Salvador Bernal
Un acontecimiento histórico que invita a soñar con un futuro concilio ecuménico que contribuya a recuperar la unidad de los cristianos
La información oficial hablaba de un Encuentro del Santo Padre Francisco con los Jefes de las Iglesias y Comunidades Cristianas de Oriente Medio en Bari. Italianismo aparte, ha sido un acontecimiento histórico que invita a soñar con un futuro concilio ecuménico que contribuya a recuperar la unidad de los cristianos. De momento, el objetivo del 7 de julio era modesto, como indicaba su lema: “¡La paz contigo! Cristianos juntos por Oriente Medio”. Pero ha contribuido a la visibilidad de uno de los grandes dramas del siglo XXI, a pesar del escaso eco en la prensa internacional: gran tarea le espera al nuevo presidente del dicasterio vaticano para la comunicación.
Se eligió Bari, porque simboliza la presencia de Oriente en Occidente, y es lugar de peregrinación y puerto de esperanza, como recordó el cardenal Sandri al presentar la jornada. En la basílica de Bari se encuentra la única capilla con iconostasio, donde, en virtud de un privilegio concedido en 1966, se celebra la Divina Liturgia de las Iglesias ortodoxas.
No se trata solo de reforzar el apoyo a las iglesias orientales en plena comunión con Roma. Además, se impone continuar la cercanía a las ortodoxas, manifestada especialmente ante la persecución, que ha dado origen a la fuerte expresión de ecumenismo de la sangre. Sin olvidar el diálogo interreligioso, especialmente necesario en esa región, como se comprobó durante el viaje del papa Francisco a Egipto en abril de 2016.
Ahora, en Bari, el papa dirigió unas palabras introductorias a la oración pública común en el paseo marítimo de Bari, a la que tantos se unieron gracias a las nuevas tecnologías. Las puertas de la basílica de san Nicolás se cerraron luego, para el estudio de las observaciones y propuestas de los diversos pastores de oriente.
Uno de los principales problemas es el éxodo de los cristianos. En la tierra donde nació el cristianismo, ha ido decreciendo la presencia de los fieles: hoy, sólo el 4% de la población de Oriente Medio, frente al 20% al comienzo del siglo XX. Constituye un empobrecimiento general, como afirmó Benedicto XVI en su Exhortación apostólica de 2012, tras el sínodo especial celebrado en 2010: “un Oriente Medio con pocos o sin cristianos ya no es Oriente Medio, pues los cristianos participan con otros creyentes en la identidad tan singular de la región”. Como se recordará, el papa firmó e hizo pública esa exhortación, Ecclesia in Medio Oriente, en la basílica greco-melquita de San Pablo en Harissa, durante su viaje pastoral al Líbano.
Como es lógico, la prioridad es rezar y trabajar para el restablecimiento de la paz. Lo recuerda el papa Francisco en sus alocuciones dominicales a la hora del Ángelus: no faltan motivos de preocupación cada semana. El recién creado cardenal iraquí, Luis Raphael Sako, patriarca de Babilonia de los Caldeos, apuesta por la necesidad de “aprender a vivir en paz, como hizo Europa después de la segunda guerra mundial”. Y confía en que, desde Bari, llegue a “los Jefes de Estado que piensen también en la vida humana y no sólo en los intereses del petróleo o en la fabricación y el comercio de armas”.
De otra parte, es fundamental reconocer los derechos humanos, comenzando por la libertad religiosa, un derecho básico superador de la tolerancia más o menos benévola: aunque los creyentes sean numéricamente minoritarios, no son ciudadanos de segunda categoría, sino han de recibir plenitud de derechos civiles.
La crisis es larga y extensa: desde el Mediterráneo hasta Afganistán. La indiferencia de ciertas grandes potencias, o la participación directa de otras en los conflictos, no contribuye a su solución −basta pensar en el evidente retroceso de la relación entre Israel y Palestina−, como tampoco las batallas entre los propios musulmanes. Y no se puede pedir a los cristianos que sigan viviendo en condiciones con frecuencia inhumanas: la inseguridad no fomenta la reconstrucción, sino el exilio.
Al regreso de su viaje al Líbano en 2012, Benedicto XVI evocó que había invitado “a todos los católicos de Oriente Medio a fijar su mirada en Cristo crucificado para encontrar la fuerza, incluso en contextos difíciles y dolorosos, para celebrar la victoria del amor sobre el odio, del perdón sobre la venganza y de la unidad sobre la división. A todos aseguré que la Iglesia universal está más cerca que nunca (...) de las Iglesias en Oriente Medio y que a pesar de ser un 'pequeño rebaño', no tienen por qué temer, sabiendo que el Señor está siempre con ellas”.
Y el papa Francisco insistía, al terminar su alocución en el paseo marítimo de Bari: “La indiferencia mata, y nosotros queremos ser una voz que combate el homicidio de la indiferencia. Queremos dar voz a quien no tiene voz, a quien solo puede tragarse las lágrimas, porque hoy Oriente Medio llora, hoy sufre y calla, mientras otros lo pisotean en busca de poder y riquezas. Para los pequeños, los sencillos, los heridos, para aquellos que tienen a Dios de su parte, nosotros imploramos: La paz contigo. Que el ‘Dios de todo consuelo’ (2Co 1,3), que sana los corazones destrozados y venda las heridas (cf. Sal 147,3), escuche hoy nuestra oración”.