ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ
Aunque en todos mis artículos la parte más importante del trabajo —juzgar— ya la hacen ustedes, lectores; en éste, además, van a tener que hacer buena parte de mi parte, que es escribir. Vengo a dejarles la sugerencia.
Tan lejos de mí celebrar Halloween como arremeter contra Halloween. Atacar algo es un signo de impotencia, como demuestra el antifranquismo. A medio plazo el ataque favorece, siquiera en términos de publicidad y prestigio. Es preferible ponderar lo propio, como Nicolás Martín Bayliss hizo ayer aquí ejemplarmente.
Una sociedad que ha perdido el sentido de la santidad, de la vida eterna, del juicio y de la gloria, ¿cómo va a celebrar todos los santos? Sin catequesis no hay catarsis
Que en España se esté dejando de celebrar Todos los Santos tiene una explicación tan obvia que nadie la da. Una sociedad que ha perdido el sentido de la santidad, de la vida eterna, del juicio y de la gloria, ¿cómo va a celebrar todos los santos? Sin catequesis no hay catarsis. Sin una sólida base teológica, nadie puede celebrar lo que ni cree ni entiende. ¿Se habla en las iglesias de los novísimos? ¿No?, pues eso. Halloween sólo llena un vacío, del que son símbolos involuntarios sus calabazas huecas.
Porque va más con el signo de los tiempos: zombis, calaveras, sustos, trucos, tratos, horrores, apocalipsis climáticos, brujas, cuervos, cuernos, sangre y desesperación.
Por suerte, podemos cambiar el orden de los factores para alterar el producto. Y hoy, que es el día de los fieles difuntos, recordar a nuestros muertos. No al muerto anónimo, de goma espuma o cartón piedra de Halloween, sino a los nuestros, a los que conocimos, familiares y amigos. Esto lo cambia todo. La muerte como espantajo es un camuflaje de la trascendencia. Pensar en aquellos que amamos y tratamos, uno a uno, nos emociona, nos retrotrae a nuestra infancia, nos impele a la acción de gracias, nos recuerda un compromiso implícito con nuestra sangre y nuestros amigos, y nos exige. Sin padres, como explica la etimología y san Juan Pablo II, no hay patria. ¿Y viceversa? Quizá sea por interés que la gente prefiera Halloween: para escaquearse.
Podemos cambiar el orden de los factores para alterar el producto. Y hoy, que es el día de los fieles difuntos, recordar a nuestros muertos. No al muerto anónimo, de goma espuma o cartón piedra (…), sino a los nuestros
Pero nosotros, a lo nuestro. Por eso yo quería proponer que hoy nos hagamos una lista con los nombres y apellidos de los muertos que conocimos y tratamos. Uno a uno. Sólo los nombres.
Entonces, de paso, celebraremos retrospectivamente todos los santos, porque le desearemos el Cielo a cada uno y a muchos no podremos imaginarlos sino allí. Mientras tanto, de la mano de su recuerdo escaparemos del anonimato insulso y de la estética de parque de atracciones cutre que tiene el Halloween, de su aura irreal. Iremos al pasado, pero —seguro— para coger carrerilla.
Mi tío José María me regaló la capa de su bisabuelo, o sea, de mi tatarabuelo, con una única condición: que jamás la usase para disfrazarme ni en carnaval ni mucho menos en Halloween ni siquiera en una fiesta particular. Sería una prenda decimonónica, pero no era un juego. Me encantó el pacto. Podría parecer que restringía mucho las posibilidades de que yo me vistiese con la capa, pero, en realidad, no, porque trato de no disfrazarme jamás. Lo importante era que no nos rendíamos a no honrar a su primer dueño.
Aunque parece que el artículo de hoy es más corto de lo habitual, no se confíen. Vamos por la mitad y ahora les toca a ustedes. Vayan apuntando (vale también en el móvil, aunque es mejor el papel) los nombres de todos sus muertos conocidos de los que se acuerden hoy. Les aviso: va a ser un día muy emocionante.
Fuente: gaceta.es