El Papa en la Audiencia General
Queridos hermanos y hermanas, buenos días.
Esta catequesis se desarrolla en dos lugares conectados: vosotros aquí, en la Plaza y un grupo de niños, algo enfermos, que están en el Aula. Ellos os verán y vosotros los veréis; así estamos conectados, Saludemos a los niños que están en el Aula: era mejor que no se resfriasen, y por eso están allí.
Hace dos días regrese del viaje apostólico a Chile y Perú. ¡Un aplauso para Chile y Perú! Dos pueblos buenos, buenos… Doy gracias al Señor porque todo ha salido bien: pude encontrar al Pueblo de Dios en camino por esas tierras, -también a los que no están en camino, están algo parados… pero son buena gente- y alentar el desarrollo social de esos países. Renuevo mi gratitud a las autoridades civiles y a los obispos, que me recibieron con tanto cariño y generosidad; así como a todos los colaboradores y voluntarios. Pensad que en cada uno de los dos países había más de 20.000 voluntarios: 20.000 y algunos más en Chile, 20.000 en Perú. Gente buena, la mayoría jóvenes.
Mi llegada a Chile estuvo precedida por varias manifestaciones de protesta por varios motivos, como habéis leído en los periódicos. Y esto hizo que el lema de mi visita fuera aún más actual y vivo: “Mi paz os doy”. Son las palabras que Jesús dirigió a los discípulos, que repetimos en cada Misa: el don de la paz, que solo Jesús muerto y resucitado puede dar a quienes se confían a él. No solamente cada uno de nosotros necesita la paz, también el mundo hoy, en esta tercera guerra mundial a trozos… ¡Por favor, recemos por la paz!
En el encuentro con las autoridades políticas y civiles del país, alenté el camino de la democracia chilena, como un espacio de encuentro solidario y capaz de incluir la diversidad; para ese fin indiqué como método el camino de la escucha: en particular la escucha de los pobres, de los jóvenes y de los ancianos, de los inmigrantes, y también la escucha de la tierra.
En la primera eucaristía, celebrada por la paz y la justicia, resonaron las Bienaventuranzas, especialmente “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mt 5, 9). Una bendición para testimoniar con el estilo de la proximidad, de la cercanía, del compartir, reforzando así, con la gracia de Cristo, el tejido de la comunidad eclesial y de toda la sociedad.
En este estilo de proximidad cuentan más los gestos que las palabras, y un gesto importante que pude hacer fue visitar el penitenciario femenino en Santiago: los rostros de esas mujeres, muchas de ellas madres jóvenes, con sus pequeños en brazos, expresaban, a pesar de todo, tanta esperanza. Las animé a exigir, de ellas mismas y de las instituciones, un serio camino de preparación para la reinserción, como un horizonte que da sentido a la pena diaria. No podemos imaginar una cárcel, cualquier cárcel, sin esta dimensión de la reinserción, porque sin esta esperanza de reinserción social la cárcel es una tortura infinita. En cambio, cuando se trabaja para la reinserción –también los condenados a cadena perpetua pueden reinsertarse- mediante el trabajo de la cárcel a la sociedad, se abre un diálogo. Pero siempre una cárcel debe tener esta dimensión de la reinserción, siempre.
Con los sacerdotes y personas consagradas y con los obispos de Chile, viví dos encuentros muy intensos, todavía más fecundos por el sufrimiento compartido de algunas heridas que afligen a la Iglesia en ese país. En particular, confirmé a mis hermanos en el rechazo de cualquier compromiso con el abuso sexual de menores, y al mismo tiempo en la confianza en Dios, que a través de esta dura prueba purifica y renueva a sus ministros.
Las otras dos misas en Chile se celebraron una en el sur y otra en el norte. La del sur, en Araucanía, la tierra donde viven los indios mapuches, transformó en alegría los dramas y las fatigas de este pueblo, lanzando un llamamiento a una paz que sea armonía de la diversidad y al repudio de toda violencia. La del norte, en Iquique, entre el océano y el desierto, fue un himno al encuentro entre los pueblos, que se expresa de manera singular en la religiosidad popular.
Los encuentros con los jóvenes y con la Universidad Católica de Chile respondieron al desafío crucial de ofrecer un sentido grande a la vida de las nuevas generaciones. Dejé la palabra programática de San Alberto Hurtado a los jóvenes: “¿Qué haría Cristo en mi lugar?”. Y en la Universidad propuse un modelo de formación integral, que traduce la identidad católica en la capacidad de participar en la construcción de sociedades unidas y plurales, donde los conflictos no se ocultan sino que se gestionan con el diálogo. Siempre hay conflictos: también en casa, siempre los hay. Pero, tratar mal los conflictos es todavía peor. No hay que esconder los conflictos debajo de la cama: los conflictos que salen a la luz, se enfrentan y se resuelven con el diálogo. Pensad en los pequeños conflictos que hay seguramente en vuestra casa: no hay que esconderlos, sino enfrentarlos. Buscad la ocasión y se habla: el conflicto se resuelve así, con el diálogo.
En Perú, el lema de la visita fue: “Unidos por la esperanza”. Unidos no en una uniformidad estéril, todos iguales: esa no es unión; sino en toda la riqueza de las diferencias que heredamos de la historia y la cultura. Un testimonio emblemático de ello fue el encuentro con los pueblos de la Amazonía peruana, que también puso en marcha el itinerario del Sínodo Pan-Amazónico convocado para octubre de 2019, como también lo atestiguan los momentos vividos con la gente de Puerto Maldonado y con los niños del Hogar “El Principito”. Juntos dijimos “no” a la colonización económica y a la colonización ideológica.
Hablando a las autoridades políticas y civiles de Perú, manifesté mi aprecio por el patrimonio ambiental, cultural y espiritual de ese país y me centré en las dos realidades que más lo amenazan: la degradación ecológico-social y la corrupción. No sé si vosotros habéis oído hablar de corrupción… no lo sé… No existe solamente allí. Aquí también y es más peligrosa que la gripe. Se mezcla y arruina los corazones. La corrupción arruina los corazones. Por favor, no a la corrupción. Subrayé que nadie está exento de responsabilidad frente a estas dos plagas y que el compromiso de contrarrestarlas concierne a todos.
Celebré la primera misa pública en Perú en la orilla del océano, cerca de la ciudad de Trujillo, donde la tormenta llamada “Niño costero” golpeó duramente a la población el año pasado. Por eso la alenté a reaccionar frente a ella, pero también ante otras tormentas como el hampa, la falta de educación, de trabajo y vivienda segura. También en Trujillo también conocí a los sacerdotes y consagrados del norte del Perú, compartiendo con ellos la alegría de la llamada y de la misión, y la responsabilidad de la comunión en la Iglesia. Les exhorté a ser ricos de memoria y fieles a sus raíces. Y entre estas raíces está la devoción popular a la Virgen María. Siempre en Trujillo tuvo lugar la celebración mariana en la que coroné a la Virgen de la Puerta, proclamándola “Madre de la Misericordia y la Esperanza”.
El último día del viaje, el domingo pasado, se desarrolló en Lima, con un fuerte acento espiritual y eclesial. En el santuario más famoso de Perú, donde se venera el cuadro de la Crucifixión llamado “Señor de los Milagros”, encontré a unas 500 religiosas de clausura, de vida contemplativa: un verdadero “pulmón” de fe y oración para la Iglesia y para toda la sociedad. En la catedral recé una oración especial por la intercesión de los santos peruanos, a la que siguió el encuentro con los obispos del país, a quienes propuse la figura ejemplar de San Toribio di Mogrovejo.
Asimismo señalé a los jóvenes peruanos a los santos como hombres y mujeres que no perdieron el tiempo en “maquillar” su propia imagen, sino que siguieron a Cristo, que los miró con esperanza. Como siempre, la palabra de Jesús le da pleno significado a todo y así también el Evangelio de la última celebración eucarística resumió el mensaje de Dios a su pueblo en Chile y Perú: “Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1:15). ). Así – parecía decir el Señor -: recibiréis la paz que os doy y estaréis unidos en mi esperanza. Este es, más o menos, el resumen de este viaje. Oremos por estas dos naciones hermanas, Chile y Perú, para que el Señor las bendiga.