1/21/16

No matar con las murmuraciones por envidia o por celos

El Papa en Santa Marta


La Primera Lectura (1Sam 18, 6-9: 19,1-7) cuenta los celos de Saúl, Rey de Israel, respecto a David. Tras la victoria contra los filisteos,  las mujeres cantan con alegría diciendo: «Saúl mató a mil, David a diez mil». Así, desde aquel día Saúl miraba con sospecha a David, pensando que podía traicionarlo, y decide matarlo. Luego sigue el consejo del hijo y se lo piensa. Pero después vuelve a sus malos pensamientos. Los celos son una enfermedad que vuelve y llevan a la envidia. ¡Cosa fea es la envidia! Es una actitud, es un pecado feo. Y en el corazón, los celos o la envidia crecen como mala hierba: crece, pero no deja crecer hierba buena. Todo lo que le parezca que le haga sombra, le hace daño. ¡No está en paz! Es un corazón atormentado, ¡es un corazón feo! Y el corazón envidioso –lo hemos visto aquí– lleva a matar, a la muerte. La Escritura lo dice claramente: por la envidia del diablo entró la muerte en el mundo.
La envidia mata, y no tolera que otro tenga algo que yo no tengo. Y siempre sufre, porque el corazón del envidioso y del celoso sufre. Es un corazón sufriente. Es un sufrimiento que desea la muerte de los demás. Y cuántas veces en nuestras comunidades –no tenemos que ir muy lejos para ver esto– por celos se mata con la lengua. Uno tiene envidia de ese, de aquel otro y comienzan las murmuraciones: ¡y las murmuraciones matan! Y yo, pensando y reflexionando en este pasaje de la Escritura, invito a mí mismo y a todos a buscar si en mi corazón hay algo de celos, hay algo de envidia, que siempre lleva a la muerte y no me hace feliz; porque siempre esa enfermedad te lleva a mirar lo bueno del otro como si fuese contra ti. ¡Y eso es un pecado feo! Es el inicio de tantas criminalidades. Pidamos al Señor que nos dé la gracia de no abrir el corazón a los celos, de no abrir el corazón a las envidias, porque esas cosas siempre llevan a la muerte.
Pilatos era inteligente y Marcos, en el Evangelio, dice que Pilatos se dio cuenta de que los jefes de los escribas le habían entregado a Jesús por envidia. La envidia, según la interpretación de Pilatos, que era muy inteligente, ¡pero cobarde!– es la que llevó a la muerte a Jesús. El instrumento, el último instrumento. Se lo habían entregado por envidia. Pidamos también al Señor la gracia de no entregar nunca, por envidia, a la muerte a un hermano, a una hermana de la parroquia, de la comunidad, ni a un vecino del barrio: cada uno tiene sus pecados, cada uno tiene sus virtudes. Son propias de cada uno. Mirar el bien y no matar con las murmuraciones por envidia o por celos.