7/11/18

Misión de profetizar y evangelizar de todo bautizado

Antonio Rivero, L.C.


DOMINGO 15 DEL TIEMPO ORDINARIO - Ciclo B
Textos: Am 7, 12-15; Ef 1, 3-14; Mc 6, 7-13
Idea principal: La misión de profetizar y evangelizar de todo bautizado.
Síntesis del mensaje: Hasta este momento Jesús había predicado Él solo, aunque con la presencia de los apóstoles que todo lo presenciaban, lo oían y veían. Ahora son ellos los que son enviados a colaborar con Él. Y parece que tuvieron relativo éxito. Sigue siendo verdad lo que el beato Paulo VI decía: “evangelizar es la gracia y la vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar” (Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, n. 14). Él mismo llama a esta misión: “la dulce y confortadora alegría de evangelizar” (n. 80).
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, Dios manda a Amós, un laico, a profetizar (1ª lectura). Dios manda profetas siempre, especialmente, en los momentos más difíciles, cuando la fe y la moral están relajadas, en tiempos de injusticia y pecados públicos. Un profeta es siempre elegido por Dios, a pesar de sus deseos como persona, que tal vez irían por otros derroteros. ¿Cómo responde Amós? La palabra de este profeta Amós es valiente, denunciando las injusticias sociales de su tiempo, y la falsedad del culto que realizan en el templo nacional de Samaria, Betel. Tanto al sacerdote Amasías, responsable del templo, como al rey Jeroboam, Amós les resulta incómodo y le intimidan para que se marche a su tierra, Judea. Amós, con humildad pero con firmeza, se defiende: no está profetizando por gusto propio, y menos por interés económico, como si fuera un profesional: “no soy profeta… sino pastor y cultivador de higos”. Es Dios quien le manda. Y él obedece.
En segundo lugar, ahora es Jesús quien envía a sus apóstoles a evangelizar (evangelio), y con ellos a todos los sacerdotes y consagrados y consagradas. Quiere entrenarlos para cuando Él tenga que dejar esta tierra y subir al cielo. La forma en que Jesús manda a sus discípulos a anunciar el Evangelio y los consejos que les da, nos permiten aprender varias características de la auténtica evangelización. Primero, trabajar en equipo, pues esto es mejor que un trabajo personal; la evangelización es de toda la comunidad cristiana. Segundo, los evangelizadores deben estar libres de preocupaciones personales y materiales. Deben estar siempre asequibles, independientes y sin ataduras de ganancias personales. Tercero, la fe y conversión no pueden ser impuestas sino propuestas; los evangelizadores deben ser pacientes y esperar mejores momentos. Y cuarto, la llamada a la conversión es esencial para un anuncio adecuado del Evangelio; conversión que supone liberación de las servidumbres humanas y opresiones. ¿Fruto de la misión? Expulsaban demonios, ungían con aceite a los enfermos y los curaban.
Finalmente, cada uno de los laicos también es profeta evangelizador desde el día del bautismo. Misión ésta ratificada conscientemente en el día de la confirmación. Bien nos lo ha recordado la Iglesia en el concilio Vaticano II en el decreto llamado “Apostolicam actuositatem”, es decir, sobre el apostolado de los laicos con estas palabras: “Los cristianos seglares obtienen el derecho y la obligación del apostolado por su unión con Cristo Cabeza. Ya que insertos en el bautismo en el Cuerpo Místico de Cristo, robustecidos por la Confirmación en la fortaleza del Espíritu Santo, son destinados al apostolado por el mismo Señor. Son consagrados como sacerdocio real y gente santa (Cf. 1 Pe., 2,4-10) para ofrecer hostias espirituales por medio de todas sus obras, y para dar testimonio de Cristo en todas las partes del mundo” (n. 3). Más tarde, san Juan Pablo II en su encíclica “Redemptorismissio” volvió a recordarnos sobre la permanente validez del mandato misionero: “La necesidad de que todos los fieles compartan tal responsabilidad no es sólo cuestión de eficacia apostólica, sino de un deber-derecho basado en la dignidad bautismal, por la cual «los fieles laicos participan, según el modo que les es propio, en el triple oficio —sacerdotal, profético y real— de Jesucristo” (n. 71).
Para reflexionar: ¿Soy consciente de la dignidad que adquirí desde el día del bautismo: evangelizador, es decir, proclamador del mensaje de Cristo para que todos encuentren la salvación? ¿Qué me impide ser apóstol convencido: miedo al qué dirán, pereza y comodidad, la sensación de que no estoy preparado?  ¿A quién está llegando mi palabra: a mi familia, a los amigos, en el trabajo…?
Para rezar: con la canción bien conocida
Señor, toma mi vida nueva
antes de que la espera
desgaste años en mí.
Estoy dispuesto a lo que quieras
no importa lo que sea
Tú llévame a servir.
Llévame donde los hombres
necesiten tus palabras,
necesiten mi ganas de vivir
donde falte la esperanza,
donde falte la alegría
simplemente por no saber de Ti.
Te doy mi corazón sincero
para gritar sin miedo
tu grandeza, Señor.
Tendré mis manos sin cansancio,
tu historia entre mis labios
y fuerza en la oración.
Así me marcharé cantando
por calles predicando
lo bello que es tu amor
Señor, tengo alma misionera
condúceme a la tierra
que tenga sed de ti.