Santiago Leyra Curiá
En un momento en el que el silenciamiento cultural y social amenaza con socavar, especialmente, los rudimentos de la libertad académica emerge, como ejemplo, la figura del erudito Marcelino Menéndez Pelayo.
Recién iniciada la Restauración, en febrero de 1875 se publicó un decreto del ministerio de Fomento prohibiendo enseñar nada contrario al dogma católico, la sana moral, la monarquía constitucional y el régimen político. Varios catedráticos de Universidad, como Giner de los Ríos, Azcárate y Salmerón fueron primero suspendidos y posteriormente separados de sus cátedras”.
En el año 1876, Giner de los Ríos y varios compañeros suyos fundaron La Institución Libre de Enseñanza, asociación que, al margen de la enseñanza pública, pretendía renovar a las jóvenes generaciones con una moral laica y unas ideas inspiradas en el masón idealista alemán K.Ch.F. Krause (1781/1832), en cuya filosofía se había tratado de armonizar el panteísmo y el teísmo y, contra la exaltación hegeliana de la idea de Estado, se había defendido la superioridad ética de asociaciones de fines generales, como la familia o la nación. Promoviendo una federación voluntaria entre esas asociaciones podría irse produciendo el acercamiento y la unidad entre los seres humanos.
Un miembro de La Institución, Gumersindo de Azcárate, en artículo publicado en la “Revista de España”, afirmaba que, “según el Estado ampare o niegue la libertad de la ciencia, así la energía de un pueblo mostrará más o menos su peculiar genialidad… y podrá hasta darse el caso de que se ahogue casi por completo su actividad, como ha sucedido en España durante tres siglos”.
Menéndez Pelayo, tras leer el citado artículo y aleccionado por uno de sus maestros y amigo, Gumersindo Laverde (18335/1890), publicó, en aquel mismo año 1876, su primera obra, “La ciencia española”, con la que inició su aventura intelectual, convencido de que los españoles podrían renovarse inspirándose en los ideales éticos y culturales de los más elevados momentos de su historia; y ya entonces hacía suyas unas palabras del sabio benedictino B.J. Feijoo, que en uno de sus discursos se había proclamado “ciudadano libre en la República de las Letras, ni esclavo de Aristóteles ni aliado de sus enemigos”.
En 1892 dirigió al ministro de Fomento un informe en el que se quejaba porque “vemos separarse de nuestro Claustro a dignísimos Profesores…, representantes de muy opuestas doctrinas, pero igualmente dignos de respeto por su celosa y desinteresada consagración al culto de la verdad…”, “…ideal de vida… encaminado a la indagación científica que sólo puede lograrse con garantías de independencia semejantes a las que disfrutan todas las grandes instituciones científicas de otros países…; “…queremos aproximarnos a este ideal por todos los caminos posibles y reivindicar para el cuerpo universitario toda aquella libertad de acción que, dentro de su peculiar esfera, le corresponde”.
Por su parte, Cánovas del Castillo, historiador, considera que lacras como el retraso o la falta de unidad política de España son atribuibles a la herencia de la Inquisición y de la Casa de Austria. Y en la Constituyente de 1868, bramó Castelar: “No hay nada más espantoso, más abominable, que aquel gran imperio español que era un sudario que se extendía sobre el planeta… Encendimos las hogueras de la Inquisición; arrojamos a ellas nuestros pensadores, los quemamos y, después, ya no hubo de las ciencias en España más que un montón de cenizas”.
Es cierto que la ciencia española se había interrumpido por largo tiempo, pero eso fue a partir de 1790, no coincidiendo con la Inquisición, sino con la Corte volteriana de Carlos IV, las Cortes de Cádiz, la desamortización de Mendizábal, la quema de conventos…
En ese contexto, se celebra en 1881, cuando don Marcelino aún no había cumplido los 25 años, un homenaje en el parque del Retiro madrileño, por el segundo centenario de la muerte de Calderón de la Barca. Expertos extranjeros alaban el mérito del escritor, a pesar de la época retrograda en la que vive. Ya al final, Menéndez Pelayo explota… “Mira, Enrique -le confesaría después a su hermano-, me tenían ya muy cargado, habían dicho muchas barbaridades y no pude menos de estallar, y, además, nos dieron a los postres tan mal champagne…”.
En este célebre brindis, el polígrafo cántabro destaca en primer lugar la idea (o más bien hecho) de que ha sido la fe católica la que nos ha conformado. De su pérdida o, al menos, de su difuminarse, nace nuestra decadencia y eventual muerte…
En segundo lugar, la reivindicación de la monarquía tradicional, asumida y llevada a su apogeo por la Casa de Austria, que no fue ni absoluta ni parlamentaria, sino cristiana, y que, por ello, pudo ser garante del municipio español, donde pudo florecer la verdadera libertad…
En defensa de estos principios (fe católica, monarquía tradicional, libertad municipal) escribió Calderón. Contra ellos se alzan liberales, tanto absolutistas como revolucionarios, imponiendo su libertad ideológica que destruye la libertad real en nombre de unas ideas abstractas y estatalistas.
Termino con la transcripción del brindis porque creo que merece la pena hacerlo: “…Brindo por lo que nadie ha brindado hasta ahora: por las grandes ideas que fueron alma e inspiración de los poemas calderonianos. En primer lugar, por la fe católica, apostólica romana, que en siete siglos de lucha nos hizo reconquistar el patrio suelo, y que en los albores del Renacimiento abrió a los castellanos las vírgenes selvas de América, y a los portugueses los fabulosos santuarios de la India… Brindo, en segundo lugar, por la antigua y tradicional monarquía española, cristiana en esencia y democrática en la forma… Brindo por la nación española, amazona de la raza latina, de la cual fue escudo y valladar firmísimo contra la barbarie germánica y el espíritu de disgregación y de herejía… Brindo por el municipio español, hijo glorioso del municipio romano y expresión de la verdadera y legítima y sacrosanta libertad española… En suma, brindo por todas las ideas, por todos los sentimientos que Calderón ha traído al arte…; los que sentimos y pensamos como él, los únicos que con razón, y justicia, y derecho, podemos enaltecer su memoria… y a quien de ninguna suerte pueden contar por suyo los partidos más o menos liberales que, en nombre de la unidad centralista a la francesa, han ahogado y destruido la antigua libertad municipal y foral de la Península, asesinada primero por la Casa de Borbón y luego por los Gobiernos revolucionarios de este siglo. Y digo y declaro que no me adhiero al centenario en lo que tiene de fiesta semipagana, informada por principios… que poco habían de agradar a tan cristiano poeta como Calderón, si levantase la cabeza…”.
Fuente: omnesmag.com