Antonio Moreno
Dios olvida nuestras faltas cuando, arrepentidos, las confesamos. Para Él siempre podemos ser un folio en blanco.
Uno de los momentos más difíciles en la vida del periodista o del escritor es el del folio en blanco. Es verdad que, a veces, la escritura es una pulsión, un instinto incontrolable que hace que las palabras y las ideas broten a borbotones con lo que la búsqueda de un instrumento que permita fijarlas es todo un alivio; pero son las menos.
Lo habitual es contar con plazos más o menos impuestos que obligan al autor, no a buscar un tema sino, lo que es peor, a elegir entre uno de los miles de temas que rondan su cabeza.
Todos quieren su oportunidad, quieren salir del banquillo, pero uno quizá está demasiado verde aún y necesita madurarse, otro es espinoso y requiere demasiado esfuerzo o tiempo que uno no tiene, otro no se entendería en el actual contexto social…
Todos los temas tienen sus pros y sus contras, pero al final es uno el que, a empujones, se abre paso con su insistente mano alzada y termina, como este que tiene entre sus manos, negro sobre blanco.
Pero les voy a confesar algo. Este no es el artículo que hoy había empezado a escribir para ustedes. Había escogido otro tema. Me parecía actual, no demasiado espinoso y tenía la idea madurada y dispuesta. Estaba disfrutando de la facilidad con la que las ideas venían a mi mente, pensando en cómo ustedes las confirmarían o las rechazarían, y en cómo funcionaría en redes sociales. Pero, a mitad de folio, las frases me resultaban extrañamente conocidas. Tanto, que una terrible duda me asaltó: ¿Esto no lo he escrito yo ya?
Corrí a consultar mi archivo y enseguida apareció: un artículo sobre el mismo tema, desarrollando casi las mismas ideas, con frases casi calcadas y con fecha de hace exactamente un año.
Enseguida se me vino a la memoria aquella terrorífica escena de la película “El resplandor” en la que Wendy (Shelley Duvall) descubre que el montón de folios de la novela que su marido Jack (Jack Nicholson) lleva meses escribiendo contienen una misma frase repetida una y otra vez, confirmando su sospecha de que la locura se había apoderado de él.
Quienes me conocen, saben de mis tremendos despistes y de mi falta de memoria, por lo que esta del artículo repetido es solo una anécdota más para añadir a la lista. Eso sí, cuando se lo conté a mi mujer, se apresuró a esconder el hacha que guardamos en el cobertizo, por si acaso se me ocurría emprenderla contra las puertas, como Jack.
Fuera de bromas –no tengo cobertizo, ni hacha–, el caso me hace reflexionar sobre la falta de memoria, que hace que nos tengamos que repetir las cosas importantes una y otra vez para que no se nos olviden.
En unos días, con la fiesta de Cristo Rey, se acabará el año litúrgico y empezaremos un nuevo ciclo en el que, otra vez, volveremos a profundizar en los principales misterios de la vida de Jesús, empezando por la espera de su venida: el Adviento.
Hacer memorial de la vida del Señor de forma cíclica nos mantiene siempre en alerta, ayuda a nuestro espíritu a no amodorrarse, a estar en disposición continua de conversión; es decir, a corregir el rumbo de nuestra existencia que nuestra natural debilidad nos hace perder una y otra vez, una y otra vez.
Pensándolo bien, no es tan mala cosa la falta de memoria, quizá más que un defecto pueda llegar incluso a ser una virtud, porque incluso Dios tiene esa capacidad.
Cuentan que, cuando Santa Margarita María de Alacoque, impulsora de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, relató a su confesor las visiones de Jesús que había experimentado, el santo sacerdote (Claudio de la Colombiere) le propuso una prueba de veracidad. Le pidió que le preguntara a la visión cuál era el último pecado del que él se había confesado. Al día siguiente, Jesús le contestó: «No lo recuerdo, lo he olvidado».
Así es la misericordia de Dios con nosotros. Así de olvidadizo es Él con nuestras faltas cuando, arrepentidos, las confesamos.
Con él siempre podemos romper aquella fea historia que habíamos empezado a escribir torpemente y comenzar de cero.
Hoy, de nuevo, podemos ser, para Él, un folio en blanco.
No lo olviden.
Fuente: omnesmag.com