El Papa en Santa Marta
Un pacto de fidelidad. En las lecturas de hoy podemos ver la fidelidad del Señor y la fallida fidelidad de su pueblo. Como vemos en la Primera Lectura, del Libro de Jeremías (7,23-28), Dios es siempre fiel, porque no puede negarse a sí mismo, mientras que el pueblo no presta oídos a su Palabra. Jeremías nos cuenta las muchas cosas que Dios hizo para atraer los corazones del pueblo, pero el pueblo permaneció en su infidelidad.
Esa infidelidad del pueblo de Dios, igual que nuestra propia infidelidad, endurece el corazón: ¡cierra el corazón! No deja entrar la voz del Señor que, como padre amoroso, siempre nos pide que nos abramos a su misericordia y a su amor. Hemos rezado en el Salmo, todos juntos: Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: no endurezcáis vuestro corazón. El Señor siempre nos habla así, y con ternura de padre nos dice: Volved a mí de todo corazón, porque soy misericordioso y piadoso. Pero cuando el corazón está duro, eso no se entiende. La misericordia de Dios solo se entiende si eres capaz de abrir tu corazón, para que pueda entrar.
El corazón se endurece y vemos la misma historia en el pasaje del Evangelio de Lucas (11,14-23), donde Jesús es enfrentado por aquellos que habían estudiado las Escrituras, los doctores de la ley que sabían teología, ¡pero estaban tan cerrados! La gente, en cambio, estaba asombrada, ¡tenía fe en Jesús! Tenía el corazón abierto: imperfecto, pecador, pero el corazón abierto.
Esos teólogos, en cambio, tenían una actitud cerrada. Siempre buscaban una explicación para no entender el mensaje de Jesús, y le pedían una señal del cielo. ¡Siempre cerrados! Era Jesús quien tenía que justificar lo que hacía. Esta es la historia, la historia de esa fidelidad fallida. La historia de los corazones cerrados, de los corazones que no dejan entrar la misericordia de Dios, que han olvidado la palabraperdón —¡perdóname Señor!— simplemente porque no se sienten pecadores: se sienten jueces de los demás. Una larga historia de siglos. Y esa fallida fidelidad la explica Jesús con dos palabras claras, para poner fin, para terminar el discurso de esos hipócritas: El que no está conmigo está contra mí. ¿Está claro? O eres fiel, con tu corazón abierto, al Dios que es fiel contigo, o estás contra Él: El que no está conmigo está contra mí.
¿Y es posible una vía intermedia, un arreglo? Sí, hay una salida: ¡confiésate pecador! Si dices yo soy pecador, el corazón se abre, entra la misericordia de Dios y empiezas a ser fiel. Pidamos al Señor la gracia de la fidelidad. Y el primer paso para ir por el camino de la fidelidad es sentirse pecador. Si no te sientes pecador, vamos mal. Pidamos la gracia de que nuestro corazón no se endurezca, que esté abierto a la misericordia de Dios, y la gracia de la fidelidad. Y cuando nos veamos infieles, la gracia de pedir perdón.