Mons. Enrique Díaz Díaz
2 Samuel 5, 1-3: “Unguieron a David como rey de Israel”
Salmo 121: “Vayamos con alegría al encuentro del Señor”
Colosenses 1, 12-20: “Dios nos ha trasladado al Reino de su Hijo amado”
San Lucas 23, 35-43: “Señor, cuando llegues a tu Reino, acuérdate de mí”
Con silencio, amargura y tristeza fueron velados y sepultados en distintos momentos, los cadáveres de los masacrados, en su mayoría jóvenes, en el anexo de Arandas, a las orillas de Irapuato. Toda la sociedad se quedó estupefacta mezclando el temor, el coraje y la impotencia. “Estamos viendo es resultado de años de descuido, de fracaso de la política y la educación; no ha surgido espontáneamente, es fruto de años en los que se ha venido destruyendo el tejido social ante la pérdida de valores… como si Dios no existiera”, me comentan doloridos algunos de sus cercanos. Todos estamos de acuerdo, nos sentimos como en país sin ley, sin principios, “sin Dios”. Aunque alguien me reclama y me dice que eso es solamente la comprobación de que Dios no existe. Pero si estamos asistiendo a esta lucha absurda por los espacios de dominio que asesina a personas, sin importar sean pequeñas o inocentes sino solamente porque ocupan un espacio que juzgan pertenece a ellos, es porque el hombre ha perdido su verdadera dimensión y se ha olvidado de Dios, no porque Dios esté ausente.
La fiesta de “Cristo Rey”, tan querida por el pueblo mexicano, cierra todo el ciclo litúrgico y nos enseña el verdadero sentido del tiempo y de la naturaleza: pertenecen a Dios y están destinados a servirle a Él. No en el sentido egoísta como si Dios necesitara que millones de personas le alabaran para sentirse feliz, sino descubriendo cómo la felicidad del hombre es la mayor gloria de Dios. Cuando el hombre logra encontrarse con Dios en su corazón, cuando busca vivir como imagen y semejanza suya, cuando se torna creador y generador de vida y de belleza, el hombre encuentra su más grande realización. Pero cuando se ataca frontalmente a Dios con el pretexto de respetar la dignidad de la persona, se desequilibra de tal forma que pierde su sentido y termina en un caos volviéndose contra el mismo hombre. Nuestra sociedad podrá organizarse sin Dios, pero siempre tendrá un enorme hueco en su corazón que buscará llenarlo con poder, con riqueza o con placeres, como lo hemos estado viendo y sufriendo en los últimos años. Claro que cuando se utiliza la imagen de Dios para los fines perversos del hombre, se termina por destruir la sociedad y a las personas.
Hoy, más que nunca, nos urge volver nuestra mirada a este Cristo y reconocerlo como nuestro rey, pero descubriendo las sólidas bases de su reino. El reino de Jesús es muy distinto a como lo hubieran podido imaginar los hombres, muy lejano a la ambición de poder de unos cuantos. Jesús viene a ofrecer un reino de vida. Su propuesta es la participación de una vida plena de todos los pueblos y todas las gentes como hijos de Dios. Es hacer realidad el proyecto del Padre. Sin embargo, no utiliza ni el poder ni el dinero ni la fuerza para implantar su Reino: su única arma es el amor, un amor pleno, un amor total. Por eso en este día se nos invita a contemplarlo tal y como nos lo presenta San Lucas: clavado en la cruz, con un letrero que da fe de su sentencia y con las autoridades, los soldados y un ladrón burlándose de su reinado e invitándolo a manifestar su poderío. ¿Un rey fracasado? Podría parecer a los ojos del mundo y así lo consideran los que están a su alrededor, aún sus discípulos. La paradoja de un rey clavado en la cruz, nos recuerda lo que Jesús había dicho a Pilatos: “Mi Reino no es de este mundo”. Y no se refiere a que su reino esté en un plano espiritualista o etéreo, sino muy real y concreto como nos lo demuestra con toda su vida, con sus parábolas sobre el Reino, y su atención a los que más sufren y su compromiso con los humildes y despreciados. Su Reino no es al estilo del mundo donde la fuerza y el poder dominan, su reino tiene mucho que ver con el amor, con la entrega y con el servicio. Cuando lo quisieron nombrar “rey”, en otro sentido, tuvo que salir huyendo ya que Él no había venido para ser servido sino para servir.
Hoy sus discípulos lo proclamamos como Rey y adquirimos un verdadero compromiso de luchar por sus mismos ideales y con su mismo estilo. No podemos estar de acuerdo con toda la cadena de violencia que se ha desatado. No admitimos como cristianas, ni siquiera como humanas, las crueles masacres y los horrendos crímenes que se han suscitado. Elevamos nuestra enérgica protesta. Pero también nos examinamos y tratamos de descubrir qué está fallando en esta sociedad. Se requiere un nuevo modo de educación para el amor, para la responsabilidad y para la aceptación del Evangelio y esto sólo lo podemos encontrar en el ejemplo de Jesús. Los reinos del poder, de la fuerza y de la mentira, sólo caerán si construimos un reino de verdad, de justicia y de vida. Necesitamos acercarnos a este Rey y aprender de Él su entrega y la forma en que construye su reino. Debemos buscar vida para todos y dejarnos de egoísmos e individualismos. En este mundo que considera con frecuencia a Dios como algo superfluo o extraño, confesamos con Pedro que sólo Jesús tiene “palabras de vida eterna”. Si queremos recobrar el verdadero sentido del hombre no tendremos otra prioridad que abrir de nuevo al hombre de hoy el acceso a Dios, al Dios que habla y nos comunica su amor para que tengamos vida abundante, al Dios que se hace carne y presencia en Jesús, nuestro Rey. El compromiso por la justicia, la reconciliación y la paz encuentran su última raíz y su cumplimiento en el amor que Cristo nos ha revelado. Todos los creyentes debemos traducir nuestro homenaje a Cristo Rey en un compromiso serio por la construcción de su reino, por el amor a los pobres y la lucha por la verdadera justicia.
¿Cómo es nuestro homenaje a Cristo Rey? Fiesta de Cristo rey, fiesta para examinar nuestras actitudes frente a Cristo y frente a los hermanos; fiesta para “entronizar” en la familia a este Rey de Amor; fiesta para convertirnos en sus fieles seguidores, llenos de esperanza, y constructores incansables de un Reino diferente.
Padre Bueno y Misericordioso, que quisiste fundar todas las cosas en tu Hijo muy amado, Rey del universo, haz que toda creatura, liberada de toda esclavitud, sirva a tu majestad y te alabe eternamente. Amén.
Fuente: exaudi.org