Nuria Chinchilla
Los Padres Fundadores de Europa nos
dejaron un legado: lograron inculcarnos que la única idea justa y buena
para nosotros los europeos es la paz
Los jóvenes de hoy deben saber que lo
que hoy tenemos no surgió de la nada, sino que fue el resultado de
muchas experiencias amargas. Y que el ideal de Europa se sigue
construyendo cada día.
Este martes el Papa Francisco ha estado en Asís, 30 años después de que Juan Pablo II celebrara por primera vez esta Jornada de Oración por la Paz en Asís, el 27 de octubre de 1986. En las décadas siguientes, las migraciones y la desaparición de las fronteras en Europa han puesto de manifiesto la necesidad del diálogo.
Hoy, la paz en Europa, en el mundo, se
ve gravemente amenazada por diversos factores. Nos vemos ante la
disyuntiva de abrir las fronteras para ayudar a los cientos de miles de
refugiados que huyen de la muerte que supone la guerra (Siria, Irak…) o
regular la entrada para evitar la llegada encubierta de terroristas del
Daesh. Por un lado, estos terroristas ya viven entre nosotros −algunos
han nacido ya en Europa−; por otro, hay europeos no musulmanes, que
deciden convertirse y viajar a los cuarteles centrales del
autodenominado Estado Islámico para ponerse a sus órdenes. Parece el
mundo al revés.
Los Padres Fundadores
En 1950, con el Tratado de Roma, comenzó lo que hoy es la Unión Europea, de la mano de cinco hombres de estado visionarios y generosos:
Jean Monnet, diplomático y economista francés: “Había que cambiar las formas de relación entre los países de Europa”.
Konrad Adenauer, Canciller de Alemania: “Si lo conseguimos… será la mejor manera de llevar a cabo una política basada en la confianza”.
Alcide de Gasperi,
Primer Ministro de Italia: “Sin una voluntad política superior… y un
organismo central… corremos el riesgo de que este empeño muera por falta
de ideales”.
Robert Schuman,
Ministro de Asuntos Exteriores de Francia: “No podemos seguir eludiendo
el problema real de la unificación política de Europa”.
Paul-Henri Spaak, Primer Ministro de Bélgica: “Consideremos una nueva revolución de tales proporciones… que haga inútil cualquier otra”.
A todos ellos, debemos unir la figura de Churchill,
Primer Ministro británico, que tras la experiencia de la Segunda Guerra
Mundial, estaba convencido de que solamente una Europa unida podía
garantizar la paz. Su objetivo era eliminar de una vez por todas las lacras europeas del nacionalismo y el belicismo.
Hoy vivimos en una Europa asustada de sí
misma, de sus fronteras reventadas o abiertas voluntariamente en un
ataque de sentimentalismo (Merkel dixit) del que
luego nos arrepentimos; vivimos la creciente marea de populismos,
independentismos y nacionalismos, que van en dirección contraria de lo
que estos grandes Padres Fundadores de Europa soñaron, primero, e
inauguraron, después, con aquellos primeros pasos decididos en torno a
1950. Jean Monnet solo concebía este proyecto si en un futuro las
decisiones trascendentales se tomaban a partir de una generosidad que no se limitara a la defensa de los intereses nacionales. Según este consejero político y económico francés, la confianza entre los Estados europeos era una pieza clave, porque habría que delegar en temas tan sensibles como los de fronteras y soberanía.
Hoy por hoy la confianza está dañada, y
los motivos son tan variados como complejos. Además de la erupción de
movimientos populistas, nacionalistas e independentistas, existe una
corrupción rampante en algunas sociedades. De Gasperi, cuando conoció a
la que sería su mujer, le escribió: “No puedo ofrecerte una vida de
riquezas… porque he decidido ser honesto”. Hay una crisis de valores profunda que solo podremos superar, volviendo a los orígenes de Europa y huyendo del feroz individualismo egoísta que todo lo contamina.
El comienzo de la UE
Monnet, joven durante la Primera Guerra Mundial, ya tenía la idea de que Europa uniera sus fuerzas frente a la adversidad.
Profetizó: “Los alemanes serán derrotados. No añadamos la humillación a
la derrota. Intentemos crear una unión entre los pueblos de Europa y
acojamos en ella a Alemania, después de la guerra”. Quizá por esto, ha
sido Alemania la primera en abrir sus fronteras a los emigrantes que han
llegado ante sus puertas, aunque después Europa pretende retenerlos en
una sobornada Turquía. Adenauer, De Gasperi y Schumann eran los tres de
culturas fronterizas, católicos y hablaban alemán. Era mucho más lo que
los unía que lo que los separaba. Especialmente ese espíritu de
generosidad y visión de futuro.
Tuvieron ideas realmente proféticas y
visionarias: Monnet quería instituciones que garantizaran una paz
duradera, que fueran más allá del comercio del carbón y el acero, a la
política, y que se unieran otros países de Europa de manera que
conformaran algo así como los Estados unidos de Europa.
Vio que algún día “acogeríamos a los países del este de Europa”. Y así
es. Aunque cuando hemos afirmado de forma insolidaria y excluyente
nuestros particularismos socioeconómicos, políticos y religiosos, hemos
acabado generando hostilidades y guerras fratricidas de carácter
devastador.
Y hay también alguno que deja Europa, como Gran Bretaña. Pero, para explicar el Brexit, debemos recordar que el Reino Unido contempla la UE en términos pragmáticos y financieros,
no como parte de su identidad y apoyo a su seguridad, como otros
estados miembros. Y esto es porque, desde mucho antes de su adhesión en
1973, se consideraba una potencia nacional y siempre vio su relación con
Europa como una mera transacción financiera.
Los Padres Fundadores de Europa nos dejaron un legado: Lograron inculcarnos que la única idea justa y buena para nosotros los europeos es la paz.
Los jóvenes de hoy deben saber que lo que hoy tenemos no surgió de la
nada, sino que fue el resultado de muchas experiencias amargas. Y que el
ideal de Europa se sigue construyendo cada día.
Aquí
tenéis un vídeo donde se da a conocer algo más la personalidad de los
cinco Padres Fundadores. Gente corriente, con ideales y virtudes
cotidianas, con visión de futuro, que pusieron el bien común y las
personas por encima de las estructuras, pero que contaron con las
estructuras para conseguir la paz y el bien de las personas. Si volvemos
los ojos a las inequívocas raíces cristianas de Europa, podremos
retomar ideas muy valiosas y prácticas que este martes ha recordado Francisco en Asís:
“Paz significa perdón que, fruto de la conversión y de la oración, nace en el interior y, en nombre de Dios, permite curar las heridas del pasado. Paz significa acogida, disponibilidad al diálogo, superación de las actitudes cerradas, que no son estrategias de seguridad sino puentes sobre el vacío. Paz significa colaboración, intercambio vivo y concreto con el otro, que constituye un don y no un problema, un hermano con el que se puede intentar construir un mundo mejor. Paz significa educación: un llamamiento a aprender cada día el difícil arte de la comunión, a adquirir la cultura del encuentro,
purificando la conciencia de toda tentación de violencia y de
endurecimiento, contrarias al nombre de Dios y a la dignidad del
hombre”. Porque “las víctimas de las guerras encuentran demasiadas veces
el silencio ensordecedor de la indiferencia”.
El Papa nos invita a todos:
“Superemos la contaminación de la indiferencia con el oxígeno del amor”.
¿Aceptamos el reto?