El Papa en el Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y feliz domingo!
El Evangelio de hoy nos lleva a Jerusalén, al lugar más sagrado: el templo. Allí, en torno a Jesús, algunos hablan de la magnificencia de aquel edificio grandioso, «adornado de bellas piedras» (Lc 21,5). Pero el Señor dice: «De lo que ven, no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida» (v. 6). Luego aumenta la intensidad, explicando cómo en la historia casi todo se derrumba: habrá, dice, revoluciones y guerras, terremotos y hambrunas, plagas y persecuciones (cf. vv. 9-17). Es como si dijera: no hay que confiar demasiado en las realidades terrenales: pasan. Son palabras sabias, pero pueden darnos cierta amargura: ya hay tantas cosas que van mal, ¿por qué también el Señor hace discursos tan negativos? En realidad, su intención no es ser negativo, es otra, es darnos una valiosa enseñanza, a saber, el camino de salida de toda esta precariedad. ¿Y cuál es el camino de salida? ¿Cómo podemos salir de esto que pasa y pasa y no existirá más?
Este se encuentra en una palabra que quizás nos sorprenda. Cristo lo revela en la última frase del Evangelio, cuando dice: «Con su perseverancia salvarán su vida» (v. 19). La perseverancia. ¿Qué cosa es esto? La palabra indica ser “muy severos”; pero ¿severos en qué sentido? ¿Acaso con uno mismo, considerándose no estar a la altura? No. ¿Acaso con los demás, siendo rígidos e inflexibles? Tampoco. Jesús nos pide que seamos “severos”, disciplinados, persistentes en lo que a Él le importa, en lo que importa. Porque, lo que realmente importa, muchas veces no coincide con lo que atrae nuestro interés: a menudo, como aquellas personas en el templo, priorizamos las obras de nuestras manos, nuestros logros, nuestras tradiciones religiosas y civiles, nuestros símbolos sagrados y sociales. Esto está bien, pero le damos demasiada prioridad. Estas cosas son importantes, pero pasan. En cambio, Jesús dice que nos centremos en lo que permanece, que evitemos dedicar nuestra vida a construir algo que luego se destruirá, como aquel templo, olvidándonos de construir lo que no se derrumba, de construir sobre su palabra, sobre el amor, sobre el bien. Ser perseverantes, ser severos y decididos para edificar aquello que no pasa.
Esto es, entonces, la perseverancia: es construir el bien cada día. Perseverar es permanecer constantes en el bien, especialmente cuando la realidad circundante empuja a hacer otra cosa. Pongamos algunos ejemplos: sé que rezar es importante, pero yo, como todo el mundo, siempre tengo muchas cosas que hacer, y por eso lo dejo para más adelante: “No, ahora estoy ocupado, no puedo, lo hago después”. O bien, veo tanta gente astuta que se aprovecha de las situaciones, que “regatea” las normas, y yo también dejo de observarlas, dejo de perseverar en la justicia y la legalidad. “Pero si estos astutos lo hacen, también lo hago yo”. Atención con eso. Todavía más: hago un servicio en la Iglesia, para la comunidad, para los pobres, pero veo que tanta gente en su tiempo libre solo piensa en divertirse, y entonces me dan ganas de abandonar y hacer como ellos. Porque no veo resultados o me aburro o no me hace feliz.
Perseverar, en cambio, es permanecer en el bien. Preguntémonos: ¿cómo va mi perseverancia? ¿Soy constante, o vivo la fe, la justicia y la caridad según el momento, es decir, si me apetece, rezo, si me conviene, soy justo, servicial y atento, mientras que, si estoy insatisfecho, si nadie me lo agradece, dejo de hacerlo? En resumen, ¿mi oración y mi servicio dependen de las circunstancias o dependen de un corazón firme en el Señor? Si perseveramos —nos recuerda Jesús— no tenemos nada que temer, ni siquiera en los acontecimientos tristes y difíciles de la vida, ni siquiera en el mal que vemos a nuestro alrededor, porque permanecemos anclados en el bien. Dostoievski escribió: “No tengas miedo de los pecados de los hombres, ama al hombre incluso con su pecado, porque este reflejo del amor divino es el culmen del amor en la tierra” (Los hermanos Karamazov, II,6,3g). La perseverancia es el reflejo del amor de Dios en el mundo, porque el amor de Dios es fiel, es perseverante, nunca cambia.
Que la Virgen, sierva del Señor perseverante en la oración (cf. Hch 1,12), fortalezca nuestra constancia.
Después del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas:
Mañana se cumple el primer aniversario del lanzamiento de la Plataforma de Acción Laudato si', que promueve la conversión ecológica y estilos de vida coherentes con ella. Quiero dar las gracias a todos los que se han sumado a esta iniciativa: hay unos seis mil participantes, entre personas, familias, asociaciones, empresas, instituciones religiosas, culturales y sanitarias. Este es un excelente comienzo de un proceso de siete años dirigido a responder al clamor de la tierra y al grito de los pobres. Animo a que esta misión, crucial para el futuro de la humanidad, fomente en todos un compromiso concreto para el cuidado de la creación.
En esta perspectiva, me gustaría recordar la Cumbre del Clima COP27 que se desarrolla en Egipto. Espero que se den pasos adelante, con valor y determinación, siguiendo las huellas del Acuerdo de París.
Permanezcamos siempre cerca de nuestros hermanos y hermanas de la atormentada Ucrania. Cercanos con la oración y la solidaridad concreta. ¡La paz es posible! No nos resignemos a la guerra.
Y los saludo a todos, peregrinos de Italia y de varios países, familias, parroquias, asociaciones y fieles. En particular, saludo al grupo carismático “El Shaddai” de los Estados Unidos de América, a los músicos uruguayos del bandoneón —¡veo la bandera ahí, espléndidos!—, la Misión greco-católica rumana de París, los representantes de la pastoral escolar de Limoges y Tulle con sus respectivos obispos, los miembros de la comunidad eritrea de Milán, a quienes aseguro mis oraciones por su país. Me complace dar la bienvenida a los ministros servidores de Ovada, a la cooperativa “La Nuova Famiglia” de Monza, a la Protección Civil de Lecco, a los fieles de Perugia, Pisa, Sassari, Catania y Bisceglie, y a los chicos y chicas de la Inmaculada.
Les deseo a todos un buen domingo. Por favor, no se olviden de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!
Fuente: vaticam.va