Ramiro Pellitero
El Papa nos propone todo un símbolo
de actitudes fáciles y difíciles, que en este Año de Misericordia (que
concluirá dentro de dos meses) podemos mejorar
En una de sus homilías en Santa Marta, el martes 13 de septiembre, Francisco ha reflexionado de nuevo sobre la cultura del encuentro. El encuentro implica mirar, tocar, hablar.
“A menudo, las personas se cruzan, pero no se encuentran”.
Ante el cortejo fúnebre de una viuda que va a enterrar a su hijo único,
Jesús no pasa de largo, sino que se mueve a la compasión. Es la primera
vez que el Evangelio habla de la compasión de Jesús. Más adelante los
evangelistas recogen la compasión de Jesús ante la muchedumbre que le
sigue, como también ante las hermanas de Lázaro, su amigo que ha muerto.
Ahora, ante la viuda de Naín, Jesús se acerca a la mujer, la encuentra
de verdad y luego hace el milagro.
Mirar, tocar, hablar
Aquí percibe el Papa no solo la ternura sino también la fecundidad de un encuentro. “Todo encuentro −observa− es fecundo. Todo encuentro restituye las personas y las cosas a su sitio”.
Señala Francisco que estamos acostumbrados a una cultura de la indiferencia, y debemos trabajar y pedir
la gracia de hacer una cultura del encuentro, de ese encuentro fecundo,
de ese encuentro que restituya a cada persona su dignidad de hijo de
Dios. Añade que nos hemos habituado a esa indiferencia cuando
vemos las calamidades del mundo u otras cosas más pequeñas. Quizá
pensamos “Ay, qué pena, pobre gente, cuánto sufren”, pero seguimos
adelante.
El Papa nos propone auténticos
encuentros: “Si no miro −no basta ver, no: hay que mirar−, si no me
paro, si no miro, si no toco, si no hablo, no puedo tener un encuentro
ni puedo ayudar a hacer una cultura del encuentro”.
Como fruto de ese acontecimiento, dice
el evangelio que la gente quedó sobrecogida y daba gloria a Dios. Y
Francisco nos ofrece otra clave, profunda y teológica, para interpretar
ese encuentro: “A mí me gusta ver también aquí el encuentro de todos los días entre Jesús y su esposa, la Iglesia, que espera su regreso”.
Este es −señala el Papa− el mensaje de hoy: el encuentro de Jesús con su pueblo; el encuentro de Jesús que sirve, que ayuda, que es el servidor, que se abaja, para ayudar a todos los necesitados.
Jesús se encuentra con su pueblo, pues
todos −no solamente los sintecho− somos necesitados; necesitados de la
Palabra de Jesús, del encuentro con Él, como también lo son las personas
que amamos. El encuentro −especialmente el encuentro con Jesús y el
encuentro con los demás− está vinculado con el servicio y la cercanía.
Detenerse, implicarse
Como ejemplo, Francisco describe una
escena ordinaria de nuestra vida actual: mientras se está a la mesa, en
familia, muchas veces se come, se ve la televisión o se escriben
mensajes de móvil. Cada uno es indiferente en ese encuentro. Es decir,
que incluso en el núcleo de la sociedad que es la familia, no hay
propiamente encuentro.
Y nos propone que trabajemos por la cultura del encuentro, de modo tan sencillo como Jesús.
No solo ver: mirar. No solo oír:
escuchar. No solo cruzarse: detenerse. No solo decir qué pena, pobre
gente, sino dejándose implicar por la compasión. “Y luego acercarse,
tocar y decir”, en la lengua que a cada uno le salga en ese momento, la
lengua del corazón: “No llores, y da al menos una gota de vida”.
Todo un símbolo de actitudes fáciles y
difíciles, que en este Año de Misericordia (que concluirá dentro de dos
meses) podemos mejorar. Pero ante todo, efectivamente, hemos de pedir la
gracia de contribuir a la cultura del encuentro. El encuentro, misterio de la encrucijada entre las personas y también con Dios.
Transformar el mundo desde el encuentro con Cristo
Especialmente desde el encuentro con Jesús
en la oración, los cristianos estamos llamados a transformar la
sociedad, comenzando cada uno por su propio corazón. Y como
consecuencia, detenernos, implicarnos en auténticos encuentros con los
demás, que se traduzcan en ayuda, servicio, cercanía para sus
necesidades materiales y espirituales.
"Nuestras comunidades cristianas −escribe san Juan Pablo II− tienen que llegar a ser auténticas 'escuelas de oración',
donde el encuentro con Cristo no se exprese solamente en petición de
ayuda, sino también en acción de gracias, alabanza, adoración,
contemplación, escucha y viveza de afecto hasta el 'arrebato' del
corazón. Una oración intensa, pues, que sin embargo no aparta del
compromiso en la historia: abriendo el corazón al amor de Dios, lo abre
también al amor de los hermanos, y nos hace capaces de construir la
historia según el designio de Dios" (Carta ap. Novo millennio ineunte, 6.I.2001).