El Papa ayer en Santa Marta
A permanecer en Dios nos exhorta San Juan Apóstol en la Primera Lectura (1Jn 3,22–4,6). Permanecer en Dios es como el soplo de la vida cristiana, y el estilo. Un cristiano es el que permanece en Dios, el que tiene el Espíritu Santo y se deja guiar por Él. Al mismo tiempo, el Apóstol nos pone en guardia de no fiarnos de cualquier espíritu. Así pues, hay que examinar los espíritus, para ver si provienen verdaderamente de Dios. Y esta es la regla diaria de la vida que nos enseña Juan.
Pero, ¿qué quiere decir examinar los espíritus? No se trata de “fantasmas”: se trata de probar, de ver qué pasa en mi corazón, de cuál es la raíz de lo que está sintiendo ahora, de dónde viene. Eso es examinar para comprobar si lo que siento viene de Dios o viene del otro, del anticristo.
La mundanidad es precisamente el espíritu que nos aleja del Espíritu de Dios que nos hace permanecer en el Señor. ¿Cuál es el criterio para hacer un buen discernimiento de lo que pasa en mi alma? El Apóstol Juan nos da uno solo: todo espíritu que confiesa a Jesucristo venido en carne es de Dios; y todo espíritu que no confiesa a Jesús no es de Dios. El criterio es, pues, la Encarnación. Yo puedo sentir tantas cosas dentro, incluso cosas buenas, ideas buenas. Pero si esas ideas buenas, esos sentimientos, no me llevan a Dios que se ha hecho carne, no me llevan al prójimo, al hermano, no son de Dios. Por eso, Juan comienza este pasaje de su carta diciendo:Y éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y que nos amemos unos a otros.
Podemos hacer muchos planes pastorales, imaginar nuevos métodos para acercarnos a la gente, pero si no recorremos el camino de Dios venido en la carne, del Hijo de Dios que se ha hecho Hombre para caminar con nosotros, no estamos en la senda del buen espíritu: es el anticristo, es la mundanidad, es el espíritu del mundo. Cuánta gente encontramos, en la vida, que parece espiritual: ¡Qué persona tan espiritual!; pero ni hablar de hacer obras de misericordia. ¿Por qué? Porque las obras de misericordia son precisamente lo concreto de nuestra confesión de que el Hijo de Dios se ha hecho carne: visitar enfermos, dar de comer a quien no tiene alimento, cuidar a los descartados… Obras de misericordia: ¿por qué? Porque cada hermano nuestro, al que debemos amar, es carne de Cristo. Dios se hizo carne para identificarse con nosotros. Y cuando uno sufre es Cristo quien sufre.
No confiar de cualquier espíritu, estar atentos, examinar si los espíritus vienen de Dios. El servicio al prójimo, al hermano, a la hermana que tienen necesidad, también de un consejo, que necesitan mi oído para ser escuchados, esas son señales de que vamos por el camino del buen espíritu, es decir, por la senda del Verbo de Dios que se hizo carne. Pidamos al Señor, hoy, la gracia de conocer bien lo que pasa en nuestro corazón, lo que nos gusta hacer, o sea, lo que más me afecta: si el espíritu de Dios, que me lleva al servicio de los demás, o el espíritu del mundo que gira en torno a mí mismo, a mis encierros, a mis egoísmos, a tantas otras cosas… Pidamos la gracia de conocer qué pasa en nuestro corazón.