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La peregrinación del primer Papa que lleva su nombre tuvo lugar en la fiesta de San Francisco de Asís
Palabras del Papa en su encuentro con los niños
minusválidos y enfermos
minusválidos y enfermos
Nosotros estamos en medio de las llagas de Jesús. Estas llagas tienen necesidad de ser escuchadas, de ser reconocidas. Y me viene a la mente cuando el Señor Jesús, cuando iba en camino con aquellos dos discípulos tristes. Al final, el Señor Jesús les mostró sus llagas y ellos lo reconocieron. Después el pan, donde Él estaba allí. Mi hermano Domingo me decía que aquí se hace la Adoración. También aquel pan tiene necesidad de ser escuchado, porque Jesús está presente y escondido detrás de la sencillez y la mansedumbre de un pan. Y aquí está Jesús escondido en estos chicos, en estos niños, en estas personas. En el altar adoramos la Carne de Jesús, en ellos encontramos las llagas de Jesús. Jesús escondido en la Eucaristía y Jesús escondido en estas llagas… Tienen necesidad de ser escuchadas. Quizá no tanto en los periódicos, como noticias… Eso es una escucha que dura uno, dos, tres días, después sigue otra cosa… Deben ser escuchadas por los que se dicen cristianos.
El cristiano adora a Jesús; el cristiano busca a Jesús; el cristiano sabe reconocer las llagas de Jesús. Y hoy todos nosotros, aquí, tenemos necesidad de decir: “¡Estas llagas deben ser escuchadas!”. Pero hay otra cosa que nos da esperanza. Jesús está presente en la Eucaristía, aquí está la Carne de Jesús; Jesús está presente entre ustedes: y la Carne de Jesús son las llagas de Jesús en estas personas”.
Pero es interesante que Jesús, cuando Resucitó era bellísimo. No tenía en su cuerpo lívidos y heridas… ¡Nada! ¡Era más bello! Sólo ha querido conservar las llagas y se las ha llevado al Cielo. Las llagas de Jesús están aquí y están en el Cielo ante el Padre. Nosotros curamos las llagas de Jesús aquí y Él, desde el Cielo, nos muestra sus llagas y nos dice a todos nosotros, a todos nosotros: “¡Te estoy esperando!” Así sea”.
Muchas gracias… y recen por todos los niños, los chicos, las personas que están aquí, por todos los que trabajan aquí. ¡Por ellos!… ¡Que el Señor los bendiga! ¡Recen también por mí, eh! Pero siempre recen a favor, no en contra, eh… Que el Señor los bendiga.
Encuentro del Santo Padre con los pobres asistidos por la Caritas
En el mismo lugar en el que San Francisco de Asís se despojó de sus vestiduras para elegir la pobreza, el Papa Francisco se ha reunido con las personas de Asís atendidas por Cáritas. El Papa ha pasado unos minutos saludando a familias, inmigrantes y niños.
Homilía del Santo Padre Francisco durante la Santa Misa, en
la Plaza de San Francisco, Asís
la Plaza de San Francisco, Asís
«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños» (Mt 11,25).
Paz y bien a todos. Con este saludo franciscano os agradezco el haber venido aquí, a esta plaza llena de historia y de fe, para rezar juntos.
Como tantos peregrinos, también yo he venido para dar gracias al Padre por todo lo que ha querido revelar a uno de estos «pequeños» de los que habla el evangelio: Francisco, hijo de un rico comerciante de Asís. El encuentro con Jesús lo llevó a despojarse de una vida cómoda y superficial, para abrazar «la señora pobreza» y vivir como verdadero hijo del Padre que está en los cielos. Esta elección de san Francisco representaba un modo radical de imitar a Cristo, de revestirse de Aquel que siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cf. 2Co 8,9). El amor a los pobres y la imitación de Cristo pobre son dos elementos unidos de modo inseparable en la vida de Francisco, las dos caras de una misma moneda.
¿Cuál es el testimonio que nos da hoy Francisco? ¿Qué nos dice, no con las palabras −esto es fácil− sino con la vida?
1. La primera cosa que nos dice, la realidad fundamental que nos atestigua es ésta: ser cristianos es una relación viva con la Persona de Jesús, es revestirse de él, es asimilarse a él.
¿Dónde inicia el camino de Francisco hacia Cristo? Comienza con la mirada de Jesús en la cruz. Dejarse mirar por él en el momento en el que da la vida por nosotros y nos atrae a sí. Francisco lo experimentó de modo particular en la iglesita de San Damián, rezando delante del crucifijo, que hoy también yo veneraré. En aquel crucifijo Jesús no aparece muerto, sino vivo. La sangre desciende de las heridas de las manos, los pies y el costado, pero esa sangre expresa vida. Jesús no tiene los ojos cerrados, sino abiertos, de par en par: una mirada que habla al corazón. Y el Crucifijo no nos habla de derrota, de fracaso; paradójicamente nos habla de una muerte que es vida, que genera vida, porque nos habla de amor, porque él es el Amor de Dios encarnado, y el Amor no muere, más aún, vence el mal y la muerte. El que se deja mirar por Jesús crucificado es re-creado, llega a ser una «nueva criatura». De aquí comienza todo: es la experiencia de la Gracia que transforma, el ser amados sin méritos, aun siendo pecadores. Por eso Francisco puede decir, como san Pablo: «En cuanto a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo» (Ga 6,14).
Nos dirigimos a ti, Francisco, y te pedimos: enséñanos a permanecer ante el Crucificado, a dejarnos mirar por él, a dejarnos perdonar, recrear por su amor.
2. En el evangelio hemos escuchado estas palabras: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11,28-29).
Ésta es la segunda cosa que Francisco nos atestigua: quien sigue a Cristo, recibe la verdadera paz, aquella que sólo él, y no el mundo, nos puede dar. Muchos asocian a san Francisco con la paz, pero pocos profundizan. ¿Cuál es la paz que Francisco acogió y vivió y nos transmite? La de Cristo, que pasa a través del amor más grande, el de la Cruz. Es la paz que Jesús resucitado dio a los discípulos cuando se apareció en medio de ellos (cf. Jn 20,19.20).
La paz franciscana no es un sentimiento almibarado. Por favor: ¡ese san Francisco no existe! Y ni siquiera es una especie de armonía panteísta con las energías del cosmos… Tampoco esto es franciscano, tampoco esto es franciscano, sino una idea que algunos han construido. La paz de san Francisco es la de Cristo, y la encuentra el que «carga» con su «yugo», es decir su mandamiento: Amaos los unos a los otros como yo os he amado (cf. Jn 13,34; 15,12). Y este yugo no se puede llevar con arrogancia, con presunción, con soberbia, sino sólo se puede llevar con mansedumbre y humildad de corazón.
Nos dirigimos a ti, Francisco, y te pedimos: enséñanos a ser «instrumentos de la paz», de la paz que tiene su fuente en Dios, la paz que nos ha traído el Señor Jesús.
3. Francisco inicia el Cántico así: «Altísimo, omnipotente y buen Señor… Alabado seas… con todas las criaturas» (FF, 1820). El amor por toda la creación, por su armonía. El Santo de Asís da testimonio del respeto hacia todo lo que Dios ha creado y como Él lo ha creado, sin experimentar con la creación para destruirla; ayudarla a crecer, a ser más hermosa y más parecida a lo que Dios ha creado. Y sobre todo san Francisco es testigo del respeto por todo, de que el hombre está llamado a custodiar al hombre, de que el hombre está en el centro de la creación, en el puesto en el que Dios −el Creador− lo ha querido, sin ser instrumento de los ídolos que nos creamos. ¡La armonía y la paz! Francisco fue hombre de armonía, un hombre de paz. Desde esta Ciudad de la paz, repito con la fuerza y mansedumbre del amor: respetemos la creación, no seamos instrumentos de destrucción. Respetemos todo ser humano: que cesen los conflictos armados que ensangrientan la tierra, que callen las armas y en todas partes el odio ceda el puesto al amor, la ofensa al perdón y la discordia a la unión. Escuchemos el grito de los que lloran, sufren y mueren por la violencia, el terrorismo o la guerra, en Tierra Santa, tan amada por san Francisco, en Siria, en todo el Oriente Medio, en todo el mundo.
Nos dirigimos a ti, Francisco, y te pedimos: Alcánzanos de Dios para nuestro mundo el don de la armonía, la paz y el respeto por la creación.
No puedo olvidar, en fin, que Italia celebra hoy a san Francisco como su Patrón. Y felicito a todos los italianos, en la persona del Jefe del Gobierno, aquí presente. Lo expresa también el tradicional gesto de la ofrenda del aceite para la lámpara votiva, que este año corresponde precisamente a la Región de Umbría. Recemos por la Nación italiana, para que cada uno trabaje siempre para el bien común, mirando más lo que une que lo que divide.
Hago mía la oración de san Francisco por Asís, por Italia, por el mundo: «Te ruego, pues, Señor mío Jesucristo, Padre de toda misericordia, que no te acuerdes de nuestras ingratitudes, sino ten presente la inagotable clemencia que has manifestado en [esta ciudad], para que sea siempre lugar y morada de los que de veras te conocen y glorifican tu nombre, bendito y gloriosísimo, por los siglos de los siglos. Amén» (Espejo de perfección, 124: FF, 1824).
Texto completo del discurso del Papa al clero, personas de vida
consagrada y miembros de los Consejos pastorales de la diócesis
consagrada y miembros de los Consejos pastorales de la diócesis
Queridos hermanos y hermanas de la Comunidad
Diocesana, ¡buenas tardes!
Les agradezco su recibimiento, sacerdotes, religiosos y religiosas, laicos comprometidos en los consejos pastorales. ¡Cuán necesarios son los consejos pastorales! Un obispo no puede guiar una diócesis sin los consejos pastorales. Un párroco no puede guiarla parroquia sin los consejos pastorales. ¡Esto es fundamental! ¡Estamos en la Catedral! Aquí se conserva la fuente bautismal en la cual San Francisco y Santa Clara fueron bautizados, que en aquel tiempo se encontraba en la Iglesia de Santa María. ¡La memoria del Bautismo es importante! El Bautismo es nuestro nacimiento como hijos de la Madre Iglesia. Yo quisiera hacerles una pregunta: ¿Quién de ustedes sabe el día de su bautismo? ¿Pocos, eh? Pocos… Ahora, tarea a casa, ¿eh? Mamá, papá, dime: ¿cuándo fui… bautizado? Pero, es importante, porque es el día del nacimiento como Hijo de Dios. Un solo Espíritu, un solo Bautismo, en la variedad de los carismas y de los ministerios. ¡Qué gran don ser Iglesia, ser parte del Pueblo de Dios! Todos somos el Pueblo de Dios. En la armonía, en la comunión de la diversidad, que es obra del Espíritu Santo, porque el Espíritu Santo es la armonía y hace la armonía: es un don de Él, y debemos ser abiertos a recibirlo!
El Obispo es custodio de esta armonía. El obispo es custodio de este don de la armonía en la diversidad. Por eso el Papa Benedicto quiso que la actividad pastoral en las Basílicas papales franciscanas sea integrada en aquella diocesana. Porque él debe hacer la armonía: es su tarea, es su deber y su vocación, y él tiene un don especial para hacerla. Estoy contento que estén caminando bien en este camino, con beneficio de todos, colaborando juntos con serenidad y los animo a continuar. La visita pastoral que ahora ha concluido y el Sínodo diocesano que están por celebrar son momentos fuertes de crecimiento para esta Iglesia, que Dios ha bendecido en modo particular. La Iglesia crece, pero no es para hacer proselitismo: ¡no, no! La Iglesia no crece por proselitismo. La Iglesia crece por atracción, la atracción del testimonio que cada uno de nosotros da al Pueblo de Dios.
Ahora, brevemente, quisiera subrayar algunos aspectos de nuestra vida de Comunidad. No quiero decirles cosas nuevas, sino confirmarlos en aquellas más importantes, que caracterizan su camino diocesano.
1. La primera cosa es escuchar la Palabra de Dios. La Iglesia es esto −lo ha dicho el obispo− la comunidad que escucha con fe y con amor al Señor que habla. El plan de pastoral que estan viviendo juntos insiste justamente en esta dimensión fundamental. Es la Palabra de Dios que suscita la fe, la nutre, la regenera. Es la Palabra que toca los corazones, los convierte a Dios y a su lógica, que es tan diferente de la nuestra; es la Palabra de Dios que renueva continuamente nuestras comunidades...
Pienso que todos podemos mejorar un poco en este aspecto: volvernos todos más oyentes de la Palabra de Dios, para ser menos ricos de nuestras palabras y más ricos de sus Palabras. Pienso al sacerdote, que tiene la tarea de predicar. ¿Cómo puede predicar si antes no ha abierto su corazón, no ha escuchado, en el silencio, la Palabra de Dios? Fuera estas homilías interminables, aburridas, de las cuales no se entiende nada… esto es para ustedes, ¿eh? Pienso al papá y a la mamá, que son los primeros educadores: ¿cómo pueden educar si su conciencia no está iluminada por la Palabra de Dios, si su modo de pensar y de actuar no es guiado por la Palabra, qué ejemplo pueden dar a los hijos? Esto es importante, porque después, papá y mamá se quejan “este hijo…” ¿pero tú? ¿Qué testimonio le has dado? ¿Cómo le has hablado? ¿De la Palabra de Dios o de los diarios? ¿Eh? ¡Papá y mamá deben hablar de la Palabra de Dios! Y pienso a los catequistas, a todos los educadores: si su corazón no tienen la calidez de la Palabra, ¿cómo pueden inflamar los corazones de los otros, de los niños, de los jóvenes, de los adultos? No basta leer las Sagradas Escrituras, se necesita escuchar a Jesús que habla en ellas. Es justamente Jesús habla en ellas. ¡Tenemos que ser antenas que reciben, sintonizadas en la Palabra de Dios, para ser antenas que transmiten! Se recibe y se transmite ¡Es el Espíritu de Dios que hace vivas las Escrituras, las hace comprender en profundidad, en su sentido verdadero y pleno! Preguntémonos como una de las preguntas del Sínodo: ¿qué lugar tiene la Palabra de Dios en mi vida, en la vida de cada día? ¿Estoy sintonizado en Dios o en tantas palabras de moda o en mí mismo? Una pregunta que cada uno de nosotros debe hacerse.
2. El segundo aspecto es aquel de caminar. Es una de las palabras que prefiero cuando pienso al cristiano y a la Iglesia. Pero para ustedes tiene un sentido particular: están entrando en el Sínodo diocesano, y hacer “sínodo” quiere decir “caminar juntos”. Pienso que esta sea verdaderamente la experiencia más bella que vivimos: ¡formar parte de un Pueblo en camino, en camino en la historia, junto con su Señor, que camina en medio de nosotros! No estamos aislados, no caminamos solos, sino que somos parte de la única grey de Cristo, que caminan juntos.
Aquí pienso aún en ustedes sacerdotes, y dejen que me ponga yo también con ustedes. ¿Qué existe de más bello para nosotros, si no caminar con nuestro pueblo? ¡Es bello! Cuando yo pienso en estos párrocos que conocen el nombre de las personas de la parroquia, que iba a encontrarlos, también como uno me decía: “Yo conozco el nombre del perro de cada familia”: ¡También el nombre del perro conocían! Que bello era, ¿no? ¿Qué hay más bello? Lo repito seguido: caminar con nuestro pueblo, a veces delante, a veces en medio y a veces detrás: adelante, para guiar la comunidad, en medio, para animarla y sostenerla, detrás, para tenerla unida para que ninguno se quede demasiado, demasiado atrás: para tenerla unida. Y también por otra razón: ¡Porque el pueblo tiene “olfato”! Tiene olfato para encontrar nuevos senderos para el camino, tiene el “sensus fidei” que dicen los teólogos. ¿Qué cosa hay de más bello? Y en el Sínodo debemos saber también qué les dice el Espíritu Santo a los laicos, al Pueblo de Dios, a todos.
Pero la cosa más importante es caminar juntos, colaborando, ayudándose mutuamente; pedirse disculpas, reconocer los propios errores y pedir perdón, pero también aceptar las disculpas de los otros perdonando −¡cuánto es importante esto!−. A veces pienso en los matrimonios que después de tantos años se separan. “no, no nos entendemos, nos hemos alejado…” Quizás no supieron pedir perdón a tiempo. Quizás no supieron perdonar a tiempo. A los recién casados yo les doy este consejo: “Peleen cuanto quieran. Si vuelan los platos, déjenlos, ¡Pero nunca terminen el día sin haber hecho las paces! ¡Nunca!” Pero… si los matrimonios aprenden a decir: “Pero, perdón, estaba cansado” o solamente un gesto: pero es esta la paz, y retomar la vida el día después. Éste es un lindo secreto, y esto evita estas separaciones dolorosas. Cuánto es importante caminar unidos, sin huidas en adelante, sin nostalgias del pasado. Y mientas se camina se habla, se conoce, se conversan los unos a los otros, se crece en el ser familia. Aquí preguntémonos: ¿cómo caminamos? ¿Cómo camina nuestra realidad diocesana? ¿Camina junta? ¿Qué hago yo para que ella camine verdaderamente unida? Yo no quisiera entrar aquí en el argumento de las habladurías, pero ustedes saben que las murmuraciones dividen siempre, ¿no?
3. Entonces: escuchar, caminar, y el tercer aspecto es aquél misionero: anunciar hasta en las periferias. También esto lo he tomado de ustedes, de sus proyectos pastorales. El obispo ha hablado recientemente, pero quiero subrayarlo, también porque es un elemento que he vivido mucho cuando estaba en Buenos Aires: la importancia de salir para ir al encuentro del otro, en las periferias, que son lugares, pero son sobretodo personas en situaciones de vida especial. Es el caso de la diócesis que tenía antes, aquella de Buenos Aires: una periferia que me hacía tanto mal, era encontrar en las familias de clase media, niños que no sabían hacerse la señal de la Cruz. Pero ésta es una periferia, ¿eh? Y yo les pregunto: Aquí en esta diócesis, ¿hay niños que no saben hacerse la señal de la Cruz? Piensen. Estas son verdaderas periferias existenciales, donde Dios no está.
En un primer sentido, las periferias de esta diócesis, por ejemplo, son las zonas de la Diócesis que corren el riesgo de estar en los márgenes, fuera de los rayos de luz de los reflectores. Pero son también personas, realidades humanas de hecho marginadas, despreciadas. Son personas que tal vez se encuentran físicamente cerca del “centro”, pero espiritualmente están lejanas.
No tengan miedo de salir e ir al encuentro de estas personas, de estas situaciones. No se dejen bloquear por los prejuicios, las costumbres, por la rigidez mental o pastoral, ¡por el “se ha hecho siempre así!”. Se puede ir a las periferias sólo si se lleva la Palabra de Dios en el corazón y se camina con la Iglesia, como san Francisco. De otro modo llevamos a nosotros mismos, no la Palabra de Dios, ¡y esto no es bueno, no sirve a nadie! No somos nosotros que salvamos el mundo: ¡Es justamente el Señor que lo salva!
Queridos amigos, no les he dado recetas nuevas. No las tengo, y no crean a quien dice tenerlas: no hay. Pero he encontrado en el camino de vuestra Iglesia aspectos bellos e importantes que los han hechos crecer y quiero confirmarlos en ellos. Escuchen la Palabra, caminen juntos en fraternidad, ¡anuncien el Evangelio en las periferias! ¡El Señor los bendiga, la Virgen los proteja, y san Francisco los ayude a todos a vivir la alegría de ser discípulos del Señor! Gracias.
Palabras del Santo Padre a las monjas de clausura
Yo pensaba que esta reunión habría sido..., como hicimos dos veces en Castel Gandolfo, en la sala capitular, yo solo con las religiosas, pero, les confieso, no tengo el valor de echar a los Cardenales. Hagámosla así…
Bien. Les agradezco mucho la acogida y la oración por la Iglesia. Cuando una religiosa en la clausura, consagra toda su vida al Señor, se produce una transformación que no se termina de comprender. La normalidad de nuestro pensamiento diría que esta religiosa se vuelve aislada, sola con lo Absoluto, sola con Dios… es una vida ascética, penitente… Pero éste no es el camino de una religiosa de clausura católica, y ni siquiera cristiana. El camino pasa por Jesucristo: siempre.
Jesucristo está en el centro de su vida, de su penitencia, de su vida comunitaria, de su oración y también de la universalidad de la oración. Y por este camino sucede lo contrario de lo que se piensa que sea esta religiosa ascética de clausura: cuando va por el camino de la contemplación de Jesucristo, de la oración y de la penitencia con Jesucristo, se vuelve grandemente humana.
Las monjas de clausura están llamadas a tener gran humanidad, una humanidad como la de la Madre Iglesia: humanas, comprender todas las cosas de la vida, ser personas que saben comprender los problemas humanos, que saben perdonar, que saben pedir al Señor por las personas… Su humanidad: y su humanidad viene por este camino, la encarnación del Verbo, el camino de Jesucristo.
¿Y cuál es la característica de una monja tan humana? La alegría. La alegría, cuando hay alegría. A mí me causa tristeza cuando encuentro a religiosas que no son gozosas. Quizá sonrían, pero... con la sonrisa de una asistente de vuelo, ¿no? ¡Hum! Pero no con la sonrisa de la alegría, de esa que viene desde dentro, ¡eh! Siempre con Jesucristo.
Hoy en la Misa, hablando del Crucificado, decía que Francisco lo había contemplado como con los ojos abiertos, con las heridas abiertas, con la sangre que se derramaba: y ésta es su contemplación, la realidad. La realidad de Jesucristo. No ideas abstractas: no ideas abstractas, porque secan la cabeza. Y la contemplación de las llagas de Jesucristo, y las ha llevado al Cielo, ¡y las tiene!, es el camino de la humanidad de Jesucristo: siempre con Jesús, Dios, Hombre. Y por esto es tan bello cuando la gente va al locutorio de los monasterios y piden oraciones y cuentan sus problemas, hablan… Quizá la religiosa no diga nada extraordinario, pero una palabra que les venga precisamente de la contemplación de Jesucristo, porque la religiosa, como la Iglesia, va por el camino de estar abierta a la humanidad. Y éste es su camino: no demasiado espiritual, ¡eh! Cuando son demasiado espirituales, yo pienso en la fundadora de los monasterios de su competencia, Santa Teresa, por ejemplo, ¿no?
Cuando una religiosa iba a verla, oh, con estas cosas… decía a la cocinera: “¡Dale un bife!”. Siempre con Jesucristo, siempre. La humanidad de Jesucristo, porque el Verbo ha venido en la carne, Dios se ha hecho carne por nosotros, y esto les dará a ustedes una santidad humana, grande, bella, madura; una santidad de Madre. Y la Iglesia las quiere así: madres. Madre, madre. Dar la vida, ¿no? Cuando ustedes rezan, por ejemplo, por los sacerdotes, por los seminaristas, ustedes tienen con ellos una relación de maternidad, con la oración los ayudan a llegar a ser buenos pastores del pueblo de Dios. Pero acuérdense del bife de Santa Teresa, ¡eh! Es importante. Y esto es lo primero: siempre con Jesucristo, las llagas de Jesucristo, las llagas del Señor. Porque es una realidad que después de la Resurrección Él las tenía y las ha llevado.
Y la segunda cosa que quería decirles, brevemente, es la vida de la comunidad. Pero… perdonen, sopórtense, porque la vida de la comunidad no es fácil. ¡El diablo aprovecha todo para dividir! Dice:“Pero… yo no quiero hablar mal, pero…”, y se comienza con la división. No, esto no va, porque no lleva a nada: a la división. Cuidar la amistad entre ustedes, la vida de la familia, el amor entre ustedes. Y que el monasterio no sea un Purgatorio, que sea una familia… Porque los problemas están, estarán, pero, como se hace en una familia, con amor, buscar la solución con amor: no destruir esto para resolver aquello; no tener competencias… Cuidar la vida de la comunidad, porque cuando en la vida de la comunidad es así, de familia, es precisamente el Espíritu Santo el que está en medio de la comunidad.
Estas dos cosas quería decirles: la contemplación siempre −¡siempre!− con Jesús; Jesús, Dios y Hombre. Y la vida de la comunidad, siempre con un corazón grande, ¡eh! Dejando pasar… no vanagloriarse, soportar todo, sonreír desde el corazón… Y el signo de esto es la alegría. Y yo pido para ustedes esta alegría que nace precisamente de la verdadera contemplación y de una bella vida comunitaria.
Gracias. Gracias de la acogida. Les pido que recen por mí, por favor: ¡no lo olviden!
Antes de la bendición, recemos a la Virgen: Ave María…
Palabras del Santo Padre en su encuentro con los jóvenes
Vídeo: El Papa responde preguntas de jóvenes en Asís: "El matrimonio y el sacerdocio son de por vida"
Éstas son las preguntas formuladas al Santo Padre por los jóvenes:
1. Vocación: ¿Qué hacer en la vida? ¿Cómo y dónde usar los talentos que el Señor me ha dado? A veces nos atrae la idea del sacerdocio o de la vida consagrada. Pero inmediatamente nace el miedo. Y luego, un compromiso así: ¿para siempre? ¿Cómo reconocer la llamada de Dios? ¿Qué aconseja a quien quisiera dedicar la vida al servicio de Dios y de los hermanos?
2. Familia: Nosotros, jóvenes, vivimos en una sociedad donde al centro está ‘el estar bien’, el divertirse, el pensar en sí mismos. Vivir un matrimonio de jóvenes cristianos es complejo, abrirse a la vida es un desafío y un temor frecuente. Como pareja joven sentimos la alegría de vivir nuestro matrimonio, pero experimentamos la fatiga y los desafíos cotidianos. ¿Cómo puede ayudarnos la Iglesia, cómo pueden sostenernos nuestro pastores, cuáles pasos también nosotros estamos llamados a cumplir?
3. Trabajo: También en Umbría la crisis económica general de estos últimos años ha provocado situaciones de malestar y pobreza. El futuro se presenta incierto y amenazante. El riesgo es de perder, junto con la seguridad económica, también la esperanza. ¿Cómo debe mirar al futuro un joven cristiano? ¿En cuál de estos caminos comprometerse para la edificación de una sociedad digna de Dios y digna del hombre?
4. Misión: Es bello para nosotros estar aquí junto a Usted y escuchar sus palabras que nos animan e inflaman nuestro corazón. El año de la fe que concluye dentro de algunas semanas, ha repropuesto a todos los creyentes la urgencia del anuncio de la Buena Noticia. También nosotros quisiéramos participar en esta aventura entusiasmante. ¿Pero cómo? ¿Cuál puede ser nuestra contribución? ¿Qué debemos hacer?
Texto completo de las palabras del Papa a los jóvenes:
¡Gracias por haber venido, gracias por esta fiesta! De veras: ¡esta es una fiesta! Y gracias por sus preguntas.
Me alegra que la primera pregunta haya sido de un matrimonio joven ¡un lindo testimonio! Dos jóvenes que han optado, que han decidido formar una familia, con alegría y con valor. ¡Sí, porque es cierto, se necesita ser valientes para formar una familia! ¡Hace falta valor! Y la pregunta de ustedes, jóvenes esposos, se enlaza con la de la vocación. ¿Qué es el matrimonio? Es una verdadera vocación, al igual que el sacerdocio y la vida religiosa. Dos cristianos que se casan han reconocido en su historia de amor la llamada del Señor, la vocación para formar de dos, hombre y mujer, una sola carne, una sola vida. Y el Sacramento del matrimonio envuelve este amor con la gracia de Dios, lo arraiga en Dios mismo. ¡Con este don, con la certeza de esta llamada, se puede partir seguros, no se tiene miedo de nada, se puede afrontar todo, juntos!
Pensemos en nuestros padres, en nuestros abuelos o bisabuelos: se casaron en condiciones mucho más pobres que las nuestras, algunos en tiempo de guerra, o en la posguerra; algunos emigraron, como mis padres. ¿Dónde encontraban la fuerza? La encontraban en la certeza de que el Señor estaba con ellos, de que la familia está bendecida por Dios en el Sacramento del matrimonio, y de que es bendita la misión de tener hijos y de educarlos. Con estas certezas superaron incluso las pruebas más duras. Eran certezas simples, pero verdaderas, formaban columnas que sostenían su amor. Su vida no era fácil: había problemas, tantos problemas. Pero estas certezas simples les ayudaban a ir hacia delante. Y lograron hacer una bella familia, a dar vida, a hacer crecer sus hijos.
¡Queridos amigos, se necesita esta base moral y espiritual, para construir bien y de forma sólida! Hoy en día, las familias y la tradición social ya no garantizan esta base. Aún más, la sociedad en la que ustedes nacieron privilegia los derechos individuales en lugar de la familia, estos derechos individuales, privilegian las relaciones que duran hasta que no surgen dificultades, y por esta razón a veces habla de relación de pareja, de familia y de matrimonio de forma superficial y equívoca. Sería suficiente ver ciertos programas de televisión: y se ven estos valores, ¿no? Cuántas veces, los párrocos −también yo, algunas veces lo he escuchado− oyen una pareja que viene a casarse: “Pero, ¿ustedes saben que el matrimonio es para toda la vida?”. “Ah, nosotros nos amamos tanto, pero… estaremos juntos mientras dure el amor. Cuando termina, uno por un lado y el otro por otro”. Es el egoísmo: cuando yo no siento, termino el matrimonio y me olvido de aquella “una sola carne” que no puede separarse. Es arriesgado casarse: ¡es riesgoso! Es aquel egoísmo que nos amenaza, porque dentro de nosotros todos tenemos la posibilidad de una doble personalidad: aquella que dice “yo, libre, yo quiero esto…”, y la otra que dice:“Yo, me, mi, conmigo, por mi…”: ¿eh? El egoísmo siempre, que regresa y no sabe abrirse a los otros. La otra dificultad es esta cultura del provisorio: parece que nada sea definitivo. Todo es provisorio. Como dije recientemente: pero el amor, hasta que dura. Una vez oí un seminarista −bueno, ¿eh?− que decía:“Yo quiero ser sacerdote pero por diez años. Luego volveré a pensar”. Pero… ¡es la cultura de lo provisorio, y Jesús, no nos ha salvado provisoriamente: nos ha salvado definitivamente!
¡Pero el Espíritu Santo suscita siempre respuestas nuevas a las nuevas exigencias! Y así se han multiplicado en la Iglesia los caminos para los novios, los cursos de preparación para el Matrimonio, los grupos de matrimonios jóvenes en las parroquias, los movimientos familiares... ¡Son una riqueza inmensa! Son puntos de referencia para todos: para los jóvenes en busca, para las parejas en crisis, para los padres que tienen problemas con sus hijos y viceversa. Pero nos ayudan todos. Y luego están las diferentes formas de acoger: acogida, adopción, hogares de acogida de diversos tipos... La fantasía −me permito la palabra− ¡La fantasía del Espíritu Santo es infinita, pero también es muy concreta! Entonces les quiero decir que no tengan miedo de dar pasos definitivos en la vida: no tener miedo de darlos. Cuántas veces he oído madres que me decían: “Pero, Padre, yo tengo un hijo de 30 años y no se casa: ¡no sé qué cosa hacer! Tiene una bella novia, pero no se decide…”. ¡Pero, señora, no le planche más las camisas! ¡Es así! No tener miedo de dar pasos definitivos, como el del matrimonio: profundicen su amor, respetando sus tiempos y expresiones, recen y prepárense, pero luego ¡confíen en que el Señor no los deja solos! Háganlo entrar en su hogar como uno de la familia, Él los sostendrá siempre.
La familia es la vocación que Dios ha escrito en la naturaleza del hombre y de la mujer, pero también hay otra vocación complementaria al matrimonio: el llamado al celibato y a la virginidad por el Reino de los Cielos. Es la vocación que el mismo Jesús vivió. ¿Cómo reconocerla? ¿Cómo seguirla? Es la tercera pregunta que me han presentado. Pero, alguno de ustedes puede pensar: “pero, ¡qué bien este Obispo! Hicimos las preguntas y ¡tiene las respuestas todas listas, escritas!” Yo recibí las preguntas algunos días atrás, ¿eh? Por eso las conozco… Y yo les respondo con dos elementos esenciales, sobre cómo reconocer esta vocación al sacerdocio o a la vida consagrada. Primer elemento: orar y caminar en la Iglesia. Estas dos cosas van de la mano, se entrelazan. En el origen de toda vocación a la vida consagrada siempre hay una fuerte experiencia de Dios ¡una experiencia que no se olvida, se recuerda para toda la vida! Es aquella que tuvo Francisco, ¿no? Y esto no lo podemos ni calcular ni programar. ¡Dios siempre nos sorprende! Es Dios el que llama; pero es importante tener una relación diaria con Él, escucharlo en silencio ante el Tabernáculo y dentro de nosotros mismos, hablarle, acercarse a los Sacramentos. Tener esta relación familiar con el Señor es como tener abierta la ventana de nuestra vida, para que Él nos haga escuchar su voz, lo que quiere de nosotros. Sería lindo escuchar aquí a los sacerdotes presentes, a las religiosas... Sería lindísimo, porque cada historia es única, pero todas empiezan con un encuentro que ilumina en lo profundo, que toca el corazón y envuelve a toda la persona: afecto, intelecto, sentidos, todo. La relación con Dios no concierne sólo a una parte de nosotros mismos, sino que abarca todo. Es un amor tan grande, tan hermoso, tan verdadero, que merece todo y merece toda nuestra confianza. Y me gustaría decir una cosa con fuerza, sobre todo hoy: ¡la virginidad por el Reino de Dios no es un "no" es un "sí"! Por supuesto, implica la renuncia a un vínculo conyugal y a una familia propia, pero la base es el "sí" como respuesta al "sí" total de Cristo hacia nosotros, y este "sí" hace fecundos.
¡Pero aquí, en Asís no hay necesidad de palabras! ¡Está Francisco, está Clara allí, ellos hablan! Su carisma sigue hablando a muchos jóvenes en todo el mundo: muchachos y muchachas que dejan todo para seguir a Jesús por el camino del Evangelio.
He aquí, el Evangelio. Quisiera tomar la palabra "Evangelio" para responder a las otras dos preguntas que me han formulado, la segunda y la cuarta. Una se refiere al compromiso social, en este período de crisis que amenaza la esperanza; y la otra se refiere la evangelización, llevar el mensaje de Jesús a los demás. Ustedes me preguntan: ¿qué podemos hacer? ¿Cuál puede ser nuestro aporte?
Aquí, en Asís, aquí cerca de la Porciúncula, me parece oír la voz de San Francisco, que nos repite:“¡Evangelio, Evangelio!”. Me lo dice también a mí: aún más, en primer lugar a mí: ¡Papa Francisco, sé servidor del Evangelio! Si yo no logro a ser un servidor del Evangelio, ¡mi vida no vale nada!
Pero el Evangelio, queridos amigos, no concierne sólo a la religión, concierne al hombre, a todo el hombre y concierne al mundo, a la sociedad, a la civilización humana. El Evangelio es el mensaje de salvación de Dios para la humanidad. ¡Pero cuando decimos "mensaje de salvación", no es una forma de hablar, no son meras palabras o palabras vacías, como tantas que hay hoy en día! ¡La humanidad necesita realmente ser salvada! Lo vemos todos los días cuando leemos el periódico, o escuchamos las noticias en la televisión, pero también lo vemos a nuestro alrededor, en las personas, en las situaciones..., ¡y lo vemos en nosotros mismos! ¡Cada uno de nosotros tiene necesidad de salvación! ¡Solos no podemos! ¡Tenemos necesidad de salvación! ¿Salvación de qué? Del mal. El mal obra, hace su trabajo. Pero el mal no es invencible y el cristiano no se resigna ante el mal. Y ustedes, los jóvenes ¿quieren resignarse ante el mal, las injusticias, las dificultades? ¿Quieren o no quieren? [Los jóvenes responden: ¡no!] Ah, ¡está bien! Esto me gusta. Nuestro secreto es que Dios es más grande que el mal: ¡es verdad, Dios es más grande que el mal! Dios es amor infinito, misericordia sin límites, y este Amor ha vencido el mal en su raíz en la muerte y resurrección de Cristo. ¡Éste es el Evangelio, la Buena Nueva: el amor de Dios ha ganado! Cristo murió en la cruz por nuestros pecados y resucitó. Con Él podemos luchar contra el mal y vencerlo todos los días. ¿Creemos en ello, o no? [Los jóvenes responden: ¡sí!] Pero este‘sí’ debe ir en la vida ¿eh? Si yo creo que Jesús venció el mal y me salvará, debo seguir a Jesús, debo ir por el camino de Jesús toda la vida.
Entonces, el Evangelio, este mensaje de salvación, tiene dos destinos que están enlazados: el primero, suscitar la fe, y ésta es la evangelización; el segundo, transformar el mundo según el designio de Dios, y ésta es la animación cristiana de la sociedad. Pero no son dos cosas separadas, son una sola misión: ¡llevar el Evangelio a través del testimonio de nuestras vidas transforma el mundo! Éste es el camino: llevar el Evangelio a través del testimonio de nuestra vida.
Miremos a Francisco: él hizo ambas cosas, con la fuerza del único Evangelio. Francisco hizo crecer la fe, renovó la Iglesia, y al mismo tiempo renovó la sociedad, la hizo más fraterna, pero siempre con el Evangelio, con el testimonio. ¿Saben qué cosa dijo una vez Francisco a sus hermanos? “Prediquen siempre el Evangelio y, si fuera necesario, ¡también con las palabras!”. Pero, ¿cómo? ¿Se puede predicar el Evangelio sin las palabras? ¡Sí, con el testimonio! Primero, el testimonio, luego, las palabras. ¡El testimonio!
¡Jóvenes de Umbría: hagan lo mismo! Hoy, en nombre de San Francisco, les digo, no tengo ni oro, ni plata para darles, sino algo mucho más valioso, el Evangelio de Jesús, ¡vayan con coraje! Con el Evangelio en su corazón y en sus manos, sean testimonios de la fe con su vida: lleven a Cristo a sus hogares, anúncienlo entre sus amigos, acójanlo y sírvanlo en los pobres. ¡Jóvenes: Den a Umbría un mensaje de vida, de paz y de esperanza! ¡Ustedes pueden hacerlo!
[Luego de rezar el Padrenuestro e impartir su bendición] Y, por favor les pido: ¡Recen por mí!