Alfonso Sánchez-Tabernero,
Avanzar supone, en el ámbito universitario, formar estudiantes que lleguen a ser protagonistas del cambio, transformadores de la sociedad. Y esto sólo es posible si los profesores aprendemos con ellos y de ellos
El Autor, rector de la Universidad de Navarra, escribe con motivo del homenaje al anterior Gran Canciller de la Universidad de Navarra, Mons. Javier Echevarría.
Las universidades mantienen su protagonismo en la formación intelectual y en la producción de ciencia desde hace más de ocho siglos. Precisamente este año, la Universidad de Salamanca −la más antigua de nuestro país− cumple 800 años. Desde entonces, en el mundo académico ha cambiado casi todo: las disciplinas, los métodos docentes, las instalaciones, las fuentes de financiación… En cambio, un aspecto permanece invariable: en las buenas universidades hay estudiantes con ganas de aprender y maestros que motivan y guían.
La influencia de los grandes maestros es duradera. Hace poco más de un año falleció Javier Echevarría, que fue, para muchas personas, un verdadero maestro. Visitó con frecuencia Pamplona, como Gran Canciller de la Universidad de Navarra. Durante el tiempo que pasó entre nosotros, nos ayudó a idear una universidad más innovadora y comprometida, con un mayor impacto educativo y cultural.
Como cualquier otra institución, la universidad vive un momento de grandes transformaciones y oportunidades. En nuestro país, tenemos el número más elevado de estudiantes y centros universitarios que se haya conocido; pero ese incremento cuantitativo no garantiza que preparemos a los estudiantes del modo adecuado para afrontar los desafíos del mundo laboral, con su creciente complejidad.
En sus visitas a la Universidad de Navarra, Javier Echevarría insistió siempre en la centralidad de los alumnos. Nos previno contra el riesgo de la masificación y del anonimato, insistió en la importancia de la formación personal, uno a uno: comprender y exigir, acompañar y alentar, siempre con el máximo respeto a cada persona.
Pienso que aquí hay ya una primera enseñanza: los alumnos son lo más determinante, la mejor guía para evitar la autocomplacencia y las rutinas empobrecedoras. Avanzar supone, en el ámbito universitario, formar estudiantes que lleguen a ser protagonistas del cambio, transformadores de la sociedad. Y esto sólo es posible si los profesores aprendemos con ellos y de ellos.
También a Javier Echevarría le parecía crucial la integración de áreas de conocimiento. En efecto, la Universidad debe ser un espacio de encuentro y diálogo entre profesores, investigadores y alumnos con intereses científicos muy variados. Una y otra vez, nuestro anterior Gran Canciller recordaba la necesidad de fomentar una relación enriquecedora entre las distintas Facultades y saberes, que ayude a abordar con variedad de enfoques y métodos los fenómenos sociales más relevantes; ese modo de proceder permite una comprensión más profunda de la realidad, con el fin de dar soluciones globales a problemas globales. “El diálogo interdisciplinar es imprescindible para una investigación innovadora y redunda en un servicio más cualificado a la sociedad”, señalaba don Javier en 2011, en un acto de investidura de doctores honoris causa de la Universidad de Navarra.
Se trata de un verdadero reto para todas las instituciones universitarias. La educación superior no debe limitarse a proporcionar la mejor formación en cuestiones técnicas, que suelen cambiar a gran velocidad, resultan más bien instrumentales y son fácilmente suplantables por la tecnología. En cambio, otros aspectos son insustituibles, como la capacidad de aprendizaje, el orden mental, la innovación, la honradez o la empatía. El entorno laboral requiere profesionales cultos, versátiles y creativos, con conocimientos amplios e interés por aprender de modo continuo. En palabras de nuestro anterior Gran Canciller, “cobra nueva luz el sentido humanista de la Universidad, como empresa altísima al servicio de la persona humana en todas sus dimensiones”.
Finalmente, me gustaría recordar un comentario de D. Javier que también mencioné en el acto de homenaje que hemos celebrado recientemente en la Universidad de Navarra. En uno de sus encuentros con los miembros del Rectorado, con ocasión del atentado que sufrió la Universidad en 2008, nos transmitió con fuerza que la Universidad es navarra, que su vocación es contribuir al desarrollo de los intereses y necesidades de la comunidad foral. No era necesario que nos insistiera en esa idea: los que trabajamos en esta institución sabemos que la Universidad está enraizada en la tierra en la que nació hace ya más de seis décadas. Y, contando también con las inevitables limitaciones humanas, aspiramos a contribuir a que Navarra sea un referente internacional en educación, investigación y asistencia sanitaria.
La influencia de nuestros maestros perdura. Todos tenemos esa experiencia con las personas que han sido un ejemplo en nuestra vida: pasa el tiempo, sobrevienen los acontecimientos, cambia el mundo, cambiamos nosotros, pero su influencia discreta y determinante permanece. Y lo hace no como un recuerdo de algo lejano, que se evoca con cariño y agradecimiento, sino como una presencia próxima, que se aprecia más conforme pasa el tiempo, que nos ayuda a avanzar aquí y ahora.