Hace unos días me reuní con algunos amigos para tratar de entender si tiene sentido el trabajo, y por qué (desde el punto de vista del trabajador, no del empleador). Me parece que, si los resultados de una actividad, del trabajo en definitiva, son de tres tipos, tenemos tres posibles motivaciones y tres posibles fuentes de sentido.
  1. Resultados que el trabajo me ofrece desde fuera: salario, derecho a pensiones, reconocimiento, posibilidades de carrera… Por tanto, ese resultado extrínseco es una fuente de motivación. Y, claro, de sentido.
  2. Resultados que el trabajo deja en mí mismo: satisfacción, aprendizajes operativos, desarrollo de capacidades. Resultados intrínsecos, que generan motivaciones de este tipo, y sentido.
  3. Resultados de mi trabajo en los demás: servicio, amistad, ayuda, satisfacción de sus necesidades… Lo importante para mí de esos resultados trascendentes es que me dan aprendizajes que me mejoran como persona: valores, actitudes, virtudes.
Tres posibles fuentes de sentido. La primera es transitoria y volcada al exterior: quiero el sueldo para… sacar adelante a mi familia, comprar una casa nueva, tener más riqueza… El sentido me lo da esto último, no el trabajo. Y es un sentido efímero: la riqueza puede perderse, la seguridad que me da es siempre incompleta, tener más no me hará más feliz y, como recuerda el Papa Francisco, esto se acaba: nunca vi un furgón de mudanzas seguir al coche en que va el difunto al cementerio, decía Francisco. Más argumentos: no protege de la envidia, puede fomentar la desigualdad, puede hacernos más egoístas (si es la única o principal causa de mi trabajo)…
La segunda es mejor. Pero también incompleta, porque los aprendizajes no son seguros, y pueden ser negativos (aprender a hacer mal las cosas), pueden moverme el egoísmo y la soberbia, o puedo encontrarme con un trabajo deshumanizador, mecánico, repetitivo, que no es apreciado (que no “me ven”)…
Nos queda el tercero, que es mejor. Trabajar con otros es tener el sentido de un trabajo común, compartido. Trabajar para otros da sentido de utilidad y servicio a lo que hago. Como decía aquel limpiador de jaulas de monos en el zoo de Londres, “soy creador de felicidad para niños”. Puede parecer también limitado: quizás el otro no valore el servicio que le hago, o incluso le haga daño en lugar de ayudarle, pero… lo importante es que, cuando yo trabajo para otro, yo estoy haciéndome mejor a mí mismo. Quizás no somos capaces de darnos cuenta de esto, pero, en todo caso, si metemos a Dios en nuestro trabajo, y lo hacemos para Él, seguro que ese mejoramiento mío se produce. Siempre.