Queridísimos: ¡que Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!
«Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra» (Lc 2,14): estas son las palabras que cantan los ángeles cuando anuncian a los pastores que, no muy lejos de allí, en un pesebre, acaba de nacer Jesús. Esas mismas palabras han formado muchos cantos populares que dan ambiente, cada Navidad, a nuestras calles y a nuestras casas. Nos podemos unir a ese coro, deseando dar toda la gloria a Dios y rezando por la paz del mundo.
El Señor cuenta también con cada uno de nosotros para sembrar la paz en el mundo, empezando por nuestro entorno más cercano. No es «una cosa del todo hecha, sino un perpetuo quehacer. Dada la fragilidad de la voluntad humana, herida por el pecado, el cuidado por la paz reclama de cada uno constante dominio de sí mismo (…). Es también fruto del amor, el cual sobrepasa todo lo que la justicia puede realizar» (Gaudium et spes, n. 78).
No existirá paz en el mundo –en este mundo atribulado y a la vez lleno de esperanza– si no existe paz en las personas. «Tanto la paz, como la guerra, están dentro de nosotros» (Surco, n. 852), decía san Josemaría. Por eso, esta Navidad queremos que el canto de los ángeles resuene, en primer lugar, en nuestra alma. Es en lo más profundo de nuestro corazón donde forjamos las actitudes que repercuten en la armonía con los que nos rodean: privilegiar la unidad por encima de las diferencias, alegrarnos con las cosas buenas de los demás, ofrecer nuestra ayuda a quien lo necesita, pedir perdón con frecuencia…
Santa María y San José transmitieron paz en su entorno más cercano e hicieron del pesebre un lugar acogedor. Acudamos a su ayuda, para acrecentar una paz interior que pueda revertir en la del mundo entero. Os invito a rezar por el Papa Francisco, por sus intenciones, y a unirnos a su petición de las Navidades pasadas: «Oh Cristo, nacido por nosotros, enséñanos a caminar contigo por los senderos de la paz».
Con mi felicitación y mi bendición más cariñosa
Roma, 15 de diciembre de 2022