El Papa en la Audiencia General
Continuamos hoy las catequesis sobre la Santa Misa. Tras habernos detenido en los ritos de introducción, consideremos ahora la Liturgia de la Palabra, que es parte constitutiva porque nos reunimos precisamente para escuchar lo que Dios dijo y todavía quiere hacer por nosotros. Es una experiencia que sucede “en directo” y no “de oídas”, porque «cuando en la Iglesia se lee la sagrada Escritura, Dios mismo habla a su pueblo y Cristo, presente en la palabra, anuncia el Evangelio» (Ordenación General del Misal Romano, 29; cfr. Const. Sacrosanctum Concilium, 7; 33). Y cuántas veces, mientras se lee la Palabra de Dios, se comenta: “Mira ese…, mira aquella…, mira qué pelos lleva esa: qué ridícula”. Y se empiezan a hacer comentarios. ¿No es verdad? ¿Se deben hacer comentarios mientras se lee la Palabra de Dios? [responden: “¡No!”]. No, porque si chismorreas con la gente no escuchas la Palabra de Dios. Cuando se lee la Palabra de Dios en la Biblia −la primera Lectura, la segunda, el Salmo responsorial y el Evangelio− debemos escuchar, abrir el corazón, porque es Dios mismo el que nos habla y no hay que pensar en otras cosas ni hablar de otras cosas. ¿Entendido? Os explicaré qué es lo que sucede en esta Liturgia de la Palabra.
Las páginas de la Biblia dejan de ser un “escrito” para convertirse en “palabra viva”, pronunciada por Dios. Es Dios quien, a través de la persona que lee, nos habla y nos interpela a nosotros, que escuchamos con fe. El Espíritu «que habló por los profetas» (Credo) e inspiró a los autores sagrados, hace que «la palabra de Dios obre de verdad en los corazones lo que hace sonar en los oídos» (Leccionario, Introd., 9). Pero para oír la Palabra de Dios también hay que tener el corazón abierto para recibir sus palabras en el corazón. Dios habla y nosotros le prestamos atención, para luego poner en práctica lo que hemos escuchado. ¡Es muy importante escuchar! Algunas veces quizá no comprendamos bien, porque hay algunas lecturas un poco difíciles. Pero Dios nos dice lo mismo de otro modo. ¡En silencio, escuchar la Palabra de Dios! No olvidéis esto: en Misa, cuando empiezan las lecturas, escuchamos la Palabra de Dios.
¡Necesitamos escucharlo! Es una cuestión vital, como bien recuerda la incisiva expresión que «no solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4,4): la vida que nos da la Palabra de Dios. En este sentido, hablamos de la Liturgia de la Palabra como de la “mesa” que el Señor prepara para alimentar nuestra vida espiritual. Es una mesa abundante la de la Liturgia, que se basa mayormente en los tesoros de la Biblia (cfr. SC, 51), tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, porque en ellos la Iglesia anuncia el único e idéntico misterio de Cristo (cfr. Leccionario, Introd., 5). Pensemos en la riqueza de las lecturas bíblicas propuesta por los tres ciclos dominicales que, a la luz de los evangelios sinópticos, nos acompañan a lo largo del año litúrgico: una gran riqueza. Deseo recordar aquí también la importancia del Salmo responsorial, cuya función es favorecer la meditación de lo escuchado en la lectura que le precede. Es bueno que el Salmo sea enriquecido con el canto, al menos el estribillo (cfr. OGMR, 61; Leccionario, Introd., 19-22).
La proclamación litúrgica de las mismas lecturas, con los cánticos tomados de la Sagrada Escritura, expresa y favorece la comunión eclesial, acompañando el camino de todos y de cada uno. Así se entiende por qué algunas “opciones subjetivas”, como la omisión de lecturas o su sustitución por textos no bíblicos, estén prohibidas. He oído que alguno, si hay una noticia, lee el periódico, porque es la noticia del día. ¡No! ¡La Palabra de Dios es la Palabra de Dios! El periódico lo podemos leer después, pero allí se lee la Palabra de Dios. Es el Señor quien nos habla. Sustituir esa Palabra por otras cosas empobrece y deteriora el diálogo entre Dios y su pueblo en oración. Al contrario, se requiere la dignidad del ambón y el uso del Leccionario, la disponibilidad de buenos lectores y salmistas. Hay que buscar buenos lectores, de los que sepan leer bien, no esos que leen mal y no se entiende nada. ¡Es así: buenos lectores! Se deben preparar y hacer una prueba antes de la Misa para leer bien. Y esto crea un clima de silencio receptivo[1].
Sabemos que la Palabra del Señor es una ayuda indispensable para no desorientarnos, como bien reconoce el Salmista que, dirigido al Señor, confiesa: «Lámpara para mis pasos es tu palabra, luz en mi camino» (Sal 119,105). ¿Cómo podríamos afrontar nuestra peregrinación terrena, con sus penas y pruebas, sin estar habitualmente alimentados e iluminados por la Palabra de Dios que resuena en la Liturgia?
Ciertamente no basta oír con los oídos, sin acoger en el corazón la semilla de la divina Palabra, permitiéndole que dé fruto. Acordémonos de la parábola del sembrador y de los diversos resultados según los distintos tipos de terreno (cfr. Mc 4,14-20). La acción del Espíritu, que hace eficaz la respuesta, necesita corazones que se dejen trabajar y cultivar, de modo que cuanto se escuche en Misa pase a la vida ordinaria, según la advertencia del apóstol Santiago: «Tenéis que ponerla en práctica y no sólo escucharla engañándoos a vosotros mismos» (St 1,22). La Palabra de Dios realiza un camino dentro de nosotros: la escuchamos con los oídos y pasa al corazón; pero no se queda en las orejas, debe ir al corazón; y del corazón pasa a las manos, a las buenas obras. Ese es el recorrido que hace la Palabra de Dios: de los oídos al corazón y a las manos. Aprendamos estas cosas. Gracias.
Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos francófonos, en particular a los jóvenes franceses. Queridos hermanos, ¿cómo podremos afrontar nuestra peregrinación en la tierra, sin dejarnos alimentar por la Palabra de Dios que resuena en la Liturgia? Pidamos al Espíritu Santo que abra nuestros corazones a esa Palabra y que la pongamos en práctica en nuestra vida diaria. Dios os bendiga.
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en la Audiencia de hoy, especialmente a los provenientes de Australia y de los Estados Unidos de América. Sobre todos vosotros, y sobre vuestras familias, invoco la alegría y la paz de nuestro Señor Jesucristo. Dios os bendiga.
Con cariño saludo a los peregrinos de lengua alemana. En los textos bíblicos Dios mismo habla con nosotros. Acojamos con gusto su Palabra, para que la semilla que el Señor pone en nuestro corazón crezca y dé frutos abundantes. Dios os bendiga a todos.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española venidos de España y Latinoamérica; de modo especial a los seminaristas del Seminario Menor de Ciudad Real, y a los participantes en la Asamblea anual de Delegados Diocesanos de Medios de Comunicación de España. Los invito a acoger cada día el alimento y la luz de la Palabra de Dios que resuena en la Liturgia, siendo capaces de ponerla en práctica con obras concretas. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
Con afecto cordial saludo a todos los peregrinos de lengua portuguesa, en particular a los brasileños. Quiera el Señor colmar vuestros corazones con un gran amor por su Palabra, para que podáis poner la voluntad divina en el centro de vuestra vida, como la Virgen María. Que Ella, que acogió y encarnó al Verbo de Dios, sea vuestra guía y consuelo. Sobre vosotros y sobre vuestras familias descienda la Bendición de Dios.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua árabe, en particular a los provenientes de Oriente Medio. Queridos hermanos y hermanas, la acción del Espíritu necesita corazones que se dejen trabajar y cultivar, sed pues “de los que ponen en práctica la Palabra y no solo oyentes, engañándoos a vosotros mismos”. El Señor os bendiga.
Saludo cordialmente a los peregrinos polacos. Hermanos y hermanas, participando en la Santa Misa, procurad ser atentos oyentes de la Palabra de Dios. Que ella os forme y os transforme. Que pueda modelar la vida de vuestras familias y, en concreto, inspirar la educación de los niños y de la juventud. Anunciad la Palabra de Dios por todas partes, no tengáis miedo de hablar de Dios, de la fe, de la Iglesia. Confirmaos mutuamente en la fe para perseverar fielmente en la enseñanza de Jesús. Os bendigo de corazón.
Dirijo una cordial bienvenida a los fieles de lengua italiana. Me alegra recibir a los Directores nacionales de le Pontificias Obras Misioneras y a las Religiosas de Jesús-María. Os animo a todos a vivir la misión con autenticidad, espíritu de servicio y capacidad de mediación. Saludo a los obreros del complejo industrial Ideal Standard de Roccasecca y a la Asociación de voluntarios italianos donantes de sangre de Potenza. Saludo, además, a los Institutos de enseñanza y de formación, especialmente a los de Santa María Auxiliadora de Roma y de Jesús-María de Roma, esperando que la enseñanza que se ofrece sea rica de valores, para formar personas que sepan hacer fructificar los talentos que Dios ha confiado a cada uno.
Me dirijo finalmente a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Hoy recordamos a San Juan Bosco, padre y maestro de la juventud. Queridos jóvenes, miradle a él como al educador ejemplar. Vosotros, queridos enfermos, con su ejemplo confiad siempre en Cristo crucificado. Y vosotros, queridos recién casados, acudid a su intercesión para asumir con generoso compromiso vuestra misión conyugal.
[1] «La Liturgia de la Palabra se debe celebrar de tal manera que favorezca la meditación; por eso hay que evitar en todo caso cualquier forma de apresuramiento que impida el recogimiento. Además, conviene que durante la misma haya breves momentos de silencio, acomodados a la asamblea reunida, gracias a los cuales, con la ayuda del Espíritu Santo, se saboree la Palabra de Dios en los corazones y, por la oración, se prepare la respuesta» (OGMR, 56).