Enrique Diaz Diaz
III Domingo Ordinario
Nehemías 8, 2-4. 8-10: “El pueblo comprendía la lectura del libro de la ley”
Salmo 18: “Tú tienes, Señor, palabras de vida eterna”
I Corintios 12, 12-30: “Ustedes son el cuerpo de Cristo y cada uno es un miembro de Él”
San Lucas 1, 1-4; 4, 14-21: “Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura”
“¿A quiénes proponemos para que coman con el Papa?”. Difícil decisión pero la Asamblea Diocesana poco a poco va desgranando los nombres y si hay una gran diversidad, también hay un cierto sentido común: 8 personas de nuestros pueblos indígenas que representen nuestras culturas, que sirvan en su comunidad y que vivan el Evangelio. Chalchihuitán está catalogado como uno de los 10 municipios de mayor pobreza a nivel nacional. Su párroco, el Padre Sebastián López, pequeñito pero de una sencillez impresionante y de un corazón grande, ha entregado su vida, su alegría y su sacerdocio en favor de estas comunidades que se debaten entre la miseria, el caciquismo, el alcohol y el olvido. Allá en su misma lengua, Tsotsil, va sembrando el Evangelio y va sembrando esperanza. ¿Qué sentirá el Padre Sebastián cuando se siente a la mesa para compartir el pan con el Papa Francisco? Y con él participarán otras siete personas, igual de sencillas, igual de entregadas. Un poquito de Buena Nueva para nuestros pueblos sufrientes.
Es el año de la Misericordia y coincide que San Lucas, el evangelista de la Misericordia, será nuestro compañero en este año litúrgico. Los evangelistas no son meros recopiladores, han escuchado y vivido la Buena Nueva y tratan de transmitirla para que dé vida a su pueblo. Así lo expresa Lucas al iniciar su escrito: “pensé escribírtelo por orden para que veas la verdad de lo que se te ha enseñado”. Al pueblo cristiano recién nacido, que se encuentra hostigado tanto interna como externamente, Lucas quiere ofrecerle una seguridad y por eso presenta “su investigación” y Evangelio. El mundo griego y el mundo romano, le ofrecían la salvación basada en el poder, la fuerza, el dinero y la gloria humana. Pero estos medios no salvan ni a toda persona, ni a todas las personas; al contrario marginan a los que no tienen, a los débiles, y así se convierten en causa de sufrimiento.
La salvación que nos propone Lucas, la salvación de Jesús, es total, porque salva toda la persona y es universal, a todos los hombres y mujeres, si bien los privilegiados para Jesús son los marginados de la salvación humana, especialmente los “anawin”, los pobres entre los pobres, los miserables y los pecadores. El Evangelio de Lucas, se convierte en Buena Nueva y nos presenta a Cristo muy cercano al dolor, a la pobreza, a la oración, a una salvación universal pero con preferencia de los más pequeños. Siendo el Evangelio de la Misericordia este año tiene un significado muy especial y nos ayudará a profundizar en el amor de Dios hecho rostro en Jesús, un Cristo humano, que sufre, muy comprensivo con el pecador, pero muy exigente para poner en primer lugar a los más necesitados.
Después de la infancia y como preludio a su vida pública, San Lucas nos presenta el programa de Jesús. En la sinagoga, retoma las palabras del profeta Isaías, las asume como propias y se reconoce enviado por el Espíritu y con una misión especial: “para llevar a los pobres la Buena Nueva, para anunciar la liberación a los cautivos y la curación a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor”.
La palabra “Ev-angelio” significa “Buena Nueva” y expresa el anuncio de Jesús. El texto que ha tomado del profeta Isaías recuerda al pueblo de Israel, oprimido y golpeado que, vuelto a Palestina después del destierro, no ha encontrado la paz y prosperidad que esperaba. A esos pobres y desamparados, Dios les muestra que cuida de ellos enviándoles un profeta. Las palabras que toma Jesús para anunciar su misión hoy nos parecerían subversivas y despertarían en más de uno graves sospechas: llevar a los pobres buenas nuevas (no despensas ni dádivas asistenciales para seguirlos explotando); anunciar la liberación a los cautivos (¿cuántos presos hay injustamente en la prisiones, no precisamente por maldades sino por otros motivos o como chivos expiatorios?); curación a los ciegos (a los físicamente ciegos a causa de su pobreza, de la marginación y del olvido como los encontramos en Chiapas, pero también a los ciegos a quienes se les tapan los ojos y no se les reconocen sus derechos ni su dignidad); y vuelve a hablar de los oprimidos pero no como discurso político, sino como una opción para acceder a una nueva vida. Y termina ofreciendo “proclamar un año de gracia”, un año de Misericordia como el que ahora estamos viviendo.
A muchos de los que estaban en la sinagoga no parecieron gustarles estas palabras, como veremos en el próximo domingo, esperarían alguna reflexión más piadosa pero menos comprometida. Sin embargo Jesús dice que esta palabra se cumple, no porque ya no haya pobres, ciegos u oprimidos, sino porque Él está de su lado y ha comenzado a anunciar la Buena Noticia. Ésta es la misión del cristiano hoy. Debemos vivir conforme a la propuesta de Jesús, debemos luchar porque hoy se haga realidad la causa de Jesús. Y todavía nos falta mucho. Es más, a veces parece que ni siquiera hemos iniciado. Nos preocupamos mucho de ideologías y de doctrinas, y los pobres siguen sin ser tenidos en cuenta, y no se les anuncian buenas noticias, y no se devuelve la libertad a los cautivos.
Para que no caigamos en desaliento es constante la insinuación de San Lucas: estamos viviendo esta salvación pero aún no; hoy se cumple pero al cristiano le queda la tarea pendiente. Porque la salvación no es estática, sino algo dinámico que cada día se va construyendo; porque nunca debemos dejar de trabajar; porque luchamos por construir un Reino Nuevo que no termina y no se limita a este mundo, pero que tiene que iniciar y hacerse realidad desde nuestra historia, si no, será una gran mentira.
Las palabras de Isaías no podemos sólo aplicarlas a Jesús, se deben aplicar a cada uno de nosotros: ¿Soy yo una buena noticia para mis hermanos, para los que hoy están sufriendo? ¿Cómo estamos, como Iglesia y como humanidad, comprometiéndonos en una verdadera liberación para los miles de marginados que desde su pobreza solamente ven pasar de largo el progreso, los alimentos y la tecnología, y ellos se quedan olvidados? ¿Qué acciones concretas podemos hacer para que “hoy se cumpla” esta palabra del Señor?
Padre Misericordioso, que tu Buena Nueva resuene en el corazón de los pobres y que cada discípulo misionero se transforme en rostro de Jesús que sana, libera y da vida. Amén.