Nacho Valdés
Las fechas navideñas constituyen, sin duda, uno de los momentos en los que el arte sacro brilla con especial fuerza. Postales navideñas, representaciones de la natividad, las figuras de los belenes.. al arte se vuelve, mas que nunca, camino de oración y contemplación.
Junto a sus hermanas, Maysa e Inma, Ignacio Valdés, lleva años dedicado a plasmar en lienzo imágenes de contenido religioso. Junto a obras de corte costumbrista, este artista, nacido en Cádiz y formado en la facultad de Bellas Artes Santa Isabel de Hungría de Sevilla y en la Winchester School of Fine Art en Winchester, ha llevado escenas de la Sagrada Familia, de santos actuales y pretéritos a cientos de países. Además de España, cuenta con obras en Inglaterra, Polonia, Irlanda, Japón, Estados Unidos, Rusia, Croacia, Sudáfrica, México, Chile, Nigeria, Líbano, Guatemala e Italia.
Sus pinturas, realistas, cercanas y coloridas, centran retablos y capillas poniendo a Dios, de algún modo, en medio del entorno habitual del espectador. Una materialización de la Vía de la Belleza que lleva a cabo de manera natural, como señala en esta entrevista con Omnes: «Mientras estoy pintando, pienso en la gente que, cuando se encuentren delante de ese cuadro, le ayudará a querer más a Dios, o a su Madre.
Dice Antonio López que el verdadero arte religioso es el que conmueve al espectador porque se olvida de «lo artístico» para centrarse en la dimensión religiosa ¿Cree que es así? ¿La fe, es premisa para que una obra religiosa alcance realmente su objetivo?
Las fechas navideñas constituyen, sin duda, uno de los momentos en los que el arte sacro brilla con especial fuerza. Postales navideñas, representaciones de la natividad, las figuras de los belenes.. al arte se vuelve, mas que nunca, camino de oración y contemplación.
Junto a sus hermanas, Maysa e Inma, Ignacio Valdés, lleva años dedicado a plasmar en lienzo imágenes de contenido religioso. Junto a obras de corte costumbrista, este artista, nacido en Cádiz y formado en la facultad de Bellas Artes Santa Isabel de Hungría de Sevilla y en la Winchester School of Fine Art en Winchester, ha llevado escenas de la Sagrada Familia, de santos actuales y pretéritos a cientos de países. Además de España, cuenta con obras en Inglaterra, Polonia, Irlanda, Japón, Estados Unidos, Rusia, Croacia, Sudáfrica, México, Chile, Nigeria, Líbano, Guatemala e Italia.
Siempre me ha costado encontrar una respuesta al hecho de cómo un cuadro sacro bien hecho técnicamente, incluso catalogado como obra de arte, sin embargo, no suscita en el espectador una devoción, no llega al corazón del que lo contempla aunque agrade enormemente a la vista.
Y, paradójicamente, a veces sucede el caso contrario: ¡cuántas imágenes conocemos que no son un “capo lavoro” pero a la que sin embargo le rezan miles de personas!
La respuesta a esta duda la encontré en el libro de Santa Faustina Kowalska:
“Una vez, cuando estaba en [el taller] de aquel pintor que pintaba esa imagen, vi. que no era tan bella como es Jesús. Me afligí mucho por eso, sin embargo, lo oculté profundamente en mi corazón. Cuando salimos del taller del pintor, la Madre Superiora se quedó en la ciudad para solucionar diferentes asuntos, yo volví sola a casa. En seguida fui a la capilla y lloré muchísimo. ¿Quién te pintará tan bello como Tú eres? Como respuesta oí estas palabras: No en la belleza del color, ni en la del pincel, está la grandeza de esta imagen, sino en Mi gracia.”
Ciertamente una obra de arte sacra, ha de tener una calidad técnica, para no caer en lo ridículo o lo feo pero, por otro lado, en el arte sacro, la distancia que hay entre lo representado y la forma de representarlo es infinita: ni siquiera los pinceles de Velázquez o Rembrandt son capaces de acercarse un poco a la misma belleza de Dios. En este episodio, Santa Faustina nos habla de un incremento que Dios da en la contemplación de la obra de arte, que va más allá de la belleza del color: se trata de la gracia que otorga a través de la contemplación de la imagen sacra.
¿Cómo puede un pintor hacer que sus obras sean esos instrumentos de la gracia de Dios? ¿Se trata de olvidarse de “lo artístico para centrarse en la dimensión religiosa, como dice Antonio López, o pintar desde la fe?
– Esto pertenece al misterio de Dios, aunque intuyo que puede estar relacionado con la “intención” del artista al pintar. Si la intención de fondo del artista cuando está pintando un cuadro sacro concreto es: el amor a lo que representas, el servicio que prestas a Dios, a la Iglesia, a los demás; la reparación por tus pecados…, es más fácil que Dios lo utilice como instrumento para otorgar su gracia a los que contemplan la obra. Y para esto, sin duda es necesaria la fe.
Sin embargo, si la intención de fondo del artista es: ser alabado por los demás, quedar por encima de nuestros competidores, lucrarse económicamente… Aunque los artistas necesitemos los elogios, una sana competencia nos hace mejorar, y ganar dinero con algo que no muchos saben hacer es más que justo, todo esto es razonable, pero si ocupasen el primer puesto en las intenciones, convertiría a la obra en un instrumento defectuoso de la gracia de Dios, a pesar de que esa persona tenga fe.
Aún así, Dios puede y tantas veces lo hace, usar esas obras imperfectas y “convertir a las piedras en hijos de Abraham”, de ahí mi dificultad en responder a esa pregunta.
¿Se puede orar ante una obra propia?¿Cómo es el diálogo entre un pintor con fe y una obra religiosa que apunta a un ámbito tan íntimo?
– Me resulta muy difícil rezar ante un cuadro que he pintado, porque enseguida lo veo en clave de pinceladas, no lo puedo evitar. A veces cuando estás pintando, pienso en la gente que, cuando se encuentren delante de ese cuadro, le ayudará a querer más a Dios, o a su Madre.
Los artistas casi no sabemos nada de esas historias íntimas; y eso es bueno que suceda porque quizá uno piense que todo el éxito es suyo, y no es verdad.
En ocasiones me encuentro con una dificultad especial en el proceso o no sé por dónde comenzar: tengo un truco infalible que consiste en pedir ayuda al que estoy representando en el cuadro. El colmo es cuando “cruzas” esa petición, por ejemplo: estoy intentando pintar al Niño Jesús, y le digo a su Madre: “¿Querrás que pinte a tu hijo guapo, verdad?” No falla.
Cuando se aborda la pintura de la Virgen, de San José, ¿se es consciente de que habrá personas que materialicen su oración a través de esas imágenes, que le están «poniendo cara» a Dios? ¿Es una responsabilidad o un reto?
– El tema de la imagen mental que tenemos de Dios Padre, de Jesús, la Virgen…, es muy interesante. Nosotros pensamos con imágenes y las necesitamos. Desde que la segunda Persona de la Santísima Trinidad, Jesucristo, se encarnó en el seno de María, ya tiene un cuerpo concreto, un rostro único, singular, reconocible por los que le rodeaban.
En el Antiguo Testamento, Dios había prohibido su representación en una imagen, para evitar el contagio de los pueblos vecinos y caer en la idolatría; ya sabemos cómo acabó lo del becerro de oro… Pero, a partir de la Encarnación, todo cambia, y Dios mismo se presenta con el rostro de Jesús. También María y José tienen unos rasgos concretos, únicos. El arte cristiano ha ido creando imágenes de ellos con la imaginación de los artistas y la devoción del pueblo.
La imagen de Jesucristo quedó fijada desde muy temprano, gracias al “mandylion” y a la Sábana Santa, pero los rostros de la Virgen, San José, los apóstoles, etc, han sido representados de modos variados, aunque nunca se ha roto un hilo conductor, en la historia del arte, que nos ayuda a reconocer los personajes representados: elementos de vestuario, poses, atributos… Pero cada época y cada artista, tiene su modo propio de representarlos.
Al final, como ocurre en cada familia, cada uno tiene sus preferencias, y no hablo sólo de gustos, sino de la devoción que le produce o del misterio que ellos perciben: si uno prefiere una Virgen renacentista para dirigirse a Ella, pues genial.
Yo intento representar a la Virgen y San José como me los imagino, sin tratar de romper el hilo del que hablaba antes, pero sé que cuando haces una nueva imagen, al principio puede chocar, porque ya teníamos otra imagen mental consolidada, pero el paso del tiempo lo arregla.
A mí me pasó, por ejemplo, con la actriz que representaba a la Virgen e la película de “La Pasión”, al principio me chocaba, y ahora ya no. Soy un defensor de la idea de que el arte sacro es un servicio a los demás, en ese sentido es todo un reto.
¿Qué rostro tiene para ti la Virgen a la que has retratado con asiduidad?
– La Virgen es ante todo mi Madre. Tiene el rostro de una madre y no hace falta que me explaye en contar cómo son las madres porque todos lo sabemos. También me ocurre algo un poco misterioso y es que en cada rostro de mujer, percibo un destello de María, aunque esa mujer tenga sus defectos, por eso cuando me posa una modelo, intento reflejar ese destello.
En los últimos años, hemos visto un arte religioso que podríamos calificar de «cercano»: escenas familiares o íntimas de la Sagrada Familia, una incorporación de los nuevos santos. ¿La pintura también se adapta al nuevo lenguaje de los creyentes, de la sociedad?
– No creo que la pintura se tenga que adaptar al nuevo lenguaje de la sociedad, los artistas formamos parte de esa misma sociedad, por eso, si intentamos ser nosotros mismos, nos expresamos con el mismo lenguaje. En ocasiones, alguno me ha comentado que mis imágenes son demasiado “reales” y que falta “idealizarlas” un poco más. Yo entiendo que en la pintura sacra no se puede ser banal y que es necesario reflejar el misterio de lo sobrenatural, pero ocurre que cuando se subraya tanto “lo ideal”, las imágenes se alejan de nosotros a un espacio interestelar: representan a personajes que no están con nosotros y nosotros tenemos que ir a ellos. Es el drama actual del cristiano: que actúa a lo largo de la jornada pensando que Dios, la Virgen, los ángeles, los Santos, están lejos de nosotros, en otro plano… muy lejos, y que no les importamos mucho: resulta que es todo lo contrario. Me parece importante recordar esta idea de “cercanía” también a través de la pintura.
La pintura de temática religiosa, ¿está viviendo una nueva época dorada o, por el contrario, pasa por un momento complicado?
– Me falta perspectiva en el tiempo para poder dar una respuesta clara. Para situarnos, en los años sesenta y setenta del anterior siglo, se inició un movimiento iconoclasta en el seno de la Iglesia, los motivos no vienen al caso, pero el hecho es que, de algún modo, aún padecemos esa inercia. En esos años, en el panorama artístico, lo único aceptable era el lenguaje abstracto y la consecuente marginación de cualquier lenguaje figurativo. Esto influyó en los elementos artísticos dentro de las iglesias, creando la paradoja de una “imaginería abstracta sacra”, dos términos: imagen y abstracción, que son contradictorios.
El problema es que la ausencia de las imágenes no es una opción cristiana, como afirmaba Benedicto XVI. En ese contexto, Kiko Argüello propuso un lenguaje neo-icono para las imágenes, y de algún modo, las únicas pinturas figurativas que veíamos en esos años en las iglesias modernas, eran precisamente de este estilo: al menos eran figurativas.
Yo escogí un estilo realista para la pintura sacra, primero porque me gustaba más, y después porque lo veía más cercano a la devoción de la gente. Al pasar el tiempo comencé a dar clases en la Sacred Art School, en Florencia, y desde allí estamos formando promociones de nuevos artistas para todo el mundo, son alumnos de todos los países y aprenden primero la técnica de la pintura y en un segundo paso, a hacer pintura sacra, que es lo más difícil.
Creo que poco a poco se va aceptando esta nueva propuesta, porque la calidad del oficio de pintor va siendo cada vez mejor y la formación en Sagrada Escritura, Historia del arte, Liturgia, Simbología cristiana y Teología, completa un bagaje en el alumno que hace que cuando pinta un cuadro, no sea sólo un cuadro técnicamente bien hecho, sino que intenta transmitir el misterio de nuestra fe.
Fuente: omnesmag.com