Isabel Llauger Ribas
Es un placer y un lujo cuando tienes la suerte de rodearte de gente que prima el buen humor, la simpatía y la generosidad. Gente que se ríe de sí misma, se contempla poco, busca siempre soluciones, es efectiva…
Debe ser que ayer fui testigo accidental de una conversación sobre valores personales que me pareció acertada. Deber ser porque a partir de esa conversación robada estoy ahora un pelín filosófica. Debe ser también porque el calor “embota” las neuronas y por que hoy no quiero hablar ni de política, ni de actualidad, ni de demandas sociales…
En un día como hoy en el que juez Llarena ha retirado la Eurorden, en el que la lucha en el seno del PP entre Casado y Sáenz de Santamaría está en el punto más álgido, y en el que también se hace público el “chantaje“ de Puigdemont a Marta Pascal quiero hablar de cosas importantes.
Será también que hace tan solo una semana cumplí años y eso para mí, desde que rebasé la edad en la que murió mi madre, siempre es motivo de reflexión vital y también de una alegría que no quiero nunca que nadie, ni nada, empañe.
Cuando mis hijos eran pequeños y bajaban del autobús saliendo del colegio y se quejaban (ahora pienso que, a veces, probablemente, con razón) de si tenían hambre, sed, frío o calor…. yo les recordaba una frase familiar que se nos había ido transmitiendo en la que se nos ponía en la dicotomía de escoger qué tipo de persona queríamos ser: ¿de aquellas que se quejan de todo, que todo les va mal, que todo les duele, que critican a todo el mundo, que se mueven por intereses mezquinos disfrazados de bondad imaginaria? o ¿de aquellas que intentan no quejarse demasiado, saber que son unos privilegiados, sentirse felices y ser sinceramente generosos? Como la elección es entre el egoísmo y el pesimismo o la generosidad y la empatía la respuesta, en el plano teórico, siempre ha sido obvia. Pero en el plano de la realidad no todo es tan llano.
Aprendes con los años a reconocer virtudes y defectos, en unos u otros que hacen que la vida sea más fácil y allanan los problemas o la complican creando conflictos dónde no los hay.
Debe ser porque con los años has conocido ya a muchos especímenes de individuos que, bajo una aparente simpatía y formas adecuadas, esconden un carácter interesado y ruin que disimulan con total impunidad. Debe ser porque, también con los años, reconoces que aquellas intuiciones iniciales que provocan que no te fíes de ciertos sujetos son generalmente acertadas y el tiempo acaba dándote la razón en tus prejuicios emocionales para con ellos. Debe ser que cuando alguien no es trigo limpio en un inicio no se reconvierte en pan jugoso con el tiempo.
Debe ser por todo esto por lo que es un placer y un lujo cuando tienes la suerte de rodearte de gente que prima el buen humor, la simpatía y la generosidad. Gente que se ríe de sí misma, se contempla poco, busca siempre soluciones, es efectiva, no echa pestes para con todos, ni critica por sistema a sus conciudadanos. Gente que, como a todos, le pasan cosas buenas y malas pero intenta que las malas no le condicionen en exceso su día a día. Y al contrario: ¡qué pereza y qué fastidio soportar a los quejicas, los malhumorados y faltos de positivismo! ¡Qué engorroso lidiar con los interesados, tendenciosos y manipuladores, especialistas en chantaje emocional, que fingen cariño para con otros solo buscando el beneficio propio.
Es solo con los primeros, con los pacientes, optimistas y generosos que dan título a este artículo, con los que siempre es imprescindible querer estar.
Isabel Llauger Ribas, en lavanguardia.com.