1/31/18

“Dios mismo nos habla” en la liturgia de la Palabra


El Papa en la Audiencia General

1/30/18

Jesús modelo de pastor

El Papa en Santa Marta


El Evangelio de San Marcos recoge dos curaciones que son más para contemplar que para pensar, porque señalan cómo era una jornada en la vida de Jesús, modelo de la que debería ser también la de los pastores, sean obispos o sacerdotes.
El Apóstol describe a Jesús una vez más rodeado de una gran muchedumbre, de gente que le seguía a lo largo del camino o a orillas del mar, y de los que Jesús se preocupaba. Dios había prometido acompañar así a su pueblo, estando en medio de él. Jesús no abre una oficina de consultas espirituales con un cartel: “El profeta recibe los lunes, miércoles y viernes de 3 a 6. La entrada cuesta tanto o, si queréis, podéis dar una ofrenda”. No, Jesús no hace eso. Tampoco abre un estudio médico con el cartel: “Los enfermos deben venir tal día, tal día, tal día, y serán curados”. Jesús se mete en medio del pueblo.
Esa es la imagen de pastor que Jesús nos da. Había un sacerdote santo que acompañaba así a su pueblo y que, por la noche, por ese motivo, estaba cansado, pero con un cansancio real, no ideal, de quien trabaja y está en medio de la gente. A Jesús le gusta salir al encuentro de las dificultades cuando se lo pide la gente.
Pero el Evangelio de hoy enseña también que Jesús iba acompañado de mucha gente que lo apretujaba y lo tocaba. Hasta cinco veces aparece este verbo en esta página de Marcos, que es lo mismo que hace el pueblo también hoy en las visitas pastorales, y lo hace para obtener gracia, y eso el pastor lo siente. Y nunca Jesús se echa atrás, es más, paga haciendo el bien, incluso a pesar de la vergüenza y de la burla. Estos son los rasgos del modo de obrar de Jesús y, por tanto, las actitudes del auténtico pastor. El pastor es ungido con óleo el día de su ordenación: sacerdotal y episcopal. Pero el verdadero óleo, el interior, es el óleo de la cercanía y de la ternura. Al pastor que no sabe hacerse cercano, le falta algo: quizá sea dueño del campo, pero no es pastor. Un pastor al que le falta ternura será rígido, y pegará a las ovejas. Cercanía y ternura: lo vemos aquí. Así era Jesús.
También el pastor, como Jesús, acaba su jornada cansado, cansado de hacer el bien, y si su actitud es así, el pueblo sentirá la presencia de Dios. Hoy podemos rezar en la Misa por nuestros pastores, para que el Señor les dé esta gracia de caminar con el pueblo, estar presentes en el pueblo con tanta ternura, con tanta cercanía. Y cuando el pueblo encuentra a su pastor, siente eso especial que solo se siente en presencia de Dios –y así acaba el pasaje del Evangelio–: “Y quedaron llenos de asombro”. El asombro de sentir la cercanía y la ternura de Dios en el pastor.

Humildad y humillación

El Papa ayer en Santa Marta


La Primera Lectura nos propone la figura del rey David. David era gran hombre: venció al filisteo, tenía un alma noble, pues hasta dos veces pudo matar a Saúl y no lo hizo..., pero también era un pecador, y cometió pecados gordos: el del adulterio y el asesinato de Urías, marido de Betsabé, el del censo… Sin embargo, la Iglesia lo venera como santo porque si dejó transformar por el Señor, se dejó perdonar, se arrepintió, con esa capacidad nada fácil de reconocerse pecador: He pecado, dice. En concreto, la Primera Lectura se centra en la humillación de David: su hijo Absalón provoca una revolución contra él. En ese momento, David no piensa en su propio pellejo, sino en salvar al pueblo, el Templo, el Arca…, y huye: un gesto que parece cobarde, pero que es valiente. Lloraba, caminando con la cabeza cubierta y los pies descalzos.
Pero el gran David es humillado no solo con la derrota y la huida, sino también con el insulto. Durante la fuga, un hombre, Simeí, lo insulta diciéndole que el Señor había hecho caer sobre él toda la sangre de la casa de Saúl –“cuyo trono has usurpado”– y ha puesto el reino en manos de su hijo Absalón: “has caído en desgracia–afirmaba–, porque eres un asesino”. David lo deja hacer a pesar de que los suyos quieren defenderlo: “Dejadlo que me maldiga, porque se lo ha mandado el Señor. Quizá el Señor se fije en mi humillación y me pague con bendiciones estas maldiciones de hoy”.
“David subió la cuesta del huerto de los Olivos”, sigue diciendo la Lectura. Esto es una  profecía sobre Jesús que sube al Calvario para dar la vida: insultado, abandonado. La referencia es precisamente a la humildad de Jesús. A veces, pensamos que la humildad es ir tranquilos, ir quizá con la cabeza baja mirando el suelo…, pero también los cerdos caminan con la cabeza baja: eso no es humildad. Eso es esa humildad falsa, prêt-à-porter, que no salva ni protege el corazón. Es bueno que pensemos: no hay verdadera humildad sin humillación, y si no eres capaz de tolerar, de cargar sobre los hombros una humillación, entonces no eres humilde: parece, pero no lo eres.
David cariga sobre sus hombros sus propios pecados. David es santo; Jesús, con la santidad de Dios, es santo. David es pecador, Jesús se hace pecado, pero con nuestros pecados. Pero los dos, humilllados. Siempre está la tentación de luchar contra el que nos calumnia, contra el que nos humilla, el que nos hace pasar vergüenza, como este Simeí. Y David dice: “No”. El Señor dice: “No”. Ese no es el camino. La senda es la de Jesús, profetizada por David: llevar las humillaciones. “Quizá el Señor se fije en mi humillación y me pague con bendiciones estas maldiciones de hoy”: llevar las humillaciones con esperanza.
Pero la humildad no es justificarse enseguida ante la ofensa, intentando parecer bueno: si no sabes vivir una humillación, no eres humilde. Esa es la regla de oro. Pidamos al Señor la gracia de la humildad, pero con humillaciones. Había una monja que decía: “Yo soy humilde, sí, pero humillada jamás”. ¡No, no! No hay humildad sin humillación. Pidamos esta gracia. Y también, si alguno es valiente, puede pedir –como nos enseña San Ignacio–  al Señor que le envíe humillaciones, para parecerse más al Señor.

1/29/18

Apatía juvenil

Una parálisis del deseo causada por la ilimitada disponibilidad de todo lo deseable
Si se preguntara entre profesionales de la educación qué rasgo diferencia a sus alumnos de los que tuvieron hace veinte o treinta años, es posible que una de las respuestas −o, tal vez, la más unánime− fuera la apatía. Obviamente, surgirían otros muchos aspectos, y tal vez alguno tan relevante, pero seguramente sobresaldría esa extraña y desinteresada pasividad que hace languidecer a tantos jóvenes.
Son, sin duda, la generación de españoles que disfruta del sistema educativo mejor dotado de nuestra historia, y tienen innumerables y buenas opciones formativas por las que planear su formación y sortear las dificultades que ciertamente saldrán a su paso, pero que no serán mayores ni más dramáticas que las de generaciones anteriores. También disfrutan de la mayor libertad personal que las transformaciones culturales y sociales no han dejado de ensanchar, y que han suprimido todos los límites para las más precoces prácticas sexuales, sociales, culturales.
Y a todo lo demás hay que sumar que poseen el bien más apreciado y hasta envidiado que los convierte en el núcleo simbólico de nuestras sociedades: la juventud. Por no extendernos en aspectos que se dan por descontados, como que disfrutan unos niveles de bienestar material que habrían colmado los sueños de los más soñadores. O que viven en un sistema político con el repertorio más amplio de libertades y derechos.
Pero sobre todo viven en un escenario social en el que se proclama el derecho de los individuos a tomar por sí mismos las decisiones cruciales de su vida, a forjarse su propio camino y elegir sin imposiciones su forma propia de vivir, de acuerdo con sus libérrimas preferencias y formas de pensar. Y que nadie tiene derecho a ejercer a ese respecto la más mínima coacción.
Sin embargo, mucho me temo que lejos de entusiasmarles, ninguna enumeración semejante tendría la más mínima efectividad para conmover o superar su apatía. Al contrario, más bien aumentaría el fastidioso tedio que experimentan ante los intentos de motivarlos con los incontables bienes presentes y disfrutables. De hecho, ninguno de esos discursos alentadores ─pero de manufactura tan adulta─ alcanza siquiera a tocar la clave del problema: una parálisis del deseo causada por la ilimitada disponibilidad de todo lo deseable. Y si ese es realmente el problema, entonces la enumeración de lo disponible no hace sino reforzar la causa de la tediosa parálisis.
Paradójicamente, el éxito de nuestros sistemas de generación y distribución de riqueza y de derechos cívicos induciría las condiciones para la frustración de quien no encuentra nada que desear con la suficiente energía. No es que carezcan de deseos, es que son de escala menor, cotidiana y de satisfacción asegurada: apenas nada grande, arduo o incierto y que requiera tiempo o toda una vida. Cambiar el mundo, antaño una pasión juvenil, hoy es una reliquia vintage. Fue Hegel quien aseguró que la multiplicación de las necesidades y sus satisfacciones «produce una inhibición del deseo» que seguramente forma parte del problema.
No es necesario acudir a las cimas del pensamiento occidental para certificar que la abundancia es capaz de producir la inapetencia. Pero se hace del todo necesario si se quiere sugerir que la generación de entornos de escasez relativa o disponibilidad secuenciada, es decir, la sobriedad y un cierto orden, pueden resultar más que recomendables para tonificar un deseo cuya languidez aumenta con su ilimitada satisfacción. Ciertamente, abogar por someter la satisfacción de los deseos a unas ciertas restricciones, aunque solo sean episódicas y menores, es tanto como apedrear a los gurús y chamanes de lo políticamente correcto en materias educativas y morales. Pero cuando se es padre, los hijos importan mucho más que todos los derechos pontificales de los sabios de turno. Y si se es filósofo, también.
De hecho, el comprensible deseo de evitar a nuestros hijos cualquier clase de privación, nos ha llevado a privarles de la experiencia misma de la privación, debilitando así no solo su capacidad de sobreponerse a las contrariedades y frustraciones, sino socavando su capacidad para disfrutar de los bienes y aspirar a las posibilidades disponibles. También en esto vale la intuición de Wildesolo hay una cosa peor que no conseguir todo lo que se desea y es conseguirlo.
Pero, ciertamente, la solución no puede ser causar la insatisfacción mínima pero necesaria para evitar la inapetencia. Por mucho que una cierta privación resulte tonificante, y que el orden facilite una estructuración de la personalidad más que recomendable, no bastan ni alcanzan al fondo de la cuestión.
La parálisis del deseo surge más profundamente, y tiene que ver con la valoración prerreflexiva y espontánea ─es decir, sentimental─ que hace una persona de la realidad. Es nuestra manera de concebir la libertad como la ilimitada capacidad de elegir entre opciones de suyo equivalentes, la que, si se interioriza, produce ese sentimiento de oceánica y pasiva indiferencia. Si todo es objetivamente equivalente y solo resulta subjetiva y variablemente preferible según las circunstancias de cada cual, entonces la interiorización emocional de esa clase de realidad es la apatía más inconmovible.
Pese a lo que aseguran quienes prefieren que las cosas sean según su capricho, lo cierto es que el bien genuino es fácil de reconocer: aquello cuya posesión no disminuye mediante su participación, sino que compartirlo forma parte de la satisfacción de poseerlo. Por eso el bien nos hace sociables y nos saca de la indiferencia convirtiendo el beneficio o la desgracia ajena en asunto propio.
Deberíamos tomar la apatía de nuestros jóvenes como la denuncia de lo que somos y creemos. Pero al decirlo no olvido que por sugerir a los jóvenes esto mismo, es decir, que vale más padecer injusticia que cometerla porque el bien y el mal existen, y por denunciar las supersticiones de su época, Sócrates fue acusado de corromperlos y condenado a muerte por la mayoría de sus conciudadanos en votación pública.

1/28/18

“Jesús libera de toda esclavitud”

El Papa en el Ángelus
Entra en la Sinagoga de Cafarnaúm  el sábado, y comienza a enseñar. La gente se impresiona con sus palabras, porque no son palabras ordinarias, no se parecen a las que escuchan habitualmente. De hecho, los escribas enseñan pero sin tener una autoridad personal; se fundan en las tradición, en lo que Moisés y los profetas dijeron antes que ellos. Y Jesús enseña con autoridad. Jesús al contrario enseña como alguien que tiene autoridad, revelándose así como el Enviado de Dios, y no como un simple hombre que debe fundar sus enseñanzas en las tradiciones anteriores. Jesús tiene plena autoridad. Su doctrina es nueva: “Una nueva enseñanza dada con autoridad” (v.27)
Al mismo tiempo, Jesús se revela poderoso también en obras. En la Sinagoga de Cafarnaúm, hay un hombre poseído por un espíritu impuro que se manifiesta gritando estas palabras: “¿Qué quieres de nosotros Jesús de Nazaret? ¿Has venido para destruirnos? Yo sé que eres el Santo de Dios!” (v. 24). El diablo dice una verdad: Jesús ha venido para vencer al diablo, para la pérdida del demonio, para vencerlo. Este espíritu inmundo conoce el poder de Jesús y proclama también su santidad. Jesús le reprende diciendo: “¡Cállate! Sal de él” (V.25). Estas pocas palabras de Jesús son suficientes para obtener la victoria sobre satanás  que sale de este hombre “sacudiéndolo y gritando fuerte” (v. 26).
Este hecho impresiona mucho a los presentes y todos quedan presos del temor y se preguntan: “¿qué significa esto? […..] Él ordena a los espíritus inmundos, y le obedecen” (v.27). El poder de Jesús confirma la autoridad de su enseñanza. Él no solo dice palabras sino que actúa. Manifiesta así el proyecto de Dios por las palabras y por el poder de sus obras. En efecto, en el Evangelio, vemos que Jesús, en su misión terrenal, revela el amor de Dios sea por la predicación sea por los innumerables gestos de atención y de ayuda a los enfermos, los necesitados, los niños, los pecadores.
Jesús es nuestro Maestro, poderoso en palabras y obras. Jesús nos comunica toda la luz que ilumina los caminos, a veces oscuros de nuestra existencia. Nos comunica también la fuerza necesaria para superar las dificultades, las pruebas, las tentaciones. ¡Pensemos en esta gran gracia que es para nosotros el hecho de haber conocido este Dios tan poderoso y tan bueno!. Un maestro y un amigo que nos indica el camino y que nos cuida, especialmente cuando lo necesitamos.
Que la Virgen María, mujer de la escucha, nos ayude a hacer silencio alrededor nuestro y en nosotros, para escuchar, en el fragor de los mensajes del mundo, la palabra que tiene más autoridad: la de su Hijo Jesús, que anuncia el sentido de nuestra existencia y nos libera de toda esclavitud, incluso la del Maligno.

1/27/18

Tácticas de amor


Cuando nuestros hijos regresen de la adolescencia, un buen día se reencontrarán con lo que en verdad son y redescubrirán aquellas virtudes que en mala hora abandonaron

En el último post introduje el tema de la educación sentimental, afirmando que hemos de lograr que nuestros hijos (y nosotros mismos) lleguen a sentir la verdad: lo bueno como bueno y lo malo como malo, para que su propio organismo afectivo les ayude a actuar y reaccionar adecuadamente ante la realidad que les circunda. Esta semana he coincidido con Marisa, una buena amiga mexicana, quien, apenas saludarnos, me inquirió: Javier, leí tu último post y estoy muy de acuerdo…, pero, ¿cómo hacerlo? ¡Dame algún tip!”. Lo primero que hice fue remitirle a Loles, mi mujer, porque, como saben bien los que me conocen de verdad, mi papel consiste muchas veces en elaborar las teorías que ella antes ha puesto en práctica.
¡Ojalá existiera una receta! Ahora mismo la copiaba de donde fuera y la daba a conocer a todos los lectores de este blog, pero me temo que, como enseña Gregorio Luri, “no hay soluciones técnicas para las cuestiones humanas”.
Sin embargo, pienso que sí se pueden enunciar algunos principios que ayuden a desarrollar las “estrategias de amor” (virtudes) de que hablaba en mi anterior entrada en un nivel más táctico, que proporcione herramientas para la educación de los sentimientos. Naturalmente, cada uno tendrá que concretarlos según su propia circunstancia. Veamos algunos.
Principio biográfico. Me parece que es importante hacer un esfuerzo por generar una rica y atractiva biografía familiar, un acervo de tradiciones propias, eventos, anécdotas, experiencias familiares que creen un perfil propio con el que nuestros hijos se puedan sentir identificados. Afirma Julián Marías que “no se piensa con el cerebro, sino con la vida, con la vida biográfica”. Y es bueno que nuestros hijos se identifiquen con una manera de ser, la de nuestra familia, que les irá configurando también afectivamente. Así, cuando regresen de la adolescencia (en algún momento entre los 30 y los 50 años, siento no poder ser más preciso), un buen día se reencontrarán con lo que en verdad son y redescubrirán aquellas virtudes que en mala hora abandonaron. Es el efecto “magdalena de Proust”, hoy más conocido como efecto Ratatouille.
Principio de realidad: nuestros hijos tienen que aprender en casa que las cosas son como son y no se pliegan siempre a su capricho, que existe una realidad fuera de ellos que tiene su propia entidad que hay que respetar. Que los otros existen y son como son, verdaderamente otros, resistentes, reales y diferentes a uno mismo. Y que muchas veces serán ellos los que tengan que adaptarse a la realidad y no esta a su arbitrio. En términos más prácticos: que si tienen un problema que pueden resolver ellos, no se lo resolvemos nosotros; si se atascan en el triciclo, nos limitamos a ver cómo se desatascan; si se olvidan el bocadillo, no se lo llevamos a la escuela; si se van sin jersey, pasan frío; si llegan tarde, no juegan el partido y no llamamos al entrenador para excusarles; si no trabajan a cierta edad, tienen poco dinero; si hay un funeral, se alteran los planes; si el abuelo está en la clínica o necesita compañía, también se modifican los planes personales, porque se le va a ver cuando a él le conviene, no cuando a nosotros nos va bien. Naturalmente, que nadie se escandalice, caben las excepciones, que somos una familia, no un ejército. Creo que se entiende el mensaje, es muy sencillo de expresar: “hijo, hija, tú no eres el ombligo del mundo”.
Principio de proporción: los acontecimientos y sucesos tienen distinto valor, y los sentimientos que generan son cuestionables. Su pequeña contradicción no tiene el mismo peso que el dolor ajeno; la muerte del gato es triste, pero no es comparable con el dolor de un atentado terrorista; se puede ir al cole con un dolor de cabeza y sonreír durante una mala digestión; el desplante de una amiga no tiene por qué proyectarse a la familia, como el enfado con un hijo no autoriza a deteriorar a la relación con nuestro cónyuge. Como escribí en otro post, mi hermano pequeño, que es monje mendicante, me dijo una vez: “el pobre vive en lo profundo de la vida”, es decir, sus decisiones diarias tienen tal calado que pueden afectar de manera seria e irrevocable a su vida, a su salud o a otros bienes auténticos. Lo contrario que suele suceder a nuestros hijos (y a nosotros mismos), que vivimos demasiadas veces en la superficie de la vida, inmersos en decisiones y eventos frívolos e insustanciales. Creo que es un buen consejo este de llevar a nuestros hijos, de vez en cuando, física y no solo espiritualmente, a lo profundo de la vida, a la pobreza y la precariedad, para que vean otra realidad.
Principio de emulación. Afirma Romano Guardini que “el factor más eficaz para educar es cómo es el educador; el segundo, lo que hace; el tercero, lo que dice”. Nuestros hijos, de pequeños, copian lo que hacemos, pero muy pronto acaban viendo lo que somos. No hace falta decir nada más.
Principio de buen humor. La mejor manera de “atemperar” los sentimientos de nuestros hijos, es decir, de ayudarles a desarrollar un buen temperamento, de manera que logren adaptar sus sentimientos a la realidad, es reírnos mucho de nosotros mismos, de nuestros errores y desaciertos, de nuestras emociones a veces tontas y egoístas… y también, con delicadeza, pero con realismo, y siempre junto con ellos, de las suyas.
Y, como siempre, ¡mucho ánimo!

Eliminemos el sufrimiento de las personas y no a las personas que sufren

Desear tener una buena muerte, morir bien, es una legítima aspiración de toda persona y es por ello por lo que los profesionales de la salud estamos obligados a ayudar a que nuestros enfermos mueran bien. Pero el debate de la eutanasia polariza a la población, pacientes y médicos y ocupa muchas páginas en la prensa y discusiones entre los poderes políticos, centradas demasiado en la reivindicación de un derecho a la eutanasia. Y, mientras tanto, se están descuidando muchas cosas que deberían ser prioritarias, como abrir unidades de cuidados paliativos, establecer equipos de soporte en hospitales, equipos domiciliarios, formación de equipos en atención primaria, formación pre y posgrado en Cuidados Paliativos, acreditación oficial de los profesionales que se dedican a la Medicina Paliativa, en definitiva, la universalización de los cuidados paliativos que pretenden no precipitar la muerte deliberadamente, pero tampoco prolongar innecesariamente la agonía, sino ayudar a no sufrir mientras llega la muerte.
Claro que estas medidas son menos polarizantes, pero tienen más impacto en la salud pública, aunque son problemas que requieren recursos económicos y humanos.

Los ciudadanos no desean ni debates morales ni legales;
lo que sí desean es un debate asistencial

El Panel de Expertos para el alivio del dolor y cuidados paliativos de la OMS, ya en 1990, estableció que “los gobiernos deben asegurar que han dedicado especial atención a las necesidades de sus ciudadanos en el alivio del dolor y los cuidados paliativos antes de legislar sobre la eutanasia”. Este Comité de Expertos llegó a la conclusión de que, con el desarrollo de los cuidados paliativos, cualquier legislación sobre la eutanasia es completamente innecesaria. Por tanto, un Gobierno que antes de desarrollar programas de cuidados paliativos acometa una legislación sobre la eutanasia comete una frivolidad y hasta una irresponsabilidad.
La legalización de la eutanasia no aporta nada para el alivio del sufrimiento del enfermo que no pueda aportar un buen control de síntomas en el lugar que él desee, hospital o domicilio, un acompañamiento adecuado de sus seres queridos, una disponibilidad de profesionales cuando los necesite, un sentido de por qué seguir viviendo. Es decir, una atención integral de la persona a través de unos cuidados paliativos de calidad.
Reconozco que pueden darse casos en que, a pesar de ofrecerles unos adecuados cuidados paliativos, persistan en su petición de eutanasia, pero una legislación no debe plantearse a partir de casos límite.
La tentación de la eutanasia como solución precipitada se da cuando un paciente solicita ayuda para morir y se encuentra con la angustia de un médico que quiere terminar con el sufrimiento del enfermo porque lo considera intolerable y cree que no tiene nada más que ofrecerle. Creo que el verdadero fracaso de un médico es tener que admitir la eutanasia como solución alternativa al alivio de síntomas, al acompañamiento terapéutico y a la comunicación.
Considero que la legalización de la eutanasia sería una solución innecesaria para un problema que, en algunos lugares de nuestro propio país, está sin resolver por la inequidad asistencial en cuidados paliativos.
Desearía que en el Parlamento Español se aprueben leyes para eliminar el sufrimiento de las personas y no para eliminar a las personas que sufren. Estoy convencido que en nuestro país si se garantizara la universalización de los cuidados paliativos sería innecesaria la legislación sobre la eutanasia.

Cómo transmitir la fe

El Papa ayer en Santa Marta

De la Lectura de hoy, de la segunda Carta del Apóstol san Pablo a Timoteo (1,1-8), podemos destacar tres palabras que indican cómo se debe trasmitir la fe: “hijo”, “madre y abuela” y “testimonio”.
La primera palabra es hijo. Pablo “engendra” a Timoteo con la locura de la predicación, y esa es su paternidad. Le llama “hijo querido”, pero también habla de lágrimas, porque Pablo no adorna su anuncio con medias verdades. Lo hace con valentía. Y eso es lo que hace de Pablo padre de Timoteo. Por eso la predicación no puede ser tibia. De hecho, siempre la predicación —permitidme la palabra— “abofetea”, es un bofetón, un guantazo que te remueve y te lleva adelante. Pablo mismo dice: “La locura de la predicación”. Es una locura, porque decir que Dios se hizo hombre y luego fue crucificado y después resucitó… ¿Qué le dijeron a Pablo los habitantes de Atenas? “Bueno, ya te escucharemos otro día”. Siempre, en la predicación de la fe, hay una pizca de locura. Y la tentación es el falso sentido común, la mediocridad: “Bueno, no exageremos, tampoco es para tanto…”. ¡Eso es la fe tibia!
La segunda palabra es testimonio. La fe debe trasmitirse con el testimonio, que da fuerza a la palabra. “¡Mirad cómo se aman!”, decían de los primeros discípulos, reconociendo en eso que eran cristianos. Hoy, uno va a cualquier parroquia, y oye qué dice este de aquel o del otro…, y en vez de decir cómo se aman, dan ganas de decir: “¡Cómo se despellejan!”. ¡La lengua es un cuchillo para despellejar al otro! ¿Cómo puedes trasmitir la fe con un aire tan viciado de chismorreos y calumnias? ¡No, buen ejemplo! “Mira, ese nunca habla mal del otro; aquel hace esta obra de caridad; el otro, cuando hay algún enfermo, va a visitarlo… ¿Por qué lo hacen? Surge la curiosidad: ¿por qué esa persona vive así? Con el ejemplo nace la pregunta del porqué allí se trasmite la fe: porque tiene fe, porque sigue las huellas de Jesús. De ahí, el daño que hace el anti-testimonio, el mal ejemplo: quita la fe, debilita a la gente.
Madre, abuela: la maternidad es la tercera palabra. La fe se trasmite en un seno materno, el seno de la Iglesia, porque la Iglesia es madre, la Iglesia es femenina. La maternidad de la Iglesia se prolonga en la maternidad de la madre, de la abuela. Conocí en Albania a una monja que durante la dictadura estuvo en la cárcel, pero de vez en cuando los guardias la dejaban salir un poco, y ella paseaba a lo largo del río, mucho; tanto que la dejaban ir, pensando: “¿Qué va a hacer esa pobrecilla?”. En cambio, ella era lista y las mujeres, sabiendo cuando salía, le llevaban a sus hijos y ella los bautizaba a escondidas con el agua del río. Un bonito ejemplo. Y yo me pregunto: ¿las madres, las abuelas, son cómo estas dos de las que habla Pablo: “tu abuela Loide y tu madre Eunice” que te trasmitieron la fe, la fe sincera? “Bueno, sí, ya aprenderá cuando vaya a la catequesis”. Os digo que me causa tristeza cuando veo niños que no saben hacer la señal de la Cruz; saben que deben hacer algo, y hacen un garabato, porque les falta la madre y la abuela que se lo enseñe. Cuántas veces pienso en las cosas que se enseñan en la preparación al matrimonio. A la novia que será madre: ¿se le enseña que debe trasmitir la fe? Pidamos al Señor que nos enseñe como testigos, como predicadores, y también a las mujeres como madres, a trasmitir la fe.

1/26/18

El atractivo de la sencillez


De sus palabras finales destacaré cómo nos animó a todos los que trabajamos en la Universidad a algo aparentemente tan sencillo como es sonreír siempre, aunque estemos cansados y no nos apetezca
En estos días he tenido ocasión de escuchar a Mons. Fernando Ocáriz, nuevo Gran Canciller de mi Universidad, y he quedado del todo cautivado por su amable sencillez. El viernes por la mañana en el acto académico en homenaje a su predecesor, Mons. Javier Echevarría, hubo hermosos discursos y sentidas palabras. Sin embargo, a mí, más que lo que allí se dijo, me impresionó sobre todo el sencillo ademán de don Fernando pidiendo −al entrar en el salón de actos del Museo− que no se le aplaudiera. El Gran Canciller hacía su entrada por primera vez en un imponente salón de actos abarrotado por 800 profesores y directivos de la Universidad que le recibían con un cerrado aplauso. En aquel gesto el prelado del Opus Dei expresaba con enorme sencillez y naturalidad su personal convicción de que no lo merecía.
Por la tarde, pude asistir a un gratísimo encuentro con los profesores de las Facultades de estudios eclesiásticos con ocasión del 50 aniversario de la Facultad de Teología. De las palabras de Mons. Ocáriz −que hizo en su día el doctorado en aquella Facultad− destacaré las primeras que pronunció tras agradecer la invitación. Recordando a san Josemaría, decía que “la teología se estudia bien cuando la materia de estudio se hace materia de oración”. Urgía a los profesores a que la teología que investigan y enseñan no fuera algo al margen de la vida de cada uno. Si lo que se enseña sale del alma −venía a decir− eso llega a los alumnos. Quizá me impactaron más esas palabras por ser las primeras, pero también porque una y otra vez defiendo eso mismo para los profesores de filosofía: una filosofía desgajada de la vida pierde su sentido, no sería más que un artificio académico que a estas alturas del siglo XXI es un lujo que no podemos permitirnos.
En la mañana del sábado hubo un encuentro de más de tres mil personas del ámbito universitario, amigos y conocidos en el Edificio Polideportivo. Se le veía emocionado a don Fernando ante aquel enorme auditorio. Me llamó la atención que comenzó hablando de la memorable homilía de san Josemaría en el campus de la Universidad de Navarra en octubre de 1967 en la que invitaba a descubrir ese algo divino que está escondido en las circunstancias de la vida ordinaria.
Mons. Ocáriz añadió casi incidentalmente que había que encontrar a Dios también en las circunstancias extraordinarias. Mi recuerdo voló de inmediato al testimonio de Celia que hace poco más de un mes había encontrado un nuevo sentido a su vida en un tremendo accidente atropellada por un camión. Gracias a Dios, se está recuperando a buen ritmo y pudo asistir también a esta tertulia y saludar personalmente al prelado del Opus Dei.
El encuentro −que duró casi una hora− se nos pasó a todos volando, con simpáticas intervenciones de unos y de otros, y con respuestas sobrenaturales y sencillas del Gran Canciller. De sus palabras finales destacaré cómo nos animó a todos los que trabajamos en la Universidad a algo aparentemente tan sencillo como es sonreír siempre, aunque estemos cansados y no nos apetezca.
Cuánta sabiduría destilaban todas las palabras de don Fernando, llenas de serenidad y de llaneza. Por el contrario, en nuestra sociedad mediática cuántas veces se impone un glamour del todo artificial, un brillo que de lejos atrae, pero que, en cambio, de cerca más bien repele. La imagen final que me queda de Mons. Ocáriz es la de una persona muy sobrenatural, de mucha fe, lleno de una serena sabiduría y a la vez con una maravillosa sencillez y cercanía.

Ayudar a redescubrir la “dignidad de hijo de Dios”

Audiencia del Papa con los miembros de la Congregación

“Con verdad y misericordia, siguiendo a Cristo, la Iglesia y los pastores ayuden al hombre de hoy –que ya no sabe quién es– a redescubrir su dignidad de hijo de Dios para construir un mundo más humano”, ha exhortado el Papa Francisco.
Esta mañana, 26 de enero de 2018, ha tenido lugar el encuentro del Santo Padre con los miembros de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que celebraban la Plenaria en el Vaticano.
Francisco ha hablado de importantes temas como los graviora delicta –los delitos más graves– y las solicitudes de disolución del vínculo matrimonial in favorem fidei, así como las tendencias neo-pelagianas y neo-agnósticas; la ética en la economía y las finanzas y el acompañamiento de los enfermos terminales.
Además, les el Pontífice les ha agradecido a los miembros de la Congregación su empeño cotidiano de sostén al magisterio de los Obispos, en la tutela de la recta fe y de la santidad de los Sacramentos, en todas las variadas cuestiones que hoy requieren un discernimiento pastoral importante.
En este sentido, el Papa ha destacado la misión importante que desarrollan ante un “horizonte cada vez más fluido y mudable, que caracteriza el comprenderse a sí mismo del hombre de hoy” y les ha animado a continuar su labor: “recordar la vocación transcendente del hombre y la inseparable conexión de su razón con la verdad y el bien, a la que introduce la fe en Jesucristo. Nada como el abrirse de la razón a la luz que viene de Dios ayuda al hombre a conocerse a sí mismo y el designio de Dios sobre el mundo”.
El Magisterio de la Iglesia ha reiterado siempre con claridad –ha recordado el Papa– que la actividad económica debe ejercerse siguiendo sus métodos y leyes propias, dentro del ámbito del orden moral (Gaudium et Spes 64).
Dignidad de la vida humana
En relación al acompañamiento de los enfermos terminales y al proceso de secularización, que absolutiza los conceptos de autodeterminación y autonomía, que en muchos países ha conllevado un crecimiento de la solicitud de eutanasia como afirmación ideológica de la voluntad de poder del hombre sobre la vida, el Papa reiteró la dignidad de la vida humana en todas sus etapas: “En este escenario hay que reiterar que la vida humana, desde la concepción hasta su fin natural, posee una dignidad que la hace intangible”.
En el contexto de las tendencias neo-pelagianas y neo-agnósticas que predominan en la sociedad actual, expresión de un individualismo que confía salvarse con sus propias fuerzas, el Papa ha afirmado: “Nosotros creemos que la salvación consiste en la comunión con Cristo resucitado, que, gracias al don de su Espíritu, nos ha introducido en un nuevo orden de relaciones con el Padre y entre los hombres. Así podemos unirnos al Padre como hijos en el Hijo y volvernos un solo cuerpo en Aquel que es el «Primogénito entre muchos hermanos» (Rm 8,29)”.

1/25/18

Javier Echevarría y los desafíos de la universidad


Avanzar supone, en el ámbito universitario, formar estudiantes que lleguen a ser protagonistas del cambio, transformadores de la sociedad. Y esto sólo es posible si los profesores aprendemos con ellos y de ellos
El Autor, rector de la Universidad de Navarra, escribe con motivo del homenaje al anterior Gran Canciller de la Universidad de Navarra, Mons. Javier Echevarría.

Las universidades mantienen su protagonismo en la formación intelectual y en la producción de ciencia desde hace más de ocho siglos. Precisamente este año, la Universidad de Salamanca −la más antigua de nuestro país− cumple 800 años. Desde entonces, en el mundo académico ha cambiado casi todo: las disciplinas, los métodos docentes, las instalaciones, las fuentes de financiación… En cambio, un aspecto permanece invariable: en las buenas universidades hay estudiantes con ganas de aprender y maestros que motivan y guían.
La influencia de los grandes maestros es duradera. Hace poco más de un año falleció Javier Echevarría, que fue, para muchas personas, un verdadero maestro. Visitó con frecuencia Pamplona, como Gran Canciller de la Universidad de Navarra. Durante el tiempo que pasó entre nosotros, nos ayudó a idear una universidad más innovadora y comprometida, con un mayor impacto educativo y cultural.
Como cualquier otra institución, la universidad vive un momento de grandes transformaciones y oportunidades. En nuestro país, tenemos el número más elevado de estudiantes y centros universitarios que se haya conocido; pero ese incremento cuantitativo no garantiza que preparemos a los estudiantes del modo adecuado para afrontar los desafíos del mundo laboral, con su creciente complejidad.
En sus visitas a la Universidad de Navarra, Javier Echevarría insistió siempre en la centralidad de los alumnos. Nos previno contra el riesgo de la masificación y del anonimato, insistió en la importancia de la formación personal, uno a uno: comprender y exigir, acompañar y alentar, siempre con el máximo respeto a cada persona.
Pienso que aquí hay ya una primera enseñanza: los alumnos son lo más determinante, la mejor guía para evitar la autocomplacencia y las rutinas empobrecedoras. Avanzar supone, en el ámbito universitario, formar estudiantes que lleguen a ser protagonistas del cambio, transformadores de la sociedad. Y esto sólo es posible si los profesores aprendemos con ellos y de ellos.
También a Javier Echevarría le parecía crucial la integración de áreas de conocimiento. En efecto, la Universidad debe ser un espacio de encuentro y diálogo entre profesores, investigadores y alumnos con intereses científicos muy variados. Una y otra vez, nuestro anterior Gran Canciller recordaba la necesidad de fomentar una relación enriquecedora entre las distintas Facultades y saberes, que ayude a abordar con variedad de enfoques y métodos los fenómenos sociales más relevantes; ese modo de proceder permite una comprensión más profunda de la realidad, con el fin de dar soluciones globales a problemas globales. “El diálogo interdisciplinar es imprescindible para una investigación innovadora y redunda en un servicio más cualificado a la sociedad”, señalaba don Javier en 2011, en un acto de investidura de doctores honoris causa de la Universidad de Navarra.
Se trata de un verdadero reto para todas las instituciones universitarias. La educación superior no debe limitarse a proporcionar la mejor formación en cuestiones técnicas, que suelen cambiar a gran velocidad, resultan más bien instrumentales y son fácilmente suplantables por la tecnología. En cambio, otros aspectos son insustituibles, como la capacidad de aprendizaje, el orden mental, la innovación, la honradez o la empatía. El entorno laboral requiere profesionales cultos, versátiles y creativos, con conocimientos amplios e interés por aprender de modo continuo. En palabras de nuestro anterior Gran Canciller, “cobra nueva luz el sentido humanista de la Universidad, como empresa altísima al servicio de la persona humana en todas sus dimensiones”.
Finalmente, me gustaría recordar un comentario de D. Javier que también mencioné en el acto de homenaje que hemos celebrado recientemente en la Universidad de Navarra. En uno de sus encuentros con los miembros del Rectorado, con ocasión del atentado que sufrió la Universidad en 2008, nos transmitió con fuerza que la Universidad es navarra, que su vocación es contribuir al desarrollo de los intereses y necesidades de la comunidad foral. No era necesario que nos insistiera en esa idea: los que trabajamos en esta institución sabemos que la Universidad está enraizada en la tierra en la que nació hace ya más de seis décadas. Y, contando también con las inevitables limitaciones humanas, aspiramos a contribuir a que Navarra sea un referente internacional en educación, investigación y asistencia sanitaria.
La influencia de nuestros maestros perdura. Todos tenemos esa experiencia con las personas que han sido un ejemplo en nuestra vida: pasa el tiempo, sobrevienen los acontecimientos, cambia el mundo, cambiamos nosotros, pero su influencia discreta y determinante permanece. Y lo hace no como un recuerdo de algo lejano, que se evoca con cariño y agradecimiento, sino como una presencia próxima, que se aprecia más conforme pasa el tiempo, que nos ayuda a avanzar aquí y ahora.

Oportunidad para un desarrollo humano integral

Al profesor Klaus Schwab
Presidente Ejecutivo del Foro Económico Mundial
Agradezco su invitación para participar en el Foro Económico Mundial 2018 y su deseo de incluir la perspectiva de la Iglesia Católica y de la Santa Sede en el encuentro de Davos. También le agradezco sus esfuerzos por someter esta perspectiva a la atención de los reunidos en ese Foro anual, incluidas las distinguidas autoridades políticas y gubernamentales presentes y todos aquellos comprometidos en el ámbito de los negocios, la economía, el trabajo y la cultura, a la hora de discutir los desafíos, preocupaciones, esperanzas y perspectivas del mundo de hoy y del futuro.
El tema elegido para el Foro de este año Crear un futuro compartido en un mundo fracturado es muy oportuno. Confío en que ayudará a orientar las deliberaciones a la hora de individuar mejores cimientos para construir sociedades inclusivas, justas y solidarias, capaces de restaurar la dignidad de aquellos que viven con gran incertidumbre y que no pueden soñar con un mundo mejor.
Por cuanto respecta a la gobernanza global, somos cada vez más conscientes de que existe una creciente fragmentación entre los Estados y las instituciones. Están surgiendo nuevos actores, así como una nueva competencia económica y acuerdos comerciales regionales. Incluso las tecnologías más recientes están transformando los modelos económicos y hasta el mundo globalizado, que, condicionado por intereses privados y una ambición de lucro a toda costa, parece favorecer una mayor fragmentación e individualismo, en lugar de facilitar enfoques que sean más inclusivos.
Las inestabilidades financieras recurrentes han comportado nuevos problemas y graves desafíos que los gobiernos deben enfrentar, tales como el crecimiento del paro, el aumento de las diversas formas de pobreza, la ampliación de la brecha socioeconómica y las nuevas formas de esclavitud, a menudo enraizadas en situaciones de conflicto, migración y diversos problemas sociales. “A eso se asocian algunos estilos de vida un tanto egoístas, caracterizados por una opulencia insostenible y a menudo indiferente respecto al mundo circunstante, y sobre todo a los más pobres. Se constata amargamente el predominio de las cuestiones técnicas y económicas en el centro del debate político, en detrimento de una orientación antropológica auténtica. El ser humano corre el riesgo de ser reducido a un mero engranaje de un mecanismo que lo trata como un simple bien de consumo para ser utilizado, de modo que −lamentablemente lo percibimos a menudo−, cuando la vida ya no sirve a dicho mecanismo se la descarta sin tantos reparos (Discurso al Parlamento Europeo, Estrasburgo, 25-XI-2014).
En este contexto, es vital salvaguardar la dignidad de la persona humana, en particular ofreciendo a todos oportunidades reales para el desarrollo humano integral y aplicando políticas económicas que favorezcan a la familia. “La libertad económica no debe prevalecer sobre la libertad práctica del hombre y sus derechos, y el mercado no debe ser absoluto, sino honrar las exigencias de la justicia” (Discurso a la Confederación General de la Industria Italiana, 27-II-2016). Los modelos económicos, por lo tanto, también están obligados a observar una ética de desarrollo sostenible e integral, basada en valores que colocan a la persona humana y sus derechos en el centro.
“Frente a las numerosas barreras de la injusticia, la soledad, la desconfianza y la sospecha que todavía existen en nuestros días, el mundo del trabajo está llamado a tomar medidas valientes para que ‘ser y trabajar juntos’ no sea simplemente un eslogan sino un programa para el presente y el futuro” (Ibíd.). Solo a través de una firme resolución compartida por todos los actores económicos podemos esperar dar una nueva dirección al destino de nuestro mundo. También la inteligencia artificial, la robótica y otras innovaciones tecnológicas deben emplearse de tal manera que contribuyan al servicio de la humanidad y a la protección de nuestro hogar común, en lugar de lo contrario, como algunos análisis, lamentablemente, prevén.
No podemos permanecer en silencio frente al sufrimiento de millones de personas cuya dignidad está herida, ni podemos seguir avanzando como si la propagación de la pobreza y la injusticia no tuvieran ninguna causa. Es un imperativo moral, una responsabilidad que involucra a todos, crear las condiciones adecuadas para permitir que cada persona viva de manera digna. Si rechaza una cultura “del descarte” y una mentalidad de indiferencia, el mundo emprendedor tiene un enorme potencial para lograr cambios sustanciales mejorando la calidad de la productividad, creando nuevos empleos, respetando las leyes laborales, luchando contra la corrupción pública y privada y promoviendo la justicia social, junto con la distribución justa y equitativa de los beneficios.
Es grave la responsabilidad de discernir sabiamente, ya que las decisiones tomadas serán decisivas para configurar el mundo del mañana y el de las generaciones futuras. Por lo tanto, si queremos un futuro más seguro, que favorezca la prosperidad de todos, será necesario mantener la brújula orientada continuamente hacia el “verdadero Norte”, representado por los valores auténticos.
Espero, por lo tanto, que este encuentro del Foro Económico Mundial en 2018 permita un intercambio abierto, libre y respetuoso, y que esté inspirado, sobre todo, por el deseo de avanzar hacia el bien común.
Renuevo mis mejores deseos para el éxito de la reunión e invoco de buen grado sobre vosotros y todos los que participan en el Foro las bendiciones divinas de sabiduría y fortaleza.
Vaticano, 12 de enero de 2018

1/24/18

“Animar la fe y el desarrollo social” en Chile y Perú

El Papa en la Audiencia General

Queridos hermanos y hermanas, buenos días.
Esta catequesis se desarrolla en dos lugares conectados: vosotros aquí, en la Plaza y un grupo de niños, algo enfermos, que están en el Aula. Ellos os verán y vosotros los veréis; así estamos conectados, Saludemos a los niños que están en el Aula: era mejor que no se resfriasen, y por eso están allí.
Hace dos días regrese del viaje apostólico a Chile y Perú. ¡Un aplauso para Chile y Perú! Dos pueblos buenos, buenos… Doy gracias al Señor porque todo ha salido bien: pude encontrar al Pueblo de Dios en camino por esas tierras, -también a los que no están en camino, están algo parados… pero son buena gente- y alentar el desarrollo social de esos países. Renuevo mi gratitud a las autoridades civiles y a los obispos, que me recibieron con tanto cariño y generosidad; así como a todos los colaboradores y voluntarios. Pensad que en cada uno de los dos países había más de 20.000 voluntarios: 20.000 y algunos más en Chile, 20.000 en Perú. Gente buena, la mayoría jóvenes.
Mi llegada a Chile estuvo precedida por varias manifestaciones de protesta por varios motivos, como habéis leído en los periódicos. Y esto hizo que el lema de mi visita fuera aún más actual y vivo: “Mi paz os doy”. Son las palabras que Jesús dirigió a los discípulos, que repetimos en cada Misa: el don de la paz, que solo Jesús muerto y resucitado puede dar a quienes se confían a él. No solamente cada uno de nosotros necesita la paz, también el mundo hoy, en esta tercera guerra mundial a trozos… ¡Por favor, recemos por la paz!
En el encuentro con las autoridades políticas y civiles del país, alenté el camino de la democracia chilena, como un espacio de encuentro solidario y capaz de incluir la diversidad; para ese fin indiqué como método el camino de la escucha: en particular la escucha de los pobres, de los jóvenes y de los ancianos, de los inmigrantes, y también la escucha de la tierra.
En la primera eucaristía, celebrada por la paz y la justicia, resonaron las Bienaventuranzas, especialmente “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mt 5, 9). Una bendición para testimoniar con el estilo de la proximidad, de la cercanía, del compartir, reforzando así, con la gracia de Cristo, el tejido de la comunidad eclesial y de toda la sociedad.
En este estilo de proximidad cuentan más los gestos que  las palabras, y un gesto importante que pude hacer fue visitar el penitenciario femenino en Santiago: los rostros de esas mujeres, muchas de ellas madres jóvenes, con sus pequeños en brazos, expresaban, a pesar de todo, tanta esperanza. Las animé  a exigir, de ellas mismas y de las instituciones, un serio camino de preparación para la reinserción, como un horizonte que da sentido a la pena diaria. No podemos imaginar una cárcel, cualquier cárcel, sin esta dimensión de la reinserción, porque sin esta esperanza de reinserción social la cárcel es una tortura infinita. En cambio, cuando se trabaja para la reinserción –también los condenados a cadena perpetua pueden reinsertarse- mediante el trabajo de la cárcel a la sociedad, se abre un diálogo. Pero siempre una cárcel debe tener esta dimensión de la reinserción, siempre.
Con los sacerdotes y personas consagradas y con los obispos de Chile, viví dos encuentros muy intensos, todavía más fecundos por el sufrimiento compartido de algunas heridas que afligen a la Iglesia en ese país. En particular, confirmé a mis hermanos en el rechazo de cualquier compromiso con el abuso sexual de menores, y al mismo tiempo en la confianza en Dios, que a través de esta dura prueba purifica y renueva a sus ministros.
Las otras dos misas en Chile se celebraron una en el sur y otra en el norte. La del sur, en Araucanía, la tierra donde viven los indios mapuches, transformó en alegría los dramas y las fatigas de este pueblo, lanzando un llamamiento a una paz que sea armonía de la diversidad y al repudio de toda violencia. La del norte, en Iquique, entre el océano y el desierto, fue un himno al encuentro entre los pueblos, que se expresa de manera singular en la religiosidad popular.
Los encuentros con los jóvenes y con la Universidad Católica de Chile respondieron al desafío crucial de ofrecer un sentido grande a la vida de las nuevas generaciones. Dejé la palabra programática de San Alberto Hurtado a los jóvenes: “¿Qué haría Cristo en mi lugar?”. Y en la Universidad propuse un modelo de formación integral, que traduce la identidad católica en la capacidad de participar en la construcción de sociedades unidas y plurales, donde los conflictos no se ocultan sino que se gestionan con el diálogo. Siempre hay conflictos: también en casa, siempre los hay. Pero, tratar mal los conflictos es todavía peor. No hay que esconder los conflictos debajo de la cama: los conflictos que salen a la luz, se enfrentan y se resuelven con el diálogo. Pensad en los pequeños conflictos que hay seguramente en vuestra casa: no hay que esconderlos, sino enfrentarlos. Buscad la ocasión y se habla: el conflicto se resuelve así, con el diálogo.
En Perú, el lema de la visita fue: “Unidos por la esperanza”. Unidos no en una uniformidad estéril, todos iguales: esa no es unión; sino en toda la riqueza de las diferencias que heredamos de la historia y la cultura. Un testimonio emblemático de ello fue el encuentro con los pueblos de la Amazonía peruana, que también puso en marcha el itinerario del Sínodo Pan-Amazónico convocado para octubre de 2019, como también lo atestiguan los momentos vividos con la gente de Puerto Maldonado y con los niños del Hogar “El Principito”. Juntos dijimos “no” a la colonización económica y a la colonización ideológica.
Hablando a las autoridades políticas y civiles de Perú, manifesté mi aprecio por el patrimonio ambiental, cultural y espiritual de ese país y me centré en las dos realidades que más lo amenazan: la degradación ecológico-social y la corrupción. No sé si vosotros habéis oído hablar de corrupción… no lo sé… No existe solamente allí. Aquí también y es más peligrosa que la gripe. Se mezcla y arruina los corazones. La corrupción arruina los corazones. Por favor, no a la corrupción. Subrayé que nadie está exento de responsabilidad frente a estas dos plagas y que el compromiso de contrarrestarlas concierne a todos.
Celebré la primera misa pública en Perú en la orilla del océano, cerca de la ciudad de Trujillo, donde la tormenta llamada “Niño costero” golpeó duramente a la población el año pasado. Por eso la alenté a reaccionar frente a ella, pero también ante otras tormentas como el hampa, la falta de educación, de trabajo y vivienda segura. También en Trujillo también conocí a los sacerdotes y consagrados del norte del Perú, compartiendo con ellos la alegría de la llamada y de la misión, y la responsabilidad de la comunión en la Iglesia. Les exhorté  a ser ricos de memoria y fieles a sus raíces. Y entre estas raíces está  la devoción popular a la Virgen María. Siempre en Trujillo tuvo lugar la celebración mariana en la que coroné a la Virgen de la Puerta, proclamándola “Madre de la Misericordia y la Esperanza”.
El último día del viaje, el domingo pasado, se desarrolló en Lima, con un fuerte acento espiritual y eclesial. En el santuario más famoso de Perú, donde se venera el cuadro de la Crucifixión llamado “Señor de los Milagros”, encontré a unas 500 religiosas de clausura, de vida contemplativa: un verdadero “pulmón” de fe y oración para la Iglesia y para toda la sociedad. En la catedral recé una oración especial por la intercesión de los santos peruanos, a la  que siguió el encuentro con los obispos del país, a quienes propuse la figura ejemplar de San Toribio di Mogrovejo.
Asimismo señalé a los jóvenes peruanos a los santos como hombres y mujeres que no perdieron el tiempo en “maquillar” su propia imagen, sino que siguieron a Cristo, que los miró con esperanza. Como siempre, la palabra de Jesús le da pleno significado a todo y así también el Evangelio de la última celebración eucarística resumió el mensaje de Dios a su pueblo en Chile y Perú: “Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1:15). ). Así – parecía decir el Señor -: recibiréis la paz que os doy y estaréis unidos en mi esperanza. Este es, más o menos, el resumen de este viaje. Oremos por estas dos naciones hermanas, Chile y Perú, para que el Señor las bendiga.