12/01/22

La consolación verdadera

El Papa ayer en la Audiencia General


Catequesis sobre el discernimiento 10. 

Continuando nuestra reflexión sobre el discernimiento, y en particular sobre la experiencia espiritual llamada “consolación”, de la que hablamos el otro miércoles, nos preguntamos: ¿cómo reconocer el verdadero consuelo? Es una pregunta muy importante para el buen discernimiento, y no ser engañados en la búsqueda de nuestro verdadero bien.

Podemos encontrar algunos criterios en un pasaje de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola. «Debemos mucho advertir el discurso de los pensamientos –dice San Ignacio–; y si el principio, medio y fin es todo bueno, inclinado a todo bien, señal es de buen ángel; mas si en el discurso de los pensamientos que trae, acaba en alguna cosa mala o distraída, o menos buena que la que el ánima antes tenía propuesta de hacer, o la enflaquece o inquieta o conturba al ánima, quitándola su paz, tranquilidad y quietud que antes tenía, clara señal es proceder de mal espíritu» (n. 333). Porque es verdad: hay consuelo verdadero, pero también hay consuelos que no son verdaderos. Y para eso necesitamos entender bien el camino de la consolación: ¿cómo va y adónde me lleva? Si me lleva a algo que no va bien, que no es bueno, el consuelo no es real, es “postizo”, digamos así.

Y estas son indicaciones valiosas, que merecen un breve comentario. ¿Qué significa que el principio está inclinado al bien, como dice San Ignacio de un buen consuelo? Por ejemplo, tengo el pensamiento de rezar, y noto que va acompañado de afecto hacia el Señor y al prójimo, nos invita a hacer gestos de generosidad, de caridad: es un buen principio. En cambio, puede suceder que surja ese pensamiento para evitar un trabajo o una tarea que me ha sido encomendada: ¡cada vez que tengo que lavar los platos o limpiar la casa, tengo un gran deseo de ponerme a rezar! Eso sucede en los conventos. Pero la oración no es una evasión de los deberes, al contrario, es una ayuda para lograr el bien que estamos llamados a hacer, aquí y ahora. Esto, sobre el principio.

Luego está el medio: San Ignacio dijo que el principio, el medio y el fin deben ser buenos. El principio es ese: quiero rezar para no lavar los platos: ve, lava los platos y luego vas a rezar. Luego está el medio, es decir, lo que viene después, lo que sigue a ese pensamiento. Siguiendo con el ejemplo anterior, si me pongo a rezar y, como hace el fariseo de la parábola (cfr. Lc 18,9-14), tiendo a complacerme a mí mismo y a despreciar a los demás, quizás con un corazón resentido y amargo, entonces esas son señales de que el mal espíritu usa ese pensamiento como llave de acceso para entrar en mi corazón y transmitirme sus sentimientos. Si voy a rezar y me vienen a la mente las palabras del famoso fariseo –“Te doy gracias, Señor, porque rezo, no soy como los demás que no te buscan, no oran”–, ahí, esa oración acaba mal. Esa consolación de rezar es sentirse como un pavo real ante Dios, y ese es el medio que no sirve.

Y luego está el fin: el principio, el medio y el fin. El fin es un aspecto que ya hemos visto, a saber: ¿adónde me lleva un pensamiento? Por ejemplo, a dónde me lleva el pensamiento de rezar. Por ejemplo, aquí puede pasar que me empeño en una obra hermosa y digna, pero eso me lleva a no rezar, porque estoy ocupado con tantas cosas, me encuentro cada vez más agresivo y enfadado, creo que todo depende de mí, hasta perder la confianza en Dios. Evidentemente aquí está la acción del mal espíritu. Me pongo a rezar, en la oración me siento omnipotente, y todo debe estar en mis manos porque soy el único que sabe llevar las cosas adelante: evidentemente no hay buen espíritu ahí. Hay que examinar cuidadosamente el camino de nuestros sentimientos y el camino de los buenos sentimientos, del consuelo, cuando quiero hacer algo. Cómo es el principio, cómo es el medio y cómo es el fin.

El estilo del enemigo –cuando hablamos del enemigo, hablamos del diablo, porque el diablo existe, ¡está!–, su estilo, lo sabemos, es presentarse de manera sutil, disfrazada: parte de lo que más apreciamos y luego nos atrae hacia él, poco a poco: el mal entra a escondidas, sin que la persona se dé cuenta. Y con el tiempo la suavidad se convierte en dureza: ese pensamiento se revela tal como es.

De ahí la importancia de ese examen paciente pero indispensable del origen y verdad de los propios pensamientos; es una invitación a aprender de las experiencias, de lo que nos pasa, para no seguir repitiendo los mismos errores. Cuanto más nos conocemos, más advertimos por dónde entra el mal espíritu, sus “contraseñas”, las puertas de entrada de nuestro corazón, que son los puntos en los que somos más sensibles, para prestarles atención de cara al futuro. Cada uno tiene sus puntos más sensibles, los puntos más débiles de nuestra personalidad: y por ahí entra el mal espíritu y nos lleva por el camino equivocado, o nos aparta del verdadero camino correcto. Voy a rezar pero me aleja de la oración.

Los ejemplos podrían multiplicarse como se desee, reflexionando sobre nuestros días. Por eso es tan importante el examen de conciencia diario: antes de terminar el día, detente un rato. ¿Qué ha pasado? No en los periódicos, ni en la vida: ¿qué ha pasado en mi corazón? ¿Mi corazón ha estado atento? ¿Ha crecido? ¿Ha sido un camino por donde pasaba de todo, sin darme cuenta? ¿Qué ha pasado en mi corazón? Y ese examen es importante, es el esfuerzo precioso de releer la experiencia desde un punto de vista particular. Darse cuenta de lo que está pasando es importante, es señal de que la gracia de Dios está obrando en nosotros, ayudándonos a crecer en libertad y conciencia. No estamos solos: el Espíritu Santo está con nosotros. Veamos cómo han ido las cosas.

La consolación auténtica es una especie de confirmación de que estamos haciendo lo que Dios quiere de nosotros, de que estamos caminando por sus senderos, es decir, por los caminos de la vida, de la alegría, de la paz. El discernimiento, en efecto, no se centra simplemente en el bien o en el mayor bien posible, sino en lo que me conviene aquí y ahora: estoy llamado a crecer en esto, poniendo límites a otras propuestas atractivas pero irreales, para no ser engañado en la búsqueda del verdadero bien.

Hermanos y hermanas, debemos comprender, avanzar en la comprensión de lo que pasa en mi corazón. Y para eso necesitamos un examen de conciencia, para ver qué ha pasado hoy. “Hoy me he enfadado ahí, no he hecho eso…”: pero, ¿por qué? Ir más allá del por qué es buscar la raíz de esos errores. “Pues, hoy estaba feliz pero me aburrí porque tenía que ayudar a esa gente, pero al final me sentí lleno, lleno por esa ayuda”: y ahí está el Espíritu Santo. Aprender a leer en el libro de nuestro corazón lo que ha pasado en el día. Hacedlo, sólo dos minutos, pero os hará bien, os lo aseguro.

Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua francesa, en concreto al liceo Sainte-Marie de Neuilly, de París. Hermanos y hermanas, hemos entrado en el tiempo de Adviento llenos de esperanza e imploramos con fervor al Príncipe de la Paz que traiga consuelo a nuestros corazones heridos, así como a las naciones atravesadas por guerras y crisis de todo tipo, por una vida digna y serena. ¡Dios os bendiga!

Doy la bienvenida a todos los peregrinos de lengua inglesa presentes en la audiencia de hoy, especialmente a los de Inglaterra, Australia, Vietnam y Estados Unidos de América. Que cada uno y vuestras familias os deseo un fecundo camino de Adviento, para acoger, en Navidad, al Niño Jesús, Hijo de Dios y Príncipe de la Paz. ¡Dios os bendiga!

Dirijo un cordial saludo a los peregrinos de lengua alemana. Que la lámpara de nuestra fe en Cristo ilumine vuestras vidas en este tiempo de Adviento. Anclando nuestra esperanza en el Señor, podemos vencer todo engaño para alcanzar la plena felicidad.

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Hoy celebramos la fiesta de san Andrés, el hermano de Pedro. Que este santo apóstol nos enseñe a buscar al Mesías en cada momento de nuestra vida y a anunciarlo con alegría a

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua portuguesa, especialmente a los grupos de la parroquia de Nossa Senhora do Perpétuo Socorro, en Cascavel, y de la parroquia de Santo António, en Salir de Matos. Hemos comenzado el tiempo de Adviento, en preparación a la venida de Jesús. Es el momento propicio para hacer un buen examen de conciencia y, si encontramos algo que no está bien, pedir perdón al Señor y retomar el buen camino. ¡Dios os bendiga y la Santísima Virgen os guarde!

Saludo a los fieles de lengua árabe. El discernimiento no debe ser simplemente sobre el bien o el mayor bien posible, sino sobre lo que es bueno para mí aquí y ahora. ¡Que el Señor os bendiga a todos y os proteja siempre de todo mal!

Saludo cordialmente a los peregrinos polacos. En particular, los representantes de la Universidad de Ciencias de la Vida de Varsovia y del distrito de Biała Podlaska, que participan en la conferencia titulada: Los derechos humanos en la enseñanza de Juan Pablo II. Que la Virgen, que nos acompaña en el camino de Adviento, obtenga para vosotros y para todos los presentes el don de un corazón abierto a Dios y a los demás. Os bendigo de corazón.

Doy una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. En particular, saludo a la Fundación Pro Loco d'Italia, al grupo de la Universidad Campus Biomédico de Roma y al de la Universidad de Cassino y del Sur del Lacio. Me alegra recibir a los niños “especiales” que han participado en el concurso nacional de pastelería y a los artistas circenses –los hemos visto– “Black Blues Brothers”.

Mis pensamientos, como siempre, se dirigen a los jóvenes, enfermos, ancianos y recién casados. El tiempo litúrgico de Adviento, que acaba de comenzar, nos invita a salir al encuentro del Señor que viene con la oración, la penitencia y las obras de caridad. Preparaos para celebrar el nacimiento de Jesús con la escucha asidua de la Palabra de Dios y la respuesta generosa a su gracia.

Hoy celebramos la Fiesta del Apóstol San Andrés, hermano de Simón Pedro, Patrono de la Iglesia que está en Constantinopla, donde acudió como de costumbre una Delegación de la Santa Sede. Deseo expresar mi afecto especial a mi querido hermano el Patriarca Bartolomé I y a toda la Iglesia de Constantinopla. Que la intercesión de los santos hermanos apóstoles Pedro y Andrés conceda pronto a la Iglesia gozar plenamente de su unidad y paz en el mundo entero, especialmente en este momento en la querida y martirizada Ucrania, siempre en nuestros corazones y en nuestras oraciones.

Fuente: vatican.va