¿Qué piensa de nuestro canto? ¿Le gusta cantar?
¡Me gustaría oíros cantar más! Solo he escuchado una canción, espero que cantéis otras. Me gusta oír cantar, pero si yo cantase, parecería un asno, porque no sé cantar. Ni siquiera sé hablar bien, porque tengo un defecto en el modo de hablar, en la fonética. Pero me gusta mucho oír cantar. Os contaré una anécdota. De pequeño −somos cinco hermanos−, mi madre, los sábados, a las dos de la tarde, nos hacía sentarnos delante de la radio para escuchar. ¿Y qué escuchábamos? Todos los sábados se retrasmitía una ópera. Y mi madre nos enseñaba cómo era aquella ópera, y nos explicaba: “Oye cómo suena eso”. Así que de niño tuve el gusto de oír cantar. Pero nunca pude cantar. En cambio, uno de mis abuelos, que era carpintero, mientras trabajaba siempre cantaba, siempre. El placer de oír cantar me viene de niño. Me gusta mucho la música y el canto. ¿Y qué pienso de vuestro canto? Espero oír algún otro. ¿De acuerdo? ¿Es posible?
Una vez se acercó a Jesús un muchacho y dijo unas palabras parecidas a las tuyas; le dijo: “Jesús, maestro bueno”. Y Jesús lo miró y le dijo: “No, solo Dios es bueno”. Solo Dios es bueno, le dijo Jesús. ¿Y nosotros? ¿Somos malos? No, mitad y mitad, tenemos un poco de todo. Siempre tenemos la herida del pecado original que nos lleva a no ser siempre tan buenos. Pero, acuérdate siempre: solo Dios es bueno, y si quieres encontrar la bondad, ve al Señor, Él es toda bondad, todo amor, toda misericordia. ¿Y sabes cómo hago yo para ser un poco bueno? Me acerco al Señor. Y le pido: “Señor, que no sea tan pecador, que no sea tan malo, que no haga maldades a nadie, que no tenga celos ni envidias, que no me mezcle con camarillas, que son tantas”. Y todas esas cosas. Pedid la gracia de ser bueno, porque solo Dios es bueno. También eso debéis aprenderlo. ¿Lo decimos todos juntos? Cada uno en su lengua: “Solo Dios es bueno” [repiten: “Solo Dio es bueno”]. Otra vez [“Solo Dios es bueno”]. Recordad el consejo de san Agustín que habéis repetido todos juntos, ¿cómo era? [responden: “¡Canta y camina!”]. Solo Dios es bueno. Recordad bien esto.
Pero hay personas buenas, sí, que se acercan al Señor: los santos. Muchos santos escondidos en la vida ordinaria, en nuestra vida, tantas personas que sufren y ofrecen los sufrimientos por la conversión de los pecadores. Tanta, tanta gente que se acerca mucho a la bondad de Dios, son los santos. ¿Pero quién es bueno solamente? [responden: “Dios”]. Solo Dios es bueno.
La otra pregunta: ¿No se enfada nunca? Sí, me enfado, ¡pero no muerdo! A veces me enfado, cuando alguno hace algo que no está bien, me pongo un poco… Pero me ayuda a pararme pensar en las veces en que yo he hecho enfadar a los demás. Y pienso y me pregunto: ¿He hecho enfadar a otro? Pues sí, muchas veces. Entonces no tienes derecho a enfadarte. “Pero ese ha hecho…”. Sí, pero si ese ha hecho eso que está mal, que no es bueno…, llámalo y háblale como hermano, habla como hermano y hermana, habla, habla. Pero sin enfadarte, porque la rabia es venenosa, te envenena el alma. Tantas veces he visto niños y muchachos asustados. ¿Por qué? Porque los padres, o en la escuela, les gritan. Y cuando uno está enfadado y grita hace daño, hiere: gritar a otro es como dar una cuchillada al alma, no hace bien eso. ¿Lo habéis entendido?
Yo me enfado, sí, algunas veces me enfado, pero me ayuda pensar en las veces que yo he hecho enfadar a los demás; eso me serena un poco, y me deja un poco más tranquilo. Enfadarse es algo que hace daño no solo a la otra persona, te hace daño a ti mismo, te envenena. Y hay gente, que vosotros seguramente conocéis, que tiene el alma amarga, siempre con amarguras, que viven enfadados. ¡Parece que todas las mañanas se laven los dientes con vinagre para estar tan enfadados! Gente que es así…: es una enfermedad. Se comprende que si hay algo que no me gusta, me enfado un poco. Pero la costumbre de enfadarse, la costumbre de gritar a los demás, ¡eso es un veneno! Os pregunto a vosotros, y que cada uno responda en su lengua: ¿cómo era el alma de Jesús, dulce o amarga? [responden: “Dulce”]. Era dulce, ¿por qué? Porque cuando se enfadaba, no le llegaba a su alma, era solo para corregir, y luego volvía a la paz.
¿Que cuáles son mis buenos propósitos para el año nuevo? He hecho uno en estos días, en los que he perdido un poco de tiempo haciendo un retiro espiritual: rezar más. Porque me he dado cuenta de que los obispos y los sacerdotes −yo soy obispo− deben dirigir al pueblo de Dios ante todo con la oración, es el primer servicio. Os cuento una historia. Al inicio del cristianismo había mucho trabajo porque tanta gente se convertía y los apóstoles no tenían tiempo. Y algunos vinieron a quejarse porque no cuidaban bien a las viudas y a los huérfanos. Era verdad, pero no tenían tiempo para hacerlo todo. Entonces hicieron un concilio entre ellos y decidieron encargar a algunos hombres que sirvieran a la gente. Es el momento de la creación de los diáconos. Los diáconos nacieron así. Podéis verlo en el Libro de los Hechos de los Apóstoles. ¿Y qué dice Pedro, san Pedro, el primer Papa? ¿Qué dice? “Ellos harán esto, y nosotros, los apóstoles, solo dos cosas: la oración y el anuncio del Evangelio, la predicación”. Es decir, para un obispo, la primera tarea es la oración, el primer deber: no se puede ser obispo en la Iglesia sin la oración en primer lugar. Y luego el anuncio del Evangelio. En estos días, respondiendo a tu pregunta, he pensado que un buen propósito para el próximo año sería este, rezar un poco más. ¿De acuerdo? Ahora os pregunto yo: ¿pensáis que ese sería un buen propósito también para vosotros? [responden: “Sí”]. Rezar un poco más. Porque la Iglesia sale adelante con la oración de los santos. ¡Rezad por la Iglesia!
Cuando era pequeño, ¿qué soñaba ser? Por la noche, cuando veo la tele con mi familia, veo muchas historias tristes y dramáticas: ¿el mundo será siempre así, también cuando sea mayor?
Si os dijese la verdad sobre la primera pregunta, os haría reír. Pero diré la verdad. De pequeño iba a menudo con mi abuela, y también con mi madre, al mercado para hacer la compra. En aquel tiempo no había supermercado, no había televisión, no había nada… El mercado estaba en la calle y había puestos de verdura, de fruta, de carne, de pescado…, se compraba de todo. Un día en casa, en la mesa, me preguntaron: ¿qué te gustaría ser de mayor? ¿Sabéis lo que dije?: “Carnicero”. ¿Por qué? Porque el carnicero que había en el mercado −había 3 o 4 puestos de carne− cogía el cuchillo, hacía unos trozos… ¡era un arte!, y me gustaba verlo, mirarlo. Ahora he cambiado de idea, obviamente; pero, respondiendo a tu pregunta, cuando era pequeño, pensaba ser carnicero. Me habría gustado.
Luego, la segunda pregunta −¡qué seria!−. Es verdad lo que dices. Hay tanta gente que sufre en el mundo hoy. Hay guerras. ¿Cuántas guerras hay? En África, pensad cuántas guerras. El Medio Oriente, donde nació Jesús, está todo en guerra. Ucrania, en guerra. En tantos sitios. En América Latina hay guerras. ¡Son cosas feas! ¿Y qué hacen las guerras? Producen pobreza, dolor, daño. Solo cosas tristes… Pensad en los niños. Vosotros, chicos y chicas, niños y niñas, tenéis el don de Dios de poder cantar, de ser felices, de vivir la vida cristiana como decía san Agustín −¿cómo era lo que decía san Agustín? [responden: “¡Canta y camina!”]−, pero hay niños que no tienen para comer; hay niños que no pueden ir a la escuela, porque hay guerra, pobreza, y no hay escuelas; hay niños que, cuando enferman, no tienen la posibilidad de ir al hospital. Rezad por esos niños. ¡Rezad!
¿El mundo será siempre así? El mundo puede mejorar. Pero hay algo de lo que no gusta hablar, y de lo que hay que hablar: en el mundo está la lucha entre el bien y el mal −dicen los filósofos−, la lucha entre el diablo y Dios. Todavía existe esto. Cuando a cada uno de nosotros nos dan ganas de hacer una maldad, esa pequeña maldad es una inspiración del diablo que, por la debilidad que dejó en nosotros el pecado original, te lleva a eso. Se hace el mal en las cosas pequeñas y en las cosas grandes; en las guerras, como −por ejemplo− un chico o una chica mentirosos: es una guerra contra la verdad de Dios, contra la verdad de la vida, contra la alegría. Esa lucha entre el diablo y Dios, dice la Biblia que continuará hasta el final. ¿Está claro? ¿Habéis entendido? Todos llevamos dentro un campo de batalla. Luchamos entre el bien y el mal, todos. Tenemos gracias y tentaciones, y debemos hablar con el párroco, con el catequista de estas cosas para conocerlas bien. Esto es lo primero.
Lo segundo: hay muchas cosas buenas en el mundo, y yo me pregunto: ¿por qué estas cosas buenas no se publican? Porque parece que a la gente le guste más ver las cosas malas o escuchar las noticias feas. Pensemos en África: tantas cosas malas, tantas guerras −como he dicho−, pero hay misioneros, sacerdotes, monjas, que han gastado toda su vida allí, predicando el Evangelio, con pobreza… Cuando el mes pasado fui a África, estuve con las monjitas… Pienso en una de 83 años, italiana, que me dijo: “Estoy aquí desde que tenía 26 años”. Y hay tantas familias santas, tantos padres que educan bien a sus hijos. ¿Por qué no se ve en la tele a una familia que educa bien a un hijo? ¡No se ve! Porque hay esa atracción hacia el mal: parece que guste más ver las cosas feas que las cosas bonitas, que las cosas grandes. El diablo hace su parte −eso es verdad−, pero también Dios hace la suya: ¡hay mucha gente santa! No solo en las misiones, sino en el mundo, en el trabajo, en las familias; tantos padres, tantos abuelos y abuelas que llevan adelante su enfermedad, sus problemas; y eso no se ve en la tele. ¿Por qué? Porque no tiene rating, no tiene publicidad… Aquí, en Italia, he descubierto muchas asociaciones, hombres y mujeres, que dedican parte de su tiempo a asistir, a acompañar, a ser cuidadores de enfermos. Esto es bueno. Pero no se ve en la publicidad. ¿Es verdad o no? Si quieres tener rating −ya sea periodístico, televisivo, o lo que sea− haz ver solo las cosas feas; con las cosas buenas la gente se aburre. O bien no saben presentar y hacer ver bien las cosas buenas.
Cuando veas la tele en tu casa acuérdate de estas dos cosas: hay una lucha en el mundo entre el bien y el mal, hay muchos niños que sufren, hay guerras, hay cosas malas, porque la lucha es entre Dios y el diablo; pero piensa también en tanta gente, mucha gente santa, tanta gente que da la vida para ayudar a los demás, para rezar por los demás. ¿Por qué en la tele no se ve a las monjas de clausura que pasan la vida rezando por todos? ¡Eso no interesa! Quizá interesan más las joyas de una tienda importante, que se dejan ver… esas cosas que hace la vanidad. ¡No nos dejemos engañar! En el mundo hay cosas feas, feas, feas, y ese es el trabajo del diablo contra Dios; pero hay cosas santas, cosas grandes que son la obra de Dios. Son los santos escondidos. Esta palabra no la olvidemos: los santos escondidos, esos que no vemos. ¿De acuerdo?
Os agradezco por todo esto. Pero me gustaría oír otra canción para decir si me gusta o no cómo cantáis. Y otra cosa: me gustaría oír repetir cómo era la vida cristiana según san Agustín. ¿Cómo se debe ser? [responden: “¡Canta y camina!”]. ¡Canta y camina! Segundo: ¿quién es bueno? [“Solo Dios es bueno”]. Muy bien. Y ahora espero una bonita canción… Gracias.
[Canto]
Ahora puedo responder: ¡cantáis muy bien! ¡Gracias!
Os doy la bendición, y también mis felicitaciones para el nuevo año. Y mañana nos veremos en la Basílica, será un placer. Recemos a la Virgen, cada uno en su lengua.[Avemaría] [Bendición].