Conmemoración de todos los fieles difuntos
Evangelio (Jn 14,1-6)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas. De lo contrario, ¿os hubiera dicho que voy a prepararos un lugar? Cuando me haya marchado y os haya preparado un lugar, de nuevo vendré y os llevaré junto a mí, para que, donde yo estoy, estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino. Tomás le dijo: — Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podremos saber el camino? — Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida — le respondió Jesús—; nadie va al Padre si no es a través de mí».
Comentario
Después de celebrar ayer la fiesta dedicada a todas las personas que gozan de la presencia de Dios en el Cielo, la Iglesia nos invita a rezar hoy de modo especial por los difuntos.
El Evangelio seleccionado recoge una pequeña parte del diálogo de Jesús con sus apóstoles durante la Última Cena, en el que, a raíz de una pregunta de Tomás, les revela que solo a través de Él se puede llegar al Padre.
Podemos imaginar la inquietud e incertidumbre de los apóstoles ante los acontecimientos que están viviendo. Desde la preparación de la cena los días previos con las indicaciones concretas sobre el lugar de la celebración; el comienzo con el lavatorio de los pies y el mandato universal de amarse y servirse los unos a los otros como él hizo durante los tres años de enseñanza con ellos. El Maestro se ha mostrado en un modo especialmente solemne y, también, emotivo. Seguramente percibirían que estaban a las puertas de algo grande, quizá ese algo que no terminaban de entender desde que comenzaron gozosos a seguirle.
Es natural que los hombres, ante la muerte, sintamos también inquietud e incertidumbre. Incluso miedo. Es el momento final, aquel al que nos hemos preparado desde siempre y que sabemos que a todos nos llegará algún día. En este contexto, Jesús nos pide que confiemos en él. Que creamos en Él, porque no nos dejará solos en ese momento y nos llevará a su morada celestial. Por eso Jesús es el Camino, porque no somos nosotros quienes alcanzamos el cielo, sino que nos conduce Él.
Jesús es la Verdad porque en ese trance imponente de la muerte, todas las verdades que nos rodean se deshacen ante la única Verdad del amor de un Dios que da la vida por sus hijos y que solo espera que le acojamos. Por último, Jesús es también la Vida porque Él participa desde toda la eternidad de la vida divina junto a su Padre de la que, mediante su resurrección, nos dejó un testimonio inquebrantable a todos los hombres.
Fuente: opusdei.org