12/29/22

Mirando el pesebre, mirando la cruz...

El Papa ayer en la Audiencia General


Queridos hermanos y hermanas, buenos días y ¡Feliz Navidad de nuevo! Este tiempo litúrgico nos invita a hacer una pausa y reflexionar sobre el misterio de la Navidad. Y como hoy se cumple el cuarto centenario de la muerte de san Francisco de Sales, obispo y doctor de la Iglesia, podemos inspirarnos en algunos de sus pensamientos. Escribió mucho sobre la Navidad. En este sentido, tengo el gusto de anunciar que hoy se publica la Carta Apostólica conmemorativa de este aniversario. El título es “Todo pertenece al amor”, recogiendo una expresión característica de San Francisco de Sales. En efecto, así escribió en el Tratado sobre el amor de Dios: «En la Santa Iglesia todo pertenece al amor, vive en el amor, se hace por amor y proviene del amor» (Ed. Paulinas, Milán 1989, p. 80). Y ojalá todos podamos ir por ese camino del amor, tan hermoso.

Tratemos ahora de profundizar un poco en el misterio del nacimiento de Jesús, “en compañía” de san Francisco de Sales, y así unimos las dos conmemoraciones.

San Francisco de Sales, en una de las muchas cartas dirigidas a santa Juana Francisca de Chantal, escribe así: «Me parece ver a Salomón sobre el gran trono de marfil, dorado y tallado, que no hubo igual en ningún reino, como dice la Escritura (1Re 10,18-20); ver, en definitiva, a ese rey que no tuvo igual en gloria y magnificencia (cfr. 1Re 10,23). Pero prefiero ver al querido Niño en el pesebre antes que a todos los reyes en sus tronos» (A la madre Chantal, Annecy, 25-XII-1613, Epistolario, vol. II, 402-403): es bonito lo que decía. Jesús, el Rey del universo, nunca se sentó en un trono, nunca: nació en un establo –así lo vemos representado–, envuelto en pañales y recostado en un pesebre; y al final murió en una cruz y, envuelto en una sábana, fue puesto en el sepulcro. De hecho, el evangelista Lucas, al relatar el nacimiento de Jesús, insiste mucho en el detalle del pesebre. ¿Quiere decir que es muy importante no solo como detalle logístico, sino como elemento simbólico para entender qué? Para entender qué clase de Mesías es el que nació en Belén, qué clase de Rey: quién es Jesús. Mirando el pesebre, mirando la cruz, mirando su vida de sencillez, podemos entender quién es Jesús. Jesús es el Hijo de Dios que nos salva haciéndose hombre, como nosotros, despojándose de su gloria y humillándose (cfr. Flp 2,7-8). Este misterio lo vemos concretamente en el punto focal del pesebre, es decir, en el Niño acostado en un pesebre. Esa es la “señal” que Dios nos da en Navidad: lo fue entonces para los pastores de Belén (cfr. Lc 2,12), lo es hoy y lo será siempre. Cuando los ángeles anuncian el nacimiento de Jesús: “Id y verlo”; la señal es: encontraréis un niño en un pesebre. Esa es la señal. El trono de Jesús es el pesebre o el camino, durante su vida cuando predicaba, o la cruz al final de su vida: ese es el trono de nuestro Rey.

Esa señal nos muestra el “estilo” de Dios. ¿Y cuál es el estilo de Dios? No lo olvidéis nunca: el estilo de Dios es la cercanía, la compasión y la ternura. Nuestro Dios es cercano, compasivo y tierno. En Jesús vemos ese estilo de Dios. Con ese estilo suyo, Dios nos atrae hacia sí. No nos toma a la fuerza, no nos impone su verdad y su justicia, no hace proselitismo con nosotros, no: quiere atraernos con amor, con ternura, con compasión. En otra carta, San Francisco de Sales escribe: «El imán atrae el hierro y el ámbar atrae la paja y el heno. Pues bien, ya seamos hierro por nuestra dureza, o paja por nuestra debilidad, debemos dejarnos atraer por este Niño celestial» (A una religiosa, Paris, 6-I-1619, Epistolario, vol. III, 10). Nuestras fuerzas, nuestras debilidades, se resuelven sólo ante el pesebre, ante Jesús, o ante la cruz: Jesús despojado, Jesús pobre; pero siempre con su estilo de cercanía, compasión y ternura. Dios ha encontrado una manera de atraernos como somos: con amor. No un amor posesivo y egoísta, como por desgracia es tan a menudo el amor humano. Su amor es puro don, pura gracia, es todo y sólo para nosotros, para nuestro bien. Y así nos atrae, con ese amor desarmado y que también desarma, porque cuando vemos esa sencillez de Jesús, también nosotros nos despojamos de las armas de la soberbia y vamos allí, humildes, a pedir salvación, a pedir perdón, a pedir luz para nuestras vidas, para poder seguir adelante. No olvidéis el trono de Jesús: el pesebre y la cruz, ese es el trono de Jesús.

Otro aspecto que destaca en el pesebre es la pobreza –realmente hay pobreza allí–, entendida como la renuncia a toda vanidad mundana. Cuando vemos el dinero que se gasta en vanidad: mucho dinero para vanidad mundana; tantos esfuerzos, tanta búsqueda de vanidad; mientras que Jesús nos muestra humildad. San Francisco de Sales escribe: «¡Dios mío! ¡Cuántos santos afectos despierta en nuestros corazones este nacimiento! Pero sobre todo nos enseña la renuncia perfecta a todos los bienes, a todas las pompas [...] de este mundo. No sé, pero no encuentro otro misterio en el que se mezclen tan suavemente la ternura y la austeridad, el amor y el rigor, la dulzura y la dureza» (A una religiosa de la abadía de Santa Catalina, Annecy, 25 o 26-XII-1621, Epistolario, vol. III, 615): todo eso lo vemos en el pesebre. Eso sí, atentos a no caer en la caricatura mundana de la Navidad. Y esto es un problema, porque la Navidad es eso. Pero hoy vemos que también hay “otra Navidad”, entre comillas, es la caricatura mundana de la Navidad, que reduce la Navidad a una fiesta empalagosa, consumista. Hay que celebrar, tenemos que hacerlo, pero que eso no sea la Navidad, la Navidad es otra cosa. El amor de Dios no es meloso, el pesebre de Jesús nos lo demuestra. El amor de Dios no es un buenismo hipócrita que esconde la búsqueda de placeres y comodidades. Bien lo sabían nuestros mayores que conocieron la guerra y hasta el hambre: la Navidad es alegría y fiesta, ciertamente, pero en la sencillez y austeridad.

Y concluimos con un pensamiento de San Francisco de Sales que también cito en la Carta Apostólica. Se lo dictó a las Hermanas Visitandinas –¡pensadlo!– dos días antes de morir. Y dijo: «¿Veis al Niño Jesús en el pesebre? Recibe todas las injurias del tiempo, el frío y todo lo que el Padre permite que le suceda. No rechaza los pequeños consuelos que le da su Madre, y no está escrito que extienda nunca sus manos al seno de su Madre, sino que lo deja todo a su cuidado y previsión; así que no debemos desear nada ni rechazar nada, soportando todo lo que Dios nos mande, el frío y los embates del tiempo» (Entretenimientos espirituales). Y aquí, queridos hermanos y hermanas, hay una gran enseñanza que nos viene del Niño Jesús a través de la sabiduría de San Francisco de Sales: no desear nada ni rechazar nada, aceptar todo lo que Dios nos envía. ¡Pero cuidado! Siempre y sólo por amor, porque Dios nos ama y quiere siempre y sólo nuestro bien.

Miremos el pesebre, que es el trono de Jesús, miremos a Jesús en las calles de Judea, de Galilea, predicando el mensaje del Padre y miremos a Jesús en el otro trono, en la cruz. Eso es lo que Jesús nos ofrece: el camino, pero ese es el camino de la felicidad.

A todos vosotros y a vuestras familias, ¡feliz Navidad y buen comienzo del nuevo año!

Saludos

Doy la bienvenida a todos los peregrinos de lengua inglesa presentes en la audiencia de hoy, especialmente a los grupos de los Estados Unidos de América. A todos y a vuestras familias os deseo de nuevo una feliz Navidad y un nuevo año lleno de alegría y de paz. ¡Dios os bendiga!

Saludo cordialmente a las personas de lengua francesa, en particular a los jóvenes del Seminario San Pablo VI con su obispo. Hermanos y hermanas, en estos días en que contemplamos el misterio de Dios hecho hombre, pidamos la gracia de saber privarnos de algo para ofrecerlo al prójimo necesitado, para que todos puedan experimentar la alegría de la Navidad. ¡Dios os bendiga!

Queridos hermanos y hermanas de lengua alemana, hoy, en la fiesta de los Santos Inocentes, pensemos en los más pequeños, en todos los niños que sufren la explotación, el hambre y la guerra. Que el Señor nos ayude con su bendición a protegerlos y apoyarlos. ¡Felices fiestas!

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos al Señor que cada familia, especialmente aquellas que más sufren por las carencias y la aspereza del frío, encuentren en las comunidades cristianas “un portal” en el que sientan la calidez que la Navidad nos trae con la llegada del Niño Dios. Feliz Navidad y próspero año nuevo. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Muchas gracias.

Queridos fieles y amigos de lengua portuguesa, en esta santa Navidad, os deseo la plenitud de los consuelos y gracias del Niño Dios: que brille en vuestros corazones, en vuestras familias y en vuestras comunidades la luz del Redentor, que nos revela el rostro tierno y misericordioso del Padre Celestial. Y que bendiga a todos con un Año Nuevo sereno y feliz.

Saludo a los fieles de lengua árabe. Confiemos en Dios, porque Él nos ama y quiere siempre y sólo nuestro bien. Deseo a todos un sereno Año Nuevo, lleno de paz y de todas las gracias celestiales.

Saludo cordialmente a todos los polacos. Al acercarse el final de este año, os invito a dar gracias a Dios por su bondad y misericordia. Que el amor de Dios que se ha revelado en Belén traiga consuelo a nuestros corazones, turbados por el drama de la guerra en Ucrania y en otras partes del mundo. También quiero agradecer al pueblo de Polonia toda la ayuda que brinda al pueblo ucraniano. Recordemos que en la historia de la humanidad Dios tiene la última palabra, porque “todo pertenece al amor”. A cada uno de vosotros, a las familias polacas y ucranianas que se encuentran actualmente en vuestra patria, mi bendición.

Doy una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. En particular, saludo a los diversos grupos parroquiales y los animo a ser testigos gozosos del amor de Dios en sus respectivas comunidades. Saludo a los adolescentes del Movimiento de los Focolares de diferentes países y los animo a encomendarse con confianza a Jesús, el amigo fiel que nunca traiciona. Me alegra dar la bienvenida a los profesores de religión de la diócesis de Trani-Barletta-Bisceglie y a la Banda de Ceccano.

Me gustaría pediros a todos una oración especial, por el Papa emérito Benedicto, que en silencio está apoyando a la Iglesia. Acordaos de él –está muy enfermo– pidiéndole al Señor que lo consuele y lo sostenga en este testimonio de amor a la Iglesia, hasta el final.

Por último, como siempre, mi pensamiento se dirige a los jóvenes, enfermos, ancianos y recién casados. Que el Niño de Belén os dé su luz y su consuelo. Que conceda a la atormentada Ucrania, oprimida por la brutalidad de la guerra, el anhelado don de la paz. Os bendigo de corazón.

Fuente: vatican.va