Ignacio Uría
La cosa estaba clara. “Unas de 4º me han dicho que los Reyes son los padres”. A continuación, el silencio, un silencio negro. Era el fin de la inocencia
Graciela se acercó a su padre. Había lágrimas en sus ojos aunque no lloraba, pero tenía cara de trueno. «Me has mentido», dijo muy bajito. «Me habéis mentido los dos». Entonces gritó: «¡Mamá y tú sois unos mentirosos!». A su padre se le cayó el libro que estaba leyendo.
Graciela era alegre y pacífica, así que verla enfurecida le sacó de su mundo de papel. «¿Qué ocurre?», preguntó. La cría volvió a la carga. «Las niñas... el colegio... los Reyes... ¡Buaaaaaa!». La cosa estaba clara. «Unas de 4º me han dicho que los Reyes son los padres». A continuación, el silencio, un silencio negro. Era el fin de la inocencia.
El buen hombre se lanzó al ruedo. «A ver cómo te lo explico. Las de 4º dicen la verdad, aunque no del todo». La pequeña, de 8 años, le miraba con unos ojos grandes y profundos como platos soperos mientras su padre la sentaba en sus rodillas. Justo enfrente tenían un misterio sevillano llegado del mercado de Bellavista medio siglo antes. «Mira, en el belén siempre ponemos a los Reyes». Graciela lo miraba como una vaca mira al tren, expectante. «Hace 2.000 años, ellos llegaron al portal para adorar al Niño y regalarle oro, incienso y mirra. Al verlos, Jesús les sonrió porque venían de muy lejos y estaban cansados. Melchor, que era el más viejo, se dio cuenta: “Mirad cómo se ríe. Ojalá todos los niños del mundo sonrieran al menos un día al año”. Gaspar dijo entonces: “Es por los regalos. ¿Y si lleváramos un presente a cada niño del mundo?”. Baltasar, el realista, pensó: “Imposible. No podemos llegar a todos. Necesitaríamos millones de pajes para ayudarnos”».
El padre siguió: «Inesperadamente, los Reyes sintieron una voz muy dentro: “Para Dios, nada es imposible y, puesto que así lo habéis querido, todos los niños del mundo recibirán un regalo durante la Navidad. Para ayudaros, sus padres se convertirán en vuestros pajes por una noche”». Graciela permanecía tan quieta como un buzón de correos.
«Mientras los niños sean pequeños −continuó Jesús−, parecerá que la entrega la hacen los Reyes. Cuando crezcan, los mayores les contarán esta historia a sus hijos y les pedirán ayuda con los regalos de sus hermanos pequeños. También ellos serán pajes en la noche de Reyes».
De nuevo, el silencio, pero un silencio pacífico, igual que el de Belén en Nochebuena. Graciela abrió los brazos y, como un torrente, le dio a su padre el abrazo más fuerte que le había dado nunca. Entonces, preguntó: «¿Cuándo empezamos?»