Santidad, Señor Primer Ministro, Distinguidas Autoridades e ilustres
Miembros del Cuerpo Diplomático, Queridos Hermanos Obispos y Sacerdotes,
Queridos hermanos y hermanas
Al concluir mi peregrinación en Georgia, doy gracias a Dios por tener
un momento de recogimiento en este templo santo. Deseo también dar
gracias de corazón aquí por la acogida recibida, por vuestro emotivo
testimonio de fe, por el buen corazón de los georgianos. Me vienen a la
mente, Santidad, las palabras del Salmo: «Ved qué dulzura, qué delicia,
convivir los hermanos unidos. Es ungüento precioso en la cabeza» (Sal
133,1-2). Querido hermano, el Señor, que nos ha concedido la alegría de
encontrarnos y de intercambiar el beso santo, rocíe sobre nosotros el
ungüento perfumado de la concordia y derrame abundantes bendiciones
sobre nuestro camino y el de este amado pueblo.
La lengua georgiana está llena de expresiones significativas que
describen la fraternidad, la amistad y la cercanía entre las personas.
Hay una, noble y genuina, que manifiesta la disponibilidad para
reemplazar al otro, la voluntad de hacerse cargo de él, de decirle con
la vida «me gustaría estar en tu lugar»: shen genatsvale. Compartir en
la comunión de la oración y en la unión de las almas las alegrías y las
angustias, llevando los unos las cargas de los otros (cf. Ga 6,2): que
nuestro caminar juntos esté marcado por esta fraterna actitud cristiana.
Esta magnífica catedral, que alberga muchos tesoros de fe y de
historia, nos invita a hacer memoria del pasado. Es muy importante, ya
que «la caída del pueblo comienza allí, dónde termina la memoria del
pasado» (I. Chavchavadze, El pueblo y la historia, en Iveria, 1888). La
historia de Georgia es como un libro antiguo en el que cada página nos
habla de testimonios santos y de valores cristianos, que han forjado el
alma y la cultura del país. Este valioso libro narra, también gestas de
gran apertura, acogida e integración. Son valores inestimables y siempre
válidos, para esta tierra y para toda la región, tesoros que reflejan
bien la identidad cristiana, la cual se mantiene cuando permanece bien
fundamentada en la fe y al mismo tiempo está siempre abierta y
disponible, nunca rígida o cerrada.
El mensaje cristiano —este lugar sagrado nos lo recuerda— fue durante
siglos el pilar de la identidad georgiana: ha dado estabilidad en medio
de tantas agitaciones, incluso cuando el destino del País ha sido
abandonado por desgracia tantas veces amargamente a su propia suerte.
Pero el Señor nunca ha abandonado a la amada tierra de Georgia, porque
él es «fiel a sus palabras, bondadoso en todas sus acciones, sostiene a
los que van a caer, endereza a los que ya se doblan» (Sal 145,13-14).
La tierna y compasiva cercanía del Señor está aquí representada de
manera particular por el signo de la túnica sagrada. El misterio de la
túnica «sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo» (Jn
19,23), ha atraído la atención de los cristianos desde los comienzos. Un
Padre antiguo, san Cipriano de Cartago, dijo que en la túnica indivisa
de Jesús aparece ese «vínculo de concordia, que une inseparablemente»,
esa «unidad que viene de lo alto, es decir del cielo y del Padre, que no
podía ser desgarrada de ninguna manera» (De catholicae Ecclesiae
unitate, 7). La túnica sagrada, misterio de la unidad, nos exhorta a
experimentar un gran dolor por las divisiones de los cristianos habidas a
lo largo de la historia: son desgarros reales infligidos en la carne
del Señor.
Al mismo tiempo, sin embargo, la «unidad que viene de lo alto», el
amor de Cristo que nos ha reunido dándonos no solamente su túnica, sino
también su propio cuerpo, nos impulsa a no conformarnos y a ofrecernos a
nosotros mismos siguiendo su ejemplo (cf. Rm 12,1): nos animan al amor
sincero y a la comprensión recíproca para recomponer las laceraciones,
impulsados por un espíritu de límpida hermandad cristiana.
Todo esto requiere ciertamente un camino paciente, que hay que
cultivar con confianza en los demás y con humildad, sin miedo y sin
desalentarse, sino más bien con la alegre certeza que la esperanza
cristiana nos hace pregustar. Ella nos anima a creer que se pueden
remediar las contraposiciones y remover los obstáculos, nos invita a no
renunciar nunca a las oportunidades de encuentro y de diálogo, así como a
custodiar y mejorar juntos lo que ya existe. Pienso, por ejemplo, en el
diálogo que se está desarrollando en la Comisión Mixta Internacional y
en otras fecundas ocasiones de intercambio.
San Cipriano afirmaba también que la túnica de Cristo, «única,
indivisible, toda de una sola pieza, indica la inseparable concordia de
nuestro pueblo, de nosotros que nos hemos revestido de Cristo» (ibíd.).
Aquellos que han sido bautizados en Cristo, dice el apóstol Pablo, se
han revestido de Cristo (cf. Ga 3,27). Por lo tanto, a pesar de nuestros
límites y más allá de cualquier distinción histórica y cultural,
estamos llamados a ser «uno en Cristo Jesús» (Ga 3,28) y a no poner en
primer lugar la discordia y las divisiones entre los bautizados, porque
realmente es mucho más lo que nos une que lo que nos divide.
En esta Catedral Patriarcal muchos hermanos y hermanas reciben el
bautismo, que en la lengua georgiana expresa muy bien la vida nueva
recibida en Cristo, indicando una iluminación que da sentido a todo,
porque conduce fuera de la oscuridad. En georgiano, incluso la palabra
«educación» viene de la misma raíz y por lo tanto está estrechamente
emparentada con el bautismo. La nobleza de la lengua induce así a pensar
en la belleza de una vida cristiana que desde el comienzo es luminosa y
se mantiene así si permanece en la luz del bien y rechaza la oscuridad
del mal; si, manteniendo la fidelidad a las propias raíces, no cede a
las cerrazones que ensombrecen la vida, sino que está siempre bien
dispuesta a aceptar y aprender, a ser iluminada por todo aquello que es
bello y verdadero.
Que las espléndidas riquezas de este pueblo sean conocidas y
apreciadas; que podamos compartir cada vez más, para el enriquecimiento
común, los tesoros que Dios da a cada uno, y nos ayudemos mutuamente a
crecer en
el bien.Aseguro de corazón mi oración para que el Señor, que hace
nuevas todas las cosas (cf. Ap 21,5), por la intercesión de los santos
hermanos Apóstoles Pedro y Andrés, de los mártires y de todos los
santos, aumente el amor entre los creyentes en Cristo y la búsqueda
luminosa de todo aquello que nos pueda acercar, reconciliar y unir. Que
la hermandad y la colaboración crezcan en todos los ámbitos; que la
oración y el amor nos ayuden a acoger cada vez más el ardiente deseo del
Señor para todos los que creen en él por la palabra de los Apóstoles:
que todos sean «uno».