Giorgio Vittadini
La caridad ayuda a vivir esa correspondencia con el corazón que todos deseamos
La reciente canonización de la Madre Teresa,
lejos de ser un hecho que solo interese a los creyentes, si nos fijamos
atentamente representa en cambio un desafío ante muchos de los lugares
comunes típicos de la mentalidad dominante a nivel global. Los hemos
visto estos días y por eso merece la pena hacer ciertas reflexiones
sobre este hecho. En medio de un gran consenso y admiración sorprendida
de los que hemos sido testigos, los medios de todo el mundo han tirado
de archivo para publicar artículos, libros e investigaciones todos ellos
con un denominador común: denunciar que la Madre Teresa “no era
precisamente una santa”.
Ha vuelto a la primera plana el libro del desaparecido Christopher Hitchens, The missionary position,
publicado originalmente en 1995, donde entre otras cosas afirma que la
monja solía utilizar el dinero obtenido con la beneficencia para abrir
conventos en vez de hospitales, propagando el no al aborto, a las
relaciones pre-matrimoniales y al uso de los preservativos, moviéndose
así como un instrumento al servicio del poder político y teológico de la
Iglesia católica.
Otros artículos denuncian la escasez de
sus estructuras, la falta de condiciones higiénicas y médicas
fundamentales, en una perspectiva según la cual se habría exaltado el
sufrimiento en lugar de combatirlo.
Lo primero que me viene a la mente, ante
esta incapacidad para entender el significado real de la misión de la
Madre Teresa, es la actualidad que cobran las palabras de Benedicto XVI en la encíclica Deus Caritas Est,
es decir, que “la caridad siempre será necesaria”. Una frase que
contrasta totalmente con aquella que tanto gustaba a las ideologías de
los siglos XIX y XX, liberalismo y comunismo: “No hace falta caridad,
sino justicia”.
Por un lado, se despreciaba la caridad
que estaba en la raíz del magisterio de la Iglesia, porque se afirmaba
que solo el progreso económico podía emancipar a la humanidad del
hambre, de la enfermedad y el subdesarrollo. Por otro, se consideraba
hipócrita o incluso dañino ayudar a los hombres en sus necesidades
inmediatas porque distraía del intento de construir estructuras más
justas y duraderas para todos.
Entendámonos. No es que el reclamo al progreso y a la justicia social sea un error. Pensemos en la encíclica Populorum Progressio: “El desarrollo es el nuevo nombre de la paz”, de Pablo VI; o en los continuos llamamientos de los pontífices, sobre todo del Papa Francisco,
para que las estructuras económicas, sociales y políticas no opriman al
pobre, al débil, al enfermo, al marginado. ¿Pero qué serían el progreso
y la lucha por la justicia sin la práctica de la caridad? Las
innumerables obras presentes en todo el mundo, en el surco trazado por
la Madre Teresa, siguen permitiendo a millones de personas afrontar la
existencia y también la muerte con un respeto total a su dignidad
humana.
Si los hubieran dejado donde estaban,
esperando el progreso y la justicia social, estas personas habrían
vivido y muerto como bestias. Nunca existirá un régimen político capaz
de eliminar del todo la pobreza, siempre habrá entre nosotros gente a la
que ayudar. Del mismo modo, la Madre Teresa nunca pretendió resolver
todos los males del mundo y era bien consciente de sus propias
limitaciones. Pero no por ello se quedó mirando, fue personalmente hasta
allí, a las calles, en medio de los moribundos, ofreciéndose a cuidar a
niños que de otro modo habría sido abortados. En una palabra, compartía
el dolor de cualquiera, acogiendo y promoviendo la vida. La caridad
abate así todas las doctrinas económicas y políticas, porque en sí misma
es un gesto inmediato.
Si no se vive la caridad, si uno no se
da cuenta de la gente que le rodea, el anunciado progreso puede terminar
siendo una trampa mortal. Tenemos delante de nuestros ojos, aunque
finjamos no verlo, las consecuencias del neocolonialismo económico, ese
que desató la “tercera guerra mundial a trozos”: muros para mantener
lejos a los que huyen de la violencia y de la pobreza, élites de unos
pocos ricos cada vez más ricos, fracaso estrepitoso de utopías como la
que ha convertido a Venezuela, antaño una de las naciones más ricas de
América del Sur, en un país devastado por el hambre y la pobreza.
Sin caridad, todo proyecto político acaba volviéndose contra la gente, no a favor de la gente.
El ejemplo de la Madre Teresa representa
por último otro desafío aún más radical. Hay una mentalidad, sufragada
también por un cierto moralismo católico, que cree que ocuparse de los
demás es un problema ético: tenemos que hacer el bien porque es justo
ser buenos. Pero eso no basta para explicar el compromiso heroico de las
hermanas de la Madre Teresa, un compromiso capaz de tratar a los
últimos de los últimos con un afecto absoluto.
¿Cómo se puede amar así?
Hace unos años, un amigo periodista,
después de asistir a un encuentro público con la Madre Teresa,
impresionado por lo que acababa de escuchar, se le acercó y le preguntó a
contrapelo: “¿Pero qué le llevó aponer en pie todo lo que ha hecho?”
Cuenta mi amigo periodista que la pequeña monja le miró un poco molesta y
respondió, señalando a la gente que estaba allí presente: “Para mí,
todas las personas son la sombra de Jesús”. Una respuesta no solo
comprensible para los católicos y cristianos de otras confesiones sino
también para los musulmanes, los hindúes, los ateos.
El otro es un bien para mí: es un
Misterio siempre grande, siempre hermoso, sea cual sea el cuerpo que lo
porte, sea cual sea la incoherencia con la que vivamos. Porque es
reflejo de ese Infinito del que todos los hombres de todos los tiempos y
de todas las culturas tienen necesidad para poder vivir, amar y ser
felices. La caridad ayuda a vivir esa correspondencia con el corazón que
todos deseamos. En un momento histórico en que se teoriza la
imposibilidad de una convivencia entre culturas y religiones diferentes,
la Madre Teresa nos reta a vivir la caridad como única posibilidad de
una verdadera convivencia y por tanto de paz, porque la caridad no es
una doctrina sino el inicio de una nueva civilización.
Giorgio Vittadini, en paginasdigital.es.