1/03/16

CIEN FRASES DEL PAPA FRANCISCO

Mons. Felipe Arizmendi Esquivel 




LA MISERICORDIA DIVINA



La misericordia es el don más precioso de Dios. La misericordia es el corazón de Dios. Por ello debe ser también el corazón de todos los que se reconocen miembros de la única gran familia de sus hijos.

Descubramos la ternura que nuestro Padre celestial tiene a cada uno. Que resplandezca la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado.

Que el Año Santo de la Misericordia sea una ocasión privilegiada para reforzar la comunión, perfeccionar la unidad, reconciliar las diferencias, perdonarnos unos a otros y superar toda división.

Cristo resucitado y glorioso es la fuente profunda de nuestra esperanza. En Jesús todo habla de misericordia. Nada en Él es falto de compasión.

La alegría del Evangelio llena la vida de quienes se encuentran con Jesús. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría.

Quienes se dejan salvar por Jesús son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. La Iglesia necesita imperiosamente el pulmón de la oración.

El amor del Señor no se ha acabado, no se ha agotado su ternura. Donde está Dios, hay esperanza; y donde hay esperanza, las personas encuentran su dignidad. Hagamos la revolución de la ternura.

Fijemos la mirada en Jesús. A veces se habla más de la Iglesia que de Jesucristo, más del Papa que de la Palabra de Dios. ¡Jesús es el Señor!

No puede haber auténtica evangelización sin la proclamación explícita de que Jesús es el Señor.

La primera forma de indiferencia en la sociedad humana es la indiferencia ante Dios, de la cual brota también la indiferencia ante el prójimo y ante lo creado. Esto es uno de los graves efectos de un falso humanismo y del materialismo práctico, combinados con un pensamiento relativista y nihilista.




MISERICORDIOSOS COMO EL PADRE



La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia. Todo en su acción pastoral debería estar revestido por la ternura. Dondequiera haya cristianos, cualquiera debería poder encontrar un oasis de misericordia.

La Iglesia será llamada a curar las heridas, a aliviarlas con el óleo de la consolación, a vendarlas con la misericordia y a curarlas con la solidaridad y la debida atención.

Con el Jubileo de la Misericordia, deseo invitar a la Iglesia a rezar y trabajar para que todo cristiano pueda desarrollar un corazón humilde y compasivo, capaz de anunciar y testimoniar la misericordia, de perdonar y de dar, de abrirse a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales, sin caer en la indiferencia que humilla, en la habitualidad que anestesia el ánimo e impide descubrir la novedad, en el cinismo que destruye.

Casi sin darnos cuenta, nos hemos convertido en incapaces de sentir compasión por los otros, por sus dramas; no nos interesa preocuparnos de ellos, como si aquello que les acontece fuera una responsabilidad que nos es ajena, que no nos compete. Cuando estamos bien y nos sentimos a gusto, nos olvidamos de los demás (algo que Dios Padre no hace jamás), no nos interesan sus problemas, ni sus sufrimientos, ni las injusticias que padecen… Entonces nuestro corazón cae en la indiferencia: yo estoy relativamente bien y a gusto, y me olvido de quienes no están bien.

Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio.

Una Iglesia con las puertas cerradas se traiciona a sí misma y a su misión, y en vez de ser puente, se convierte en barrera. La Iglesia no es una aduana. Es la casa paterna, donde hay lugar para cada uno. La Iglesia es la portera de la casa del Señor, no es la dueña.

Una Iglesia inhospitalaria mortifica el Evangelio y aridece el mundo. ¡Nada de puertas blindadas en la Iglesia, nada! ¡Todo abierto!

La indiferencia ante el prójimo asume diferentes formas. Hay quien está bien informado, escucha la radio, lee los periódicos o ve programas de televisión, pero lo hace de manera frívola, casi por mera costumbre: estas personas conocen vagamente los dramas que afligen a la humanidad pero no se sienten comprometidas, no viven la compasión. Esta es la actitud de quien sabe, pero tiene la mirada, la mente y la acción dirigida hacia sí mismo.

La Iglesia tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio.

La Iglesia debe llegar a todos, sin excepciones. La alegría del Evangelio es para todo el pueblo, no puede excluir a nadie.

Me gustaría decir a aquellos que se sienten lejos de Dios y de la Iglesia: ¡El Señor te llama a ser parte de su pueblo y lo hace con gran respeto y amor!



OTRO SISTEMA ES POSIBLE



El sistema social y económico es injusto en su raíz. ¡No a una economía de la exclusión! Esa economía mata. ¡No a la inequidad que genera violencia!

¡No a la nueva idolatría del dinero! ¡No a un dinero que gobierna en lugar de servir! El dinero debe servir y no gobernar.

La causa principal de la pobreza es un sistema económico que ha quitado a la persona del centro y ha puesto al dios dinero, un sistema económico que excluye, excluye siempre, excluye a los niños, ancianos, jóvenes sin trabajo... y que crea la cultura del descarte en la que vivimos. Nos hemos acostumbrado a ver personas descartadas. Esta es el motivo principal de la pobreza, no las familias numerosas.

Algunos simplemente se regodean culpando a los pobres y a los países pobres de sus propios males, con indebidas generalizaciones, y pretenden encontrar la solución en una “educación” que los tranquilice y los convierta en seres domesticados e inofensivos. Esto se vuelve todavía más irritante si los excluidos ven crecer ese cáncer social que es la corrupción profundamente arraigada en muchos países —en sus gobiernos, empresarios e instituciones—, cualquiera que sea la ideología política de los gobernantes.

¡Cuánto daño nos hace la vida cómoda, el bienestar! El aburguesamiento del corazón nos paraliza. Algunas personas prefieren no informarse y viven su bienestar y su comodidad indiferentes al grito de dolor de la humanidad que sufre.

Nadie puede exigirnos que releguemos la religión a la intimidad secreta de las personas, sin influencia alguna en la vida social y nacional. Una auténtica fe siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo.

Debemos inmiscuirnos en la política, porque la política es una de las formas más altas de la caridad, porque busca el bien común. Y los laicos cristianos deben trabajar en política.

Trabajar por el bien común es un deber de un cristiano. Y muchas veces para trabajar, el camino a seguir es la política.

En nuestras ciudades está instalado el crimen mafioso y aberrante de la trata de personas, y muchos tienen las manos preñadas de sangre debido a la complicidad cómoda y muda.

¡No al pesimismo estéril!

Hace falta volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo, que vale la pena ser buenos y honestos.

Los ámbitos educativos son diversos: la escuela, la familia, los medios de comunicación, la catequesis, etc. Una buena educación escolar en la temprana edad coloca semillas que pueden producir efectos a lo largo de toda una vida.

La educación será ineficaz y sus esfuerzos serán estériles si no procura también difundir un nuevo paradigma acerca del ser humano, la vida, la sociedad y la relación con la naturaleza.



UNIDAD Y PLURALIDAD



¡No a la guerra entre nosotros! ¡Sí a las relaciones nuevas que genera Jesucristo! ¡No nos dejemos robar el ideal del amor fraterno! ¡No nos dejemos robar la comunidad!

Descubrir a Jesús en el rostro de los demás, en su voz, en sus reclamos.

Vivir juntos, mezclarnos, encontrarnos, tomarnos de los brazos, apoyarnos, participar de una verdadera experiencia de fraternidad.

Es imperiosa la necesidad de evangelizar las culturas para inculturar el Evangelio. El cristianismo no tiene un único modo cultural. Una sola cultura no agota el misterio de la redención de Cristo.

La visión consumista del ser humano, alentada por los engranajes de la actual economía globalizada, tiende a homogeneizar las culturas y a debilitar la inmensa variedad cultural, que es un tesoro de la humanidad.

La diversidad cultural no amenaza la unidad. La unidad nunca es uniformidad, sino multiforme armonía. Sólo el Espíritu Santo puede suscitar la diversidad, la pluralidad, la multiplicidad y, al mismo tiempo, realizar la unidad.

La uniformidad no es católica, no es cristiana. La unidad católica es diversa, pero es una. La unidad no es uniformidad. Hay que construir puentes, en vez de levantar muros.

La unidad es saber escuchar, aceptar las diferencias, tener la libertad de pensar diversamente y manifestarlo con todo respeto hacia el otro, que es mi hermano. No tengan miedo de las diferencias.

Que el diálogo entre nosotros ayude a construir puentes entre todos los hombres, de modo que cada uno pueda encontrar en el otro no un enemigo, no un contendiente, sino un hermano para acogerlo y abrazarlo. Dejar el rencor, la rabia, la violencia y la venganza son condiciones necesarias para vivir felices.

Dios bendiga a quienes trabajan por el diálogo y la unidad de los cristianos.

Las religiones tienen el derecho y el deber de dejar claro que es posible construir una sociedad en la que un sano pluralismo que respete a los diferentes y los valore como tales, es un aliado valioso en el empeño por la defensa de la dignidad humana y un camino de paz para nuestro mundo tan herido por las guerras.



RENOVACION ECLESIAL



Hoy la Iglesia quiere vivir una profunda renovación misionera.

Las Sagradas Escrituras son fuente de la evangelización. Es indispensable que la Palabra de Dios sea cada vez más el corazón de toda actividad eclesial.

Cada uno de los bautizados, cualquiera que sea su función en la Iglesia y el grado de ilustración de su fe, es un agente evangelizador.

¡Quiero que la Iglesia salga a la calle! ¡Quiero que nos defendamos de todo lo que sea mundanidad, de lo que sea instalación, de lo que sea comodidad, de lo que sea clericalismo, de lo que sea estar encerrados en nosotros mismos. Las parroquias, los colegios, las instituciones, ¡son para salir! Si no salen, se convierten en una ONG, y la Iglesia no puede ser una ONG.

Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades. No quiero una Iglesia preocupada por ser el centro y que termine clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos.

Todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio.

Me gusta ser Papa con estilo de párroco, en el servicio: cuando visito a los enfermos, cuando hablo con las personas que están un poco desesperadas, tristes. Me gusta mucho ir a la cárcel. Si un Papa no se comporta como párroco, no es pastor.

¡No nos dejemos robar el entusiasmo misionero! ¡No nos dejemos robar la alegría evangelizadora!

¡No nos dejemos robar el Evangelio! ¡No nos dejemos robar la fuerza misionera!



UNA IGLESIA POBRE, CON Y PARA LOS POBRES



Todas las personas, verdaderamente todas, son importantes a los ojos de Dios. El rico y el pobre tienen igual dignidad, porque a los dos los hizo el Señor.

El Papa ama a todos, ricos y pobres, pero tiene la obligación, en nombre de Cristo, de recordar que los ricos deben ayudar a los pobres, respetarlos, promocionarlos. Existe un vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres. Nunca los dejemos solos.

De nuestra fe en Cristo hecho pobre, y siempre cercano a los pobres y excluidos, brota la preocupación por el desarrollo integral de los más abandonados de la sociedad.

El corazón de Dios tiene un sitio preferencial para los pobres, tanto que hasta Él mismo se hizo pobre. La pobreza está en el centro del Evangelio. ¡Cómo quisiera una Iglesia pobre y para los pobres!

Hoy y siempre, los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio. Para la Iglesia, la opción por los pobres es una categoría teológica antes que cultural, sociológica, política o filosófica.

Estamos llamados a descubrir a Cristo en los pobres, a prestarles nuestra voz en sus causas, pero también a ser sus amigos, a escucharlos, a interpretarlos y a recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos.

Sin la opción preferencial por los más pobres, el anuncio del Evangelio corre el riesgo de ser incomprendido. Es necesario que todos nos dejemos evangelizar por los pobres.

Nadie puede sentirse exceptuado de la preocupación por los pobres y por la justicia social. ¡Ruego al Señor que nos regale más políticos a quienes les duela de verdad la sociedad, el pueblo, la vida de los pobres!

Estamos llamados a reconocer a Cristo sufriente en los sin techo, los toxicodependientes, los refugiados, los pueblos indígenas, los ancianos cada vez más solos y abandonados, los migrantes.

Hay un signo que no debe faltar jamás: la opción por los últimos, por aquellos que la sociedad descarta y desecha. Jesús nos advierte: el amor a los demás —extranjeros, enfermos, encarcelados, los que no tienen hogar, incluso los enemigos— es la medida con la que Dios juzgará nuestras acciones. De esto depende nuestro destino eterno.

Tenemos que aprender a estar con los pobres. No nos llenemos la boca con hermosas palabras sobre los pobres. Acerquémonos a ellos, mirémosles a los ojos, escuchémosles. Los pobres son para nosotros una ocasión concreta de encontrar al mismo Cristo, de tocar su carne que sufre.

Ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una solución provisoria para resolver urgencias. El gran objetivo debería ser siempre permitirles una vida digna a través del trabajo. La peor discriminación que sufren los pobres es la falta de atención espiritual.

Doblemente pobres son las mujeres que sufren situaciones de exclusión, maltrato y violencia.

La Iglesia reconoce el indispensable aporte de la mujer. Es necesario ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia y en las estructuras sociales.

Entre los débiles, que la Iglesia quiere cuidar con predilección, están también los niños por nacer.



CUIDADO DE LA HERMANA Y MADRE TIERRA



Entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra. La hermana y madre tierra clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella.

Todo el universo material es un lenguaje del amor de Dios, de su desmesurado cariño hacia nosotros. El suelo, el agua, las montañas, todo es caricia de Dios. Los cristianos descubren que su cometido dentro de la creación, así como sus deberes con la naturaleza y el Creador, forman parte de su fe.

Lamentablemente, muchos esfuerzos para buscar soluciones concretas a la crisis ambiental suelen ser frustrados no sólo por el rechazo de los poderosos, sino también por la falta de interés de los demás.

La humanidad está llamada a tomar conciencia de la necesidad de realizar cambios de estilos de vida, de producción y de consumo, para combatir el calentamiento del sistema climático.

Que cada gobierno cumpla con su propio e indelegable deber de preservar el ambiente y los recursos naturales de su país, sin venderse a intereses espurios locales o internacionales.

Algunos cristianos suelen burlarse de las preocupaciones por el medio ambiente. Otros son pasivos, no se deciden a cambiar sus hábitos y se vuelven incoherentes.

Hace falta una conversión ecológica, que implica dejar brotar todas las consecuencias de su encuentro con Jesucristo en las relaciones con el mundo que los rodea.

Vivir la vocación de ser protectores de la obra de Dios es parte esencial de una existencia virtuosa; no consiste en algo opcional ni en un aspecto secundario de la experiencia cristiana. La espiritualidad cristiana propone un crecimiento con sobriedad y una capacidad de gozar con poco. Es un retorno a la simplicidad.



PUEBLOS ORIGINARIOS Y MIGRANTES



Es indispensable prestar especial atención a las comunidades aborígenes con sus tradiciones culturales. Los indígenas no son una simple minoría entre otras, sino que deben convertirse en los principales interlocutores, sobre todo a la hora de avanzar en grandes proyectos que afecten a sus espacios.

En diversas partes del mundo, los indígenas son objeto de presiones para que abandonen sus tierras, a fin de dejarlas libres para proyectos extractivos y agropecuarios que no prestan atención a la degradación de la naturaleza y de la cultura.

Muchas personas experimentan un profundo desequilibrio que las mueve a hacer las cosas a toda velocidad para sentirse ocupadas, en una prisa constante que a su vez las lleva a atropellar todo lo que tienen a su alrededor.

En nuestra época, los flujos migratorios están en continuo aumento en todas las áreas del planeta: refugiados y personas que escapan de su propia patria interpelan a cada uno y a las colectividades, desafiando el modo tradicional de vivir y, a veces, trastornando el horizonte cultural y social con el cual se confrontan.

La presencia de los emigrantes y de los refugiados interpela seriamente a las diversas sociedades que los acogen. Estas deben afrontar los nuevos hechos, que pueden verse como imprevistos si no son adecuadamente motivados, administrados y regulados. ¿Cómo hacer de modo que la integración sea una experiencia enriquecedora para ambos, que abra caminos positivos a las comunidades y prevenga el riesgo de la discriminación, del racismo, del nacionalismo extremo o de la xenofobia?

Es trágico el aumento de los migrantes huyendo de la miseria empeorada por la degradación ambiental, que llevan el peso de sus vidas abandonadas sin protección normativa alguna.

Abundantes bendiciones para quienes socorren a los migrantes. Acójanlos sin miedo. Ofrézcanles el calor del amor de Cristo y descifrarán el misterio de su corazón.




LA FAMILIA



La familia atraviesa una crisis cultural profunda.

Vale la pena la vida en familia. Una sociedad crece fuerte, crece buena, crece hermosa y verdadera, si se edifica sobre la base de la familia.

Lo más lindo que hizo Dios, fue la familia. Todo el amor que Dios tiene en sí, toda la belleza que Dios tiene en sí, toda la verdad que Dios tiene en sí, la entrega a la familia. Y una familia es realmente familia cuando es capaz de abrir los brazos y recibir todo ese amor.  ¡A su Hijo lo mandó a una familia! Dios entró al mundo en una familia.

En la familia hay dificultades, pero esas dificultades se superan con amor. El odio no supera ninguna dificultad. La división de los corazones no supera ninguna dificultad, solamente el amor es capaz de superar la dificultad.  La familia es bella, pero cuesta. Que Dios los bendiga, que Dios les dé fuerzas, que Dios los anime a seguir adelante. Cuidemos la familia, defendemos la familia, porque ahí, ahí se juega nuestro futuro.

Es en la familia unida donde los hijos maduran su existencia, viviendo el amor gratuito, la ternura, el respeto recíproco, la mutua comprensión, el perdón y la alegría.

Que toda familia cristiana sea un lugar privilegiado en el que se experimenta la alegría del perdón. El perdón es la esencia del amor, que debe comprender el error y poner remedio. ¡Es tan feo vivir en el rencor!



JOVENES



Joven: Da testimonio de que Jesús está vivo. Pregúntale lo que quiere de ti y sé valiente. ¡Pregúntale! Si sabes decir "sí" a Jesús, entonces tu vida joven se llenará de significado y será fecunda.

Jóvenes: Hagan lío, pero también ayuden a arreglar y a organizar el lío que hacen.

Jóvenes: Apuesten por grandes ideales. Hay que ser valientes para ir contra corriente y Él nos da esta fuerza. Es necesario detenerse a dialogar con Él, darle espacio con la oración.

Cristo tiene confianza en los jóvenes y les confía el futuro de su propia misión: «Vayan y hagan discípulos»; vayan más allá de las fronteras de lo humanamente posible. También los jóvenes tienen confianza en Cristo: no tienen miedo de arriesgar con él la única vida que tienen, porque saben que no serán defraudados.

No podemos quedarnos enclaustrados en la parroquia, cuando tantas personas están esperando el Evangelio. Empujemos a los jóvenes para que salgan. Pensemos con decisión en la pastoral desde la periferia. ¡Qué bueno es que los jóvenes sean callejeros de la fe, felices de llevar a Jesucristo a cada esquina, a cada plaza, a cada rincón de la tierra!

Jóvenes: No tengan miedo de ir y llevar a Cristo a cualquier ambiente, hasta las periferias existenciales, también a quien parece más lejano, más indiferente. El Señor busca a todos, quiere que todos sientan el calor de su misericordia y de su amor. La Iglesia necesita de ustedes, del entusiasmo, la creatividad y la alegría que les caracteriza.

No queremos jóvenes debiluchos, jóvenes que están ahí no más, ni sí ni no. No queremos jóvenes que se cansen rápido y que vivan cansados, con cara de aburridos. Queremos jóvenes fuertes, jóvenes con esperanza y con fortaleza. ¿Por qué? Porque conocen a Jesús, porque conocen a Dios. Porque tienen un corazón libre.



¡NO NOS DEJEMOS ROBAR LA ESPERANZA!



El olvido y la negación de Dios, que llevan al hombre a no reconocer alguna norma por encima de sí y a tomar solamente a sí mismo como norma, han producido crueldad y violencia sin medida.

Las guerras y los atentados terroristas, con sus trágicas consecuencias, los secuestros de personas, las persecuciones por motivos étnicos o religiosos, las prevaricaciones, han marcado de hecho el año pasado, multiplicándose dolorosamente en muchas regiones del mundo, hasta asumir las formas de la que podría llamar una tercera guerra mundial en fases. Pero renuevo la exhortación a no perder la esperanza en la capacidad del hombre de superar el mal, con la gracia de Dios, y a no caer en la resignación y en la indiferencia.

No perdamos la esperanza de que 2016 nos encuentre a todos firme y confiadamente comprometidos en realizar la justicia y trabajar por la paz en los diversos ámbitos. La paz es don de Dios, pero confiado a todos los hombres y a todas las mujeres, llamados a llevarlo a la práctica.