10/15/13

De lo ordinario a lo extraordinario. El camino de la santidad

Arnaldo Alvarado S. 

Los santos son los mejores hijos de la Iglesia. Son quienes han vivido y construido mejor la historia y por eso permanecen en la memoria de todos, seamos o no simpatizantes de su espiritualidad. Ellos no nacieron santos, sino se santificaron en las realidades de sus vidas. Vivieron intensamente en la tierra con la mirada en el cielo. No se aislaron, ni quisieron ser reconocidos en aquello que hicieron. Se hicieron todo para todos.

Pero ¿dónde encontramos la santidad? Dios es la fuente. La Iglesia es santa porque su fundador, Cristo, es santo. La santidad de la Iglesia se expresa también en la Iglesia del cielo que está formado por santos; nos da los medios de santificación: la doctrina y los sacramentos; además da continuos frutos de santidad (Cfr. CEC 823-829). Quién es hijo de la Iglesia y permanece en ella tiene todos los medios para la santidad.

Ahora quisiera presentar la figura de un buen hijo de la Iglesia. Pido disculpas desde ahora lo poco que puedo decir. Se trata de san Josemaría Escrivá de Balaguer. Nació en Barbastro (España) el 09 de enero de 1902. Fundó el Opus Dei el 2 de octubre de 1928. Canonizado el 6 de octubre del 2002. Él perteneció a una familia de intensa vida cristiana. Experimentó en ella los gozos y las durezas como la muerte de sus hermanos pequeños o la bancarrota en los negocios familiares. Al quedar huérfano él tuvo que velar por su madre y hermanos.

Pronto sintió la llamada de Dios al sacerdocio. A los 23 años recibió la ordenación sacerdotal. Toda su vida está llena de un intenso amor a la Eucaristía, a la Virgen María, a la Iglesia, al Papa, que él consideraba sus grandes amores. Cuando Dios le pidió fundar el Opus Dei apenas era un sacerdote joven, con alegría, gracia humana y buen humor. Pero Dios quiso por medio de él transmitir un mensaje suyo. La alegría que tiene su raíz en forma de cruz nunca le faltó.
Toda su vida puede sintetizarse en esto que él mismo rezaba: “Jesús, que sea yo el último en todo…y el primero en el Amor” (Camino, 430). Sus enseñanzas y escritos constituyen un tesoro para la Iglesia y para todos los cristianos. Pues es doctrina del evangelio. Quién le escucha queda sorprendido de lo que dice. Sus palabras encierran un realismo tal que sintoniza con una vida sea de la edad, condición, cultura, raza, afición que sea. Sus escritos son claros y directos. Lo que dice siempre estimula a iniciar el recorrido por el camino inclinado de la santidad. Tuvo una personalidad extraordinaria porque amó mucho. Sería un error pensar que esto es sólo para algunos. ¡No!, Lo que predica es una enseñanza de la Iglesia, “tan nuevo y antiguo como el evangelio”. Pero hay que escucharle libre de todo prejuicio.

Nos trajo de Dios un don tan antiguo y tan nuevo: la llamada universal a la santidad. Este fue el centro de sus enseñanzas. Tal vocación consiste en que todos, absolutamente todos, por el bautismo estamos llamados a ser santos. El ideal es alto, pero está al alcance de todos. En efecto, la vida cristiana es esto: “sed santos como mi padre celestial es perfecto”. Como discípulos de Jesús nuestra tarea principal es santificarnos; es decir, hacer bien lo que tenemos que hacer. Sí, precisamente eso que tenemos que hacer. Sin ninguna rareza, sin buscar cosas extraordinarias y fuera de nuestras posibilidades. De este modo, el campesino tendrá que trabajar como un buen cristiano campesino; la ama de casa lo mismo, el catedrático con inteligencia e inflamado de amor a Dios, el que tiene altas responsabilidades tendrá que hacer su trabajo de cara a Dios y a los demás.

Cuando él se marchó al cielo la obra de Dios –Opus Dei- estaba extendido por los cinco continentes. Pero ¿cuál es el secreto? Tal vez esté en esto que él mismo dice: “Todo lo que se hace por Amor adquiere hermosura y se engrandece” (Camino, 429).

Este hombre de Dios falleció repentinamente en Roma el 26 de junio de 1975, después de haber mirado con inmenso cariño por última vez una imagen de la Virgen que presidía su cuarto de trabajo. Fue canonizado por el Papa Juan Pablo II. Llamado por el mismo como el santo de lo ordinario. Su fiesta litúrgica se celebra el 26 de junio. El cuerpo de san Josemaría Escrivá reposa en la Iglesia Prelaticia de Santa María de la Paz, Roma. Demos gracias a Dios por la vida de éste santo y muchos otros. Ellos son nuestros hermanos mayores. Están en el cielo e interceden por nosotros. ¡Qué gran herencia y tarea!.