Miguel Ángel Carrasco
La ajustada situación económica puede convertirse para muchas familias en la oportunidad para vivir una Navidad más auténtica.
C. S. Lewis dijo: «Una vez en nuestro mundo, un establo tuvo algo dentro que era más grande que todo nuestro mundo”. Pero lo cierto es que, aunque en estos días los comercios, la publicidad, la decoración de las calles y las plataformas audiovisuales nos hablan continuamente de la Navidad, son relativamente pocos los que viven esta celebración con un sentido trascendente.
La escalada consumista en esta época del año ha alcanzado la categoría de tradición. Y aunque a nadie se le escapa que esta vez las circunstancias económicas llevarán a muchos a moderar el gasto, desde hace semanas vuelve a notarse el tirón del consumo propio de estas fechas. Resulta llamativo que hasta un 70% de los ciudadanos afirme que gastará lo mismo que en la Navidad el año pasado (el dato es de la Asociación de Fabricantes y Distribuidores).
No es cuestión de desalentar el consumo en un momento tan delicado como este, pero lo cierto es que a las familias que sí tendremos que apretarnos el cinturón en estas fiestas se nos presenta una excelente oportunidad para educar a nuestros hijos, enseñándoles a prescindir de todo lo que no necesitan y a vivir la Navidad con autenticidad; al tiempo que hacemos un poco más viable la economía familiar: dos pájaros de un tiro.
En los regalos… menos es más
Una de las peores cosas que podemos hacer a los niños es concederles todo lo que nos piden. A veces, como padres, queremos darles siempre “lo mejor” y evitarles cualquier sufrimiento, por pequeño que sea, aunque forme parte de su aprendizaje natural. Porque vivimos en una sociedad donde la meta es, por encima de todo, la comodidad.
En las Navidades que se avecinan, según el estudio de una conocida cadena de supermercados, dos tercios de los hogares españoles destinarán hasta 200 euros a la compra de juguetes (pensemos que el número promedio de hijos en España es 1,19).
En las fiestas de Navidad y Reyes Magos se produce, cada año, lo que los especialistas denominan “síndrome del niño hiperregalado”. Un pequeño que recibe demasiados juguetes acaba por no apreciar ninguno de ellos, sintiendo insatisfacción, hastío y frustración. Ocurre con frecuencia cuando todos en el entorno del niño (abuelos, tíos…) quieren obsequiarle y no hay nadie -idealmente deberían ser los padres- que ponga un poco de orden en tanto despropósito.
Otras veces, y esto es aún más problemático, el exceso de regalos procede del sentimiento de culpa de algunos padres, que de esta manera tratan de compensar la falta de atención que ofrecen a sus hijos.
Como alternativa, está la conocida -y aconsejable- “regla de los cuatro regalos”. La norma tiene diversas variantes, pero en definitiva se trata de limitar el número de presentes y de darles una orientación que se aleje del capricho. Así, se propone que los obsequios sean: alguna prenda u objeto práctico que el niño necesite (unos zapatos, una mochila…); un juguete educativo o un libro; un regalo que el pequeño verdaderamente desee; y, finalmente, un juego que permita la relación con otros niños.
Tanto si empleamos esta fórmula como si no, hay que tener presente que en educación casi nada se logra por casualidad. Si queremos educar a nuestros hijos en la moderación, deberemos ir modulando previamente sus expectativas, por ejemplo sentándonos con ellos para escribir la carta a los Reyes y llevando sus deseos hacia el terreno de lo razonable.
Manifestar claramente a los niños que “este año los Reyes Magos traerán algunos regalos menos” o que “esta Navidad haremos más planes en casa porque no podemos gastar tanto”, no es algo que debiera avergonzarnos sino, por el contrario, una gran lección que les ayudará a apreciar el valor de las cosas y a distinguir lo que realmente es importante en estas fiestas.
Agradecimiento y aprecio de las cosas sencillas
La satisfacción continua de todo capricho embota la cabeza y atrofia la sensibilidad. ¿Cómo valorar entonces los bienes cotidianos de la vida -la naturaleza, la familia, disponer de un hogar…- ? Chesterton, gran maestro de la paradoja y amante de las tradiciones navideñas, dijo “siendo niños éramos agradecidos con los que nos llenaban los calcetines por Navidad. ¿Por qué no agradecíamos a Dios que llenara nuestros calcetines con nuestros pies?” O dicho en clave contemporánea: a los niños de hoy, que ansían que les regalen un smartphone o una videoconsola, ¿no deberíamos enseñarles primero a dar las gracias por tener una familia, un techo, comida y ropa con la que vestirse?
Pero hablemos en positivo, porque los beneficios de educar a los hijos en la moderación, el agradecimiento y la austeridad, son muchos: una persona agradecida es, indudablemente, más feliz. Y un niño que aprende a renunciar (libremente, no por obligación) a las cosas que quizás resultan imprescindibles para sus iguales es más dueño de su destino y podrá arrostrar las dificultades con mayor probabilidad de éxito. Trabajemos con nuestros hijos en esta línea y los convertiremos en auténticos líderes de sus vidas y de la sociedad.
Adolescentes: el arte de razonar sin imponer
Cuando los hijos se adentran en la adolescencia comienzan cuestionarlo todo; por supuesto también a sus padres, a quienes continuamente piden explicaciones. A la hora de educar el sentido de la moderación, tendremos que acudir a argumentos más elaborados que en el caso de los niños pequeños. Hay que ser conscientes de que los chicos a esta edad están sometidos a una fuerte presión del entorno que les empuja al consumo (ropa, dispositivos tecnológicos, videojuegos…). Pero no es menos cierto que ya cuentan con la suficiente madurez intelectual para atender a razonamientos más complejos. Recordemos -todos hemos pasado por esta etapa- que lo que más detesta un adolescente es que le sigan tratando como a un niño.
A veces los padres tienen la sensación de librar una “guerra de desgaste” con sus hijos, en la que solo vence quien resiste en pie sin ceder terreno: cualquier indicación se convierte en objeto de polémica. En parte es algo natural, pero lo que no debemos perder de vista es que, por mucho que el adolescente se oponga una y otra vez a las decisiones de sus padres, cuando hacemos el esfuerzo de exponer nuestros puntos de vista empleando el diálogo y no la imposición, esas razones no caen en saco roto y, poco a poco, van calando en la educación del hijo.
Una buena estrategia es buscar modos de conectar con los valores dominantes en los chicos de estas edades -porque el mainstream también tiene cosas buenas-. Es un hecho que las nuevas generaciones son mucho más conscientes de la necesidad de cuidar el planeta, y que esa preocupación tiene un peso muy significativo en sus hábitos de consumo. Reutilizar, reparar los objetos que se estropean, comprar en tiendas de segunda mano, utilizar aplicaciones de economía circular… son en buena medida comportamientos más naturales para muchos jóvenes actuales que para sus padres. Y, en definitiva, la sostenibilidad a todos los niveles -personal, social, medioambiental…- no es sino una consecuencia de la virtud de la templanza (o, en un lenguaje más actual, del autocontrol y la moderación).
La conciencia de que hay muchas personas, en nuestro entorno o en otros lugares, que carecen incluso de los medios materiales más básicos es sin duda un revulsivo que habitualmente removerá la conciencia de nuestros hijos de estas edades. Porque, incluso en el caso de que la crisis económica no nos afecte, ¿no es una indecencia el consumo desenfrenado cuando hay tantos que no tienen lo necesario para vivir? En este sentido, la reciente propuesta del Papa Francisco para que reduzcamos una parte del gasto durante las fiestas de Navidad y lo destinamos a ayudar a las familias de Ucrania, puede ser una manera idónea de hacer aflorar los ideales nobles que todo adolescente guarda en su interior.
El arma secreta de los padres
No hace falta recordar que, en el planteamiento educativo que hemos tratado de exponer en estas líneas, los padres tienen el gran reto de enfrentarse a la abrumadora maquinaria publicitaria del mercado, con sus algoritmos, su estrategia omnicanal y sus cientos de cabezas pensantes. El fracaso estaría asegurado si no fuera porque disponemos de un arma infalible, cuyo buen resultado ha sido atestiguado por los educadores de todos los tiempos: el ejemplo.
No hay mecanismo más eficaz para educar a los hijos que la propia conducta de sus padres. Es, de hecho, el presupuesto indispensable para que funcionen cada uno de los consejos que hemos ido exponiendo a lo largo de este artículo. Si esta Navidad, nuestros hijos ven cómo renunciamos a nuestra comodidad para hacer la vida más agradable a los demás; si comprueban que también nosotros somos moderados a la hora elegir nuestros regalos; si, en definitiva, se dan cuenta de que mamá y papá, son coherentes con lo que predican y no ceden a sus propios caprichos de adultos… entonces tenemos la mitad de la batalla ganada.
Se aproxima una hermosa celebración: la memoria de un acontecimiento que cambió para siempre el destino de la humanidad. No privemos a nuestros hijos de experimentar la alegría auténtica de ver nacer al Niño en cada una de nuestras familias. Ojalá tengamos presente que Él es el verdadero regalo que da sentido a esta entrañable fiesta.
Fuente: omnesmag.com