del evangelio, el pontífice ha explicado que la oración es el punto central: Jesús reza al Padre porque con Él tenía intimidad; le reza por la gente que iba a encontrarlo y le reza también por los apóstoles.
Para ayudar a comprender mejor el sentido de la oración de Jesús, Francisco ha recordado "aquel bonito discurso después de la cena del Jueves Santo, cuando reza al Padre diciendo: Yo rezo por estos, los míos; pero también rezo por todos, también por los que vendrán y creerán".
La oración de Jesús es universal, aunque es también una oración personal, ha matizado el papa, y ha manifestado su deseo de que todos miremos a Jesús que reza.
Por eso el papa se ha preguntado que si Jesús rezaba en aquel tiempo, sigue rezando ahora. A lo que ha contestado que sí, "lo dice la Biblia". Ha explicado que "es el intercesor, el que reza", y reza al Padre "con nosotros y delante de nosotros. Jesús nos ha salvado. Ha hecho esta gran oración, el sacrificio de su vida para salvarnos. Estamos justificados gracias a Él. Ahora se ha ido. Y reza".
Sobre Jesús, el santo padre ha recordado que "es una persona, es un hombre con carne como la nuestra, pero en gloria. Jesús tiene las llagas en las manos, en los pies, en el costado. Y cuando reza hace ver al Padre el precio de la justificación y reza por nosotros. Es como si dijera: Padre, que no se pierda esto". El papa Francisco ha continuado indicando que "por esto, cuando rezamos decimos: por nuestro Señor Jesucristo tu Hijo. Porque Él es el primer en rezar, es nuestro hermano. Es hombre como nosotros. Jesús es el intercesor".
Al respecto, el santo padre ha hablado de las veces que pedimos oración entre nosotros: "reza por mí, ¿eh?" Algo bueno, porque debemos rezar unos por otros, ha recordado Francisco. Así, ha invitado a que pidamos a Jesús "reza por mí, tú que eres el primero de nosotros, tú reza por mi. Seguro que reza; pero dile: "Reza por mí Señor, tú eres el intercesor". Esto demuestra una gran confianza, ha señalado Francisco.
Para finalizar la homilía, el obispo de Roma ha subrayado: "pensamos mucho en esto y damos las gracias al Señor, damos gracias al hermano que reza con nosotros y reza por nosotros, intercede por nosotros. Y hablemos con Jesús. Digámosle: Señor, tú eres el intercesor, tú me has salvado, me has justificado, pero ahora reza por mí". Y ha exhortado a que le confiemos a Jesús nuestros problemas y nuestra vida, para que Él lo lleve al Padre.