1/28/16

Comentario a la liturgia dominical

P. Antonio Rivero, L.C.

Cuarto Domingo Tiempo Común Ciclo C 

Textos: Jr 1, 4-5.17-19; 1 Co 12, 31-13,13; Lc 4, 21-30

Idea principal: Cristo y sus seguidores seremos signo de contradicción.
Síntesis del mensaje: Hoy es la continuación del Evangelio de la semana pasada. Un auténtico cristiano –llámese Papa, obispo, sacerdote, religiosa, laico- siempre será signo de contradicción, a ejemplo de Cristo, que no fue comprendido, que echó en cara la falta de fe de sus compatriotas, y por eso quisieron despeñarle (evangelio). Ante esto debemos reaccionar con la caridad de Cristo (2ª lectura), sin miedo y con la confianza en Dios, quien nos consagró desde el bautismo para ser profetas para las naciones y está a nuestro lado para salvarnos (1ª lectura).
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, Cristo fue desde que nació signo de contradicción; así se lo dijo Simeón a María y a José cuando éstos lo presentaron en el templo (cf. Lc 2, 21-40). Tres veces fue Jesús a hablar a su pueblo, Nazaret. La primera le aplaudieron hasta el punto de echar humo las palmas de la mano, porque hablaba “como los ángeles”, era su paisano y no había más que hablar. La segunda le silbaron porque enmendó la página al profeta Isaías, el hijo del carpintero al profeta, ¡hasta ahí podemos llegar!, diciendo que el Mesías no es el Dios de las venganzas, sino el Dios de las bondades y del perdón. La tercera, fue la vencida: porque igualó delante de Dios a extranjeros, judíos y paganos, le empujaron por las calles del pueblo hasta las afueras, al despeñadero, un envite y…¿a quién se le ocurre igualar paganos, extranjeros y judíos, estos últimos que eran raza elegida por Dios? Definitivamente este Jesús de Nazaret está loco de atar. ¡Signo de contradicción! Porque predica otra Noticia distinta –las bienaventuranzas-, más interior y no tanto exterior y esclava de preceptos, y que no hacía resonar el eco del Antiguo Testamento…¡está desfigurando la religión de Israel! Porque iba a banquetes, era un comilón y bebedor. Porque se dejaba tocar por los pecadores, era un proscrito y un apestado. Porque se hacía acompañar por mujeres que le servían en sus necesidades, era un incumplidor de la ley de Moisés. Porque enseñaba en las calles y caminos sin tener su título y sin ser escriba sabihondo y sin llevar un libro debajo del brazo, era criticado. Porque dejaba que los niños se acercasen a Él, y los acariciaba y bendecía, estaba bajo la lupa de los fariseos y doctores de la ley. Porque era un peregrino itinerante que no tenía donde reclinar la cabeza, era considerado raro y estrafalario. ¡Signo de contradicción! «Vino a los suyos, y los suyos no le recibieron» Jn 1, 11). ¿Para quién Jesús es signo de contradicción y piedra de escándalo? Para los soberbios, para los que se resisten a creer, se convierte en “roca de escándalo” (cf. 1 P 2,8). Y es el mismo Señor quien advierte: “Bienaventurado el que no se escandalice de mí” (Mt 11,6).
En segundo lugar, también la Iglesia fue, es y será signo de contradicción. La predicación de la Iglesia, su misma presencia en medio del mundo, resulta incómoda cuando, haciéndose eco de la enseñanza de Cristo, pronuncia lo que no desea ser oído; cuando recuerda que el hombre no es Dios, que la ley dictada por los hombres no siempre coincide con la ley de Dios; cuando desafía los convencionalismos pacíficamente aceptados por nuestro egoísmo, nuestra comodidad y nuestra soberbia; cuando proclama la verdad del matrimonio uno, indisoluble, fecundo, hasta la muerte. La Iglesia es signo de contradicción cuando no comulga con las ideologías de moda. Como Jeremías (1ª lectura), y como Cristo, la Iglesia no debe dejarse amedrentar. Es Dios quien hace al profeta plaza fuerte, columna de hierro y muralla de bronce. La fuerza de la Iglesia no proviene del poder de las armas, o del dinero, o del prestigio mundano. La fuerza de la Iglesia proviene de su fidelidad al Señor. La resistencia de la Iglesia radica en la fuerza paradójica del amor; un amor que “disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites” (1 Cor 13,7). La auténtica prioridad para la Iglesia, ha escrito el Papa Benedicto XVI, es “el compromiso laborioso por la fe, por la esperanza y el amor en el mundo”. Con esa prioridad debemos trabajar todos, aceptando el desafío del rechazo, y dando, incansablemente, testimonio del amor de Dios.
Finalmente, los auténticos seguidores de Cristo, los profetas de Dios experimentarán también esta señal de contradicción. Esta es una constante que acompaña a los auténticos profetas, desde el Antiguo Testamento hasta los tiempos presentes. Los falsos profetas, los que dicen lo que la gente quiere oír y, sobre todo, lo que halaga el oído de los poderosos, prosperan. Pero los profetas verdaderos resultan incómodos y provocan una reacción en contra cuando en su predicación tocan temas candentes, poniendo el dedo en la llaga de alguna injusticia o situación de infidelidad. Si no, preguntemos a san Juan Bautista al denunciar el adulterio del rey Herodes. O al beato Óscar Romero, que se ganó el sobrenombre de “la voz de los sin voz”. Su defensa de los más desfavorecidos de El Salvador hizo que el Parlamento británico lo propusiera como candidato al Premio Nobel de la Paz en 1979. Desgraciadamente, sus continuas llamadas al diálogo, para que los ricos no se aferraran al poder, y los oprimidos no optaran por las armas, no surtieron efecto, a pesar de la popularidad que alcanzaron sus homilías dominicales. Obstinados en reprimir toda oposición, agentes del Estado terminaron por asesinar a monseñor Romero, el 23 de marzo de 1980, y continuaron violando los derechos humanos, provocando una guerra civil en El Salvador que duraría once años y causaría 70.000 muertos.
Para reflexionar: reflexionemos en estas palabras del Papa Francisco: “«Mantenemos la mirada fija en Jesús, porque la fe, que es nuestro «sí» a la relación filial con Dios, viene de Él, viene de Jesús. Es Él el único mediador de esta relación entre nosotros y nuestro Padre que está en el cielo. Jesús es el Hijo, y nosotros somos hijos en Él. […] Por esto Jesús dice: he venido a traer división; no es que Jesús quiera dividir a los hombres entre sí, al contrario: Jesús es nuestra paz, nuestra reconciliación. Pero esta paz no es la paz de los sepulcros, no es neutralidad, Jesús no trae neutralidad, esta paz no es una componenda a cualquier precio. Seguir a Jesús comporta renunciar al mal, al egoísmo y elegir el bien, la verdad, la justicia, incluso cuando esto requiere sacrificio y renuncia a los propios intereses. Y esto sí, divide; lo sabemos, divide incluso las relaciones más cercanas. Pero atención: no es Jesús quien divide. Él pone el criterio: vivir para sí mismos, o vivir para Dios y para los demás; hacerse servir, o servir; obedecer al propio yo, u obedecer a Dios. He aquí en qué sentido Jesús es “signo de contradicción”» (Homilía de S.S. Francisco, 18 de agosto de 2013).
Para rezar: Señor, dame valentía para poder ser signo de contradicción sin miedo, a ejemplo tuyo y de tantos hermanos y hermanas cristianos, que incluso dieron la vida por ti y el Evangelio.