Felipe Arizmendi Esquivel
VER
Ha pasado el torbellino electoral que todo lo mueve, lo toca, lo involucra, lo modifica, lo afecta. Ahora estamos con la expectativa de los acomodos que estos cambios han de traer, con la duda de si se pondrán en práctica las promesas de la campaña previa. Una cosa es hablar y prometer, y otra pasar a la realidad. El tono de una campaña es muy diferente al tiempo de estar al frente de una responsabilidad de gobierno, pues un candidato puede decir, criticar y ofrecer; un gobernante, en cambio, debe tomar en cuenta leyes, instituciones, historias, ambientes, contextos internos y externos, y sobre todo a las personas. No puede mover todo y a todos a su antojo, pues no todo se puede.
Conozco a un gran sacerdote religioso que hablaba, criticaba, proponía y exigía muchos cambios dentro y fuera de su congregación; cuando lo nombraron superior general, el cargo lo hizo más sereno, prudente, sensato, respetuoso de las personas y de sus procesos. Estar al frente de una responsabilidad, nos debe hacer más maduros y realistas.
En la visita pastoral en un municipio de Chiapas, un presidente municipal me decía que, cuando era candidato, criticaba a los de otro partido que estaban en el cargo, porque sostenía que eran ladrones, que se quedaban con el dinero del pueblo, que eran unos incompetentes, y que él cambiaría todo. Cuando fue elegido y empezó a gobernar, cayó en la cuenta de que el dinero disponible no alcanzaba para tantas necesidades que había. Esto lo hizo más realista, más humilde y más respetuoso de los demás.
PENSAR
El Papa Francisco, en un videomensaje dirigido a los participantes en un encuentro de católicos con responsabilidades políticas, promovido por el CELAM en Bogotá, expresó:
“Desde el Papa Pío XII hasta ahora, los sucesivos pontífices siempre se han referido a la política como «alta forma de la caridad». Podría traducirse también como servicio inestimable de entrega para la consecución del bien común de la sociedad. La política es ante todo servicio; no es sierva de ambiciones individuales, de prepotencia de facciones o de centros de intereses. Como servicio, no es tampoco patrona, que pretende regir todas las dimensiones de la vida de las personas, incluso recayendo en formas de autocracia y totalitarismo. Y cuando hablo de autocracia y totalitarismo no estoy hablando del siglo pasado; estoy hablando de hoy, en el mundo de hoy, y quizás también de algún país de América Latina. Se podría afirmar que el servicio de Jesús —que vino a servir y no a ser servido— y el servicio que el Señor exige de sus apóstoles y discípulos es analógicamente el tipo de servicio que se pide a los políticos. Es un servicio de sacrificio y entrega, al punto tal que a veces se puede considerar a los políticos como “mártires” de causas para el bien común de sus naciones.
La referencia fundamental de este servicio, que requiere constancia, empeño e inteligencia, es el bien común, sin el cual los derechos y las más nobles aspiraciones de las personas, de las familias y de los grupos intermedios en general no podrían realizarse cabalmente, porque faltaría el espacio ordenado y civil en los cuales vivir y operar. Es un poco el bien común concebido como atmósfera de crecimiento de la persona, de la familia, de los grupos intermedios.
El Concilio Vaticano II definió el bien común, de acuerdo con el patrimonio de la Doctrina Social de la Iglesia, como «el conjunto de aquellas condiciones de vida social con las cuales los hombres, las familias y las asociaciones pueden lograr con mayor plenitud y facilidad su propia perfección» (GS 74).
Es claro que no hay que oponer servicio a poder —¡nadie quiere un poder impotente!—, pero el poder tiene que estar ordenado al servicio para no degenerarse. O sea, todo poder que no esté ordenado al servicio, se degenera. Por supuesto que me estoy refiriendo a la «buena política», en su más noble acepción de significado, y no a las degeneraciones de lo que llamamos «politiquería».
«La mejor manera de llegar a una política auténticamente humana —enseña una vez más el Concilio— es fomentar el sentido interior de la justicia, de la benevolencia y del servicio al bien común y robustecer las convicciones fundamentales en lo que toca a la naturaleza verdadera de la comunidad política y al fin, recto ejercicio y límites de los poderes públicos» (ib73). Tengan todos ustedes la seguridad de que la Iglesia católica alaba y estima la labor de quienes, al servicio del hombre, se consagran al bien de la cosa pública y aceptan las cargas de este oficio”(I-XII-2017).
ACTUAR
No nos quedemos en la orilla de la historia, sólo contemplando y criticando. ¿Qué podemos hacer para que la gestión de nuestras autoridades ejecutivas y legislativas, actuales y futuras, sirva efectivamente al bien común? Tu palabra cuenta. Tu opinión, que puedes hacerles llegar por algún medio, es importante. Tú eres parte de esta patria, de tu Estado, de tu municipio. Ora y colabora.