3/09/16

‘Jesús no es moralista, nosotros hemos moralizado el Evangelio’




ROCÍO LANCHO GARCÍA



Jesús no es moralista, somos nosotros los que hemos moralizado el Evangelio. Así lo advirtió el padre Ermes Ronchi, en la quinta meditación de los ejercicios espirituales del papa Francisco y la Curia Romana, que se están celebrando en la Casa Divin Maestro de Ariccia.
Lo dijo partiendo del pasaje del evangelio en el que Jesús, enviado a la casa de Simón el fariseo, rompe cualquier convicción y deja que una mujer, para todos pecadora, llore sobre sus pies, le seque con sus cabellos, besándolos y los lave con aceite perfumado. Y frente a la sorpresa de Simón, Jesús lo regaña: “Mira esta mujer” que de pecadora se convierte en “la perdonada que ha amado mucho”. De este modo, el predicador indicó que “en la cena de la casa de Simón el fariseo, se ve un conflicto sorprendente: el pío y la prostituta; el poderoso y la sin nombre, la ley y el perfume, la regla y el amor, en comparación”.
El error de Simón –aseguró– es la mirada que juzga. “Jesús por toda su existencia enseñará la mirada que no juzga, incluyente, la mirada misericordiosa”. El predicador de los ejercicios precisó que Simón pone en el centro de la relación entre hombre y Dios “al pecado, lo hace la columna vertebral de la religión”. El error de los moralistas de cada época, de los fariseos de siempre. Jesús –recordó– no es moralista, porque pone en el centro de la persona con lágrimas y sonrisas, su carne dolorida o exultante, y no la ley. En el Evangelio, tal y como recordó el predicador, encontramos con más frecuencia la palabra pobre que pecador.
“Adán es pobre antes que pecador, somos frágiles y custodios de lágrimas, prisioneros de mil límites, antes que culpables”. Somos nosotros –advirtió– los que hemos moralizado el Evangelio.
Al respecto aseveró que al principio no era así. El padre Vanucci lo explica muy bien: el Evangelio no es una moral, sino una impactante liberación. Y nos lleva fuera del paradigma del pecado para conducirnos dentro del paradigma de la plenitud, de la vida en plenitud.
Simón, el moralista, mira el pasado de la mujer, ve “una historia de transgresiones” mientras que Jesús ve “el mucho amor de hoy y de mañana”.
De este modo, el padre Ronchi explicó que “Jesús no ignora quien es, no finge no saber, sino que recibe. Con sus heridas y sobre todo con su chispa de luz, es que Él hace resurgir”. El centro de la cena tenía que ser Simón, pío y poderoso y sin embargo lo ocupa la mujer. “Solo Jesús es capaz de hacer este cambio de perspectiva, hacer este espacio a los últimos. Jesús aparta del punto focal el pecado de la mujer y las faltas de Simón, lo deconstruye, lo pone en dificultad como hará con los acusadores de la adúltera en el templo”.
Si Jesús me preguntara también a mí –interrogó Ronch– ¿ves a esta mujer? Debería responder “no, Señor, aquí veo solo hombres”: No es muy normal esto, admitámoslo. Debemos tomar nota de un vacío que no corresponde a la realidad de la humanidad y de la Iglesia”.
“No era así en el Evangelio” donde muchas mujeres seguían y servían a Jesús, pero “no las veo siguiéndonos a nosotros”, observó el padre Ronchi.
“¿Qué nos da miedo que debemos tomar distancia de esta mujer y de las otras? Jesús era sumamente indiferente al pasado de una persona, al sexo de una persona, no razona nunca por categorías o estereotipos. Y pienso que también el Espíritu Santo distribuya sus dones sin mirar el sexo de las personas” precisó.
Jesús, marcado por la mujer que lo ha conmovido, no la olvida: en la última cena retomará el gesto de la pecadora desconocida y enamorada, lavará los pies de sus discípulos y los secará. “Cuando ama, el hombre cumple gestos divinos, Dios cuando ama cumple gestos humanos, y lo hace con corazón de carne”.
Finalmente, el predicador dio un consejo a los confesores: “Es tan fácil para nosotros cuando somos confesores no ver a las personas, con sus necesidades y sus lágrimas, pero ver la norma aplicada o infringida. Generalizar, empujar a las personas dentro de una categoría, clasificar. Y así alimentamos la dureza del corazón, la esclerocardia, la enfermedad que Jesús más temía. Nos hacemos burócratas de las reglas y analfabetos del corazón; no encontramos la vida, sino solo nuestro prejuicio”.