SERGIO MORA
En el segundo día de los ejercicios espirituales del papa Francisco y de la Curia Romana, que se realizan en una casa de retiro en las afueras de Roma, el tema fue sobre las interrogaciones que nos plantea el Evangelio.
Las meditaciones realizadas por el sacerdote Ermes Ronchi, de la Orden de los Siervos de María, iniciaron por el pasaje evangélico de Juan: “Jesús se giró y observando a quienes lo seguían les dijo: ¿Qué buscais?”. Y la primera respuesta dada fue la de detenerse para escuchar a un Dios de preguntas: no interrogar al Señor, pero dejarnos interrogar por Él.
Y en cambio de correr a buscar rápido una respuesta, el predicador invitó detenerse para vivir bien las preguntas del Evangelio. Para amar las preguntas porque “esas ya son revelación”. Porque “las preguntas son (…) el otro nombre de la conversión”.
“Jesús –dijo el padre Ronchi– educa a la fe más a través de las preguntas que de las palabras afirmativas”. Y no es por caso que los cuatro Evangelios reportan 220 preguntas del Señor.
Porque “la pregunta es la comunicación no violenta, que no hace callar al otro sino que propone el diálogo, involucra pero al mismo tiempo deja libertad. Jesús mismo es una pregunta. Su vida y su muerte nos interpelan sobre el sentido último de las cosas, sobre qué hace la vida feliz. Y la respuesta nuevamente es Él”.
Jesús pide cuál es mi deseo más fuerte, señaló el predicador. En cambio no pide sobre todo renuncias o sacrificios, no pide inmolarse en el altar del deber y del esfuerzo. Antes de todo pide “entrar en mi corazón, entenderlo, conocerlo”.
Porque buscar la felicidad es buscar a Dios y la pasión por Dios nace al descubrir la belleza de Cristo. Dios no me atrae porque es omnipotente, ni me seduce porque es eterno, sino que “me seduce con el rostro y la historia de Cristo, el hombre de la vida buena y bienaventurada”.
La fe es buscar a “un Dios sensible al corazón, que hace feliz al corazón, cuyo nombre es alegría, libertad, plenitud. Dios es la belleza. Y nos compete a nosotros anunciar a un Dios bello, deseable, interesante”.
Y lamentó que a veces “hemos empobrecido el rostro de Dios, a veces lo hemos reducido en miseria”. Quizás un Dios que se adora “pero no relacionado al punto que ríe y juega con sus hijos”.
Porque cada hombre –concluyó el padre Ermes Ronchi– busca a un Dios que se involucra. Y advirtió que contrariamente “Dios puede morirse de aburrimiento en nuestras iglesias”. Por ello invitó a restituir “un rostro solar, un Dios que podemos gozar, desear”. Porque entonces será como beber en el manantial de la luz, en los límites del infinito. ¿Qué buscamos? ¿Por qué caminamos? “Busco un Dios deseable, camino que me vuelva feliz el corazón”.