Mons. Enrique Díaz Díaz
Fiesta del Bautismo de Jesús
Isaías 42, 1-4. 6-7: “Miren a mi siervo en quien tengo mis complacencias”
Salmo 28: “Te alabamos, Señor”
Hechos de los Apóstoles 10, 34-38: “Dios ungió con el Espíritu Santo a Jesús de Nazaret”
San Lucas 3, 15-16. 21-22: “Después del bautismo de Jesús, el cielo se abrió”
“¿Cuánto vale una persona?”. Después de un terrible accidente en que perdió la vida un adolescente tratan las autoridades comunitarias de llegar a un acuerdo para que el responsable pagara una compensación justa a la familia del difunto. Ninguna cantidad convence a los desconsolados familiares, pero comprenden que los recursos en la comunidad son pocos. Al fin se acuerda una cantidad que a nosotros nos parecería ridícula pero que más que pagar la vida del joven difunto es una forma de sanar las relaciones. Poner precio a la vida de una persona nos choca pero utilizar, sobornar, comprar y vender personas en aras de la economía se ha hecho una práctica “aceptable”. La economía, las migraciones, el tráfico de personas, los gobiernos, han denigrado el valor de las personas. Cada persona es Hijo de Dios, con su propia dignidad y derechos, y hoy lo recordamos al contemplar el Bautismo de Jesús.
Como un gozne que cierra el ciclo de Navidad y abre el ciclo del tiempo ordinario se nos ofrece en este día la fiesta del Bautismo de Jesús: uniendo las manifestaciones de su divinidad con el camino de su humanidad. La celebración del bautismo de Jesús es una manifestación más de su persona. El nacimiento nos lo muestra como el “Dios-con-Nosotros”, el “Verbo Encarnado”, el “Verdadero Salvador”, “el Rostro visible de la Misericordia del Padre”. La Epifanía nos abría nuevos horizontes con el universalismo de la salvación, es un Dios para todos, que rompe las barreras y hermana a todos los pueblos, “Luz que alumbra a todas las naciones”. El Bautismo de Jesús, como un preludio de su vida apostólica, nos muestra su vinculación y hermanamiento con todos los hombres que en el Bautismo de Juan buscaban el arrepentimiento y la conversión, y es la revelación de Jesús como Hijo de Dios y enviado del Espíritu Santo. Así al mismo tiempo que asume el bautismo de Juan, con agua, para la purificación según el uso judaico antiguo, muestra la gran diferencia con el bautismo según el Espíritu, que transforma el corazón, dando una vida nueva. El Espíritu revela la verdadera identidad de Jesús y marca cuál es su misión en la historia.
Aunque ya Juan el Bautista lo proclamaba como “otro más poderoso que yo, a quien no merezco desatarle las correas de sus sandalias”, es la voz del Padre Celestial y la confirmación por la presencia del Espíritu, quienes dan la plena manifestación de la persona y de la tarea de Jesús. La declaración: “Tú eres mi Hijo, el predilecto; en ti me complazco”, ratifica la misión que realizará Jesús en la historia de la salvación. Jesús se compromete con entera libertad en la obra de Dios Padre, camina en la construcción de un Reino nuevo, donde los pobres y los olvidados tienen un lugar especial. El sentido del bautismo de Jesús es insertarse en el Proyecto de Dios Padre que quiere que todos tengan vida y la tengan en abundancia. Pero estas palabras y este proyecto no quedan sólo en Jesús, se extienden a todo ser humano que debe reconocerse y reconocer a los hombres y mujeres como “hijos predilectos de Dios”. Valemos mucho como personas pero si nos miramos como verdaderos hijos de Dios no podemos tener complejos de inferioridad ni arrastrar a cuestas una vida considerada inútil. La fuerza y vitalidad del creyente radican en reconocer nuestra dignidad de ser hijos de Dios. Pero también nos comprometen en el reconocimiento de los demás como verdaderos hijos de Dios con quienes tenemos que construir su sueño y su plan de salvación. Entonces serán absurdas tanto las tentaciones del desaliento, como las discriminaciones e injusticias en contra de los que participan de la misma filiación divina.
La manifestación de Jesús como una persona de la Santísima Trinidad, también nos enseña lo que acontece en el bautismo de cada creyente. Cada bautizado es recibido e invitado a vivir plenamente esta comunión trinitaria. Por eso son absurdos esos bautismos que queriendo hacerlos más solemnes, se exigen privados y especiales, pues rompen la comunidad y el sentido de hermandad que el bautismo nos otorga. El bautismo, siendo un compromiso muy personal, en muchos casos asumido por padres y padrinos, se sitúa como el inicio del camino espiritual que no puede quedarse en un ámbito interior, sino que implica una responsabilidad para con los demás, un reto de hacer de nuestro mundo, un mundo nuevo: el Reino de Jesús.
Muchos miran el bautismo como una especie de iniciación social y casi como un pretexto para una reunión o fiesta familiar. Pero es mucho más, es el inicio de la participación de la vida divina. Otros lo miran como un requisito para ir al cielo, pero el bautismo no es un pasaporte a la eternidad; hay quienes lo consideran como una credencial o un boleto que nos acredite para participar en eventos religiosos, pero el bautismo es más: un regalo de divinidad y un compromiso personal de sumarnos a la propuesta de Jesús. Cada día deberíamos renovar los compromisos bautismales. Bastaría que recordáramos las renuncias a vivir en un mundo de pecado, de egoísmo y de muerte, y asumiéramos los compromisos de creer en Dios Padre, de unirnos a su Hijo Jesús y de dejarnos conducir por Dios Espíritu Santo. Tendremos que renovar fuertemente este sentido bautismal tanto los padres y padrinos, como los propios bautizados. Por el Bautismo nos injertamos en el Cuerpo Místico de Jesús y nos hacemos templos del Espíritu Santo, no para vanagloriarnos en falsas dignidades, sino para asumir nuestro especial papel de discípulos misioneros unidos a la misma misión de Jesús.
¿Qué sentido le hemos dado a nuestro bautismo? ¿Cómo estoy viviendo mi dignidad de Hijo de Dios? ¿Cómo construyo mi comunidad a semejanza del Dios Trino de cuya vida participamos por el bautismo? ¿Cómo respeto mi persona y la de los demás, sabiendo que es templo del Espíritu Santo?
Dios Padre Bueno, que en el bautismo de Jesús nos invitas a participar de tu vida Trinitaria, concédenos que, asumiendo con alegría nuestra dignidad de hijos tuyos, trabajemos en la búsqueda de la verdadera unión, armonía y paz de todos los pueblos. Amén