Leopoldo Abadía
No sé qué pasa, pero toques el tema que toques, siempre acabamos hablando de formación integral, o sea, de formación como persona, que busca la excelencia en todas las facetas de su vida, en lo profesional, en lo familiar, en lo moral
Juan era el Consejero Delegado de una empresa en la que yo fui Consejero durante muchos años. Un hombre bueno, listo, competente y brutote. Con ideas claras. Con vocabulario tan claro como sus ideas.
No sé de qué estábamos hablando. Me cortó: “desengáñate, Leopoldo, el directivo que tiene un lío es mal directivo”. Debí poner cara de extrañeza, y remató: “sí, porque, cuando trabaja, está pensando en el lío y se distrae”.
La Vanguardia publica “Contras” de los últimos 20 años. El último domingo reprodujo la entrevista que le hizo Lluís Amiguet a Howard Gardner, “autor de la teoría de las inteligencias múltiples”. No sé si la leí cuando se publicó, pero ahora me tropiezo con el titular: “Una mala persona no llega nunca a ser un buen profesional”.
Y me acuerdo de Juan, que no sabía nada de inteligencias múltiples, porque con la suya, bañada de sentido común, le bastaba y le sobraba.
Howard tiene su teoría muy elaborada. Hizo un proyecto en Harvard, entrevistó a 1.200 personas y, a la pregunta “¿por qué hay excelentes profesionales que son malas personas?”, contesta tajantemente: “descubrimos que no las hay”.
Lluís insiste: “¿no puedes ser excelente como profesional, pero un mal bicho como persona?” Howard contesta que “no alcanzas la excelencia si no vas más allá de satisfacer tu ego, tu ambición o tu avaricia”.
Como siempre, copiaría toda la entrevista, pero Lluís se enfadaría si, además, la firmase.
El tema es serio, porque yo conozco gente muy buena, buenos profesionales y buenas personas.
Y tengo la suerte de no conocer a “los otros”. Pero existir, existen. Y me da la impresión de que los malos bichos pululan por nuestra sociedad, disfrazados de empresarios, políticos, jefes de taller y de obreros, que también.
Digo “también” porque esto es un pecado “transversal”, no propio o exclusivo de una casta.
Gentuza hay, la ha habido y la habrá en todas las castas. De ahí la importancia de otro descubrimiento de Howard, cuando dice que “los jóvenes aceptan la necesidad de la ética, pero no al iniciar la carrera… Ven la ética como el lujo de quienes ya han logrado el éxito”.
No sé qué pasa, pero toques el tema que toques, siempre acabamos hablando de formación integral, o sea, de formación como persona, que busca la excelencia en todas las facetas de su vida, en lo profesional, en lo familiar, en lo moral.
Como hoy voy de “Contras”, me encuentro con Ramón Larramendi, explorador polar, entrevistado esta vez por Ima Sanchís.
Ramón, a quien también hay que echarle de comer aparte, porque va de Groenlandia a Alaska a pulso, sin mapas y sin guías, debe tener mucho tiempo para pensar. Y de repente, suelta una frase: “siento cierta aversión por la política por su capacidad de provocar enfrentamientos donde no los hay”.
Y yo empalmo lo que me decía Juan con lo que me dicen Howard y Ramón, y me desmoralizo un poco.
Pero en seguida me recupero, al pensar en la labor que tienen los padres en primer lugar, los colegios en segundo, las universidades en tercero, las escuelas de negocios en cuarto, etc., para formar personas excelentes, números uno en su profesión y números uno en trabajar para que este mundo no sea una jungla, que a veces parece que es el camino que llevamos.