9/30/16

Invita a los ortodoxos a superar las incomprensiones del pasado y los temores del futuro

El Papa en la sede del Patriarcado Ortodoxo de Georgia 


Es para mí una gran alegría y una gracia especial encontrarme con Su Santidad y Beatitud y los venerables metropolitas, arzobispos y obispos, miembros del Santo Sínodo. Saludo al señor primer ministro y a los ilustres representantes del mundo académico y de la cultura.
Santidad, con vuestra visita histórica al Vaticano, la primera de un Patriarca georgiano, usted abrió una nueva página en las relaciones entre la Iglesia Ortodoxa de Georgia y la Iglesia Católica. En aquella ocasión, intercambió con el Obispo de Roma el beso de la paz y la promesa de rezar el uno por el otro.
Así se han reforzado los importantes lazos que existen entre nosotros desde los primeros siglos del cristianismo. Estos se han desarrollado y siguen siendo respetuosos y cordiales, como se pone de manifiesto también por la afectuosa acogida reservada a mis enviados y representantes; por la actividad de estudio e investigación de fieles ortodoxos georgianos en los Archivos Vaticanos y en las Pontificias Universidades; por la presencia en Roma de una comunidad vuestra, alojada en una iglesia de mi diócesis; y por la colaboración, sobre todo cultural, con la comunidad católica local.
Como peregrino y amigo, he llegado a esta tierra bendita, cuando está a punto de concluir para los católicos el Año Jubilar de la Misericordia.
También estuvo aquí el santo Papa Juan Pablo II, la primera vez de un Sucesor de Pedro, en un momento muy importante, en el umbral del Jubileo del 2000: vino a reforzar los «vínculos profundos y fuertes» con la Sede de Roma (Discurso en la ceremonia de bienvenida, Tiflis, 8 noviembre 1999) y a recordar lo importante que era, en el umbral del tercer Milenio, «la contribución de Georgia, esta antigua encrucijada de culturas y tradiciones, a la construcción […] de una civilización del amor» (Discurso en el Palacio patriarcal, Tiflis, 8 noviembre 1999).
Ahora, la Providencia divina ha querido que nos encontremos de nuevo y, frente a un mundo sediento de misericordia, de unidad y de paz, nos pide que se dé un nuevo impulso, un renovado fervor a los lazos que nos unen, signo elocuente de los cuales es el beso de la paz y nuestro abrazo fraternal.
La Iglesia Ortodoxa de Georgia, enraizada en la predicación apostólica, especialmente en la figura del apóstol Andrés, y la Iglesia de Roma, fundada sobre el martirio del apóstol Pedro, tienen así la gracia de renovar hoy, en el nombre de Cristo y para su gloria, la belleza de la fraternidad apostólica. En efecto, Pedro y Andrés eran hermanos: Jesús los llamó a dejar sus redes para ser, juntos, pescadores de hombres (cf. Mc 1,16-17). Querido hermano, dejémonos mirar de nuevo por el Señor Jesús, dejémonos atraer aún por su invitación a dejar todo lo que nos impide dar, juntos, el anuncio de su presencia.
Nos sostiene en esto el amor que transformó la vida de los Apóstoles. Es el amor sin igual, que el Señor ha encarnado: « Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos» (Jn 15,13); y que nos lo ha dado para que nos amemos unos a otros como él nos ha amado (cf. Jn 15,12). En este sentido, el gran poeta de esta tierra parece que nos dirige también a nosotros algunas de sus célebres palabras: «¿Has leído cómo los apóstoles escribieron del amor, cómo hablan, cómo lo alaban? Conócelo, dirige tu mente a estas palabras: el amor nos eleva» “(S. Rustaveli, El Caballero de la piel de tigre, Tiflis 1988, estancia 785). Realmente el amor del Señor nos eleva, porque nos permite alzarnos por encima de las incomprensiones del pasado, de los cálculos del presente y de los temores del futuro.
El pueblo georgiano ha dado testimonio durante siglos de la grandeza de este amor. Ha encontrado en él la fuerza para levantarse de nuevo después de muchas pruebas; gracias a él se ha elevado hasta las alturas de una extraordinaria belleza artística.
Sin el amor, como ha escrito otro gran poeta, «el sol no reina en la bóveda del cielo», y para los hombres «no hay belleza ni inmortalidad» (G. Tabidze, «Senza l’amore», en Galaktion Tabidze, Tiflis 1982, 25). El amor es la razón de ser de la belleza inmortal de vuestro patrimonio cultural, que se expresa de muchas formas, como la música, la pintura, la arquitectura y la danza.
Usted, querido Hermano, ha ofrecido una digna manifestación de ello, especialmente mediante la composición de apreciados himnos sagrados, algunos incluso en lengua latina y muy queridos en la tradición católica. Ellos enriquecen el tesoro de vuestra fe y cultura, un regalo único para la cristiandad y la humanidad, que merece ser conocido y apreciado por todos.
La gloriosa historia del Evangelio en esta tierra se debe de una manera especial a santa Nino, que suele ser equiparada a los Apóstoles: difundió la fe bajo el signo particular de la cruz hecha de sarmiento de vid.
No se trata de una cruz desnuda, porque la imagen de la vid, además del fruto que en esta tierra es excelente, representa al Señor Jesús. Él, en efecto, es «la vid verdadera», y pidió a sus Apóstoles que, como sarmientos, permanecieran firmemente injertados en él para dar fruto (cf. Jn 15,1- 8).
Querido Hermano, para que también hoy el Evangelio dé fruto, se nos pide que permanezcamos todavía más enraizados en el Señor y unidos entre nosotros.
Que la multitud de santos de este país nos anime a poner el Evangelio por encima de todo y a evangelizar como en el pasado y, más que en el pasado, libres de las ataduras de ideas preconcebidas y abiertos a la perenne novedad de Dios. Que las dificultades no sean un obstáculo, sino un estímulo que nos ayude a conocernos mejor, a compartir la sabia viva de la fe, a intensificar la oración de unos por otros y a cooperar con caridad apostólica en el testimonio común, para la gloria de Dios en el cielo y el servicio de la paz en la tierra.
Al pueblo georgiano le gusta ensalzar, brindando con el fruto de la vid, sus valores más apreciados. Junto al amor que eleva, se da un papel especial a la amistad. «Quien no busca un amigo, es enemigo de sí mismo», nos recuerda una vez más el poeta (S. Rustaveli, El Caballero de la piel de tigre, estancia 847).
Quiero ser un amigo sincero de esta tierra y de este querido pueblo, que no olvida el bien recibido y cuyo carácter hospitalario se combina con un estilo de vida verdaderamente lleno de esperanza, aún en medio de las dificultades, que nunca faltan. También esta actitud positiva tiene sus raíces en la fe, que lleva a los georgianos a invocar, en torno a la mesa, la paz para todos, recordando incluso a los enemigos.
Con la paz y el perdón estamos llamados a vencer a nuestros verdaderos enemigos, que no son de carne y hueso, sino los espíritus del mal que están dentro y fuera de nosotros (cf. Ef 6,12). Esta tierra bendita está llena de héroes valientes según el Evangelio que, como san Jorge, fueron capaces de vencer al mal.
Pienso en tantos monjes, y especialmente en los numerosos mártires, cuya vida ha triunfado «con la fe y la paciencia»: ha pasado por la prueba del dolor permaneciendo unida al Señor y ha dado así un fruto pascual, regando el suelo georgiano con la sangre derramada por amor.
Que su intercesión alivie a tantos cristianos que todavía hoy en el mundo sufren persecuciones y atropellos, y fortalezca en nosotros el buen deseo de estar fraternalmente unidos para anunciar el Evangelio de la paz.

Programa del viaje del Papa a Georgia y Azerbaiyán

 (Hora central europea)


Viernes 30 de septiembre de 2016
09:00 Parte el avión del aeropuerto Roma/Fiumicino hacia Tbilisi
13:00 Llegada al aeropuerto internacional de Tbilisi – Ceremonia de bienvenida.
13:30 Visita de cortesía al presidente en el Palacio presidencial.
14:00 Encuentro con las autoridades, la sociedad civil y diplomáticos, en el patio del Palacio presidencial.
14:40 Encuentro con su santidad Elías II, Catholicos y patriarca de toda Georgia, en el palacio del patriarcado.
16:00 Encuentro con la comunidad Asiro Caldea en la iglesia católica caldea de S. Simón Bar Sabbae

Sábado 1 de octubre
8:00 Santa misa en el estadio M. Meskhi
13:45 Encuentro con sacerdotes, religiosas, religiosos, seminaristas y agentes pastorales en la Iglesia de la Asunta.
15:00 Encuentro con los asistidos y los operadores de la las obras de caridad de la Iglesia, delante al centro de asistencia de los Camilianos.
16:15 visita a la catedral patriarcal de svetitskhoveli en Ktskheta.

Domingo 2 de octubre
05:55 Ceremonia de despedida en el Aeropuerto internacional de Tbilisi
06:10 El avión parte hacia Baku
07:30 Llegada al aeropuerto internacional “Heydar Aliyev” de Baku, recepción oficial
8:30 Santa misa en la Iglesia de la Inmaculada, en el centro salesiano de Baku, homilía y ángelus
10:45 Almuerzo con la comunidad salesiana con el Papa y con el séquito papal.
12:30 Ceremonia protocolar de bienvenido en la Plaza del Palacio presidencial de Ganjlik
Visita de cortesía al presidente en el Palacio presidencial de Ganjlik
14:30 Visita al monumento a los caídos por la independencia
15:00 Encuentro con las autoridades en el centro “Heydar Aliyev”. Discurso del Santo Padre
15:45 Encuentro privado con el jeque de los musulmanes del Cáucaso en la mezquita “Heydar Aliyev”
16:00 Encuentro interreligioso con el jeque y representantes de las otras comunidades religiosas del país.
Discurso del Santo Padre
17:00 Ceremonia de despedida en el aeropuerto de Baku
17:15 El avión parte hacia Roma/Ciampino
22:00 Llegada al aeropuerto de Roma/Ciampino

Huso horario –
Roma:+2h UTC
Tbilisi:+4h UTC
Baku:+4h UTC

9/29/16

¿Qué es el amor? Y por qué esto es importante en la empresa (y no por las razones que tú crees)


Si empiezo a manipular mis informes de auditoría para quedar bien con la persona a la que quiero… he echado a perder lo bueno del amor
¡Ya está Antonio dándonos la lata con argumentos filosóficos! ¡Pues no! Bueno, sí, pero la motivación es otra. Ersnt&Young ha sido multada porque un par de personas de su departamento de auditoría, por tener relaciones sentimentales con clientes suyos, y aquellas personas han sido despedidas. La razón es, cómo no, conflicto de intereses: si un directivo debe opinar sobre el desempeño de una persona con la que tiene un vínculo sentimental, la objetividad y la independencia, probablemente, se verán perjudicadas.
Pero no es esto lo que ha atraído mi atención sobre el tema, sino que un periódico ha recogido unas frases mías sobre el tema, aparecidas en un documento de trabajo que se convirtió luego en un artículo en el Journal of Business Ethics, “Love in business”. Lo que digo en ese documento, según el periodista, es que el amor es necesario en la empresa.
Bueno, claro que es necesario. Pero no me refería al enamoramiento, sino al amor como virtud,que no es sentimiento ni emoción, sino algo muy profundo, un hábito operativo capaz de cambiar nuestra vida. El enamoramiento es algo que te ocurre, como el resfriado: moralmente no es bueno ni malo. Según qué enamoramiento puede tener terribles consecuencias éticas, mucho más graves que el perder un empleo por conflicto de intereses. Pero tener amor-virtud es bueno: es necesario en cualquier comunidad humana.
Hay un amor-necesidad, que todos tenemos: el niño quiere a su madre porque la necesita. El amor es un bien, y lo queremos tener y disfrutar. Y eso no es malo: forma parte de la virtud. Y se puede convertir en otra forma de amor: el amor de benevolencia, cuando quiero el bien para otra persona. Esto admite una gran variedad de situaciones: el compañero pesado y aburrido que, con el tiempo, casi me resulta simpático; el camarada, con quien pasamos buenos ratos y compartimos muchas cosas, también difíciles; y el amor de amistad, que es recíproco, selectivo y se construye sobre un proyecto común. Y note el lector que no hablo aquí del eros, del amor que podemos llamar conyugal, en que se comparte… todo.
Pero lo más importante del amor no es que logra hacer cosas buenas para el amado, sino que transforma al que ama. Por eso es importante: cuando yo amo a mis colegas, empleados, directivos y clientes, me hago mejor persona, mejor empleado y colega y directivo. No más sentimental, sino mejor en lo más profundo de mi ser, en mi capacidad de entender, decidir y hacer, que eso son las virtudes. Claro que si entonces empiezo a manipular mis informes de auditoría para quedar bien con la persona a la que quiero… he echado a perder lo bueno del amor.

Ideología de género: Una nueva dictadura


Posiblemente estemos ante uno de los mayores atentados a la libertad del hombre, que se haya producido en la historia
Llevan muchos años tratando de imponernos la denominada ideología de género y lo van consiguiendo. Se trata de una agenda de carácter internacional muy bien llevada, gestionada y manipulada para que aparezca como cabal ¿Cuál es la fuerza de este movimiento al que sucumben gobiernos nacionales, instituciones y organismos internacionales, parlamentos, cámaras de representación internacional? Se diría que pueden con todo y con todos. Ideología de género que afecta al modo de entender la vida, la familia, el matrimonio, la muerte… Todo bañado con el edulcorado recurso a los derechos humanos y la culpable negligencia, cuando no acción descarada,  de gobiernos e instituciones internacionales que deberían velar por el bien común de sus ciudadanos en lugar de promover políticas que no tienen el aval científico y que están empezando a crear problemas de convivencia y de reducción de libertades.
La ideología de género es un instrumento de destrucción. No aporta nada positivo al ser humano. Su propuesta de crear una agenda de discriminación positiva sobre las personas LGTB se vuelve en contra de ellas. Confunde, conscientemente, la biología con la antropología, los derechos del hombre y la naturaleza de la persona en su sentido racional y animal. Pretenden obligarnos a aceptar que la diferencia de sexos es una construcción social, que la elección y cambio de sexo no corresponde a la naturaleza de la persona sino a su voluntad ¿Qué pretende esta ideología? Lo primero destruir a la familia. Posteriormente, una vez destruida la familia como institución social −esperemos que no lo consigan− tener individuos aislados que ante su soledad queden a merced del Estado, creando una dependencia absoluta del mismo y perdiendo con ello su libertad individual.
Desde la American College of Pediatricians (Colegio de Pediatras de EE.UU ACP) subrayan que “nadie nace con un género: todos nacen con un sexo biológico”. El género, la percepción de sentirse como hembra o varón, es un concepto psicológico y sociológico, no un concepto biológico objetivo.
Los profesores Lawrence y Mayer acaban de publicar un Informe sobre las consecuencias que está teniendo estas políticas, que nos aportan interesantes y, a la vez, preocupantes datos.
Mientras tanto, en nuestro país vamos aprobando leyes, en el ámbito de las Comunidades Autónomas, que persiguen toda manifestación contraria a los postulados de la ideología de género. Ya se ha dado algún caso denuncia (el de Elena Lorenzo, coach profesional, por ejemplo). Parece que hay que hilar muy fino para no herir la sensibilidad de algunos. Seremos testigos de más casos. Aquel grito que inundó nuestras calles al comienzo de la democracia; libertad, libertad va camino de volver al exilio. Son los demócratas de nuevo cuño.
Una nueva dictadura, en toda regla. Hablamos continuamente de libertad, de derechos y se intenta, a través de los defensores de esta ideología, crear mordazas utilizando las leyes  de reciente cuño. Posiblemente estemos ante uno de los mayores atentados a la libertad del hombre, que se haya producido en la historia. Hay que detenerse a considerar, tal como reflejamos al inicio de este artículo quienes son sus más feroces defensores (la ONU, el gobierno Americano, el Parlamento Europeo…) Las presiones son máximas y o se tiene la suficiente fortaleza y las  ideas claras, o lo fácil es sucumbir. Ese es el caso de nuestros gobiernos que prefieren estar al lado del malo pero fuerte, en vez de liderar posiciones claras, nítidas y ajustadas a la dignidad del hombre, aunque sea a riesgo de no recibir tantos parabienes. Luego nos lamentamos que exista una desafección con la política, gobiernos e instituciones internacionales. El ejemplo más próximo y claro lo tenemos en el Brexit ¿Cuántas nuevas salidas veremos los próximos años? Hay países que desean permanecer en la Unión Europea, pero reclaman recuperar soberanía. Tengamos los ojos abiertos y veamos lo que ocurre.

9/28/16

En la hora de la cruz, la salvación de Cristo alcanza su culmen

El Papa en la Audiencia General 



Queridos hermanos y hermanas, buenos días.
Las palabras que Jesús pronuncia durante su Pasión encuentra su cúlmen en el perdón. Jesús perdona. “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34). No son solamente palabras, porque se convierten en un acto concreto en el perdón ofrecido al “buen ladrón”, que está junto a Él. San Lucas habla de dos ladrones crucificados con Jesús, que se dirigen a Él con actitudes opuestas.
El primero lo insulta, como hacía toda la gente allí, como hacen los jefes del pueblo, como un pobre hombre empujado por la desesperación. “¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros” (Lc 23,39). Este grito testimonia la angustia del hombre frente al misterio de la muerte y la trágica conciencia de que solo Dios puede ser la respuesta liberadora: por eso es impensable que el Mesías, el enviado de Dios, pueda estar sobre la cruz sin hacer nada para salvarse.
Y no entendían esto, no entendían el misterio del sacrificio de Jesús. Y sin embargo, Jesús nos ha salvado permaneciendo en la cruz. Todos sabemos que no es fácil quedarse en la cruz, en nuestras pequeñas cruces de cada día, no es fácil. Él, en esta gran cruz, en este gran sufrimiento, se ha quedado así y allí nos ha salvado, ahí nos ha mostrado su omnipotencia, y ahí nos ha perdonado. Ahí se cumple su donación de amor y brota para siempre nuestra salvación. Muriendo en la cruz, inocente entre dos criminales, Él espera que la salvación de Dios pueda alcanzar a cualquier hombre en cualquier condición, también la más negativa y dolorosa. La salvación de Dios es para todos, para todos. Sin excluir a nadie, se ofrece a todos.
Por esto el Jubileo es tiempo de gracia y de misericordia para todos, buenos y malos, los que tienen salud y los que sufren. Hay que recordar la parábola que cuenta Jesús, sobre la fiesta de la boda del hijo de un poderoso de la tierra. Cuando los invitados no quisieron ir, dice a sus siervos “ir a los cruces de los caminos, llamar a todos, buenos y malos”.
Todos somos llamados, buenos y malos. La Iglesia no es solamente para los buenos o los que parecen buenos o se creen buenos. La Iglesia es para todos, y además preferentemente para los malos, porque la Iglesia es misericordia.
Este tiempo de gracia y misericordia nos hace recordar que nada nos puede separar del amor de Cristo (cfr Rm 8,39). A quién está postrado en la cama de un hospital, a quien vive encerrado en una prisión, a los que están atrapados en las guerras, yo digo: hay que mirar el Crucifijo; Dios está con vosotros, permanece con vosotros sobre la cruz y a todos se ofrece como Salvador. Él nos acompaña a todos, a quienes sufren tanto, crucificado por vosotros, por nosotros, por todos. Hay dejar que la fuerza del Evangelio penetre en el corazón y nos consuele, nos dé esperanza y la íntima certeza de que nadie está excluido del perdón. Pero podrán preguntarme, ‘pero diga, padre, ese que ha hecho las cosas más feas en la vida, ¿tiene posibilidad de ser perdonado?’.
Sí. Nadie está excluido del perdón de Dios. Solamente, se acerque a Jesús, arrepentido y con el deseo de ser abrazado.
Este era el primer ladrón. El otro es el llamado “ladrón bueno”. Sus palabras son un maravilloso modelo de arrepentimiento, una catequesis concentrada para aprender a pedir perdón a Jesús. Antes, él se dirige a su compañero: “¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él?” (Lc 23,40).
Así destaca el punto de partida del arrepentimiento: el temor de Dios. No el miedo de Dio, el temor filial de Dios, no es el miedo, sino ese respeto que se debe a Dios porque Él es Dios, es un respeto filial porque Él es Padre.
El buen ladrón reclama la actitud fundamental que abre a la confianza en Dios: la conciencia de su omnipotencia y de su infinita bondad. Es este respeto confiado que ayuda a hacer sitio a Dios y a encomendarse a su misericordia.
Después, el buen ladrón declara la inocencia de Jesús y confiesa abiertamente la propia culpa: “Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero Él no ha hecho nada malo” (Lc 23,41). Por tanto Jesús está allí, en la cruz para estar con los culpables: a través de esta cercanía, Él les ofrece la salvación.
Esto que es escándalo para los jefes, para el primer ladrón, para los que estaban allí, y se burlaban de Jesús, sin embargo es fundamento de su fe. Y así el buen ladrón se convierte en testigo de la gracia; lo imposible ha sucedido. Dios me ha amado hasta tal punto que ha muerto en la cruz por mí. L
a fe misma de este hombre es fruto de la gracia de Cristo: sus ojos contemplan en el Crucifijo el amor de Dios para él, pobre pecador. Era un ladrón, es verdad. Había robado toda la vida. Pero al final, arrepentido de lo que había hecho, mirando a Jesús bueno y misericordioso, ha conseguido “robarse” el cielo. Es un buen ladrón este.
El buen ladrón se dirige finalmente a Jesús, invocando su ayuda: “Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino” (Lc 23,42). Lo llama por su nombre, “Jesús”, con confianza, y así confiesa lo que ese nombre indica: “el Señor salva”. Esto significa Jesús. Ese hombre pide a Jesús que se acuerde de él. Cuánta ternura en esta expresión, ¡cuánta humanidad! Es la necesidad del ser humano de no ser abandonado, de que Dios esté siempre cerca. En este modo un condenado a muerte se convierte en modelo del cristiano que se encomienda a Jesús. Esto es profundo. Un condenado a muerte es un modelo para nosotros, un modelo de un hombre, un cristiano que se fía de Jesús.  Y también un modelo de la Iglesia, que en la liturgia muchas veces invoca al Señor diciendo, “acuérdate…acuérdate de tu amor.”.
Mientras el buen ladrón habla al futuro: “cuando estés en tu reino”, la respuesta de Jesús no se hace esperar, habla al presente, dice “hoy estarás conmigo en el Paraíso” (v. 43). En la hora de la cruz, la salvación de Cristo alcanza su culmen; y su promesa al buen ladrón revela el cumplimiento de su misión: salvar a los pecadores. Al inicio de su ministerio, en la sinagoga de Nazaret, Jesús había proclamado “la liberación a los prisioneros” (Lc 4,18); en Jericó, en la casa del pecador público Zaqueo, había declarado que “el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido” (Lc 19,9). En la cruz, el último acto confirma el realizarse de este diseño salvífico. Desde el inicio al final, Él se ha revelado Misericordia, se ha revelado encarnación definitiva e irrepetible del amor del Padre. Jesús es realmente el rostro de la misericordia del Padre.
El buen ladrón lo ha llamado por su nombre, Jesús. Es una oración breve, y todos podemos hacerlo durante el día muchas veces, Jesús, Jesús, simplemente. Lo hacemos juntos tres veces, adelante: Jesús, Jesús, Jesús. Y así hacedlo durante todo el día. Gracias.

9/27/16

Una pastilla para dormir no ayuda en la desolación espiritual

El Papa en Santa Marta
Job estaba en problemas: ¡lo había perdido todo! La primera lectura nos muestra a Job despojado de todos sus bienes, incluso de sus hijos. Se siente perdido, pero no maldice al Señor. Job vive una gran desolación espiritual y se desahoga ante Dios. Es el desahogo de un hijo ante su padre. Así lo hace también el profeta Jeremías, que se desahoga con el Señor, pero nunca blasfema. La desolación espiritual es algo que nos puede pasar a todos. Puede ser más fuerte o más débil..., ese estado oscuro del alma, sin esperanza, desconfiada, sin ganas de vivir, sin ver el final del túnel, con muchas agitaciones en el corazón y también en las ideas… La desolación espiritual nos hace sentirnos como si tuviéramos el alma aplastada: no puede, no es capaz, incluso no quiere vivir: ¡Mejor es la muerte! Es el desahogo de Job. Mejor morir que vivir así. Debemos comprender cuándo nuestro espíritu está en ese estado de gran tristeza, que no nos da ni un respiro: a todos nos pasa esto, fuerte o no fuerte…, a todos nos pasa. Es importante saber qué pasa en nuestro corazón.
Esta es la pregunta que podemos hacernos: ¿Qué se nos pasa por la cabeza cuando vivimos esos momentos oscuros, por una tragedia familiar, una enfermedad, algo que me hunde. Alguno pensará en tomar una pastilla para dormir y alejarse de los hechos, o tomarse dos, tres, cuatro copas… ¡Eso no ayuda! La liturgia de hoy, en cambio, nos hace ver qué hacer con esa desolación espiritual, cuando estamos tibios, hundidos, sin esperanza. En el Salmo responsorial (Salmo 87), está la respuesta: Llegue hasta ti mi súplica, Señor. Hay que rezar, rezar fuerte, como hizo Job: gritar día y noche hasta que Dios preste oídos. Es una oración de llamar a la puerta, ¡pero con fuerza! Porque mi alma está colmada de desdichas, y mi vida está al borde del abismo; ya me cuentan con los que bajan a la fosa, soy como un inválido. Cuántas veces nos sentimos así, sin fuerzas… ¡Pues esa es la oración! El mismo Señor nos enseña cómo rezar en esos momentos malos: Me has colocado en lo hondo de la fosa, en las tinieblas del fondo; tu cólera pesa sobre mí… Llegue hasta ti mi súplica, Señor. Esa es la oración: así debemos rezar en los momentos más feos, más oscuros, de mayor desolación, más aplastantes, ¡porque nos aplastan de verdad! Eso es rezar con autenticidad, y también desahogarse, como se desahogó Job. Como un hijo.
El Libro de Job habla más adelante del silencio de sus amigos. Ante una persona que sufre, las palabras pueden hacer daño. Lo que cuenta es estar al lado, hacer sentir la cercanía, pero no dar discursos. Cuando una persona sufre, cuando una persona está en la desolación espiritual, se debe hablar lo menos posible y ayudar con el silencio, la cercanía, las caricias, con nuestra oración delante del Padre.
Así pues, primero, reconocer en nosotros los momentos de desolación espiritual, cuando estemos a oscuras, sin esperanza, y preguntarnos porqué. Segundo, rezar al Señor como la liturgia de hoy nos enseña con el Salmo 87, en el momento de la oscuridad. Llegue hasta ti mi súplica, Señor. Y tercero, cuando me acerco a una persona que sufre, ya sea de enfermedad o de cualquier otro sufrimiento, pero que está precisamente desolado, ¡silencio!, pero silencio con tanto amor, cercanía, caricias. Y no dar discursos que al final no ayudan e, incluso le pueden hacer mal.
Pidamos al Señor que nos dé estas tres gracias: la gracia de reconocer la desolación espiritual, la gracia de rezar cuando estemos sometidos a ese estado de desolación espiritual, y también la gracia de saber acompañar a las personas que sufren momentos malos de tristeza y de desolación espiritual.

9/26/16

Europa: La Paz es el Camino

Los Padres Fundadores de Europa nos dejaron un legado: lograron inculcarnos que la única idea justa y buena para nosotros los europeos es la paz
Los jóvenes de hoy deben saber que lo que hoy tenemos no surgió de la nada, sino que fue el resultado de muchas experiencias amargas. Y que el ideal de Europa se sigue construyendo cada día.
Este martes el Papa Francisco ha estado en Asís, 30 años después de que Juan Pablo II celebrara por primera vez esta Jornada de Oración por la Paz en Asís, el 27 de octubre de 1986. En las décadas siguientes, las migraciones y la desaparición de las fronteras en Europa han puesto de manifiesto la necesidad del diálogo.
Hoy, la paz en Europa, en el mundo, se ve gravemente amenazada por diversos factores. Nos vemos ante la disyuntiva de abrir las fronteras para ayudar a los cientos de miles de refugiados que huyen de la muerte que supone la guerra (Siria, Irak…) o regular la entrada para evitar la llegada encubierta de terroristas del Daesh. Por un lado, estos terroristas ya viven entre nosotros −algunos han nacido ya en Europa−; por otro, hay europeos no musulmanes, que deciden convertirse y viajar a los cuarteles centrales del autodenominado Estado Islámico para ponerse a sus órdenes. Parece el mundo al revés.

Los Padres Fundadores

En 1950, con el Tratado de Roma, comenzó lo que hoy es la Unión Europea, de la mano de cinco hombres de estado visionarios y generosos:
Jean Monnet, diplomático y economista francés: “Había que cambiar las formas de relación entre los países de Europa”.
Konrad Adenauer, Canciller de Alemania: “Si lo conseguimos… será la mejor manera de llevar a cabo una política basada en la confianza”.
Alcide de Gasperi, Primer Ministro de Italia: “Sin una voluntad política superior… y un organismo central… corremos el riesgo de que este empeño muera por falta de ideales”.
Robert Schuman, Ministro de Asuntos Exteriores de Francia: “No podemos seguir eludiendo el problema real de la unificación política de Europa”.
Paul-Henri Spaak, Primer Ministro de Bélgica: “Consideremos una nueva revolución de tales proporciones… que haga inútil cualquier otra”.
A todos ellos, debemos unir la figura de Churchill, Primer Ministro británico, que tras la experiencia de la Segunda Guerra Mundial, estaba convencido de que solamente una Europa unida podía garantizar la paz. Su objetivo era eliminar de una vez por todas las lacras europeas del nacionalismo y el belicismo.
Hoy vivimos en una Europa asustada de sí misma, de sus fronteras reventadas o abiertas voluntariamente en un ataque de sentimentalismo (Merkel dixit) del que luego nos arrepentimos; vivimos la creciente marea de populismos, independentismos y nacionalismos, que van en dirección contraria de lo que estos grandes Padres Fundadores de Europa soñaron, primero, e inauguraron, después, con aquellos primeros pasos decididos en torno a 1950. Jean Monnet solo concebía este proyecto si en un futuro las decisiones trascendentales se tomaban a partir de una generosidad que no se limitara a la defensa de los intereses nacionales. Según este consejero político y económico francés, la confianza entre los Estados europeos era una pieza clave, porque habría que delegar en temas tan sensibles como los de fronteras y soberanía.
Hoy por hoy la confianza está dañada, y los motivos son tan variados como complejos. Además de la erupción de movimientos populistas, nacionalistas e independentistas, existe una corrupción rampante en algunas sociedades. De Gasperi, cuando conoció a la que sería su mujer, le escribió: “No puedo ofrecerte una vida de riquezas… porque he decidido ser honesto”. Hay una crisis de valores profunda que solo podremos superar, volviendo a los orígenes de Europa y huyendo del feroz individualismo egoísta que todo lo contamina.

El comienzo de la UE

Monnet, joven durante la Primera Guerra Mundial, ya tenía la idea de que Europa uniera sus fuerzas frente a la adversidad. Profetizó: “Los alemanes serán derrotados. No añadamos la humillación a la derrota. Intentemos crear una unión entre los pueblos de Europa y acojamos en ella a Alemania, después de la guerra”. Quizá por esto, ha sido Alemania la primera en abrir sus fronteras a los emigrantes que han llegado ante sus puertas, aunque después Europa pretende retenerlos en una sobornada Turquía. Adenauer, De Gasperi y Schumann eran los tres de culturas fronterizas, católicos y hablaban alemán. Era mucho más lo que los unía que lo que los separaba. Especialmente ese espíritu de generosidad y visión de futuro.
Tuvieron ideas realmente proféticas y visionarias: Monnet quería instituciones que garantizaran una paz duradera, que fueran más allá del comercio del carbón y el acero, a la política, y que se unieran otros países de Europa de manera que conformaran algo así como los Estados unidos de Europa. Vio que algún día “acogeríamos a los países del este de Europa”. Y así es. Aunque cuando hemos afirmado de forma insolidaria y excluyente nuestros particularismos socioeconómicos, políticos y religiosos, hemos acabado generando hostilidades y guerras fratricidas de carácter devastador.
Y hay también alguno que deja Europa, como Gran Bretaña. Pero, para explicar el Brexit, debemos recordar que el Reino Unido contempla la UE en términos pragmáticos y financieros, no como parte de su identidad y apoyo a su seguridad, como otros estados miembros. Y esto es porque, desde mucho antes de su adhesión en 1973, se consideraba una potencia nacional y siempre vio su relación con Europa como una mera transacción financiera.
Los Padres Fundadores de Europa nos dejaron un legado: Lograron inculcarnos que la única idea justa y buena para nosotros los europeos es la paz. Los jóvenes de hoy deben saber que lo que hoy tenemos no surgió de la nada, sino que fue el resultado de muchas experiencias amargas. Y que el ideal de Europa se sigue construyendo cada día.
Aquí tenéis un vídeo donde se da a conocer algo más la personalidad de los cinco Padres Fundadores. Gente corriente, con ideales y virtudes cotidianas, con visión de futuro, que pusieron el bien común y las personas por encima de las estructuras, pero que contaron con las estructuras para conseguir la paz y el bien de las personas. Si volvemos los ojos a las inequívocas raíces cristianas de Europa, podremos retomar ideas muy valiosas y prácticas que este martes ha recordado Francisco en Asís:
Paz significa perdón que, fruto de la conversión y de la oración, nace en el interior y, en nombre de Dios, permite curar las heridas del pasado. Paz significa acogida, disponibilidad al diálogo, superación de las actitudes cerradas, que no son estrategias de seguridad sino puentes sobre el vacío. Paz significa colaboración, intercambio vivo y concreto con el otro, que constituye un don y no un problema, un hermano con el que se puede intentar construir un mundo mejor. Paz significa educación: un llamamiento a aprender cada día el difícil arte de la comunión, a adquirir la cultura del encuentro, purificando la conciencia de toda tentación de violencia y de endurecimiento, contrarias al nombre de Dios y a la dignidad del hombre”. Porque “las víctimas de las guerras encuentran demasiadas veces el silencio ensordecedor de la indiferencia”.
El Papa nos invita a todos:
“Superemos la contaminación de la indiferencia con el oxígeno del amor”.
¿Aceptamos el reto?

9/25/16

Los pobres, no son un apéndice del Evangelio, sino una página central, siempre abierta ante nosotros

Homilía del Papa en el Jubileo de los catequistas



El Apóstol Pablo, en la segunda lectura, dirige a Timoteo, y también a nosotros, algunas recomendaciones muy importantes para él. Entre otras, pide que se guarde «el mandamiento sin mancha ni reproche» (1 Tm 6,14). Habla sencillamente de un mandamiento. Parece que quiere que fijemos nuestros ojos fijos en lo que es esencial para la fe. San Pablo, en efecto, no recomienda una gran cantidad de puntos y aspectos, sino que subraya el centro de la fe.
Este centro, alrededor del cual gira todo, este corazón que late y da vida a todo es el anuncio pascual, el primer anuncio: el Señor Jesús ha resucitado, el Señor Jesús te ama, ha dado su vida por ti; resucitado y vivo, está a tu lado y te espera todos los días. Nunca debemos olvidarlo.
En este Jubileo de los catequistas, se nos pide que no dejemos de poner por encima de todo el anuncio principal de la fe: el Señor ha resucitado. No hay un contenido más importante, nada es más sólido y actual. Cada aspecto de la fe es hermoso si permanece unido a este centro, si está permeado por el anuncio pascual. Si se le aísla, pierde sentido y fuerza.
Estamos llamados a vivir y a anunciar la novedad del amor del Señor: «Jesús te ama de verdad, tal y como eres. Déjale entrar: a pesar de las decepciones y heridas de la vida, dale la posibilidad de amarte. No te defraudará». El mandamiento del que habla san Pablo nos lleva a pensar también en el mandamiento nuevo de Jesús: «Que os améis unos a otros como yo os he amado» (Jn 15,12).
A Dios-Amor se le anuncia amando: no a fuerza de convencer, nunca imponiendo la verdad, ni mucho menos aferrándose con rigidez a alguna obligación religiosa o moral. A Dios se le anuncia encontrando a las personas, teniendo en cuenta su historia y su camino. El Señor no es una idea, sino una persona viva: su mensaje llega a través del testimonio sencillo y veraz, con la escucha y la acogida, con la alegría que se difunde. No se anuncia bien a Jesús cuando se está triste; tampoco se transmite la belleza de Dios haciendo sólo bonitos sermones.
Al Dios de la esperanza se le anuncia viviendo hoy el Evangelio de la caridad, sin miedo a dar testimonio de él incluso con nuevas formas de anuncio. El Evangelio de este domingo nos ayuda a entender qué significa amar, sobre todo a evitar algunos peligros. En la parábola se habla de un hombre rico que no se fija en Lázaro, un pobre que «estaba echado a su puerta» (Lc 16,20).
El rico, en verdad, no hace daño a nadie, no se dice que sea malo. Sin embargo, tiene una enfermedad peor que la de Lázaro, que estaba «cubierto de llagas» (ibíd.): este rico sufre una fuerte ceguera, porque no es capaz de ver más allá de su mundo, hecho de banquetes y ricos vestidos. No ve más allá de la puerta de su casa, donde yace Lázaro, porque no le importa lo que sucede fuera.
No ve con los ojos porque no siente con el corazón. En su corazón ha entrado la mundanidad que adormece el alma. La mundanidad es como un «agujero negro» que engulle el bien, que apaga el amor, porque lo devora todo en el propio yo. Entonces se ve sólo la apariencia y no se fija en los demás, porque se vuelve indiferente a todo.
Quien sufre esta grave ceguera adopta con frecuencia un comportamiento «estrábico»: mira con deferencia a las personas famosas, de alto nivel, admiradas por el mundo, y aparta la vista de tantos Lázaros de ahora, de los pobres y los que sufren, que son los predilectos del Señor.
Pero el Señor mira a los que el mundo abandona y descarta. Lázaro es el único personaje de las parábolas de Jesús al que se le llama por su nombre. Su nombre significa «Dios ayuda». Dios no lo olvida, lo acogerá en el banquete de su Reino, junto con Abraham, en una profunda comunión de afectos.
El hombre rico, en cambio, no tiene siquiera un nombre en la parábola; su vida cae en el olvido, porque el que vive para sí no construye la historia. La insensibilidad de hoy abre abismos infranqueables para siempre. En la parábola vemos otro aspecto, un contraste.
La vida de este hombre sin nombre se describe como opulenta y presuntuosa: es una continua reivindicación de necesidades y derechos. Incluso después de la muerte insiste para que lo ayuden y pretende su interés.
La pobreza de Lázaro, sin embargo, se manifiesta con gran dignidad: de su boca no salen lamentos, protestas o palabras despectivas. Es una valiosa lección: como servidores de la palabra de Jesús, estamos llamados a no hacer alarde de apariencia y a no buscar la gloria; ni tampoco podemos estar tristes y disgustados.
No somos profetas de desgracias que se complacen en denunciar peligros o extravíos; no somos personas que se atrincheran en su ambiente, lanzando juicios amargos contra la sociedad, la Iglesia, contra todo y todos, contaminando el mundo de negatividad.
El escepticismo quejoso no es propio de quien tiene familiaridad con la Palabra de Dios. El que proclama la esperanza de Jesús es portador de alegría y sabe ver más lejos, porque sabe mirar más allá del mal y de los problemas. Al mismo tiempo, ve bien de cerca, pues está atento al prójimo y a sus necesidades.
El Señor nos lo pide hoy: ante los muchos Lázaros que vemos, estamos llamados a inquietarnos, a buscar caminos para encontrar y ayudar, sin delegar siempre en otros o decir: «Te ayudaré mañana». El tiempo para ayudar es tiempo regalado a Jesús, es amor que permanece: es nuestro tesoro en el cielo, que nos ganamos aquí en la tierra.
En conclusión, que el Señor nos conceda la gracia de vernos renovados cada día por la alegría del primer anuncio: Jesús nos ama personalmente. Que nos dé la fuerza para vivir y anunciar el mandamiento del amor, superando la ceguera de la apariencia y las tristezas del mundo. Que nos vuelva sensibles a los pobres, que no son un apéndice del Evangelio, sino una página central, siempre abierta ante nosotros.

9/24/16

Pasar de la indiferencia al encuentro

El Papa nos propone todo un símbolo de actitudes fáciles y difíciles, que en este Año de Misericordia (que concluirá dentro de dos meses) podemos mejorar
En una de sus homilías en Santa Marta, el martes 13 de septiembre, Francisco ha reflexionado de nuevo sobre la cultura del encuentro. El encuentro implica mirar, tocar, hablar.
“A menudo, las personas se cruzan, pero no se encuentran”. Ante el cortejo fúnebre de una viuda que va a enterrar a su hijo único, Jesús no pasa de largo, sino que se mueve a la compasión. Es la primera vez que el Evangelio habla de la compasión de Jesús. Más adelante los evangelistas recogen la compasión de Jesús ante la muchedumbre que le sigue, como también ante las hermanas de Lázaro, su amigo que ha muerto. Ahora, ante la viuda de Naín, Jesús se acerca a la mujer, la encuentra de verdad y luego hace el milagro.

Mirar, tocar, hablar

Aquí percibe el Papa no solo la ternura sino también la fecundidad de un encuentro. “Todo encuentro −observa− es fecundo. Todo encuentro restituye las personas y las cosas a su sitio”.
Señala Francisco que estamos acostumbrados a una cultura de la indiferencia, y debemos trabajar y pedir la gracia de hacer una cultura del encuentro, de ese encuentro fecundo, de ese encuentro que restituya a cada persona su dignidad de hijo de Dios. Añade que nos hemos habituado a esa indiferencia cuando vemos las calamidades del mundo u otras cosas más pequeñas. Quizá pensamos “Ay, qué pena, pobre gente, cuánto sufren”, pero seguimos adelante.
El Papa nos propone auténticos encuentros: “Si no miro −no basta ver, no: hay que mirar−, si no me paro, si no miro, si no toco, si no hablo, no puedo tener un encuentro ni puedo ayudar a hacer una cultura del encuentro”.
Como fruto de ese acontecimiento, dice el evangelio que la gente quedó sobrecogida y daba gloria a Dios. Y Francisco nos ofrece otra clave, profunda y teológica, para interpretar ese encuentro: “A mí me gusta ver también aquí el encuentro de todos los días entre Jesús y su esposa, la Iglesia, que espera su regreso”.
Este es −señala el Papa− el mensaje de hoy: el encuentro de Jesús con su pueblo; el encuentro de Jesús que sirve, que ayuda, que es el servidor, que se abaja, para ayudar a todos los necesitados.
Jesús se encuentra con su pueblo, pues todos −no solamente los sintecho− somos necesitados; necesitados de la Palabra de Jesús, del encuentro con Él, como también lo son las personas que amamos. El encuentro −especialmente el encuentro con Jesús y el encuentro con los demás− está vinculado con el servicio y la cercanía.

Detenerse, implicarse

Como ejemplo, Francisco describe una escena ordinaria de nuestra vida actual: mientras se está a la mesa, en familia, muchas veces se come, se ve la televisión o se escriben mensajes de móvil. Cada uno es indiferente en ese encuentro. Es decir, que incluso en el núcleo de la sociedad que es la familia, no hay propiamente encuentro.
Y nos propone que trabajemos por la cultura del encuentro, de modo tan sencillo como Jesús.
No solo ver: mirar. No solo oír: escuchar. No solo cruzarse: detenerse. No solo decir qué pena, pobre gente, sino dejándose implicar por la compasión. “Y luego acercarse, tocar y decir”, en la lengua que a cada uno le salga en ese momento, la lengua del corazón: “No llores, y da al menos una gota de vida”.
Todo un símbolo de actitudes fáciles y difíciles, que en este Año de Misericordia (que concluirá dentro de dos meses) podemos mejorar. Pero ante todo, efectivamente, hemos de pedir la gracia de contribuir a la cultura del encuentro. El encuentro, misterio de la encrucijada entre las personas y también con Dios.

Transformar el mundo desde el encuentro con Cristo

Especialmente desde el encuentro con Jesús en la oración, los cristianos estamos llamados a transformar la sociedad, comenzando cada uno por su propio corazón. Y como consecuencia, detenernos, implicarnos en auténticos encuentros con los demás, que se traduzcan en ayuda, servicio, cercanía para sus necesidades materiales y espirituales.
"Nuestras comunidades cristianas −escribe san Juan Pablo II− tienen que llegar a ser auténticas 'escuelas de oración', donde el encuentro con Cristo no se exprese solamente en petición de ayuda, sino también en acción de gracias, alabanza, adoración, contemplación, escucha y viveza de afecto hasta el 'arrebato' del corazón. Una oración intensa, pues, que sin embargo no aparta del compromiso en la historia: abriendo el corazón al amor de Dios, lo abre también al amor de los hermanos, y nos hace capaces de construir la historia según el designio de Dios" (Carta ap. Novo millennio ineunte, 6.I.2001).

9/23/16

Padre Pío un hombre de oración y sufrimiento

Oscar Schmidt 
 
 
Testimonio de la pequeñez del ser humano y una invitación a creer y dejar de buscar explicación a los hechos de la Divina Providencia


"Siempre humíllense amorosamente ante Dios y ante los hombres. Porque Dios le habla a aquellos que son verdaderamente humildes de corazón, y los enriquece con grandes dones."

San Giovanni Rotondo, Italia.

En un convento de la Hermandad de los Capuchinos, en la ladera del monte Gargano, vivió por muchísimos años el que probablemente fuera el Sacerdote Místico más destacado del siglo XX. El Padre Pío, nacido en Pietrelcina en 1887, fue un hombre rico en manifestaciones de su santidad. Enorme cantidad de milagros rodearon su vida, testimoniados por miles de personas que durante décadas concurrieron allí a confesarse. Sus Misas, a decir de los concurrentes, recordaban en forma vívida el Sacrificio y Muerte del Señor a través de la entrega con que el Padre Pío celebraba cada Eucaristía.

Es notable su carisma de bilocación: la capacidad de estar presente en dos lugares al mismo tiempo, a miles de kilómetros de distancia muchas veces. El Padre Pío raramente abandonó San Giovanni Rotondo; sin embargo se lo ha visto y testimoniado curando almas y cuerpos en diversos lugares del mundo en distintas épocas. También tenía el don de ver las almas: confesarse con el Padre Pío era desnudarse ante Dios, ya que él decía los pecados y relataba las conciencias a sus sorprendidos feligreses (a veces con gran dureza y enojo, ya que tenía un fuerte carácter, especialmente cuando se ofendía seriamente a Dios). Tenía también el don de la sanación (a través de sus manos Jesús curó a muchísima gente, tanto física como espiritualmente) y el don de la profecía (anticipó hechos que luego se cumplieron al pie de la letra).

Vivió rodeado de la Presencia de Jesús y María, pero también de Santos y Angeles, y de almas que buscaban su oración, para subir desde el Purgatorio al Cielo. Pero su gracia más grande radicó, sin duda alguna, en sus estigmas: en 1918 recibe las cinco Llagas de Cristo en sus manos, en sus pies y en su costado izquierdo. Estas llagas sangraron toda su vida, aproximadamente una taza de té por día, hasta su muerte ocurrida en 1968. Múltiples estudios médicos y científicos se realizaron sobre sus Estigmas, no encontrándose nunca explicación alguna a su presencia u origen.

Su sangre y cuerpo emanaban un aroma celestial, a flores diversas, que acariciaba no solo a los asistentes a sus Misas, sino también a quienes se encontraban con él en otras ciudades del mundo, a través de sus dones de bilocación. Vivió sufriendo ataques del demonio, tanto físicos como espirituales, que se multiplicaron a medida que las conversiones y la fe crecían a su alrededor.

En diciembre de 2001 el Vaticano emite el decreto que aprueba los milagros necesarios para canonizar a nuestro héroe, San Pío de Pietrelcina y fué canonizado el 16 de julio de 2002.

Vivimos en un mundo que niega lo sobrenatural, se aferra a lo material y a todo lo que pueda ser explicado a través de la razón, o percibido por los sentidos. Sin embargo, Dios prescinde de nuestra razón y de nuestros sentidos, a la hora de someternos a las pruebas de nuestra fe. De cuando en cuando nos prodiga con regalos del mundo sobrenatural, a través del testimonio y el acceso a la divinidad de los seres Celestiales. El Padre Pío es una puerta abierta a Cristo, a María, a los ángeles y los santos. Es también un testimonio de la pequeñez del ser humano y una invitación a creer y dejar de buscar explicación a los hechos de la Divina Providencia (la voluntad de Dios), sino simplemente a unir nuestra voluntad a la de Dios, y ser lisa y llanamente su instrumento, como el Padre Pío lo fue.

La vida entera del Padre Pío no puede ser explicada a través de la razón o la lógica humana. La fe y fuerza del Santo del Gargano dan por tierra con todas las escuelas filosóficas terrenales, dejando una sola salida a todo intento de crecimiento del hombre: el encuentro con el Dios eterno, el que nos mira desde lo alto y nos pide, por medio de Su infinita Misericordia, que nos entreguemos simplemente a Su Voluntad. La negación de nuestro yo (la muerte de nuestro ego), se constituye en la principal meta de nuestra evolución, porque SÓLO DIOS ES !

Debemos negarnos a nosotros mismos y vivir para y por Él. El Padre Pío vivió en la más absoluta humildad y negación de sí mismo, ¡y miren los prodigios que Jesús hizo a través suyo!

9/22/16

‘No soplen sobre el fuego de la destrucción, promuevan la cultura del encuentro’

El Papa a los periodistas


“Hay pocas profesiones que tienen tanta influencia en la sociedad como la del periodismo” con un rol de gran importancia y responsabilidad porque “escriben el primer borrador de la historia”. Lo indicó este jueves el papa Francisco al recibir hoy en el Vaticano a una delegación del Orden de los periodistas de Italia.
Deseó por ello que el periodismo “sea un instrumento de construcción, un factor de bien común, un acelerador de procesos de reconciliación, que rechace la tentación de fomentar el choque con un lenguaje que sople sobre el fuego de las divisiones, y más bien favorezca la cultura del encuentro”.
Y si bien reconoció que la critica es legítima, y añadió “también necesaria”, puntualizó que “el periodismo no puede volverse un arma de destrucción de personas o peor aún de los pueblos”. Añadió que tampoco “debe alimentar el miedo delante de los cambios o fenómenos, como las migraciones forzadas por la guerra o por el hambre”.
El Santo Padre si bien señaló que la prensa escrita y televisiva pierden relevancia ante los nuevos medios digitales, especialmente entre los jóvenes, “los periodistas cuando tienen profesionalidad permanecen una columna portante, un elemento fundamental para la vitalidad de una sociedad libre y pluralista”.
Un cambio el de los medios digitales, explicó, que llevó también a la Santa Sede “a vivir un proceso de renovación del sistema comunicativo” y del cual “la Secretaría para la comunicación será el natural punto de referencia”.
El Santo Padre quiso compartir así una reflexión sobre el ‘qué y ‘cómo’ en la profesión de los periodistas puede mejorar la sociedad en al que vivimos.
Reflexiones merecerían una jornada de retiro, lo que reconoció “no es fácil en el ámbito periodístico, una profesión que vive continuos ‘tiempos de entrega’ y ‘fecha de cierre de edición’”.
Y ayudando a hacer una reflexión el Papa se detuvo en tres elementos: Amar la verdad, una cosa fundamental para todos, especialmente para los periodistas; vivir con profesionalidad, algo que va más allá de las leyes y reglamentos; y respetar la dignidad humana, que es mucho más difícil de lo que se puede pensar a primera vista.
Amar la verdad, quiere decir no solamente afirmar, pero vivir la verdad, dar testimonio de ella con el propio trabajo, dijo, y precisó que “la cuestión no es ser creyentes o no creyentes. La cuestión es ser honesto con sí mismo y con los otros”. Puntualizó además que “no siempre es fácil llegar a la verdad, o por lo menos acercarse a esa”. Y que en la vida “no todo es blanco o negro” y también en el periodismo “es necesario saber discernir entre los matices de gris en los eventos que es necesario narrar”. Y pidió “nunca decir o escribir en conciencia, algo que no sea verdadero”.
El segundo punto que señaló el Pontífice es vivir con profesionalidad, “más allá de lo que está escrito en los códigos de deontología, sin someterse a los intereses de parte. Por ello “la vocación del periodismo” es a través de la búsqueda de la verdad “hacer crecer la dimensión social del hombre, favorecer la construcción de una verdadera ciudadanía”.
El Pontífice en sus palabras indicó que es necesario para ello una sociedad democrática y recordó como las dictaduras de cualquier ‘color’, intentaron siempre apoderarse de los medios de comunicación e imponer nuevas reglas a la profesión periodística.
Y sobre el respetar la dignidad humana, lo que es importante en todas las profesiones, subrayó que es “de manera particular en el periodismo”, porque detrás de una simple narración “hay sentimientos, emociones, en definitiva, la vida de las personas”.
Recordó también como él ha hablado muchas veces de los chismorreos como ‘terrorismo’, y que esto vale para las personas individuales, en la familia o en el trabajo, y “mucho más para los periodistas”. Además porque “un artículo se publica hoy y mañana es sustituido por otro, pero la vida de una persona injustamente difamada puede ser destruida para siempre”.

Madre Teresa: la caridad necesaria para vivi


La caridad ayuda a vivir esa correspondencia con el corazón que todos deseamos
La reciente canonización de la Madre Teresa, lejos de ser un hecho que solo interese a los creyentes, si nos fijamos atentamente representa en cambio un desafío ante muchos de los lugares comunes típicos de la mentalidad dominante a nivel global. Los hemos visto estos días y por eso merece la pena hacer ciertas reflexiones sobre este hecho. En medio de un gran consenso y admiración sorprendida de los que hemos sido testigos, los medios de todo el mundo han tirado de archivo para publicar artículos, libros e investigaciones todos ellos con un denominador común: denunciar que la Madre Teresa “no era precisamente una santa”.
Ha vuelto a la primera plana el libro del desaparecido Christopher Hitchens, The missionary position, publicado originalmente en 1995, donde entre otras cosas afirma que la monja solía utilizar el dinero obtenido con la beneficencia para abrir conventos en vez de hospitales, propagando el no al aborto, a las relaciones pre-matrimoniales y al uso de los preservativos, moviéndose así como un instrumento al servicio del poder político y teológico de la Iglesia católica.
Otros artículos denuncian la escasez de sus estructuras, la falta de condiciones higiénicas y médicas fundamentales, en una perspectiva según la cual se habría exaltado el sufrimiento en lugar de combatirlo.
Lo primero que me viene a la mente, ante esta incapacidad para entender el significado real de la misión de la Madre Teresa, es la actualidad que cobran las palabras de Benedicto XVI en la encíclica Deus Caritas Est, es decir, que “la caridad siempre será necesaria”. Una frase que contrasta totalmente con aquella que tanto gustaba a las ideologías de los siglos XIX y XX, liberalismo y comunismo: “No hace falta caridad, sino justicia”.
Por un lado, se despreciaba la caridad que estaba en la raíz del magisterio de la Iglesia, porque se afirmaba que solo el progreso económico podía emancipar a la humanidad del hambre, de la enfermedad y el subdesarrollo. Por otro, se consideraba hipócrita o incluso dañino ayudar a los hombres en sus necesidades inmediatas porque distraía del intento de construir estructuras más justas y duraderas para todos.
Entendámonos. No es que el reclamo al progreso y a la justicia social sea un error. Pensemos en la encíclica Populorum Progressio: “El desarrollo es el nuevo nombre de la paz”, de Pablo VI; o en los continuos llamamientos de los pontífices, sobre todo del Papa Francisco, para que las estructuras económicas, sociales y políticas no opriman al pobre, al débil, al enfermo, al marginado. ¿Pero qué serían el progreso y la lucha por la justicia sin la práctica de la caridad? Las innumerables obras presentes en todo el mundo, en el surco trazado por la Madre Teresa, siguen permitiendo a millones de personas afrontar la existencia y también la muerte con un respeto total a su dignidad humana.
Si los hubieran dejado donde estaban, esperando el progreso y la justicia social, estas personas habrían vivido y muerto como bestias. Nunca existirá un régimen político capaz de eliminar del todo la pobreza, siempre habrá entre nosotros gente a la que ayudar. Del mismo modo, la Madre Teresa nunca pretendió resolver todos los males del mundo y era bien consciente de sus propias limitaciones. Pero no por ello se quedó mirando, fue personalmente hasta allí, a las calles, en medio de los moribundos, ofreciéndose a cuidar a niños que de otro modo habría sido abortados. En una palabra, compartía el dolor de cualquiera, acogiendo y promoviendo la vida. La caridad abate así todas las doctrinas económicas y políticas, porque en sí misma es un gesto inmediato.
Si no se vive la caridad, si uno no se da cuenta de la gente que le rodea, el anunciado progreso puede terminar siendo una trampa mortal. Tenemos delante de nuestros ojos, aunque finjamos no verlo, las consecuencias del neocolonialismo económico, ese que desató la “tercera guerra mundial a trozos”: muros para mantener lejos a los que huyen de la violencia y de la pobreza, élites de unos pocos ricos cada vez más ricos, fracaso estrepitoso de utopías como la que ha convertido a Venezuela, antaño una de las naciones más ricas de América del Sur, en un país devastado por el hambre y la pobreza.
Sin caridad, todo proyecto político acaba volviéndose contra la gente, no a favor de la gente.
El ejemplo de la Madre Teresa representa por último otro desafío aún más radical. Hay una mentalidad, sufragada también por un cierto moralismo católico, que cree que ocuparse de los demás es un problema ético: tenemos que hacer el bien porque es justo ser buenos. Pero eso no basta para explicar el compromiso heroico de las hermanas de la Madre Teresa, un compromiso capaz de tratar a los últimos de los últimos con un afecto absoluto.
¿Cómo se puede amar así?
Hace unos años, un amigo periodista, después de asistir a un encuentro público con la Madre Teresa, impresionado por lo que acababa de escuchar, se le acercó y le preguntó a contrapelo: “¿Pero qué le llevó aponer en pie todo lo que ha hecho?” Cuenta mi amigo periodista que la pequeña monja le miró un poco molesta y respondió, señalando a la gente que estaba allí presente: “Para mí, todas las personas son la sombra de Jesús”. Una respuesta no solo comprensible para los católicos y cristianos de otras confesiones sino también para los musulmanes, los hindúes, los ateos.
El otro es un bien para mí: es un Misterio siempre grande, siempre hermoso, sea cual sea el cuerpo que lo porte, sea cual sea la incoherencia con la que vivamos. Porque es reflejo de ese Infinito del que todos los hombres de todos los tiempos y de todas las culturas tienen necesidad para poder vivir, amar y ser felices. La caridad ayuda a vivir esa correspondencia con el corazón que todos deseamos. En un momento histórico en que se teoriza la imposibilidad de una convivencia entre culturas y religiones diferentes, la Madre Teresa nos reta a vivir la caridad como única posibilidad de una verdadera convivencia y por tanto de paz, porque la caridad no es una doctrina sino el inicio de una nueva civilización.

Giorgio Vittadini, en paginasdigital.es.